(Editorial Pre-Textos) Si bien es cierto que hace bastantes años algunas de las obras del novelista rumano Panait Istrati (1884-1935) aparecieron en versiones castellanas que llegaron a tener bastante éxito, hay que decir también que en estos momentos estos libros son difíciles de encontrar y su autor parecía destinado a engrosar por nuestras tierras la […]
(Editorial Pre-Textos)
Si bien es cierto que hace bastantes años algunas de las obras del novelista rumano Panait Istrati (1884-1935) aparecieron en versiones castellanas que llegaron a tener bastante éxito, hay que decir también que en estos momentos estos libros son difíciles de encontrar y su autor parecía destinado a engrosar por nuestras tierras la larga lista de aquellos, maltratados por el mercado, cuyos merecimientos literarios no parecen ser suficientes para que puedan llegar a ser leídos. Es por esto que resulta extraordinariamente oportuna la edición por parte de Pre-Textos de un volumen que contiene dos de sus novelas fundamentales con traducción de Marián Ochoa de Eribe. Quien quiera conocer la biografía de este escritor puede acudir a la preparada por Pepe Gutiérrez-Álvarez que se halla disponible en la web de la Fundación Andreu Nin (http://www.fundanin.org/gutierrez33.htm). Se nos habla allí de su atormentada trayectoria de autodidacto y revolucionario errante, autor de una obra torrencial que describe los ambientes de su propia vida con una pasión extrema. Aunque llegó a alcanzar cierto renombre de la mano Romain Roland, desengañado como tantos de una revolución rusa que no cumplió sus objetivos y alejado de los círculos de poder, el «Gorki de los Balcanes» falleció pobre y olvidado en su Rumanía natal sin haber completado la gran obra que podría haber construido. Éste es el retrato que de él en 1929 nos dejó su amigo Víctor Serge, al que conoció en un viaje a la Unión Soviética: «Istrati volvió a partir hacia Francia completamente desolado por aquellas experiencias. Me vuelvo con emoción hacia su memoria. Era joven todavía, de una flacura de montañés balcánico, más bien feo con gran nariz afilada, ¡pero tan vivo a pesar de su tuberculosis, tan entusiasta de vivir! Pescador de esponjas, marino, contrabandista, vagabundo, peón de albañil, había recorrido todos los puertos del Mediterráneo antes de ponerse a escribir, y de cortarse la garganta para terminar. Romain Roland lo salvó, la celebridad literaria le llegó de repente y el buen dinero de los derechos de autor, por sus historias de haiduks. Escribía sin tener la menor idea de la gramática ni del estilo, pero como poeta nato, enamorado con toda su alma de varias cosas simples: la aventura, la amistad, la rebeldía, la carne, la sangre. Incapaz de un razonamiento teórico y por consiguiente de caer en la trampa de un sofisma bien hecho. Le decían delante de mí: «Panait, no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, nuestra revolución… etc.» Él exclamó: «Bueno, ya veo los huevos rotos. ¿Dónde está la tortilla?»» (Victor Serge, Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941), Siglo XXI, 2002, trad. de Tomás Segovia).
Las dos obras que se recogen en la edición de Pre-Textos forman parte del ciclo narrativo centrado en la vida de Adrian Zograffi, alter ego de Istrati, que entrelaza su biografía con las de algunos de sus amigos y familiares. Dice Nikos Kazantzakis en sus memorias Del monte Sinaí a la isla de Venus (Planeta, 1962, trad. de Andrés Lupo Canaleta): «Adrian Zograffi es el propio Istrati. Narra las historias de amor y de libertad recogidas en el curso de su vida errante o explica los recuerdos de su infancia. Y sus aventuras de adolescente. Se entrega totalmente a la amistad que le decepciona o a la mujer que engañará; se regocija cuando encuentra un alma que, en medio de la cobardía y la vulgaridad de la vida contemporánea, no transige, rehúsa someterse y pone fuego a todas sus esperanzas, incendiando el círculo de su destino. Pero, al final, Adrián es vencido, ya que sus pasiones son violentas y no las consigue dominar. Sus deseos son desordenados, indisciplinados, su corazón vagabundo, y su espíritu incapaz de coordinar todo este caos.»
Kyra Kyralina es la primera novela de esta serie y se centra en Stavros, un primo segundo de Adrian. Nos describe su vida de niño junto a su madre y su hermana Kyra, ambas cortesanas, y el asesinato de la madre por el padre celoso. Recoge después la vida de los dos hermanos que son al fin secuestrados y separados, y cómo cuando consigue escapar, el muchacho emprende una búsqueda desesperada de su hermana que lo lleva a peregrinar por Siria, Líbano y Turquía. El retrato abigarrado que nos ofrecen estas páginas de las diversas provincias del imperio Otomano, crisol de culturas y lenguas, tiene un atractivo extraordinario. De regreso en su tierra rumana, el matrimonio en el que Stavros pone sus ilusiones fracasa por su homosexualidad y lo arrastra de nuevo a una vida desarraigada y aventurera. La segunda novela ahora editada, El tío Anghel, presenta las biografías de dos seres excepcionales por sus pasiones excesivas. El primero de ellos, que da nombre a la obra, es un hermano de la madre de Adrian que como el Job bíblico conoce la riqueza y después la pérdida de todo lo que amaba. Muere alcoholizado tras una espantosa enfermedad tratando de transmitir a Adrian la enseñanza de su vida: «Dar la espalda a todo lo que adula… Librarte de los deseos vacíos… Ahogar la voz de la carne que se pudre… Y lanzarte, con toda tu alma, a la infinitud del pensamiento, nuestro único apoyo en momentos de desgracia.» El segundo protagonista es Cosma el bandolero, perfecta antinomia de ímpetu ciego y desbordado frente a la razonada prudencia de su hermano Ilie. Cosma lucha contra los poderosos y hay en su lucha una promesa de revolución social que se muestra a veces explícitamente, pero perece loco de amor empeñado en destruir a todos los antiguos amantes de la hermosa Floricica.
Olvidado demasiado tiempo, Panait Istrati es un autor que merece ser leído. Sus personajes se quedan para siempre con nosotros porque con su pasión desmedida son capaces de desnudar misterios asombrosos de la vida: es el joven Stavros que recluido en las delicias de una existencia cómoda pero esclava sabe emprender una huida del placer hacia la libertad, o el tío Anghel que comprende moribundo cómo «el pensamiento es más fuerte que la muerte». La cadena de desgracias que teje un destino cruel eternamente aliado con la estupidez de los hombres destila la profunda sabiduría del que sabe que «¡Sólo el hombre, el más feroz de los animales sobre la tierra, siembra la muerte, la pobreza y la esclavitud allí donde, con poco esfuerzo y con menos crímenes, nos esperarían tantas alegrías!»