Antonio Lilti es el director de estudios de la EHESS. Está especializado en la historia social y cultural del siglo XVIII. La verdad es que nos encontramos frente a un libro que no dudo en considerar imprescindible para quién esté interesado en una aproximación clara, rigurosa y critica al fenómeno de la Ilustración. Aunque el libro se centra en la ilustración francesa del siglo XVIII este ensayo va mucho más allá del fenómeno específico. Porque a partir de él hay una reflexión sobre la propia modernidad y sus ambivalencias y ambigüedades. El gran mérito de Lilti es evitar las polarizaciones habituales, que van desde la idealización del fenómeno hasta la crítica radical que la presenta como una ideología de la dominación colonial. La hipótesis básica del autor, muy fecunda: es no entender la ilustración como un movimiento intelectual polifónico y radicalmente reflexivo que acompaña las tensiones y conflictos propios de la modernidad.
La primera parte del libro aborda el debate entre el universalismo y el relativismo cultural. ¿Es la Ilustración una propuesta universal emancipadora o es la expresión de una ideología europea que quiere ser hegemónica y justificar su dominio colonial? El autor constata que se ha pasado de un tópico elogioso a una crítica muy simplista que lo considera una ideología del colonialismo y de la esclavitud. Si la visión crítica es bienvenida, no lo es la de caer en descalificaciones fáciles. Muchos ilustrados cuestionaron la esclavitud y su universalismo estaba abierto a la apertura al pluralismo cultural. No todos los ilustrados, por otra parte, planteaban lo mismo. La crítica, por tanto, es buena si es proporcionada porque saca a relucir las contradicciones del inicio de la modernidad y su mensaje supuestamente emancipatorio. Pero es mala cuando es excesiva, porque se olvida de la importancia de la herencia ilustrada, que, aunque haya elementos de dominio, también los hay emancipatorios y de apertura de un espacio crítico, de defensa del pluralismo y del diálogo. Otra idea que nos transmite Antoine Lilti es que con los pensadores ilustrados aparece el concepto mismo de civilización. Y aunque ciertamente lo hace ligado a la defensa de la identidad europea también aparece la conceptualización de la civilización como entidad cultural e histórica de larga duración. Lo cual le lleva también a una ambivalencia: por una parte aparecen aquí otras civilizaciones que se presentan como igualmente importantes (la árabe, la china, la india), por otra se contrapone a una concepción bárbara, que se aplica tanto a un medievo que se presenta como totalmente oscurantista, como a los pueblos salvajes que supuestamente deben ser civilizados.
La segunda parte trata de la modernidad. Lo más interesante de ella es la aparición de un ideal emancipador del sujeto. Hay un análisis de la privatización de la experiencia como forma de subjetivación y a la aparición de la intimidad. Ligado a ello el paso de la familia extensa. Igual de importante la aparición de los medios de comunicación y de la publicidad y, por otro lado, la del poder del crédito. Punto y aparte es la idea, aparecida, en la década de los 2000, de una Ilustración radical ligada a Spinoza, que el autor considera de manera muy crítica. La modernidad, considera el autor, hay que considerarlo más vinculado a las transformaciones sociales (aparición del espacio público, sociedad de consumo, innovaciones en la moda, aparición del lujo y del crédito) que no a revoluciones intelectuales. Pero viene también después un análisis de varios de sus protagonistas, desde Diderot, como figura clave, a Sade como figura paradójica del movimiento.
Mención aparte, por su especial interés, merece el último capítulo de esta segunda parte, en el que trata la reivindicación que hace Michel Foucault, en sus últimos años, de la herencia ilustrada a través de su función crítica. El mismo Foucault, tantas veces denunciado como posmoderno y anti ilustrado, se presenta como filósofo crítico dentro de la tradición iniciada por Kant. La Ilustración es así la herencia de una larga tradición hecha de reinterpretaciones, contrasentidos y redefiniciones. Es importante, entonces, estudiar las mediaciones históricas para para actualizar la Ilustración, pero siempre como actitud, nunca como ideología. Hacer de ella nuestra pasado más actual, en la medida en que contiene un proyecto emancipatorio basado en un proyecto de subjetivación y en el coraje de decir la verdad. Es la actitud crítica de un sujeto reflexivo que quiere construirse desde una elección ética. Pero la autoridad del discurso de la verdad no reside ni en un saber absoluto (Hegel) ni en un corpus científico (Althusser, Bourdieu). La verdad está en el pensar la propia vida y ser coherente con ella, oscilando entre la propuesta ético-política de Kant y la estética de la existencia de Baudelaire.
Antoine Lilti concluye que hay que problematizar la modernidad, a través de una investigación crítica de la Ilustración, para ser devuelta, no como una doctrina a seguir (sea total o parcialmente) sino como algo repensar desde la inteligencia colectiva y la imaginación creadora. La piedra angular del progresismo liberal ( tolerancia, racionalidad, libertad de expresión, fe en el progreso y en la ciencia, el humanismo cosmopolita) puede tener la virtud política de ser un arma contra el fanatismo o la fascinación de la violencia, defendiendo la argumentación y el diálogo. Pero no podemos quedarnos en su certeza reductora y edificante, ya que debe ser cuestionado por el pensar crítico para poner de manifiesto sus contradicciones y ambigüedades.
Se trata, en definitiva, de un libro muy potente para seguir pensando el presente y los horizontes emancipatorios, cuya lectura me parece altamente recomendable.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.