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Reseña

La invención del sí mismo. Poder, ética y subjetivación, de Nikolas Rose

Fuentes: Rebelión

Afortunadamente, aunque de manera tardía, se ha traducido del inglés al castellano el extraordinario libro de Nikolas Rose «La invención del sí mismo. Poder, ética y subjetivación». El libro se escribió en 1996, aunque tiene plena actualidad. El autor escribe además un prefacio para la traducción en castellano titulado «Reinventarse a sí mismo». En él nos explica que intentó escribir de una manera distinta la historia de la psicología, que lo que ha hecho hasta ahora es, o bien centrarse en lo cuestiones internas centradas en las aportaciones teóricas, o bien en las externas basadas en las biografías de los psicólogos. Tampoco estaba satisfecho con la psicología crítica de inspiración marxista ni con la crítica psicoanalítica a la psicología, ya que consideraba que esta historia crítica debía incluir a las corrientes psicoanalíticas en su objeto de estudio.  Es un análisis que propone problematizar el concepto de normalidad y de inadaptación, que se estaban convirtiendo en categorías clínicas, sociales y administrativas clave en los años 90 en el Reino Unido. Había que cuestionar todo “el mundo psi en su función de convertirse en ingenieros del alma humana. Cierto que a principios del siglo XXI ya el mismo Rose señalaba el paso de las disciplinas psi a las neurociencias y el desplazamiento del interés de la mente al interés por el cerebro. Pero también lo es que, más que una eliminación de las categorías psicológicas, lo que hay es una remodelación.

  Lo que se plantea es una genealogía del régimen contemporáneo del «self», que los traductores prefieren traducir por el «sí mismo» antes que por «yo», que da una visión de la subjetividad muy psicologizante. Para ello hay que dar a los estudios históricos un sentido crítico extendiendo los límites de lo que es pensable y posible. 

 Se trata de cuestionar algunas certezas contemporáneas acerca del tipo de personas que creemos que somos y ver otras maneras de pensarnos. Para ello es necesario examinar los procesos a través de los cuales hemos inventado el ideal regulativo de uno mismo, que están construidos por las disciplinas «psi» que se han ido desarrollando a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de entender el dispositivo contemporáneo de «ser humano» y las tecnologías que lo sostienen. Entendiendo que hay aquí un horizonte de capacidades y de libertades, pero también una serie de contrapartidas, derivadas de las cargas y de las ilusiones en los actos de dominio y de autocontrol implicados. Hacer, por tanto, un diagnóstico de la condición contemporánea del sí mismo. Cierto que esta manera de pensarse el sí mismo es muy heterogénea, pero Rose considera que hay una normatividad común, un «aire de familia» en las coordenadas históricas que imperan desde hace casi dos siglos en las sociedades liberales de Europa, América del norte y Australia. hay como un mismos ideal regulativo. 

 Hablar de la invención del «sí mismo» no es considerarlo una ficción. Se trata de nuestra verdad, de la verdad subjetiva sobre uno mismo. Se trata de una realidad histórica no ontológica ni universal, de una contingencia que, como tal, puede transformarse. Nuestro sí mismo es nuestra subjetividad, nuestra identidad personal, que está constituido desde nuestra herencia familiar y desde nuestra experiencia. Supone una interioridad, un universo interno y una manera de conducirnos que consideramos normal a través de un ideal regulativo que se torna autoevidente. Inicialmente se presenta como algo unificado y coherente pero luego se ha ido relativizando y se ha convertido en algo más plural y heterogéneo. Primero por la aparición de la conceptualización psicoanalítica del «inconsciente» que cuestionaba este sujeto unificado. Más tarde, por la intervención del feminismo que entendía al sujeto como un acto performativo, como una construcción cultural. Finalmente, por la intervención progresiva de la bioteconología, que deriva hacia la figura del cyborg.

De esta manera, cada vez más la noción de sujeto es fragmentada y desafiada.

 Para Rose la subjetivización no debe entenderse localizándola en un universo de sentido, sino en un complejo dispositivo de prácticas discursivas y no discursivas. La psicología aparece como una tecnología intelectual para visibilizar características, conductas y relaciones. La experiencia no es previa a esta visión, ya que ella misma está condicionada por una determinada manera de pensar lo que vivimos a partir de unos campos del saber, unas tramas de poder y unas formas de subjetividad establecidas.

 Las disciplinas psi están relacionadas con la historia del gobierno, entendiéndolo en un sentido más amplio que el político. Se trata de conceptualizar las estrategias, las tácticas y los programas diseñados para dirigir la conducta de los otros. La psicología aparece con la sociedad liberal, aunque hay que matizar que es utilizada también en las sociedades disciplinarias (nazismo, países comunistas). 

 La psicología del siglo XIX inventó el individuo normal y la de la primera mitad del siglo XX la persona social y a través de ella la norma de la adaptación. A partir de la segunda mitad del siglo XX se orienta de forma más compleja hacia la autorrealización y el crecimiento personal. Se entiende entonces la finalidad de la conducta como el equilibrio del desarrollo del propio potencial, la autonomía y la felicidad.

  Una genealogía de la subjetividad trata sobre la relación que tenemos con nosotros mismos, de precisar las formas técnicas que tiene esta relación. Pero el ser humano tiene una ontología histórica y, por lo tanto, no podemos universalizar estas relaciones, pero tampoco lo enfoca desde la perspectiva cultural, más bien sobre sobre las maneras como un sujeto se piensa a sí mismo y las prácticas ligada a ello. La subjetivización ha de ser tratada en sí misma, no como derivación de otra cuestión, hay que ir al dispositivo específico : redes perceptuales, imaginarias, conceptuales, normativas. 

 La fuente de inspiración del ensayo, explicita Rose, es Michel Foucault, aunque plantea estudiar las formas de subjetivación y de gobierno, más allá del campo de la ética. Un eje sería el de historia de las mentalidades, las tecnologías intelectuales, otro serían las técnicas corporales. También estudiarlo en relación con los ensamblajes, con localizaciones espaciales, es decir con formas de organización del habitat humano. La última cuestión es la relación con todos aquellos movimientos que han cuestionado la identidad, inventada por todos aquellos que quieren clasificar para dominar o controlar. Sería cuestión de valorar el coste de cualquier política identitaria y el papel que ha tenido la psicología para fomentar estas identificaciones.

 Hay que hacer una genealogía de la subjetividad desde la relación que se ha dado en los dos últimos siglos entre lo psicológico, lo gubernamental y lo subjetivo. Se trata de pensar contra el presente, en el sentido de explorar los horizontes y las condiciones de posibilidad de lo subjetivo, tal como lo entendemos hoy. La función crítica permite mostrar su contingencia y, por tanto, la posibilidad de transformación de lo que hay, al abrir el campo de lo posible. La historia de la psicología, como la de otras ciencias, es una «historia recurrente» (según el decir de Georges Canguilhem), que es una manera de legitimar a través de una serie de textos la realidad de la imagen actual de la disciplina. Se trata de justificar el presente a través de la continuidad de una tradición hecha a medida, marcada por unos criterios de inclusión y de exclusión en la que se marca lo decible/indecible, lo pensable/impensable. Es lo que Michel Foucault llamaba «un régimen de verdad». Hasta la ´década de los 60 del siglo XX todas las historias de la psicología eran recurrentes. A partir de aquí la sociología y la crítica cultural empezaron sus desafíos y se plantearon los condicionamientos económicos y corporativos o la utilización de la psicología como un instrumento del Estado. Todo ello le parece a Rose insuficiente, ya que la psicología ha desempeñado un papel fundamental en las técnicas que vincularon la autoridad a la subjetividad a lo largo del siglo XIX y XX, en particular a las relacionadas con las sociedades liberales. Para los sociólogos y antropólogos construimos el mundo desde categorías socioculturales, una de las cuales es la psicología. Pero la psicología no debe entenderse como principalmente como un discurso, sino como una tecnología humana, es decir una racionalidad práctica constituida por una serie de ensamblajes que buscan actuar sobre los seres humanos con la intención de orientar su conducta en una determinada dirección. Lo que se constituye, en todo caso, es un régimen de verdad, lo cual se hace siempre con una cierta violencia, siempre a través de redes interconectadas, de negociaciones y problematizaciones diversas. El territorio psicológico se ha creado a través de la persuasión y la negociación entre autoridades, tanto sociales como conceptuales, lo cual supone la implantación de un modo de percepción, la instauración de un vocabulario. En la psicología se da una peculiar alianza entre investigadores y profesionales, productores y consumidores del saber psicológico. 

 A partir del siglo XIX la psicología caminará para constituirse como una disciplina científica, pero a finales de siglo se consolidará con dos técnicas incorporadas a partir de otras disciplinas científicas: el experimento y, sobre todo, la estadística, Las técnicas estadísticas pasan de ser una condensación de lo empírico a ser una materialización de lo teórico. Todo ello es paralelo a una psicologización de diversos ámbitos, compuesta por la influencia de una red compleja y heterogénea de agentes, lugares, prácticas y técnicas para la producción, difusión, legitimación y utilización de verdades psicológicas. La conducta de las personas se torna y sus habilidades, personalidades y actitudes devienen centrales para la deliberación y los cálculos de autoridades sociales y teóricos psicológicos. Para Michel Foucault, la psicología tenía » perfil epistemológico bajo», ya que las reglas que gobiernan la constitución de su saber están ellas mismas estructuradas por unas relaciones institucionales. Foucault utiliza también la noción de «superficies de emergencia» para investigar los dispositivos (familia, trabajo, religión) a partir de cuyas normas empiezan a dibujarse las desviaciones desde las cuales se clasificará estas conductas como enfermedad, locura, delito.

La reflexión del psicólogo no supone una intervención polémica sino una racionalización de los dominios de experiencia para volverlos comprensibles o calculables. La psicología como tecnología plantea tres dimensiones en su relación con la subjetividad y el poder: la transformación de los programas de gobierno, que adoptan un tono psicológico; el cambio en la configuración de la autoridad, en la que aparecen nuevas figuras;  y, sobre todo, en el de la ética como arte de vida, que incorpora todo un repertorio de nociones de la psicología.  La construcción de lo psicológico ha transformado la percepción y las finalidades de los sujetos en relación consigo mismos y con los otros. El objetivo de la psicología crítica es hacer visibles las relaciones ambiguas entre la subjetividad, las verdades que establece y el poder. esta función crítica posibilita pensarlo de otra manera.

 La sociedad se consolida como noción clave en las sociedades europeas del siglo XIX. Lo social es así un matriz de deliberación y acción, el objeto de cierto tipo de saberes, el lugar de ciertos predicamentos, el campo delimitado por ciertas clases de dispositivos y el objetivo de diversos programas y ambiciones. La psicología nace en el siglo XIX dentro de este contexto de predominio de lo social. A medida que la mente humana se convierte en el objeto de una ciencia positiva, la subjetividad y la intersubjetividad se convierten en blancos del gobierno, en el sentido de «gubernamentalidad» introducido por Michel Foucault. Como un conjunto de instituciones, procedimientos, análisis, reflexiones, cálculos y tácticas que tienen como finalidad el gobierno de la población. La gubernamentalidad es, por tanto, una combinación de racionalidades prácticas y de tecnologías humanas para modelar las conductas. Empieza a tomar forma en la Europa del siglo XVIII. Surge la noción clave de «población» como objeto de la dominación política. El ejercicio del poder político dependía de cálculos y planificación racional para promover el bien de las personas. A esto se le llamó «ciencia de la policía» Para ello era necesario recoger y clasificar la información de la población y para ello utilizó la psicología. 

 Aparece el liberalismo como la reflexión sobre los límites de la acción del Estado. Su función es posibilitar el buen funcionamiento de la sociedad civil, del mercado, de la familia. El gobierno necesita del saber y aquí la psicología ocupa un lugar importante, ya que con su vocabulario cumplió dos funciones importantes: la primera fue que la subjetividad fue incorporada a los ámbitos de la escuela, la fábrica, la familia… allí es donde están las «superficies de emergencia»; la segunda fue la de constituir la subjetividad y la intersubjetividad como objetos de la administración racional, con lo que la psicología legitima las actuaciones políticas con el lenguaje de la ciencia con la importante ayuda de la estadística. Se trata de transformar los sujetos en números, en el marco de la noción de «población». Aparecen también los «test» como formas de clasificar. El tema de la sujeción se entiende cada vez más no como una forma de dominio, sino como un dispositivo que transforma al sujeto que, desde su libertad, se ha dejado modelar la conducta. La libertad se convierte en un imperativo y el gobierno de las mentes del sujeto moderno se efectúa a través de una red tecnológica construida para mantener el autogobierno de los ciudadanos y conseguir que sean los sueños de las autoridades y la persuasión de los expertos los que hacen que nos gobernemos a nosotros mismos de una determinada manera. La genealogía de la subjetividad no denuncia estos procesos sino que hace el diagnóstico para posibilitar la prescripción de antídotos contra sus excesos.

 Desde mediados del siglo XX, el gobierno de la conducta humana se transformó en una actividad intrínsecamente psicológica. Pero no es cierto que haya previamente una ciencia, que es la psicología, y que luego se aplique a diferentes ámbitos y menos aún que la psicología trate de las conductas normales. Justamente la psicología aparece como problematización, como la necesidad de inventar técnicas para corregir las desviaciones y creando expertos en su diagnóstico y tratamiento, nuevas formas de autoridad a los que se atribuye un saber-hacer que puede trasladarse a muchos aspectos de la vida social. Esta pericia les permite asesorar a gerentes, profesores, padres, educadores sociales. Pero no lo hace desde sus instituciones, que no las tiene, sino desde diversos territorios sociales, institucionales, donde los individuos se han de cuantificar, han de ser calculables y administrables, y esto desde un estatuto, el del psicológico, al que se le da una naturaleza ética. Un elemento importante es que, en una sociedad como la nuestra, llamada sociedad del riesgo, los profesionales necesitan la pericia psicológica para ir del presente al futuro para cuantificar los factores de riesgo y adoptar decisiones en función de ello. 

 El último y muy importante aspecto es mostrar cómo se inscribe la psicología en las prácticas éticas de los individuos, que se evalúan a sí mismos en relación con lo que es verdadero y falso, bueno o malo, normal o anormal. Lo que hay de específico es, precisamente, este tono psicológico de estas «técnicas de sí mismo» a través de las cuales nos pensamos, valoramos, consolamos y reformarnos siguiendo criterios psicológicos de verdad y falsedad. El antecedente es. como señala Foucault, la confesión cristiana. Es importante que situemos todo este proceso en el contexto de la gubernamentalidad, es decir, en la racionalidad práctica del gobierno liberal democrático que consiste en conciliar la autoconducción de la conducta manteniendo el equilibrio el sujeto libre y el sujeto social.  La transición a las economías de mercado y al pluralismo político requiere la intervención de los ingenieros de la mente humana que son los reversos de la libertad que quieren garantizan las democracias liberales.

 En los siglos XIX y XX se ponen en marcha, en las sociedades liberales occidentales, una serie de programas para el gobierno de áreas crecientes de la vida social y económica, que tenían una serie de objetivos: garantizar la seguridad de la propiedad, la tranquilidad de la producción, la virtud moral y la responsabilidad personal. Ello planteaba la necesidad de cálculo formalizado en relación a medios y a fines y aquí la psicología jugó el papel clave para esta contabilidad, ya que construyó un dispositivo para convertir las capacidades y los procesos mentales en información desde la que establecer cálculos. Siguiendo a Michel Foucault, Rose considera que todas las disciplinas «psi» tienen su origen en una inversión del eje político de la individualización. Es decir, en objetivar a los sujetos a partir de técnicas que permitan diferenciar para clasificar y establecer un plano de visibilidad que registra las diferencias individuales para evaluarlas en función de la norma, muchas veces establecidas en términos puramente comparativos. La observación individualizante estabiliza al sujeto traduciéndolo en categorías observables, medibles y controlables. La psicología se consolida en la medida en que es capaz de producir estos medios técnicos de individuación de la subjetividad humana y el test psicológico de inteligencia fue el paradigma de este proyecto, que consiguió que el intelecto se volviera gestionable sobre la base de la representación estadística de la variabilidad humana mediante el uso de la curva normal. La diferencia se reduce al orden mediante la representación estable, predecible y bidimensional de la normalización, todo ello inscrito en una psicología evolutiva en la que se seguía toda la formación del niño. Muchas críticas a la psicología social desde la sociología crítica se plantean por su carácter normalizador, pero también deberíamos cuestionar la psicología que defiende las relaciones sociales, las tecnologías autorreguladoras y los sistemas éticos para la autorealización. La conclusión es que la psicología como técnica individualizadora hace de los sujetos humanos algo manipulable tanto por los gobernantes como por uno mismo

Entre 1930 y 1950 nace la psicología social muy vinculada a las exigencias de la sociedad democrática, en la que gobernar significa hacerlo mediante sus libertades, es decir, a través de sus elecciones, lo que implica que hay que hacer que los ciudadanos sean aliados voluntarios de los gobernantes. La psicología social se convierte en un complejo de saberes, técnicas y normas que dan a los gobiernos liberales instrumentos para el gobierno de las conductas. Lo cual no quiere decir, claro, que la psicología social no haya estado al servicio de sociedades antidemocráticas. Siempre se trata de administrar la vida de los ciudadanos sin provocar resistencias. La psicología social provee así a los gobernantes de tecnologías intelectuales (formas de ver, de diagnosticar, de evaluar y enjuiciar) y aparecerán dos nociones claves de la psicología social: la de «actitud» y la de «grupo». Con «actitud» se quiere hacer transparente la predisposición hacia la vida social del sujeto y con «grupo» se quiere mostrar que hay que potenciar una entidad intermedia, entre el individuo y la multitud, que sea manejable. La psicología social crea dispositivos de inscripción a través de diagramas, gráficos, tablas, cartas y números que materializan las habilidades humanas en forma de cálculo y normalización. 

 A partir de 1930 se descubre en EEUU la «opinión pública», que se vinculará a las técnicas de comunicación y de propaganda para convencer, es decir, manipular, a los ciudadanos. En Gran Bretaña se toma un rumbo diferente. No es el psicólogo, sino el psiquiatra el que dominará en el tiempo de guerra a través de la preocupación de la salud mental de la población. La psicología social fue construyendo los objetos teóricos que podían ayudar a resolver las problematizaciones que aparecían en la sociedad democrática. En las imágenes de la subjetividad y la intersubjetividad que debían favorecer el bienestar de la sociedad democrática. Se trataba de dar a la autoridad el máximo atributo de racionalidad y objetividad. Un saber psicológico sobre las actitudes y el funcionamiento del grupo permitirían así alinear las demandas del gobierno democrático con la libertad de los gobernados.

 La imagen más potente del neoliberalismo es la del «sí mismo» emprendedor. Lo es porque se basa en un aspecto de la visión que tiene el hombre contemporáneo de sí mismo, que es la de un sujeto libre y responsable de sí mismo y de la vida que ha elegido. Un ser subjetivo que busca su realización personal. Los apoyos a este proyecto lo encontramos en los expertos en la subjetividad, formados en todas las disciplinas «psi». Michel Foucault sugirió que hemos de entender las formas de subjetivación con las del poder, pero no entendiendo el poder como algo que se opone al sujeto, sino como algo que atraviesa todas las prácticas que le conciernen. Las relaciones de poder crean y modelan los sujetos. Podemos explorar estas relaciones en tres dimensiones interconectadas. La primera, la política, fue denominada por Foucault, «gubernamentalidad” y son el conjunto de nociones, cálculos, estrategias y tácticas a través de las cuales diversas autoridades han querido intervenir en la vida de cada uno para llevarlos a su bienestar. La segunda es la institucional, que opera en los diferentes lugares en los que nos movemos y donde operan las tecnologías humanas. La tercera es la ética, que es la manera como el sujeto se evalúa a sí mismo a partir de un determinado proyecto ético que ha elegido y que se establece a partir de una serie de criterios: verdadero/falso; deseable/indeseable; permitido/prohibido. La cultura empresarial cada vez abarca más estos tres ámbitos. Es un modelo que permite entenderlos en términos de costes y beneficios, de inversiones y de recursos y todo ello entendido en relación a un proyecto. Lo empresarial es potente para la racionalidad política de los gobiernos liberales. La cultura terapéutica del «sí mismo» ha sido uno de los elementos más característicos de la época que vivimos. El sujeto debe convertirse en su propio empresario para maximizar sus capacidades, para ser feliz y mejorar su autonomía. Lo terapéutico ha subjetivado lo cotidiano, incluido el trabajo. La ética empresarial queda integrada en esta cultura terapéutico, con lo que el trabajo pasa a ser una parte de esta autorealización persona, incorporando como valores la creatividad, la innovación, la productividad y la eficiencia. Incluso el desempleo se plantea como un reto activo de encontrar un buen trabajo.  Lo mismo ocurre con el consumo, con lo que pasamos a ser consumidores responsables. Finalmente, con la familia ocurre lo mismo: cada cual elige el modelo que más le conviene. Los que quedan excluidos, es decir, los marginados que no pueden responsabilizarse de sí mismos, deben entonces ser cuidados por la comunidad y/o controlados por el poder policial.

 Todo este análisis formaría parte de lo que Michel Foucault llamaba «una ontología del presente», que es la de entender como hemos llegados a la subjetivación contemporánea. Rose plantea que su objetivo no es denunciar esta forma de subjetivación ética, sino de abrir un especio crítico sobre ellas. Entender que estamos en un terreno ético-político que va más allá de las diferencias entre izquierda y derecha, que es la de la gubernamentalidad liberal. Que lo que hace es internalizarnos la necesidad de ser sujetos libres y autónomos, pero desde una red compleja de expertos que nos van imponiendo unas determinadas nociones y tecnologías que son, en gran medida, las de la cultura empresarial.

  Nikolas Rose únicamente partirá de las conceptualizaciones de Michel Foucault, ya que también utilizará, a su manera y sin pretensiones de fidelidad, algunas conceptualizaciones de Deleuze y Guattari. Sobre todo, su idea de entender a los humanos como un conjunto de partículas y de fuerzas que afectan y son afectados. Aquí se combina este plano inmanente, de conexiones, que es centrífugo, con el plano de la organización, que es centrípeto, que nos forma como sujetos y nos estructuran como tales. Estas son, para Rose, las preguntas interesantes: ¿cómo se subjetivan los humanos? ¿en qué ensamblajes? ¿cuál es el papel de las disciplinas psi en la subjetivación actual? La pregunta no es que somos sino qué hacemos y sabiendo que las prácticas de subjetivación son históricamente contingentes. No son «a priori», son un efecto de la socialización. De lo que Rose quiere huir es de hacer del cuerpo la referencia final. Porque no somos un cuerpo dado, discreto y envuelto en una piel, habitada por una mente que nos subjetiva. No, el cuerpo es también una construcción sociocultural cultural (imaginaria y simbólica, como nos ha mostrado el psicoanálisis). 

Tampoco comparte Rose la consideración de que es el lenguaje la causa de la subjetividad, cómo plantea por ejemplo Émile Beneviste cuando dice que hay sujeto porque hay pronombre personal, es decir sujeto de enunciación y esto es lo que da lugar a una posición subjetiva. Rose considera, y sigue aquí también a Deleuze y Guattari, que el sujeto se da siempre en un régimen de signos que refleja una organización de poder en un espacio y en un tiempo, una relación entre un sujeto y un objeto que se da en un determinado régimen de verdad. Finalmente cuestiona también la idea del yo narrativo, muy planteado en términos de comunicación (con uno mismo y con el otro) y como significado. La propuesta es hacerlo en relación con unas tecnologías de subjetivación. 

 La reflexión final hace referencia a los cuatro ejes de los pliegues que plantean Deleuze y Guattari y la manera como Rose considera que se concreta en la sociedad actual. Primer eje: lo que se pliega, que si en Grecia era el cuerpo y sus placeres, en el medievo la carne y el deseo, ahora es el sí mismo. Segundo eje: la autoridad capaz de desplegar una normativa. En este caso son los profesionales de las disciplinas psi los que formulan de qué manera hemos de relacionarnos con nosotros mismos. Tercer eje: la veridicción que funciona en cada pliegue, que en el momento actual es la del psiquismo. Cuarto eje : la esperanza que implica cada pliegue, que es la de la libertad.

 Para Nikolas Rose es importante analizar los escenarios en los que se administran los pliegues, sus aparatos y sus contextos, pero lo importante es ver el diagrama común. En este caso es el de un ser que se considera libre por saberes esenciales sobre sí mismo, que delimita la posibilidad del sí mismo en el mismo momento en que otorga a estas posibilidades el estatuto de verdad. Este ser psicológico es el que se encuentra detrás de todas nuestras actividades. la interioridad que se les ha dado a los humanos a través de aquellos proyectos que buscan conocerlos y actuar sobre ellos para decirles su verdad y hacer posible su felicidad. Es este ser que buscamos autogobernar bajo el ideal de la felicidad. Ideal regulativo que plantea proyectos de emancipación, pero también muchas cargas y ansiedades.

Traducción de Silvana Vetö, Niklas Bornhauser y Francisco Valenzuela. Santiago de Chile: Editorial Pólvora, 2019