De cía un excelente crítico literario como era Friedrich Engels, en una suerte de definición de la novela de tendencia socialista, que el escritor «no tiene por qué darle en mano al lector la solución histórica futura de los conflictos sociales»; muy al contrario, «la novela de tendencia socialista realiza completamente su vocación si, a […]
De cía un excelente crítico literario como era Friedrich Engels, en una suerte de definición de la novela de tendencia socialista, que el escritor «no tiene por qué darle en mano al lector la solución histórica futura de los conflictos sociales»; muy al contrario, «la novela de tendencia socialista realiza completamente su vocación si, a través de una descripción fiel de las circunstancias reales, rompe las ilusiones convencionales dominantes acerca de ellas, sacude el optimismo del mundo burgués, vuelve inevitable la duda sobre la validez eterna de lo existente, aun sin ofrecer ella misma una solución en forma directa, e incluso en algunos casos sin tomar partido ostensiblemente» i . Engels, según parece, era un lector poco exigente y se conformaba con más bien poco. Para él, la literatura de tendencia socialista únicamente debía marcarse como objetivo inmediato y prioritario desenmascarar o desnaturalizar las relaciones de explotación capitalistas, sin que su autor tuviera que tomar partido ni ofrecer a sus lectores una respuesta a la problemática que la novela describe.
Pero Acceso no autorizado , la última novela de Belén Gopegui, da un paso hacia adelante. Porque si bien contenta a los lectores poco exigentes como Engels, debido a que visibiliza el funcionamiento real del capitalismo y de su democracia, también nos hace replantear la tesis engeliana indicando al lector que una novela «de tendencia socialista» -por seguir con la terminología empleada por Engels- no sólo tiene que ser una pintura fiel de la realidad sino también -y sobre todo- debe posicionarse e indicar directamente una solución. Las novelas de Belén Gopegui ofrecen esa solución, dan siempre una respuesta, no sólo colmando las inquietudes de un lector poco exigente sino también superando sus expectativas depositadas en lo que podíamos denominar «literatura crítica». Porque la literatura de Gopegui postula una nueva fórmula literaria basada en la suma de la visibilización de los conflictos y la introducción de una propuesta para la acción política.
Por otro lado, Acceso no autorizado habrá complacido a otro lector sin duda más exigente que el propio Engels, como es el editor y crítico literario Constantino Bértolo. En una ponencia titulada «Literatura de la III República», que presentó en el año 2010 en la Universidad Autónoma de Madrid, en el marco de las VIII Jornadas sobre la cultura de la República, dirigidas por Julio Rodríguez Puértolas, Bértolo hizo un llamamiento a nuestros escritores a que escribieran Tres piezas didácticas sobre la Transición española , cuya última pieza se tendría que titular La noche que Felipe González abandonó el marxismo . Decía Constantino Bértolo que «La última de las piezas (…) tendría como materia dramática el momento, mayo de 1979, en que los delegados asistentes al XXVIII Congreso del PSOE rechazan la pretensión de su secretario general de retirar la definición como marxista de la organización. La pieza recogería los acontecimientos que transcurren desde el momento en que se lleva a cabo este rechazo y el instante en que Felipe González sale al plenario para presentar su dimisión irrevocable al no estar de acuerdo con la resolución aprobada. Toda la representación tiene lugar en una salita próxima al gran auditorio en donde se desarrolla el Congreso. Por el escenario pasan personajes de la historia reciente como el propio Felipe González, Alfonso Guerra, Enrique Tierno Galván, Francisco Bustelo, Antonio García Santesmases, Nicolás Redondo, Luis Gómez Llorente, Carmen Romero, Juan Luis Cebrián o el padre Martín Patino. La tensión dramática tendría su foco especular en la figura opaca de un Alfonso Guerra a quien, de manera más implícita que explicita, Felipe parece reclamar total adhesión hacia la renuncia que piensa llevar a cabo. Material teatral que la literatura no debería desaprovechar» ii . Y parece Belén Gopegui no lo desaprovecha (p. 80ss) y convierte este escenario en una de las claves constitutivas de su novela. Porque Gopegui, al retratar la democracia española, señala ese XVIII Congreso del PSOE como un punto de inflexión en el que se inicia el fin de un sueño de transformación radical de la sociedad, el despertar en forma de desencanto, la desmovilización de la clase obrera, la desideologización de la sociedad (empezando por el propio PSOE que se desideologiza) y el fin de la política en un sentido activo de la misma. En definitiva: el inicio de una democracia de postín donde ni los ciudadanos ni la clase política tiene nada que decir.
Porque -y esto lo visibiliza óptimamente la novela- ni unos ni otros, ni ciudadanos ni políticos, pintan nada en la democracia del sistema capitalista. Llama poderosamente la atención el hecho de que en múltiples ocasiones los personajes de Acceso no autorizado , independientemente de su posición social, hagan referencia al destino y muestren su convencimiento de que nada -ni sus propios pasos- depende de ellos mismos. Como si todo estuviera escrito. En el ámbito político los personajes tienen la convicción de que sus decisiones no sirven para nada o, en el mejor de los casos, sólo sirven para poner «frenos milimétricos» (p. 178) o «corregir» el rumbo marcado (p. 265), conscientes de que son otros los hilos que mueven el mundo. En este sentido, la política queda reducida a una «máquina movida por los designio de los otros» (p. 211). Bien parece que el capitalismo avanzando nos ha devuelto a la epopeya clásica, aunque con un matiz inédito: ahora el destino ha sido sustituido por la mano invisible -que diría Smith- del mercado. No es posible enderezar el rumbo, tomar decisiones, elegir el camino, porque este ya está trazado de antemano por una nueva construcción ideológica del destino denominada mercado. Nada depende de nosotros sino del designio de los nuevos dioses. Por ello, el gobierno no puede prohibir -se dice en la novela- los anuncios de prostitución en los periódicos, debido a que esta medida les ocasionaría a los dueños de la opinión pública unas pérdidas económicas que sabrán acompañar de una buena venganza contra el gobierno si impulsan dicha medida (pp. 127-128). Es mejor no jugar con fuego. Lo mismo sucede en el proceso de nacionalización de las cajas de ahorros, que se vuelve inviable debido a presiones externas: el presidente no está «dispuesto a desafiar el poder de unos bancos que, entre otras cosas, habían negociado operaciones de crédito al partido» (p. 230). El gobierno no tiene el poder, ni siquiera lo gestiona. Porque una cosa queda clara tras la lectura de Acceso no autorizado : y es que una cosa es el gobierno o la política y otra bien distinta el poder. En este sentido «la política» se convierte «en el escenario donde se libran las batallas que vienen de otros lugares. Nuestra batalla la han ganado otros». Y esos «otros» son los que le marcan la agenda al gobierno. Ante este panorama, se pregunta un personaje: «¿Para qué hemos trabajado durante años? Si estamos en manos del destino, por lo menos trataremos de comprender lo que hace con nosotros» (p. 240). O como se pregunta la vicepresidenta Julia Montes: «¿He dedicado mi vida a la política para esto? ¿Para qué nos retraigamos sin haber siquiera asomado la cabeza: nada sabemos, nada podemos, qué miedo, qué miedo que vienen los mercados» (p. 279). Pero esta falta de capacidad para enderezar las cosas no hace inocentes a los políticos, sino todo lo contrario: los convierte en culpables por haber permitido que los mercados se entrometieran en el ámbito de la decisión política y por permitir que la soberanía resida en los mercados y no en la ciudadanía, como debiera corresponder en un sistema verdaderamente democrático (p. 264); son culpables, sobre todo, porque detrás de cada decisión que se toma para complacer a los amos del mundo «había personas que verían afectada su vida» (p. 109). La responsabilidad anda de la mano de la culpa: porque «un hombre puede matar a cien mil con indiferencia por omisión o aprobando una ley» (p. 198).
Pero , como decíamos, no sólo ven mermada su capacidad de decisión aquellos que ejercen cargos en las altas esferas políticas. También reproducen esta ideología los otros personajes para justificar los avatares de su vida cotidiana. De este modo, Eduardo, que ha abandonado la militancia política y con ella a sus antiguos compañeros, y que se ha terminado convirtiendo en abogado de «seguratas de poca monta» cuando sus sueños de abogacía eran otros, justifica su posición laboral y existencial en los siguientes términos: «Son tan pocos los que eligen lo que quieren ser» (p. 69). Bien parece que no somos dueños de nuestro destino. De forma parecida se dice en la conversación entre la vikinga y el chico: «hay unos tipos que tienen el monopolio de nuestras consecuencias» (p. 173). Este es, probablemente, el gran acierto de Acceso no autorizado : por un lado, la visibilización de que no somos autores de nuestras vidas ni de nuestras decisiones y, por otro lado, que aunque no lo seamos, podemos llegar a serlo, aunque -como se apunta en el desenlace de la novela- las consecuencias puedan llegar a ser nefastas y nuestro intento nos lo puede cobrar la muerte o el olvido. Pero hay que seguir aspirando a ello.
El otro gran acierto de la novela sea, posiblemente, el personaje de El Irlandés. Decía Jameson, para definir el capitalismo avanzado, que «unos amos sin rostro siguen produciendo las estrategias económicas que constituyen nuestras vidas» iii . En efecto, bajo la abstracción del mercado, que parece indicar que el mundo lo gobiernan espectros fantasmales, sin nombre y sin rostro, se esconden los verdaderos amos del mundo, con rostro, nombre y apellidos, que son los que mueven los hilos de la realidad. La ideología los enmascara, los oculta bajo la abstracción de los números y tenemos la falsa percepción de que no existen. Nadie nos dice quiénes son, quién hay detrás de cada movimiento. ¿Acaso son verdaderamente fantasmas? No. Son gentes de carne y hueso, como lo personifica el Irlandés de la novela, aunque, como él mismo afirme en cierto momento, «Mi nombre no existe» (p. 186). El Irlandés, como verdadero amo sin rostro, tal vez sea el personaje más idóneo para desnaturalizar el sistema; él sabe cómo funciona la democracia en el capitalismo y así nos lo expone en una suerte de monólogo interior: «Llevaba años negociando ventas con sobreprecio de empresas y servicios a la administración. La democracia no era más que el recambio de los vendedores, según quién estuviera en el gobierno serían unos y no otros quienes podrían ofertar sus ruinas para obtener a cambio millones de euros del común. También recambio de compradores que adquirían a precio de saldo inmuebles e infraestructuras puestas en pie por la comunidad. Todos lo saben y se rasgan las vestiduras de cuatro a seis y después vuelven a lo suyo. Yo he mediado con todos, les he visto malversar lo que debía pertenecer al país entero y a las generaciones por venir» (pp. 197-8). En este sentido, Acceso no autorizado da en el blanco al señalar no sólo las deficiencias de nuestra democracia, o acaso sus disfunciones, que podrían ser enmendados con un proceso de reformas regeneracionistas, sino que va más allá: advierte sobre la incompatibilidad entre democracia y capitalismo.
Pero más acertado todavía resulta el hecho de que El Irlandés, aunque en ningún momento llegamos a saber su nombre, es descrito con todo lujo de detalles. Incluso se le humaniza, al mostrarnos el narrador que los ricos también lloran (p. 197). Esta humanización -lejos de buscar la complacencia del establishment literario, siempre atento a si el novelista adolece de maniqueísmo- cumple una función muy clara: si el personaje sufre, luego es humano. Por lo tanto existe; y su existencia constata que no se trata de un espectro, de un ente abstracto. Finalmente, si existe significa que podemos terminar con él. O lo que es lo mismo, en boca de un personaje: «Detrás de los mercados hay personas y tendrán que enfrentarse a la oposición con otras personas». El problema es localizar a esas personas escondidas bajo la abstracción del mercado. John Ford, en las Las uvas de la ira , describió de forma muy acertada esta problemática en una de las escenas iniciales de la película. La escena muestra el diálogo entre el campesino que va a ser desahuciado de su casa y el empleado de cuello blanco que cumple órdenes de la multinacional propietaria de la tierra que va a demoler su casa. El empleado le pide al campesino que no se enfade con él, que él no tiene la culpa. El campesino, entonces, le pregunta quién la tiene. El empleado la responde que el propietario de la tierra es la compañía Sonvilland pero que tampoco ellos tienen la culpa, sino el banco que es quien ordena lo que tienen que hacer. Pero les aconseja que no pierdan el tiempo acudiendo al banco, pues allí sólo se encuentra el apoderado que, del mismo modo, sólo trata de cumplir las órdenes que llegan de Nueva York. Entonces el campesino, lúcida e inocentemente a la vez, pregunta: «Entonces, ¿a quién hay que matar?». En la novela se responde -en el plano de la ficción- a esta pregunta, interrogante fundamental para la acción política y revolucionaria. El Irlandés, en la novela, es el amo sin rostro, que decía Jameson, que tiene el control sobre nuestras vidas. Hay que ponerle rostro a El Irlandés de la vida real. Una vez localizado el enemigo emprender la lucha será de nuevo posible.
Por lo demás, Acceso no autorizado es una muy buena novela. No sólo para quien busque en la literatura una descripción fiel de las relaciones sociales y una respuesta al conflicto descrito, sino también deberían ser de la misma opinión aquellos que producen u organizan el gusto literario. Los motivos son varios: en primer lugar, la estructura bipartita de los capítulos -sobre todo del primero- crea una tensión dramática, un suspense, que seguro que va a agradar a lectores que quizá sea la primera vez que se acerquen a una novela política. Del mismo modo, y como se decía arriba, el trato o la descripción de El Irlandés, fuera de toda sospecha de maniqueísmo, es también apta para todos los públicos. Y, por último, el hecho de que se insinúe que Julia Montes siente una atracción amorosa por el hacker que se esconde tras el cursor del ordenador, se encuentra muy en consonancia con el gusto de quien produce el canon literario, de quien determina qué es una buena o mala novela. Incluso, que la novela deje abierta la posibilidad de que haya sido precisamente esta atracción amorosa lo que ha impulsado a la vicepresidenta a romper con el sistema, es plato de su agrado. Belén Gopegui ha cumplido, con Acceso no autorizado , también con la literatura. Ha estado a la altura de lo que el género narrativo exige. Porque, como ella misma dijo en una ocasión, es un requisito imprescindible seguir manteniendo la forma literaria para que la función política de la novela no pierda su eficacia: «… siempre pagando peajes, disimulando, poniendo un poco de complejidad formal o un poco de ironía o un poco de sentimentalismo para que el caballo [de Troya] tenga pinta de caballo o para que el capitalista piense que será más alto el beneficio obtenido que la cantidad de sabotaje que la novela o la película puedan contener» iv . Acceso no autorizado sin duda guarda la apariencia de caballo, incluso de muy buen caballo (la tapa dura contribuye a ello), pero en su interior se esconde no el ejército de troyanos de la epopeya clásica, sino un virus troyano que una vez completada la descarga inicia su labor de destrucción.
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i Friedrich Engels, Carta a Minna Kautsky, en Viena; Londres, 26 de noviembre de 1885. En Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos sobre literatura, Buenos Aires, Colihue Universidad, 2003, p. 323
ii Constantino Bértolo, «Literatura de la III República», en La República y la cultura. Actas de las VIII Jornadas sobre la cultura de la República , en Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en prensa.
iii Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica del capitalismo avanzado , Barcelona, Paidós, 1991, p. 43.
iv Belén Gopegui, «Retaguardia y ficción», Papeles de la FIM, nº 25 (2007), Fundación de Investigaciones Marxistas, p. 63.
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