Editado por Aldarull, Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona (1933-1938), que lleva por subtítulo: De los Cuadros de defensa a los Comités revolucionarios de barriada, las patrullas de control y las Milicias populares, vio la luz en 2011 y va ya por la cuarta edición (corregida y aumentada). El historiador Agustín Guillamón (Barcelona, […]
Editado por Aldarull, Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona (1933-1938), que lleva por subtítulo: De los Cuadros de defensa a los Comités revolucionarios de barriada, las patrullas de control y las Milicias populares, vio la luz en 2011 y va ya por la cuarta edición (corregida y aumentada). El historiador Agustín Guillamón (Barcelona, 1950) se propone con él analizar la forma como el movimiento libertario organizó la revolución en Cataluña y las tensiones que vivió en su seno, reivindicando el papel de los comités de defensa de la CNT, que resultan imprescindibles para explicar la derrota del fascismo en las calles de Barcelona el 19 de julio de 1936.
El libro arranca dando noticia de un importante cambio que se produce en la CNT a finales de 1934. Tras el fracaso de los movimientos revolucionarios del año anterior y el demoledor informe de Alexander Shapiro, secretario general de la AIT, sobre la desorganización e improvisación que se manifestó en ellos, se impone entonces la necesidad de constituir una estructura militar de grupos de defensa bien organizados, capaz de afrontar los retos del futuro. La ponencia sobre los Comités de Defensa, de 11 de octubre de 1934, establece la formación de grupos de seis miembros con una zona específica de trabajo y que se repartirán las funciones esenciales (información, armamento y propaganda). Estas células están destinadas a preparar la revolución y a constituirse en vanguardia de la lucha popular cuando esta se desencadene. La coordinación entre ellas daba forma a un ejército que se preveía que sólo podría triunfar tras una larga guerra civil, como se ratifica en la ponencia presentada por varios grupos anarquistas en enero de 1935.
Los grupos de defensa dependían de la CNT, y no deben confundirse con los grupos de afinidad autónomos y federalistas que eran la forma organizativa de la FAI hasta que esta asumió una estructura orgánica a partir de julio de 1937. Tampoco deben confundirse con los grupos de acción constituidos por la CNT tras el asesinato del Noi del Sucre (1923) para oponerse al pistolerismo patronal, y que prodigaron atentados y atracos hasta su condena en mayo de 1935 por un pleno de grupos anarquistas. En el primer semestre de 1936 se enfrentaron dos estrategias cuando el uso de conceptos como «toma del poder» y «ejército revolucionario» por parte del grupo Nosotros (Durruti, Paco Ascaso y García Oliver, entre otros) encontró una abierta oposición en el movimiento libertario español e internacional, aunque sin que se ofrecieran alternativas claras de actuación.
Es así como se llega a las jornadas de julio de 1936 en las que los cenetistas son decisivos en la derrota del ejército en las calles de Barcelona. Guillamón nos acerca a los detalles de la batalla por el control de la ciudad, horas de coraje y heroísmo anónimo que concluyen el día 19 a las siete de la tarde cuando Goded reconoce a través de la radio el fracaso del alzamiento, palabras escuchadas en toda España con consternación o entusiasmo extremos. Estos días de lucha, los miembros de los comités de defensa pasan a ser conocidos como «los milicianos», al tiempo que nuevos compañeros se incorporan a ellos, hecho previsto cuando se constituyeron. Ellos eran la fuerza armada del proletariado y se desdoblaron en las milicias populares que partieron para el frente y los comités que, integrando a otras organizaciones antifascistas, consolidaron el orden revolucionario en pueblos y ciudades.
Un análisis del funcionamiento de los comités revolucionarios de los barrios de Barcelona permite constatar grandes dosis de espontaneidad y una atomización del poder, que pronto entra en conflicto con el órgano interclasista de control que se constituye, el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), con el que la CNT decide por votación democrática colaborar. La situación creada es insostenible y se hace más insostenible aún cuando la CNT entra en el gobierno de la Generalitat. Las actas de reuniones reproducidas en el libro evidencian las tensiones entre los comités de los barrios y las directrices que llegan de arriba. Así, por ejemplo, los primeros se niegan a desarmarse mientras no lo hicieran los grupos afectos al gobierno. Al mismo tiempo, la CNT organiza un sistema redistributivo en el que impuestos y requisas permiten establecer servicios de asistencia, como comedores gratuitos o atención médica, para la población más necesitada.
Estos comités de los barrios de Barcelona constituían el potencial órgano de poder de la clase obrera en ese momento, pero muy pronto el CCMA, que hubiera debido coordinarlos, opta por quitarles competencias en beneficio de la Generalitat, al tiempo que renuncia al que hubiera sido su principal objetivo, esto es organizar y abastecer un ejército capaz de ganar la guerra. En ausencia de este, a las milicias de los diferentes partidos y sindicatos, mal pertrechadas y peor coordinadas, sólo les quedaba aguardar la militarización inminente por parte del gobierno central. La disolución del CCMA tras nueve semanas de existencia con entrada de la CNT en la Generalitat supuso el fin de un sueño de democracia obrera y el retorno del poder estatal de la mano de los propios dirigentes que se decían anarquistas.
Tras esta deriva, las actas de reuniones que se reproducen en el libro muestran cómo los comités de defensa se debaten entre asumir un rol protagonista o someterse a las directrices que emanan de la directiva de la CNT. No se ha de olvidar que es esta la época en que los estalinistas asaltaban el poder y su clara estrategia era ganarse a los dirigentes de la CNT al tiempo que se reprimía a los trotskistas del POUM y a las bases anarquistas. A finales de 1936, Joan Comorera (PSUC), consejero de abastos de la Generalitat, arremete contra los comités de los barrios, a los que acusa torticeramente del desabastecimiento de la ciudad. La respuesta de la comisión de enlace de estos no se hace esperar y da lugar a la llamada «guerra del pan», que supuso otra vuelta de tuerca en la derrota del poder obrero.
Otro interesante documento muestra cómo a finales de marzo de 1937 se produce una reestructuración de los comités de defensa, que buscan reforzarse con vistas a resistir cualquier movimiento contrarrevolucionario. El domingo 11 de abril en un mitin en la Monumental, la ministra Federica Montseny es abucheada y se exige la libertad de los antifascistas presos. Al día siguiente, una reunión de grupos ácratas y comités de defensa en Barcelona pone de manifiesto la escisión entre colaboracionistas y radicales. Estos últimos logran sacar adelante una propuesta pidiendo la retirada de los anarquistas de la Generalitat y la constitución de un comité central de las barriadas que asuma la socialización total de la economía, pero las decisiones de las bases contaban muy poco ya…
El 3 de mayo, la toma de la sede de Telefónica en Barcelona por tres camiones de guardias de asalto fue el detonante de un levantamiento popular en el que los comités de defensa tuvieron un papel decisivo. Este se prolongó hasta el día 7, cuando tras controlar amplios sectores de la ciudad y levantar barricadas, los insurrectos decidieron obedecer el llamamiento de los líderes anarquistas y dejar las armas. La historia que sigue es bien conocida: ilegalización del POUM y represión creciente de las bases libertarias. Guillamón aporta detalles sobre el desmantelamiento de los últimos reductos de poder obrero en Barcelona y los asesinatos de Camillo Berneri y Francesco Barbieri. El libro incorpora en varios anexos información sobre los comités de defensa y un glosario, así como fotografías y documentos de la época.
Las actas de reuniones estudiadas en Los Comités de Defensa de la CNT en Barcelona (1933-1938) son tal vez lo que más nos impresiona de una historia que tiene ya en sí un interés extremo, y es porque nos sumergen en la lucha agónica de unos hombres atrapados en el sino de aquel tiempo. Tras derrotar al fascismo en las calles, ellos aceptaron lealmente colaborar con todos los sectores antifascistas, pero esto sirvió sólo para ver cómo sus dirigentes eran cooptados y su estructura horizontal y asamblearia, neutralizada y combatida; pronto las conquistas sociales fueron diezmadas y se impuso un orden autoritario que llevó a la ruina. Fue así como el desastre ruso arrastró el desastre español y el siglo XX acabó renunciando a la idea de la emancipación humana.
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