Traducción de Àngel Ferrero
En un texto titulado quizá algo barrocamente El nuevo anticomunismo de la nueva derecha post-antifascista europea, Luciano Canfora escribía que una de las más importantes tareas de la izquierda es recuperar una parte de «la memoria de una fase histórica -la URSS y el socialismo-: una memoria que sigue siendo positiva, sobre todo en la mente de quienes sacaron beneficios, por ejemplo, los estratos ahora reducidos al hambre de la nueva Rusia mafio-capitalista. Los cuales, empero, no tienen voz, y todavía menos voz historiográfica. Su voz es tapada por el fragor de una publicística historiográfica que da con todo desparpajo la imagen más tenebrosa del imperio del mal.» No es necesario advertir al lector español a qué lado se encuentra Martin Amis, escritor mimado por la crítica literaria española. No ocurre así en otros países, empezando por el suyo propio. Con ocasión de la publicación de su última novela La casa de los encuentros (Anagrama), hemos creído conveniente rescatar la acerada -y no exenta de polémica- crítica que en su día hizo Stewart Home de su ensayo Koba el Temible: la risa y los veinte millones (Anagrama, 2002), según un crítico de La Vanguardia el pasado miércoles, «uno de los más inteligentes ensayos […] donde tritura con su peculiar artillería dialéctica la terrorífica figura de Stalin al mismo tiempo que reprocha la ingenuidad estúpida o la ceguera acomodaticia de los intelectuales progresistas occidentales ante las falsedades del comunismo.» Peculiar lo es, desde luego, si tenemos en cuenta lo desordenado de su estilo y que su discurso apela -sorprendentemente para un ensayo que se presentó en su día como históricamente riguroso- más a la emoción que a la razón, entre otras «peculiaridades» que el propio Home se encargó de desmontar.
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Koba el temible: la risa y los veinte millones
Stewart Home
Martin Amis está en apuros. Aunque recibe grandes anticipos por sus libros, su popularidad está eclipsada por la de escritores como Irvine Welsh. Amis está, pues, bajo presión para maximizar su perfil mediático, su último recurso para mantener sus productos literarios en circulación. Por eso no resulta sorprendente que haya presentado su absurdamente tardía denuncia de Stalin como un rifirrafe con su «amigo» Christopher Hitchens: las riñas públicas han sido siempre muy populares en los diarios británicos. Como truco publicitario, esta maniobra ha funcionado lo suficientemente bien como para generar una amplia cobertura en prensa, pero el libro ha sido ridiculizado por los historiadores. Toda la pelea con Hitchens sirve para iluminar y oscurecer a un mismo tiempo ese curioso fenómeno de las celebridades, entendida como reificación de lo humano. Porque Koba el terrible nos habla más de Amis que de Stalin. Koba no es un libro de revisionismo histórico: básicamente consiste en fragmentos de propaganda de la Guerra Fría reunidos por un perfecto imbécil. Como Robert Conquest -ex consejero de Margaret Thatcher-, Amis iguala cada una de sus palabras con los muertos del terror estalinista: «En estas páginas, preposiciones inocentes como en y para representan el asesinato de seis siete familias numerosas.» [página 12 de la edición española]. En lugar de añadir gravedad a un libro risible, este ardid literario completamente cínico ilustra cómo lo que escribe últimamente alguien con la cabeza llena de pájaros como Amis carece de peso. Amis habla con un cadáver en la boca, e inevitablemente los muertos se convierten en un lastre para su limitada prosa. Es imposible enumerar todas las cosas en que Amis se equivoca, aunque una ojeada a las reseñas más objetivas dará al lector una muestra de las inexactitudes del libro.
Si la riña mediática entre Amis y Hitchens ha sido tan provechosa es por la poca intensidad del debate. Los asuntos en los que Amis y Hitchens están en desacuerdo son irrelevantes. Resultan mucho más importantes los puntos de vista que comparten y la manera en que se usan para manufacturar consenso en un pseudo-debate mediatizado. Hitchens escribe en su «réplica» a Koba publicada en The Athlantic Review (septiembre 2002): «En numerosos pasajes [Amis] sostiene, en ocasiones no con poca simpleza, que la ideología es hostil a la naturaleza humana, lo que implica que el socialismo teleológico fue en parte o completamente así. No vamos a discutirnos por ello. Corruptio optimi pessima: no puede concebirse mayor crueldad que la que practican aquellos que están seguros, o se les asegura, que están obrando bien. Sin embargo, uno puede llegar a semejante conclusión de una manera complaciente, o por lo que yo me atrevería a llamar de manera dialéctica. ¿Alguien puede creer que, de haber triunfado la revolución rusa de 1905, habría conducido directamente al gulag y a las colectivizaciones forzosas? La respuesta es, obviamente, que no. Semejante revolución podría incluso haber impedido la guerra en los Balcanes y la Primera Guerra Mundial. Los espíritus que animaron aquella revolución fueron Lenin y Trotsky, que fueron derrotados por las fuerzas de la autocracia zarista, la Iglesia Ortodoxa y el militarismo. Perdón, pero nadie puede molestarse mucho en argumentar convincentemente que el fascismo hubiera sido mejor de haberse dado las circunstancias propicias. Y no hubo disidentes en el Partido Nazi arriesgando sus vidas por la razón de que el Führer había traicionado la verdadera esencia del Nacional-Socialismo. Como Amis medio reconoce, en su cumplido en passant hacia mí, esa cuestión simplemente no viene al caso.»
Hitchens, como Amis, demuestra una extravagante falta de comprensión en este asunto, al universalizar invariablemente sus perspectivas absurdamente limitadas. Puede darse el caso de que en el medio en el que Hitchens se mueve «nadie puede molestarse en argumentar demasiado convincentemente que el fascismo hubiera sido mejor» bajo diferentes circunstancias, pero esto no es desde luego verdadero para aquellos que se reúnen bajo la égida de las diferentes ideologías neo-nazis, incluso si lo que los fascistas creen que puede ser «mejor» es marcadamente diferente de la vaga noción que Hitchens parece apuntar en su uso del término. Dicho esto, el «mucho» y la exclamación que lo precede -«perdón»-, le llevan a uno a sospechar lo peor. Hitchens se hace de alguna manera eco de Amis, quien escribe en Koba: «no hay que olvidar, sin embargo, que a Hitler lo apoyaron amplísimos sectores ni que el nazismo tenía muchos admiradores distinguidos (entre ellos Martin Heidegger y dos premios Nobel de física)» (página 231n).» Martin Heidegger no fue un admirador del nazismo, como Amis declara insensatamente en su ridículo intento por minimizar su implicación lacayuna en el fascismo. Heidegger se afilió al NSDAP para poder ejercer un cierto liderazgo en él, a pesar de que su intento de sustituir al «pequeño cabo» como líder filosófico y espiritual fallara estrepitosamente. Y contra Hitchens, el hecho de que hubo disidentes en el Partido Nazi fue bien conocido por la inteligencia británica: fue este estado de cosas el que llevó al Political Warfare Executive a fabricar falsos sellos alemanes con el retrato de Himmler en lugar del de Hitler, con la esperanza de poner en circulación el rumor de que Himmler planeaba suplantar a Hitler mediante un golpe de estado. Sin embargo, aquellos que fueron más abiertamente críticos con Hitler -como Ernst Jünger, el escritor favorito del Führer, quien colaboró durante la década de los veinte en la prensa del Partido Nazi y fue cercano al círculo de Goebbels- tendieron a reunirse bajo la bandera del Nacional-Bolchevismo a medida que su desilusión hacia Hitler crecía. Los Nacional-Bolcheviques castigaron a Hitler por ser insuficientemente aristocrático, y parece ser que Jünger intervino personalmente en el intento de asesinato del Führer en 1944.
Koba el Temible es, además, un mamotreto hipócrita, como puede ilustrarse con la siguiente cita, tomada de un apartado final de capítulo dirigido directamente a Christopher Hitchens: «Deberías leer los veinticuatro volúmenes de las obras completas de Lenin de la siguiente manera: cada vez que veas las palabras ‘contrarrevolución’ o ‘contrarrevolucionario’ deberías quitar el ‘contra’; y cada vez que veas las palabras ‘revolución’ y ‘revolucionario’ deberías poner el ‘contra’ de nuevo.» Si Amis hubiera querido ser sincero en su consejo, se hubiera puesto a sí mismo ante la excepcional figura de Amadeo Bordiga, uno de los denunciados por Lenin en El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Amis, como Hitchens, nunca se ha encontrado con el comunismo de izquierdas en toda su originalidad, ni ha entendido la naturaleza de su ruptura con la Tercera Internacional. A pesar de que el bloque bordiguista respaldó a Trotsky en el período de lucha de facciones inmediatamente anterior al ascenso de Stalin, al mismo tiempo se distanció de la estrategia de industrialización de la «Oposición de Izquierdas» con la que Hitchens, hasta cierto punto, se identifica. Bordiga estaba ampliamente de acuerdo con el análisis de Bujarin de que la implementación del programa de industrialización propuesto por Trotsky -y que sería luego retomado por Stalin- sólo podría ser realizado con la más elefantina burocracia de todos los tiempos. No obstante, para Bordiga, el capitalismo fue, ante todo y en primer lugar, una revolución agraria, y aunque Amis no lo sabe, ésta es la base de la «hambruna» que describe en su libro. Bordiga insistió en que si un partido de clase obrera no controlaba el estado ruso, entonces todo lo que quedaría para hacer a la revolución de Octubre sería el producir un capitalismo de segunda categoría. Es más, en una reunión del Komintern celebrada en Moscú el año 1926, Bordiga sugirió que la naturaleza proletaria de la revolución rusa podría demostrarse permitiendo a todos los partidos comunistas de la Internacional participar en el gobierno colectivo de la nación, y cuando esta propuesta fue recibida fríamente, Bordiga insultó en la cara a Stalin acusándole de ser el enterrador de la revolución. Así que Amis proporciona una evidencia de su propia ignorancia cuando escribe: «Parece que sólo existía una regla, y ésta podía llegar a ser metafísica: cuando Stalin deseaba la muerte de alguien, su deseo se hacía realidad.» Bordiga, por descontado, sobrevivió a Stalin dos décadas.
Para Bordiga, como para cualquier observador objetivo, el crecimiento de las fuerzas productivas simplemente prueba el carácter burgués del fenómeno soviético; los trotskistas con los que Hitchens se identifica siempre han reclamado como «prueba» exactamente lo contrario. En contra de Amis y Hitchens, el marxismo-leninismo extendió la revolución burguesa, y lo hizo con la expropiación de los kulaks por parte del Ejército Rojo y a través de sus políticas agrarias y de su desarrollo de las fuerzas productivas. Amis se equivoca cuando trata a la URSS capitalista como si fuera un estado comunista; y Hitchens se equivoca cuando trata el programa burgués de Trotsky como si llevara un sello comunista. Las pequeñas diferencias ideológicas entre Amis y Hitchens son intrascendentes: los dos ven el mundo a través del prisma distorsionado de la propaganda de la Guerra Fría; los dos han sido tan pro-capitalistas en su práctica como Stalin, su bestia negra; y los dos hacen unas «denuncias» precipitadas y doctrinarias de la ideología que, en el fondo, son descaradamente ideológicas. Si se cambia el nombre de Lenin por el de Hitchens o Amis en el siguiente fragmento de Koba el Terrible su significado no varía mucho: «La ideología fomenta una fusión catastrófica: la de la violencia y la razón, el salvajismo inocente. La ideología de Hitler era sucia, la de Lenin parecía limpia.» (página 98). Al asumir que sus puntos de vista históricamente determinados como varones de raza blanca son universalmente válidos, Hitchens y Amis creen poder proyectarse libres de ideología, pero precisamente al hacerlo lo único que consiguen es proyectar su error hasta el infinito. No es necesario decir que semejantes contorsiones ideológicas nunca son universales, son tan «limpias» (1) como uno pueda limitarse a una aplicación unívoca del concepto: al fin y al cabo, la palabra fair también es un sinónimo de «rubio» o «blanco».
Lo que nos lleva a los fragmentos de Koba el Temible en los que Amis recurre a estereotipos raciales, como por ejemplo, en la página 92 [página 103 de la edición española]: «La combinación alemana de desarrollo avanzado, alta cultura y barbarie infinita es, desde luego, muy singular.» Incluso «denunciando» el racismo, Amis lo reproduce inconscientemente, aunque en formas parcialmente invertidas: «El antisemitismo es una declaración de inferioridad y una queja contra la limpieza del terreno de juego, una protesta contra el talento. Y esto es válido también para las versiones más histéricas, demonizadoras y milenaristas de la leyenda que dice que una pequeña minoría, los judíos, planeaba dominar el mundo. ¿Y cómo iban a conseguirlo sin unas dotes extraordinarias? Se dice que el antisemitismo se diferencia de otros prejuicios porque es además una ‘filosofía’. También es una religión, la religión de los incompetentes. Cuando repasemos la fatídica sinergia habida entre Rusia y Alemania (a un paso de la apoteosis), haremos bien en recordar que Los protocolos de los sabios de Sión, la ‘justificación del genocidio’, como la llama Norman Cohn en el libro del mismo título fue una patraña urdida por la policía política zarista.» [páginas 231-232 de la edición española]. Al decir que el antisemitismo es una protesta contra el talento, Amis no consigue salir airoso en su aparente objetivo de invertir los típicos embustes antisemitas; huelga decir que hubiera sido mucho más fácil desautorizar los argumentos racistas refutando de un sólo golpe todas las nociones de jerarquía racial. El deseo que Amis expresa de basar la desigualdad en la capacidad de cada uno según una posición del terreno determinada (siguiendo una metáfora deportiva) implica participar en un tipo de juego muy particular, ¿y no son ese tipo de cosas las que los racistas convencidos invocan cada vez que van a ver «jugar el deporte del hombre blanco»? El recurso de Amis a los estereotipos raciales parece ser inconsciente pero a la vez inevitable, dada su inmersión anterior en la literatura europea y sus torpes intentos por utilizarla como herramienta con la que interpretar el mundo. Los personajes de la literatura burguesa son siempre personajes nacionales. Esto lleva a Amis en ocasiones a parecer confuso hasta el punto de no saber si es anti-nazi y anti-bolchevique o simplemente anti-alemán y anti-ruso. Del mismo modo, merece la pena señalar que cualquiera que haya leído L’Apocalypse de Notre Temps de Henri Rollin o Warrant for Genocide de Norman Cohn sabrá que la policía secreta zarista plagió Los Protocolos más que haberlos «compuesto» (composed). Resulta imposible decir si Amis desconoce este hecho o si simplemente es tan inepto usando la lengua inglesa que escribió «compuesto» (composed) porque no se dio cuenta de que un término como «fabricado» (fabricated) resultaba mucho más ajustado a los hechos.
Aunque Koba el Temible ha recibido algunas críticas extremadamente hostiles, yo no he visto ninguna que cuestione la absurda creencia que Amis mantiene sobre su propio talento como escritor, lo que resulta muy extraño teniendo en cuenta la dejadez con la que emplea las palabras. Hitchens, como muchos otros, se deshace en elogios hacia Amis como articulista y escritor de ficción. No hay ninguna duda de la ambición de Amis como escritor, pero al fallar en todo lo que promete, resulta literariamente muy pretencioso. Amis no tiene ningún oído para el ritmo, y su prosa cojea debido a la manera con la que la sobrecarga de adjetivos calificativos innecesarios, y éste es un fallo que puede encontrarse tanto en su obra de ficción como en su miserable intento de escribir historia. Por ejemplo, en la página 34 de Koba: «Se ha sugerido la posibilidad de que en el período 1917-1924 muriera más gente a manos de la policía política que en todos los frentes de la Guerra Civil.» [página 43 de la edición española]. Si hubiera empezado la frase identificando a la persona que hizo esa sugerencia y eliminando la doble repetición de significado que resulta de escribir «sugerido» y «posibilidad», la frase hubiera mejorado: «Martin Amis ha sugerido… etc.» Correcciones de este tipo habrían significado una doble ventaja para el lector, en la medida en que no se hubiera visto sujeto a la floja prosa que es la marca de fábrica del «estilo» de Amis, y hubiera estado prevenido desde un principio de que no se puede confiar en la veracidad de la frase.
El problema con Koba el Temible no es tan sólo que Amis no tenga ni las más mínima idea de lo que significa el método histórico, sino que ni siquiera sabe cómo escribir. Esto, por supuesto, saca a la luz toda una serie de cuestiones que la pelea mediática entre Amis y Hitchens se encarga de ocultar, como el hecho de que sólo idealistas burgueses tratarían de hacer pasar líderes de vanguardia como Trotsky como «espíritus» que «animan» una revolución comunista. El estalinismo no tiene nada que ver con el comunismo, y sí todo con el capitalismo. El comunismo no es otra cosa que la comunidad humana material. Más que proporcionarnos lo mejor de todo lo que es capaz de producir, la mayor parte del tiempo las economías de mercado no hacen más que proporcionarnos lo peor: los libros que valen la pena leer son pocos, y todavía más escasos allí donde, como en este caso, se cuentan por cubos los malolientes vómitos de místicos cretinos de derechas. Un mal escritor puede ser rápidamente reemplazado por otro, especialmente en semejante tipo de literatura, que es, además, culturalmente irrelevante en nuestros días. Amis, por supuesto, no está pataleando sólo por conseguir un trozo de la tarta del mercado literario más grande que el de un escritor de éxito como Irvine Welsh, también está luchando contra los libros históricamente inexactos que son más fantásticos que cualquier cosa que su endeble imaginación podría inventar. De ahí su giro hacia la historia o, mejor dicho, su intento fallido por escribir historia: un intento que busca la posteridad, que busca inscribirse a sí mismo en la historia. La pelea mediática entre Amis y Hitchens es, en parte, un intento por conseguir la inmortalidad, y mientras no exista ningún daño en recordar a Amis por un talento que no posee, quizá hasta podría tener cierto éxito en sobrevivir a su muerte, pero solamente como una figura que sólo puede tomarse en broma.
Publicado originalmente en The intelligent person’s guide to changing a light bulb (Londres, Sabotage Editions, sin fecha).
(1) Aquí Amis hace un juego de palabras intraducible entre «far-seeming» (clarividente) y «fair» (justo, imparcial), que Home amplia, pues fair también significa, como dice en el texto, «rubio» [Nota del Traductor].