Recomiendo:
0

Con prólogo de Evo Morales

Reseña del libro El fin de la prehistoria: un camino hacia la libertad de Tomás Hirsch

Fuentes: Rebelión

Tomás Hirsch. EL FIN DE LA PREHISTORIA: UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD. Con prólogo de Evo Morales. Madrid: Tabla Rasa, 2007. Este es un libro de posicionamiento político en el que se exponen las tesis del Humanismo Universalista de Tomás Hirsch, quien ha sido en dos ocasiones candidato a la presidencia de Chile; una por […]

Tomás Hirsch.

EL FIN DE LA PREHISTORIA: UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD.

Con prólogo de Evo Morales.

Madrid: Tabla Rasa, 2007.

Este es un libro de posicionamiento político en el que se exponen las tesis del Humanismo Universalista de Tomás Hirsch, quien ha sido en dos ocasiones candidato a la presidencia de Chile; una por su propio partido en 1999, y otra en el 2005 por una amplia coalición de izquierda. Fue en este momento en que Tomás y Evo Morales se conocieron; ambos como candidatos presidenciales de sus respectivos países, por lo que el libro es prologado por el actual presidente constitucional de Bolivia, hecho que confiere un valor agregado a la por sí sola excelente obra de Hirsch.

Evo valora la declaración de Tomás, en esa ocasión, en favor de una salida soberana al mar para Bolivia, señalando que era la primera vez que se incluía esta histórica reivindicación en la plataforma de gobierno de un candidato chileno a la presidencia, aunque me parece que Salvador Allende planteó ese tema en su momento. En el prólogo, Evo Morales expresa sus coincidencias con la obra que reseño en los siguientes puntos: la profunda valoración del ser humano por encima del dinero; la aspiración común de ver a los pueblos de nuestro continente erguirse libres y dignos; las críticas a las democracias sometidas y a la clase política tradicional, apátrida, desarraigada y profundamente racista; el reconocimiento de la diversidad como la principal virtud de Nuestra América; y el rechazo a la violencia sea cual fuera su manifestación. También reconoce que los humanistas fueron los primeros en acercarse a su gobierno para brindar colaboración desinteresada y solidaria.

La obra esta dividida en dos partes. En la primera se hace un diagnóstico de nuestro tiempo a partir de la pregunta: ¿puede superarse la violencia social? Se desarrollan capítulos que versan sobre los señores del dinero; la globalización, un callejón sin salida; el absurdo económico; y la traición de las cúpulas, mientras la segunda parte despliega la temática de la transformación social a partir de los siguientes temas: El ser humano, ese desconocido; el fin de la prehistoria; hacía una sociedad realmente humana; el motor del cambio; Latinoamérica, crisol de futuro; finiquitando con unas reflexiones finales acerca de una nueva espiritualidad.

El libro en su conjunto está muy bien escrito, de una absorbente y fácil lectura, libre de tecnicismos y con una clara intencionalidad tendiente a ganar adeptos a las tesis del humanismo. A continuación, expresaré mis observaciones, coincidencias y desacuerdos. Se parte de la perspectiva de que nuestro destino particular depende del sistema en el que estamos incluidos, y no al revés. Por ello, hay que preguntarse hacia donde va ese sistema y si podemos hacer algo para modificarlo. Estoy de acuerdo en que la respuesta no vendrá de lideres iluminados, si no de los pueblos, los verdaderos protagonistas de la historia. La violencia física, racial, religiosa, psicológica, sexual y, sobre todo la violencia económica deriva de la injusticia social y la desigualdad de derechos y oportunidades, que han llegado hasta el presente como una herencia siniestra. Superar esta violencia es una preocupación central del humanismo y del propio libro, a partir de las tesis desarrolladas por el fundador de esta corriente, Mario Rodríguez Cobos, Silo, quien desde finales de los sesenta proponía caminos para salir de esta espiral destructiva.

En el tratamiento acerca del futuro de la izquierda el autor da una importancia –a mi juicio desmedida– a lo que él denomina como «el fracaso de la utopía marxista en la Unión Soviética», asumiendo que esta debacle ha significado arriar todas las banderas revolucionarias y el paso a una socialdemocracia que accede a las pequeñas cuotas de poder político y que ha pasado de «avanzar sin tranzar», a «transar sin avanzar». Esto es cierto, en efecto, en un amplio espectro de la socialdemocracia europea y en la llamada izquierda institucionalizada en América Latina, como el PT brasileño o el PRD mexicano, por ejemplo, pero no lo es en una gran cantidad de movimientos marxistas de una amplia variedad de corrientes que siguen manteniendo viva la idea de transformaciones radicales e incluso de la construcción de un nuevo tipo de socialismo, a partir de una crítica fundada al vanguardismo, el estatismo y la burocratización en que derivó el socialismo realmente existente en lo que fuera la Unión Soviética y los países del Este europeo.

Me hago partícipe de los reproches al gradualismo exasperante de los gobiernos socialdemócratas, y los de estas izquierdas institucionalizadas, que administran las crisis sociales y con ello hacen el juego a los poderosos. También coincido en la idea de que por primera vez en la historia estamos en posibilidad de derrotar al dolor humano, de alcanzar ese anhelado sueño de un progreso de todos y para todos. Me parece muy brillante la descripción que se hace de la llamada «democracia tutelada», esto es, aquella acotada por el capitalismo en su variante neoliberal, en la que, como sostiene Tomás, «los ricos no están en el gobierno pero tienen el poder; mientras los políticos no tienen el poder pero están en el gobierno».

Es verdad que el capital financiero y su vocación especulativa caracterizan a la actual etapa neoliberal, distinguiéndolo de la fracción del capital productivo. Son muy ilustrativos los llamados «mandamientos del capital financiero» expuestos por el autor: acumular cada vez en menos manos; convencer de que es el único factor importante para el aumento de la productividad y el crecimiento económico; asegurar condiciones de máximo rendimiento; forzar a los pueblos al modo de vida basado en el libre mercado; debilitar el estado nacional y poner al poder político a favor.

No obstante, aquí tendría yo matices divergentes importantes: es verdad que el Estado nacional ha sido debilitado en sus obligaciones sociales, en la actual etapa de transnacionalización neoliberal pero, paralelamente, se ha fortalecido en sus funciones represivas y es un permanente fiscalizador económico, político e ideológico; basta observar las recientes intervenciones económicas del gobierno estadounidense para tratar de resolver la crisis económica actual en ese país.

Tomás propone dos contrapoderes frente al poder absoluto del capital financiero: recuperar la autonomía del Estado a través de la lucha electoral y reconstruir el tejido social y la organización ciudadana mediante un trabajo intencional en la base, capaz de articular un auténtico movimiento social. Aquí parece haber una cierta contradicción con el diagnóstico general que el autor brinda, ya que en las democracias tuteladas esto es casi imposible. Precisamente los dos ejemplos utilizados por Tomás, Venezuela y Bolivia, parten de procesos que rompen con los sistemas tradicionales de los partidos políticos que ostentan el monopolio de la representación. México es un ejemplo del fracaso de esta estrategia ante la violencia de los poderes fácticos que no dudaron en imponer a un usurpador por la vía de un mayúsculo fraude electoral. La pregunta es: ¿cómo compaginar esta propuesta con lo expuesto más adelante acerca del vaciado de la democracia por elecciones que ya no son un juego de ideas sino una competencia de imágenes, y con la certeza sobre la percepción pública de los partidos políticos en el último lugar de la escala, divorciados de sus causas y desarraigados de los movimientos que les dieron origen? Aquí propongo una hipótesis: a mayor funcionalidad del sistema de partidos de Estado, incluyendo a los de la izquierda institucionalizada, menor posibilidad de acceder al gobierno para hacer cambios de fondo en el rumbo político y económico de nuestros países.

Naturalmente que la globalización, o como prefiero denominarla, la actual transnacionalización capitalista neoliberal, es un callejón sin salida que incluso muchos consideran puede llevar a un colapso civilizatorio. También pienso que hay que combatir la homogeneización que ésta pretende imponer en el ámbito universal, abrir el sistema a otras opciones que podrían ser -como señala Tomás– hacia dentro del sistema, hacia su propia diversidad. Aquí, el autor plantea algunas propuestas que posteriormente desarrolla: la superación de la democracia representativa por una plebiscitaria, la regionalización efectiva y la empresa propiedad de los trabajadores.

En este punto y en los tratados más adelante noto una gran ausencia de la obra en cuestión: no tomar en cuenta de manera puntual las grandes contribuciones de los pueblos indígenas al desarrollo de una democracia participativa que se sintetizan en el «mandar obedeciendo» zapatista. Cabe señalar que los integrantes de Latautonomy acabamos de terminar una investigación sobre los procesos autonómicos en América Latina, a los cuales consideramos como nuevas formas de convivencia política y como propuestas para un nuevo tipo de democracia. Es verdad que el autor propugna integrar la diversidad cultural y étnica en un camino evolutivo, ascendente y libertario, pero esto no se concreta en el estudio de la peculiaridad de los autogobiernos y procesos autonómicos contemporáneos, que son formas peculiares de resistencia al capitalismo neoliberal.

En muy cierto que ha llegado el momento de «poner a la economía al servicio del ser humano y no al ser humano al servicio de un orden económico aberrante», aunque no entiendo como puede lograrse hacer realidad la propuesta humanista de una economía mixta en la que el Estado opera en consenso con el mercado, estableciendo un nuevo contrato social con los actores privados, entendidos ahora ya no como sectores antagónicos o competidores sino que complementarios y sinérgicos. ¿Es posible convencer a los capitalistas para dejar de serlo? ¿El capital productivo parte de una lógica distinta al capital financiero?, ¿no son éstas fracciones partes de una unidad que se engloba en el concepto de capital? ¿Cómo lograr ese gran acuerdo publico-privado? ¿Cómo alcanzar que el capital y el trabajo dejen de ser antagónicos, como lo plantean los humanistas, si el primero encuentra su razón de ser en la explotación del segundo?

Son muy importantes las consideraciones del autor acerca del pueblo y la necesidad de que este sujeto protagónico supere su desintegración a través de la solidaridad y un tejido social vigoroso, aunque debería definirse este concepto con mayor amplitud y rigor a partir de la propia estructura social y de la posibilidad real de cada uno de los sectores que lo conforman para unificarse en las luchas liberadoras de nuestro tiempo. De otra manera, estaríamos otorgando atributos esencialistas al pueblo de la misma manera que se hizo con el proletariado, el cual, recordemos, tenía misiones históricas que cumplir más allá de sus posibilidades reales y de los cambios en la composición de la clase obrera durante los siglos XIX y XX.

No coincido con Tomas en su visión del marxismo como mecanicista y determinista, que bien pueden ser características de esta corriente durante su secuestro por el estalinismo, o por variedades dogmáticas y sectarias que se desarrollaron por muchos años; el marxismo vulgarizado en manuales y recetas. Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, José Carlos Mariategui, Georg Luckács o Eric Hobsbawm, por mencionar unos pocos pensadores marxistas, están muy lejos de ser considerados como mecanicistas o deterministas. Acabo de participar en un congreso de marxistas en Brasil en el que se observó todo menos estos rasgos que como moneda falsa pasan por «marxismo». Tampoco coincido en equiparar marxismo con liberalismo y socialdemocracia cuando se afirma en la obra: «El marxismo, el liberalismo, la socialdemocracia, en tanto ideologías y formas de acción, ya tuvieron su oportunidad, la jugaron con distinta suerte y hoy son historia.» Si ha sido un error considerar «el fin de la historia», también lo es pensar que el marxismo es parte de esa prehistoria que el humanismo pretende superar, colocándose entre la mecánica que supuestamente representaría el marxismo, y la zoología del darwinismo social que representa el neoliberalismo, argumento que resulta en un maniqueísmo cuestionable, como es cuestionable afirmar que las izquierdas tradicionales concibieran a los conglomerados humanos como «masas».

Asimismo, me parece una exageración afirmar que: «Hoy en día todos los movimientos contestatarios se han extinguido y sólo el Humanismo Universalista, que surgió más o menos en la misma época, ha logrado mantenerse en la vanguardia durante los últimos cuarenta años». Tampoco es completamente cierto que la «revolución juvenil de los años sesenta, la que finalmente derivo hacia caminos destructivos y autodestructivos como la droga o la guerrilla, para terminar completamente desarticulada y absorbida por el mismo sistema que pretendía transformar.»Primero, no puedo equipar droga con guerrilla como fenómenos del mismo orden; segundo, en pocos días se cumplirán 40 años de la matanza de Tlaltelolco y la gran mayoría de los que participamos en ese movimiento seguimos manteniendo muy en alto las banderas de la rebeldía y la inconformidad que han sido -en parte– la levadura de las transformaciones democráticas del México contemporáneo.

El zapatismo actual proviene de esos movimientos de liberación nacional de inspiración marxista de los años sesenta y el Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil, reclama ser heredero de las luchas revolucionarias de esos años, por mencionar dos procesos contestatarios que gozan de cabal salud y que son referentes en el ámbito latinoamericano. Podría destacar de igual forma a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (la APPO) como un intento de movilización social de nuevo tipo, también inmersa en las luchas que se han dado en la entidad desde hace mas de cuatro décadas y que reúnen las características que Tomás observa como deseables por su horizontalidad, por la ausencia de jefes que movilicen a los conjuntos humanos desde fuera. Las autonomías indígenas contemporáneas, precisamente, constituyen experiencias de ese tipo de organización desde abajo que se presentan antitéticas al capitalismo neoliberal en su defensa de los territorios, recursos naturales, y en su concepto de sustentabilidad como la preservación de los recursos para las generaciones futuras.

El tema de la no violencia es un punto que el humanismo reiteradamente sostiene en este libro y con el cual quisiera coincidir. Ojalá fuera posible realizar los cambios requeridos por esta vía, ante la catástrofe provocada por el capitalismo neoliberal. Pero me pregunto: ¿Qué hacer en los casos extremos como la ocupación fascista de Europa, que motivó los movimientos de resistencia en casi todos los países ocupados en los que participaron, junto a los comunistas, católicos convencidos? ¿O qué hacer, como parte del pueblo iraquí, frente a la brutal ocupación de su país? Recuerdo a Nicaragua, durante los años de la revolución, asediada por la Contra, armada, abastecida y sostenida por Estados Unidos; nadie en el campo de la revolución quería esa guerra fraticida, impuesta por la agresión imperialista. ¿Quién en su sano juicio desea la violencia, y mucho menos el terrorismo, el cual por cierto es más dañino y persistente cuando es terrorismo de Estado? Pongamos el caso del presidente Allende, que llega al poder por la vía electoral y siendo un pacifista de principios, empuña el fusil contra los militares traidores en los últimos instantes de su vida. Son muy convincentes los argumentos de Tomás acerca de que «cada vida humana es sagrada y forma parte de un tejido único en el que nadie sobra» o que «la superación de toda forma de violencia significará, en ultima instancia, que se ha modificado de raíz el modo en que experimentamos los humanos, en nosotros mismos y en los demás», sin embargo, ¿que sucede con el derecho a la rebelión contra los malos gobernantes y la legitima defensa que plantea el otro Tomás, el llamado santo Tomás de Aquino?

Por último, quiero destacar una ausencia que me intriga en la obra. Habiendo un capítulo sobre América Latina, la omisión de Cuba y la revolución en ese país, a punto de cumplir 50 años de luchas contra el sempiterno enemigo de nuestros pueblos, Estados Unidos, es de notarse. Será, ¿por quedar Cuba englobada en la experiencia del socialismo realmente existente? Si es así, quiero señalar las visibles diferencias de la revolución cubana con lo ocurrido en la Unión Soviética y los loables esfuerzos de su dirigencia, especialmente de Fidel Castro, para hacer modificaciones dentro del propio proceso revolucionario para combatir la corrupción y el burocratismo. También, destacar el notable papel jugado por Cuba en la solidaridad internacionalista en el ámbito mundial, especialmente hoy en día en Venezuela y Bolivia.

No deseo que las críticas vertidas den una impresión equivocada sobre mi juicio altamente positivo del libro presentado. A favor o en contra, el humanismo universalista debe ser conocido por todos aquellos que se inconforman con el actual estado de cosas. Es necesario debatir sobre sus propuestas y sus alegatos, por que el humanismo forma parte de una izquierda de nuevo tipo que se conoce en la práctica concreta. Estoy seguro que marxistas y humanistas estamos en la misma lucha por la libertad y la sobrevivencia de la especie humana, y ciertamente, por una sociedad en la que desaparezca toda forma de violencia.