Pasado el primer impacto emocional de la crisis sanitaria por el coronavirus, después de tres semanas de encierro preventivo de la población con parálisis casi completa de la vida social y productiva, con unas estadísticas impresionantes por la magnitud de la catástrofe que apenas está empezando, es hora de evaluar la situación en la que nos encontramos y buscar soluciones colectivas que nos permitan sobrevivir al desastre.
La primera evidencia para todos es la profunda destrucción del tejido productivo en el Estado español. Una sociedad que ya estaba endeudada en cifras astronómicas (entre 2,5 y 3 billones de euros, sumando deuda pública y deuda privada) se va a enfrentar a un incremento de su debilidad crediticia, derivada de la insuficiencia de las estructuras productivas. Desde luego que esa situación de debilidad es general en el capitalismo internacional, especialmente en sus antiguos centros financieros, así que definitivamente se va a reproducir la crisis económica del sistema neoliberal que ya venía anunciándose desde el año pasado. Pero en este caso lo que va a quedar afectado no es el sistema bancario, sino la economía real española centrada en el turismo y los servicios.
La economía de mercado superó a duras penas la depresión que surgió con el derrumbe financiero de 2007/8; pero esta vez la destrucción del tejido productivo parece demasiado grande para poder remediarla aplicando los paños calientes del rescate bancario. Los problemas estructurales del modelo social español -que ya veníamos padeciendo desde hace más una década, cuando estalló la burbuja financiera del capitalismo transnacional- se van a agudizar amenazando con derrumbar el frágil edificio socio-económico sobre el que se asienta la vida de los pueblos ibéricos.
El síntoma más claro de las deficiencias estructurales de la economía española ha sido un sistema sanitario deteriorado por la privatización: si la infección de las multitudes por un virus como el actual no puede impedirse, los medios para paliar la mortalidad dependen de la organización sanitaria, que en este caso ha mostrado sus deficiencias. Ese cuadro dramático se puede generalizar para un modelo económico que no sirve para resolver los problemas importantes, sino solo para gestionar pequeños problemas de salud y bienestar de la clase media acomodada.
Ahora bien, esa situación no es privativa del estado español, es una situación generalizada de la economía mundial, y la cuestión clave es cuál será el nuevo orden que emergerá de las ruinas de la globalización, y qué propuestas hay sobre el tablero de juego político nacional e internacional. La ciudadanía razonable solo aceptará un orden social que sea coherente y tenga perspectivas de futuro, así que más vale pensar las cosas con detenimiento y seriedad, huyendo de fáciles consignas populistas que enciendan pasiones insensatas.
Hay una propuesta de la derecha radicalizada que consiste en volver a los nacionalismos, poniendo en cuestión el sistema político de la Europa comunitaria. Esa propuesta ha conseguido importantes cotas de aceptación entre los pueblos europeos, porque forma parte de la idiosincrasia de nuestra civilización desde el principio de la modernización capitalista. A pesar de que su inviabilidad fue puesta de manifiesto en el siglo pasado, con la tragedia de las dos guerras mundiales, no deja de estar presente en nuestro horizonte histórico.
Es claro que la magnitud europea de la pandemia es una amenaza para las instituciones de la UE, en la medida en que refuerza la tendencia a la insolidaridad, propia de la dinámica capitalista basada en la competencia. La tentación de resolver los problemas insolidariamente, cada Estado por su lado, agudiza la amenaza del nacionalismo excluyente; y el peligro suscitado por la pandemia provoca actitudes autoritarias, como hemos visto en Hungría con el ‘corona-golpe de estado’ puesto en práctica por Viktor Orban. No se trata de lamentarse por ello, sino de comprender que los criterios de carácter neoliberal que dominan la UE no son los más adecuados para resolver los problemas actuales. O se construye otro entramado institucional europeo, fundado en nuevos principios organizativos, o el edificio amenaza con derrumbarse.
En este sentido, los eurobonos para financiar los déficits creados por la falencia de la economía parecen una primera aproximación a un nuevo orden europeo basado en la solidaridad intra-europea. Pero sería solo un primer tímido paso hacia la construcción de las nuevas estructuras políticas, que debería acompañarse por un perfeccionamiento de la democracia representativa y un modelo económico con mayor presencia del Estado en los asuntos económicos. Esta sería una salida más cercana al modelo liberal, como base ideológica dominante en la civilización europea, pero de un liberalismo inteligente capaz de comprender que la teoría del mercado es insuficiente para manejar los asuntos económicos -y que su manejo por el conservadurismo político la ha convertido en un mito-. Un liberalismo que se centre en la defensa de los derechos humanos en la línea de John Stuart Mill o John Rawls. Desgraciadamente la forma del liberalismo que se ha impuesto entre los europeos es conservadora y retrógrada hasta el chovinismo, más en sintonía con la opción nacionalista que con la solidaridad intra-europea.
Por tanto el desarrollo de la construcción europea como respuesta a la crisis se enfrenta a un problema clave: la mala opinión que los europeos del norte tienen de los europeos del sur; da la impresión de que aplicando las tuercas de la solidaridad, el brexit podría multiplicarse en medio del derrumbe generalizado de la economía europea. Frente a ello desde el sur europeo se clama por crear un frente político capaz de confrontar la insolidaridad del norte. Pero seamos honestos, antes tendríamos que arreglar nuestros asuntos internos: ¿qué simpatía puede despertar entre los europeos una oligarquía corrupta que domina la sociedad española, gozando de la aquiescencia popular? Es evidente que la solidaridad internacional debe ser construida desde otros parámetros, desde una regeneración de la propia sociedad española.
Pues ¿qué vamos a ofrecer a cambio de la ayuda europea, después de haber construido una economía basada en un turismo que va a reducirse drásticamente en los próximos años, y en la urbanización de la costa mediterránea para ofrecer un lugar de descanso a los jubilados europeos, ahora que la muerte de nuestros ancianos por el coronavirus es una invitación a mantenerse lejos de nuestras fronteras?
Los españoles hemos estado trabajando –durante décadas, desde la desindustrialización de González- para construir un modelo económico que no se sostenía de ningún modo y hace aguas por todas partes; y todavía los conservadores nos dirán que hemos vivida la mejor época de la historia de España. Que pregunten a los jóvenes qué futuro les espera. Y ni siquiera la represión violenta y antidemocrática del pueblo catalán ha podido despertar a una ciudadanía hipnotizada por los cantos de sirena del bienestar consumista. Ha tenido que ser un virus. Pero precisamente los catalanes -y los vascos, que no obstante ahora están muy tranquilos-, nos presentan una tercera posibilidad: la republicana. Habrá quien piense que lo mejor sería una III República española, sin necesidad de apoyar los nacionalismos periféricos; pero mantengo mis dudas de su viabilidad, a menos que se me presente un esquema coherente de esa posibilidad.
Pues la forma republicana del Estado, a estas alturas de la historia, tendría que ser federal o confederal en un espacio geográfico con tantos contornos geográficos e históricos como es la piel de toro. No es posible, en efecto, un republicanismo auténtico sin apelar a los sentimientos y valores de la solidaridad concreta entre las gentes y los pueblos. Y la realidad concreta de esa forma política se crea a partir del reconocimiento de la soberanía de cada una de las naciones que componen el complejo organismo colectivo humano, para construir la (con)-federación desde un pacto entre pueblos y naciones. Permítaseme de paso, criticar el constitucionalismo de Monstequieu, y reconocer con Locke que el tercer poder del Estado es federativo, para llegar a acuerdos y alianzas entre naciones –dicho de otro modo, el poder judicial es parte del ejecutivo, y nada deja más clara esa realidad que la historia política del último lustro-.
Precisamente la crisis económica que se avecina favorece las posiciones republicanas como alternativa a la autoritaria conservadora y la liberal capitalista. En efecto, una de las objeciones a la independencia de Cataluña era el costo económico de esa operación; bueno, pues ese costo ya está dado por otros motivos diferentes. Así que el reconocimiento de la soberanía catalana –y vasca, gallega, andaluza, etc.- se hace ahora más necesaria que nunca, como contrapartida al nacionalismo españolista rampante, para construir la república que tanta falta nos hace.
Claro que una salida u otra serán factibles en función de los equilibrios de fuerzas políticas a nivel mundial. En ese sentido, todo apunta a que las tendencias internacionales vigentes en los últimos 20 años se están consolidando con la actual convulsión mundial. Un ‘meneíto’ que va a derrumbar las estructuras del orden neoliberal, ya deterioradas por la crisis económica. Y así vemos a China salir de la crisis sanitaria con éxito y menos pérdidas que el resto del mundo, reafirmando la hegemonía que ya había empezado a exhibir en el lustro anterior. Por cierto que nuestros intelectuales liberales, à la Monstequieu, aquellos que organizan el cotarro ideológico de la nación española desde los influyentes medios de comunicación de masas, todavía no se lo pueden creer –les va en ello el sueldo, su lugar al sol-. Prefieren mirar para otro lado, a menos que se lo ordenen los que manejan el dinero y el poder sobre los españoles. Pero la realidad es tozuda y no hace concesiones a las ilusiones del personal.
Del mismo modo, que la gestión de la crisis sanitaria en Europa, con decretos de cuarentena o alarma social, ha tomado como modelo la gestión de la República Popular –medidas de cuarentena, aislamiento de la población, vigilancia y multas para los que se saltan la norma-, es de prever que la administración de la crisis económica tomará el camino de planificación pública según el modelo chino, para reconstruir el maltrecho tejido social. De hecho, los empresarios capitalistas que llevan décadas invirtiendo en China ya tienen suficiente experiencia de cómo puede funcionar el modelo.
Hay una diferencia crucial, desde luego; una pieza maestra que falta entre los europeos es el PCCh (Partido Comunista Chino). Y a falta de esa pieza, se busca un equivalente entre los partidos de corte nacionalista radical. Lo que no deja de ser un sucedáneo. Pues si bien el PCCh tiene fuertes rasgos nacionalistas, su base ideológica -inspirada en el materialismo dialéctico con peculiaridades chinas, como modernización de la clásica filosofía confuciana- tiene elementos de universalidad que no están en los nacionalismos europeos, belicosos e imperialistas por costumbre -o mejor dicho, vicio-. Es seguro que la República Popular estará más interesada en un sistema político que sintonice con sus posiciones políticas en las relaciones internacionales.
No vamos a salir de esta crisis sin cambios estructurales de orden político y económico. Esto la derecha lo ha visto claro y ha creado el partido que se encargará de realizar esas transformaciones, VOX. Una vuelta al pasado que resolverá de mala manera los problemas de la sociedad española, como se ha hecho siempre –de forma espeluznante…-. Por lo tanto tenemos dos posibilidades para encontrar una salida alternativa –y poco margen para construirla-: la liberal y la republicana. Y ahora que los liberales europeos han visto las orejas al lobo fascista, están propicios a una alianza con los republicanos. No otra cosa representa el gobierno de coalición en el Estado español, que sin embargo resulta todavía insuficiente para resolver los graves problemas de la sociedad española. Para que sea efectiva esa alianza los liberales honestos deben librarse de sus lazos con el conservadurismo, y encaminarse hacia la construcción de las nuevas estructuras sociales a partir de un pacto con la izquierda republicana consecuente. Sería una repetición de los frentes populares del siglo XX. Ojalá haya suficiente inteligencia política en Europa para hacerlo posible.