Feliz del momento en que los brasileros tomaremos conciencia de lo que se hace políticamente en este país, porque estaremos aptos para el «control social» y para asumir las riendas de esta fulgurante locomotora. Hay resistencia a la expresión «control social» como si ella implicase una censura o una restricción de libertades. Nada de eso, […]
Feliz del momento en que los brasileros tomaremos conciencia de lo que se hace políticamente en este país, porque estaremos aptos para el «control social» y para asumir las riendas de esta fulgurante locomotora.
Hay resistencia a la expresión «control social» como si ella implicase una censura o una restricción de libertades. Nada de eso, se trata de un estadio más avanzado de la democracia, en que el ciudadano boicotea por ejemplo, el contenido estupidificante de algunas emisiones de TV, de manera que ellas pierdan audiencia y deban reformularse.
Mientras tanto, lo que pasa hoy es que la población pide estos contenidos denigrantes, y en un círculo banal y vicioso los proveedores de los mismos atienden ese pedido y generan nuevas demandas cada vez más ajenas a la buena formación, la ética y la integridad.
No es reciente mi indignación por como un país tan privilegiado por la naturaleza maneja tan mal sus recursos naturales y humanos. Se privatizan empresas públicas que dan rendimientos estratosféricos, como la Vale do Río Doce o una parte accionaria de Petrobrás y una clase siniestra de políticos establece relaciones perniciosas entre lo estatal y lo corporativo, como si el bien colectivo fuese una extensión de sus negocios.
¿Nos toca ver pasar el tren, o determinar donde se construyen las vías?
El alejamiento de la situación de lo deseable se agranda, con la expansión de sistemas privados de todo tipo, tales como el aumento de los cursos superiores a distancia, que ofrecen aulas por computador sin salir de la casa y su duración es tan corta como la respuesta a los mensajes de la red Facebook.
¿El tren pasa sobre las vías de la apatía y la indiferencia?
La educación no verá la luz solamente con el aumento salarial a los profesores, cuya situación parece sintetizar sus angustias. Es un proceso que brota del empeño de la familia y se complementa con las instituciones escolares, laborales y religiosas.
Entre 1960 y 1970 los países asiáticos se equiparaban a los países latinoamericanos en sus condiciones de desarrollo. La revolución educativa propició que los primeros encarasen positivamente la globalización, luego Brasil pasó a recibir inversiones extranjeras tales como montadoras surcoreanas de vehículos, a cambio de nuestra mano de obra descartable, con la creencia de que el salarió iba a revolucionar nuestro sistema público de enseñanza.
En este punto se centra mi inconformidad.
Ahora, ¿si Brasil es agraciado por la naturaleza, como puede ser condenado por sus dirigentes? ¿Que se ha dado de errado en la fertilización de nuestra ciudadanía, que impide o atrasa que asumamos una vocación de gran nación, que trasciende evidentemente el frenesí de las exportaciones?
Es probable que la locomotora más actual de la cual la mayoría de los brasileros estemos pendientes, sea la construcción del insólito tren bala de Campinas a Río de Janeiro, que se aproximará en calidad a aquellos que construyeran Alemania, Francia, España y Japón. El resplandor de la modernidad pierde vigor cuando se pisan otras latitudes del país.
Saltan a la vista problemas que ya se discutieran exhaustivamente, como la desigualdad y la marginalización, que no se han resuelto. ¿Qué hay de malo en este caso en re-situarlos en este nuevo siglo y en el contexto al cual pertenecen? ¿Estamos corriendo el riesgo de la insistencia?
Creo en la capacidad que tenemos de contener los abusos y reiterar el papel positivo de Brasil en el mundo, así como otros países latinoamericanos presentan propuestas de cambios sociales que apuntan a la participación activa de sus ciudadanos. Entre otros procesos me llaman la atención las revueltas estudiantiles en Chile, cuyos gobiernos neoliberales transformaron la educación en un negocio para el usufructo de unos pocos.
Los movimientos populares en América Central, sobre todo los de repudio al golpe aplicado en Honduras contra el presidente legítimo Manuel Zelaya en junio de 2009, nos invitan a ver el proceso democrático en función de normas y procedimientos participativos, en lugar de excepciones como los cobardes ataques de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a Libia y la masacre a la soberanía de todo un pueblo.
América Latina no aceptará más los estados de excepción y las arbitrariedades que nos extirpan la posibilidad y la prerrogativa de elegir y controlar lo que hacen los gobernantes con el país y si sus decisiones están o no de acuerdo con las demandas sociales.
Es preciso que utilicemos la crítica, la lucidez y la capacidad de ponderación para fomentar la dignidad en nuestros países y reivindicar el espacio que merecen en el mundo.
De la buena voluntad y del trabajo edificante emanará una luz que enaltecerá y multiplicará el proceso educativo mundial, tan preciado y al mismo tiempo tan poco comprendido.
Son necesarias menos competencia y más fraternidad.
Blog del autor: http://www.brunoperon.com.br