El autor rebate la replica a su artículo y defiende el papel de la sociedad civil y la necesidad de que no esté controlada por el Estado
LA BOCA DEL LOGO
¿Qué pasaría si Scott Ferguson fuera exactamente el tipo de persona de izquierdas a quien iba dirigido mi argumento, el tipo de pleno empleo que quiere ponernos a trabajar a todos porque por algún motivo eso sería bueno para nosotros?
¿Qué pasaría si su pregunta (qué pasaría si, repetida 25 veces) fuera una muestra de fe piadosa en el siguiente mundo, no en este? ¿Qué pasaría si quisiéramos deshacernos de la santidad y adoptar la inteligencia, como hicieron los abolicionistas, para conseguir de esa manera repercutir en el aquí y ahora? ¿Qué pasaría si no quisiéramos ser lennoninstas y cantar Imagine hasta que nos sintiéramos avergonzados?
No me interesan los experimentos de pensamiento decorativos, así que por el momento ignoraré todos los «qué pasaría si» excepto para aclarar lo siguiente. Soy bastante Hegeliano (sí, marxista también, y freudiano, y ¿mencioné mi afiliación al feminismo y al pragmatismo?) como para pensar que nuestros principios éticos, o están inscritos y se pueden observar en las circunstancias históricas que existen de verdad, o son prédicas cuya intención es transportarnos de la tierra al cielo y extraernos del mundo que queremos cambiar.
Como dijo una vez John Dewey: «Un ‘debería’ que no radica o florece del ‘es’, que no es la concienciación absoluta del estado actual de las relaciones sociales, no es más que un deseo piadoso de que las cosas tendrían que estar mejor».
En lo que respecta a la crítica sustancial que precede a todos los «qué pasaría si», no me queda muy claro. Me siento como si estuviera sosteniendo un pergamino frente a un fuego moribundo y me estuviera preguntando qué idioma habla este hombre. Critica la «ontología social del liberalismo» que supuestamente engloba mi pensamiento, basándose en que contiene una «relacionalidad encogida» (¿frente a algo más orgánico, espontáneo o comunitario?) y en que dicta una «despolitización» de la vida y la producción sociales.
Es cierto, soy un liberal, además de un socialista. Esto solo significa que creo que el lugar de autodescubrimiento y autodeterminación no se encuentra en la polis, ni tampoco necesariamente en la acción política como ciudadano, sino en la sociedad civil. Parece que el profesor Ferguson cree que el liberalismo excluye a la política (o «gobernanza colectiva», como lo llama él), aunque históricamente, más que teóricamente, a pesar de Sheldon Wolin y Hannah Arendt, el liberalismo ha promovido el debate sobre la designación y entrega de bienes rivales, lo que desde mi punto de vista es la esencia de la política.
En este sentido, su argumento es una recuperación encubierta del republicanismo clásico, o si se prefiere, para actualizar la idea, de la democracia participativa. Quizá también del comunitarismo: el profesor Ferguson es difícil de descifrar. Parece pensar que el Estado es el lugar donde reside todo lo importante que afecta a… todo, vamos. Sin duda, quiere acudir a muchas reuniones: «¿Qué pasaría si afirmáramos radicalmente nuestra dependencia de las instituciones públicas que nos dan apoyo? ¿Qué pasaría si forzáramos a nuestro gobierno a asumir la responsabilidad por el sistema que siempre y en todo lugar condiciona?».
Dejemos clara una cosa, el profesor Ferguson está a favor de conseguir el pleno empleo mediante el gasto público y en contra de la renta básica universal. Claramente afirma: «¿Qué pasaría si rechazásemos la jerga blanca y patriarcal del pleno empleo, la cual mantiene a millones de mujeres y minorías subempleadas?». Aunque me desconciertan las palabras porque, aparte del hecho de que fui yo quien empleó este argumento, continúa su lógica con una pregunta que lo sitúa en la órbita de la misma jerga que acaba de «rechazar»:
«¿Y si en lugar de esta treta liberal democrática pusiéramos en marcha un Plan de Trabajo Garantizado suficientemente financiado y completamente inclusivo como base para un imaginario renovado para la izquierda?».
¿En serio? ¿Cuántas veces has visto un argumento rebatido por su propio autor de manera tan rápida y efectiva?
Aunque puede que haya una forma de explicar la confusión. Sucede que el profesor Ferguson es partidario de la Teoría Monetaria Moderna (TMM), una moda intelectual poco conocida que se hace eco tanto de los populistas de la década de 1890 como del Movimiento del Crédito Social de la década de 1930. Frente a la «concepción liberal del dinero» desplegada aparentemente por marxistas como yo, que supuestamente tratamos el dinero como «un quantum de valor privado, finito y alienable» (¿en qué momento desapareció la Reserva Federal de mi lógica?), los tipos de la TMM piensan que se trata de «un instrumento público ilimitado y fundamentalmente inalienable». Y por tanto: «El Gobierno puede siempre permitirse apoyar la producción social valiosa».
De acuerdo, el Gobierno tiene poderes ilimitados. La pregunta es: ¿queremos que los tenga y que los ejercite? ¿Queremos un control estatista de la sociedad civil? Por lo que parece, el profesor Ferguson sí lo quiere. Y esa es la principal diferencia entre nosotros.
Traducción de Álvaro San José.
James Livingston es profesor de Historia en la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey. Es autor de varios libros, el último No More Work: Why Full Employment is a Bad Idea (2016).