Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Introducción
Es momento de realizar una evaluación objetiva de la política interior y exterior del presidente Trump, de los medios empleados, los objetivos propuestos, y de los resultados y las consecuencias. La actuación de Trump exige entrar a debatir el estilo y el fondo de sus políticas en la esfera nacional e internacional.
En esta tarea, ignoraremos los manotazos que le lanzan quienes se centran en asuntos periféricos -como la investigación estatal sobre las historias conspiratorias de la supuesta intervención rusa- y nos centraremos en los temas estratégicos con que la presidencia pretende transformar las relaciones económicas, políticas y sociales a escala global.
«Trump en acción»: Política exterior
El presidente Trump tiene una estrategia y trabaja duro para hacerla realidad. La prioridad destacada de su agenda es la defensa de la supremacía global de EE.UU. mediante la palabra y los hechos.
Para lograr el poder mundial, Trump utiliza múltiples armas: cree firmemente en los poderes mágicos del armamento y de las palabras. Afirma que los anteriores presidentes «fueron débiles y permitieron que otros nos explotaran». En su opinión, su liderazgo nos ha hecho fuertes y nuestro poder está presente en todas partes y en todo momento.
¿Y cómo muestra el presidente su fuerza? A través de múltiples guerras, sanciones severas, aumento del gasto militar y una mayor concentración de la riqueza, todo ello en los lugares estratégicos. Con esto, según Trump, logramos intimidar a nuestros rivales, competidores y adversarios.
El presidente cita numerosos ejemplos. En Siria, hemos ocupado regiones enteras, construido nuevas bases militares, contratado y armado a más mercenarios y arrojado las bombas más potentes sobre ciudades. Alardea de haber debilitado a Irán al dar por terminado el acuerdo nuclear e incrementar las sanciones, lo que precipitará, según él, un inminente colapso y un cambio de régimen. Proclama el éxito de su guerra económica contra China y el declive de Rusia, rodeada de misiles nucleares y bases militares, y ahogada por las sanciones económicas.
Trump se jacta de los nuevos triunfos políticos y aliados militares en América Latina. Considera que ha recuperado para el mercado a Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Ecuador, países que le proporcionan un ejército vasallo con el que derribar los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Trump presume de su éxito en la «renegociación» del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), cuyo nombre ha sido cambiado y que en teoría proporciona «acuerdos» mejores con México y Canadá.
La Unión Europea y cada uno de sus miembros han sentido la cólera subyacente en sus amenazas de guerra comercial y su exigencia de aumentar las contribuciones a la OTAN. Ha pedido a los alemanes que compren el petróleo y el gas a EE.UU. en lugar de comprárselo a Rusia; amenaza a las compañías europeas que se atrevan a cumplir sus compromisos vigentes con Irán. Presume de la venta de armas a Arabia Saudí por valor de 100.000 millones de dólares y afirma la supremacía estadounidense en Oriente Próximo y norte de África.
Si hacemos caso de sus declaraciones bulliciosas y fanfarronas, Trump ha ganado todas las guerras, conquistado a todos sus competidores y sentado las bases para el «Siglo Americano» (sic). ¿Cuántos de sus tuits sobre política exterior son un reflejo del mundo real y cuántos son exclamaciones vacuas?
El presidente Trump: pretensiones y realidad
La estrategia del presidente Trump en política exterior se basa más en bravatas que en conquistas, más en ruido que en negocios, más en «faroles» que en éxitos.
Empecemos por Rusia. Las sanciones y el cerco militar no han conseguido debilitarla. Berlín está incrementando sus lazos comerciales con el Kremlin, le compra más petróleo y gas, construye gasoductos y afirma la autonomía de la UE en sus tratos con Rusia. El cerco militar se basa en la implicación de socios bálticos de tercera categoría y bases de misiles emplazadas en Polonia. En cambio, Rusia ha firmado acuerdos militares y económicos por valor de miles de millones de dólares con China, una potencia mundial.
La respuesta de Rusia ante la declaración de Trump de su salida del acuerdo de misiles nucleares ha sido la fabricación de armamento superior. En todos los aspectos, Rusia ha frustrado las sanciones y las amenazas económicas de Trump.
A pesar de la grandilocuencia con que Trump anunció que «asfixiaría a China» con aranceles, el superávit comercial de este país con EE.UU. ha aumentado, mientras el déficit de EE.UU. se ha incrementado.
Estados Unidos ha crecido un 2,8 por ciento, China un 6,5 por ciento. Estados Unidos no ha conseguido convencer a ninguno de sus aliados asiáticos de que se unan a su guerra comercial contra China. Todo lo contrario, pues los ha incentivado para buscar alternativas con las que reemplazar las exportaciones de EE.UU. Aunque los asesores económicos de Trump han amenazado a los grandes bancos de Wall Street para que dejen de tener negocios multimillonarios con China, la mayor parte de ellos han hecho caso omiso. Los banqueros ignoran la guerra comercial de Trump porque los beneficios cuentan más que la retórica gaseosa.
Arabia Saudí firma un acuerdo militar de 110.000 millones de dólares con Trump… ¡y luego solo compra el 10 por ciento! Parafraseando al presidente, son fake deals, acuerdos falsos.
Trump sostiene que la monarquía saudí es una gran aliada, a pesar de su boicot a Qatar, donde se ubica la mayor base militar estadounidense de la región. Israel, su gran aliado en Oriente Próximo, ignora las sanciones económicas a Rusia y la guerra comercial con China, dos de sus mayores socios comerciales en el sector de la alta tecnología.
Las guerras estadounidenses están perdiendo apoyo. Los rebeldes afganos controlan la mayor parte del país, rodean las capitales de provincia y fuerzan a los generales estadounidenses a replegarse. Los aliados de EE.UU. en Siria se han retirado. Nos quedan los separatistas kurdos, pero ellos defienden sus propios intereses, no los de Trump.
En América Latina, Trump recibe alabanzas de los regímenes de ultraderecha de Brasil y Argentina, que andan al borde del colapso económico, la crisis social y la revuelta política.
Éxitos internos de dudoso valor
Trump se vanagloria de la gran reducción de impuestos para los multimillonarios con holdings en el extranjero. Lo considera todo un triunfo que creará empleo y producirá crecimiento. En realidad, más de las tres cuartas partes de los beneficios repatriados han sido invertidos en la recompra de acciones que han aumentado los dividendos corporativos, no se han invertido en ninguna actividad productiva.
La guerra comercial con China no ha creado empleos, ha añadido costes a los consumidores, pues ha supuesto incrementos de los precios.
Sus políticas favorables a la empresa han reforzado la influencia de las grandes corporaciones a la hora de conseguir concesiones multimillonarias de los gobiernos locales y estatales. Jeff Bezos, el multi-mega-millonario propietario de Amazon, recuperó más de 10.000 millones de dólares en exenciones fiscales, además de las concesiones financiadas por el Estado.
En efecto, las transferencias de renta a gran escala y largo plazo de Trump benefician a los ricos más que a los pobres, aumentan las desigualdades y reducen los fondos públicos para educación, sanidad y asistencia social.
La oposición de Trump a la sanidad universal, a los acuerdos internacionales sobre cambio climático, a las inversiones en infraestructura nacional y a la regulación de la supervisión bancaria ha aumentado el riesgo de desastres naturales, crisis financieras y malfuncionamiento de los transportes.
A pesar de su programa nacional retrógrado, Trump mantiene el apoyo electoral y no se enfrenta a ninguna amenaza política inmediata por una razón básica: los Demócratas no ofrecen ninguna alternativa.
Los Demócratas corporativos que dirigen el partido respaldan todas las políticas retrógradas de Trump: apoyan su aumento del gasto militar y la reducción fiscal a los superricos, además de oponerse a un programa nacional de sanidad para todos.
Además, durante el doble mandato del presidente Obama, los grandes bancos recibieron un rescate billonario, mientras 3 millones de hogares fueron desahuciados por no poder hacer frente al pago de sus hipotecas; los salarios mínimos se mantuvieron por debajo de la línea de pobreza; y las desigualdades aumentaron, al igual que las disparidades raciales.
Bajo la presidencia de Obama se detuvo y deportó a 2 millones de inmigrantes, creando un precedente para las políticas contrarias a la emigración de Trump. Es decir, los programas implementados por Trump son una continuación y una radicalización de los puestos en marcha por el régimen de Obama.
Conclusión
Trump ha sabido rentabilizar demagógicamente los fracasos de los programas socioeconómicos (a favor de las corporaciones) y las múltiples guerras del Partido Demócrata para desarrollar sus políticas interior y exterior.
Gracias a ello, ha sabido explotar el descontento popular y ha conseguido el respaldo de las grandes empresas prometiendo reducciones de impuestos y el fin de las regulaciones. En la práctica, la imposición de programas agresivos en el ámbito nacional y en el exterior ha contribuido al aislamiento y la pérdida de influencia de Washington. Ninguno de sus objetivos originales ha sido alcanzado. Estados Unidos ha multiplicado sus adversarios, y estos se han fortalecido y unificado. Washington ha perdido mercados bien establecidos sin ganar ninguno nuevo. Su apoyo se ha visto reducido sin ganar nuevos adherentes. Los «aliados» de confianza de Trump (Israel, Arabia Saudí, Alemania y otros) han hecho perder fuerza a sus agresivas políticas comerciales con Rusia y China. Las sanciones contra Irán han eximido a los principales compradores de las exportaciones petroleras de Teherán. Se ha mostrado incapaz de conseguir sus objetivos en política interior y exterior pero estos fracasos no se han traducido en una pérdida significativa de influencia.
Europa está dividida internamente y se muestra incapaz de formular una alternativa consecuente. América Latina afronta crisis económicas que excluyen cualquier intervención militar conjunta, a pesar de los «acuerdos sobre el papel».
Pero el mayor fracaso de Trump son sus políticas con China. Todos y cada uno de los principales aliados de EE.UU. en Asia han mantenido y aumentado sus acuerdos comerciales con Pekín. La prematura celebración de la victoria diplomática sobre Corea del Norte se ha desvanecido, pues este país ha recuperado sus lazos con China y Rusia y los ha ampliado.
Las opciones estratégicas de Trump no han alcanzado sus objetivos. No se ha producido ninguna transformación global de gran impacto. Si los generales de Trump abandonan Afganistán, no será gracias al Partido Demócrata o a los europeos.
Las guerras comerciales con China no han servido para aumentar el empleo en EE.UU., pero los críticos de Trump en Wall Street han negociado nuevos acuerdos financieros más lucrativos.
En resumen, los fracasos de Trump no han creado nuevas y mejores condiciones para los mercados globales, no han acabado con las guerras ni han mejorado el nivel de vida. A pesar de ello, muchos progresistas están satisfechos por estos fracasos, aunque no se beneficien de ellos.
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