Las diferencias para parte de los movimientos sociales no son sólo de orden práctico. También, como señala el autor, son de orden teórico. Y ahí radica la fractura. Visualizar lo que sucederá con los movimientos sociales tras la cita electoral del 3 de diciembre no puede realizarse sin entender, aunque sea a grandes rasgos, su […]
Las diferencias para parte de los movimientos sociales no son sólo de orden práctico. También, como señala el autor, son de orden teórico. Y ahí radica la fractura.
Visualizar lo que sucederá con los movimientos sociales tras la cita electoral del 3 de diciembre no puede realizarse sin entender, aunque sea a grandes rasgos, su propio devenir histórico. En la segunda mitad de los ’80, y catalizadas por la crisis económica posterior al «viernes negro», nuevas formas de organización y reivindicación comenzaron a desarrollarse en el país caribeño: el movimiento estudiantil y de vecinos, de mujeres, contraculturas, ecologistas y de derechos humanos. Subjetividades que si bien tenían a la izquierda como referencia, no respondían mecánicamente a los esquemas organizativos guevaristas-leninistas que reivindicaban la herencia de la insurrección armada de los ’60. El ‘Caracazo’ (1989), como expresión del creciente malestar, configura entonces el inicio de una sociedad civil tan ajena a los partidos políticos tradicionales y redes clientelares del Estado como a los programas de los partidos políticos de izquierda. La efervescencia posterior reedifica un tejido social compuesto por infinitas iniciativas sociopolíticas, con diferentes y crecientes niveles de articulación entre sí, que protagonizó las movilizaciones contra el gran objetivo de la época: la salida de Carlos Andrés Pérez del poder.
El movimiento originario de Chávez logra superponerse a esta dinámica y darle un rostro al descontento, legitimándose en las urnas en 1999 al capitalizar la extendida voluntad de cambio que cruzaba el país, pero también revitalizando la matriz populista, caudillesca y estatista que forma parte del acervo histórico venezolano. La imposición de un modelo personalista de dominación tenía como precondición la desarticulación de las dinámicas ciudadanas que permitieron su llegada al poder. Esto fue facilitado, entre múltiples razones, por la polarización impuesta por las élites en pugna: aquellas proscritas del poder, que representaban los sectores productivos tradicionales, y la nueva burocracia «de izquierda», legitimando los intereses de los sectores álgidos de la globalización económica en el país.
De esta manera tenemos que el tejido social tras 1999 es fragmentado (movimiento vecinal, estudiantil y ecologista), neutralizado (derechos humanos) y cooptado (indígenas, mujeres, contraculturas) por las expectativas creadas por un Gobierno retóricamente de izquierda. Éste ha promovido, en su lugar, expresiones de organización popular sin autonomía dentro de una renovada red clientelar, en medio de una de las mayores bonanzas económicas vividas por los altos precios petroleros. Estas iniciativas populares, tuteladas desde arriba, poseen varios elementos que las caracterizan frente a otros movimientos sociales:
1) La solidaridad vertical suplanta a la solidaridad intra-clase: las movilizaciones responden a una agenda política impuesta por la cúpula, siendo casi inexistentes sus propias convocatorias o actos de solidaridad cuando otras partes del movimiento son reprimidas por las instituciones.
2) Una identidad permeada por el culto a la personalidad y la ausencia de una historicidad y argumentación diferente de la originada por la figura de poder, lo cual impide cualquier hipotética «profundización de la revolución».
3) El objetivo de su práctica es legitimar los proyectos gubernamentales, sin ningún proceso de construcción paralelo o diferente.
4) Un desgaste progresivo por su incorporación a la lógica acumulativa político-electoral. El incumplimiento de las expectativas generadas por el chavismo ha aumentado exponencialmente las protestas populares durante 2006, que continuarán incrementándose el año que viene. Pero es precisamente el chantaje de la polarización -«darle armas a la derecha», «manipuladas por el imperialismo»- lo que contiene el creciente descontento frente a un Estado que ni se transformó en el momento en que pudo hacerlo y cuya nueva burocracia no realiza políticas diferentes al asistencialismo populista latinoamericano.
RAFAEL UZCÁTEGUI (PERIÓDICO ‘EL LIBERTARIO’)