«Se habla allí de una verdadera democracia participativa del pueblo y para el pueblo. Pregunto yo: ¿Cuál democracia? De acuerdo con las observaciones hechas no llagamos a ella y vendrán peores frustraciones. La estructura que allí se plantea es de un partido ortodoxo, verticalista, con centralismo democrático a lo leninista; mesiánico, puesto que lo plantea […]
«Se habla allí de una verdadera democracia participativa del pueblo y para el pueblo. Pregunto yo: ¿Cuál democracia? De acuerdo con las observaciones hechas no llagamos a ella y vendrán peores frustraciones. La estructura que allí se plantea es de un partido ortodoxo, verticalista, con centralismo democrático a lo leninista; mesiánico, puesto que lo plantea como única vía de salvación nacional… las normas de funcionamiento son tan formales que mas bien parecieran las normas de un internado religioso… Lo más antidemocrático aparece en las normas generales: una asamblea bolivariana (o sea el partido) debatirá los problemas vitales de la comunidad. Así la Asamblea popular será sustituida por el partido, como lo hacen actualmente las organizaciones políticas existentes, y la creatividad robinsoniana quedará de adorno para los escritos y discursos públicos. A esta norma se la complementa con el consejo disciplinario, de donde saldrá una KGB soviética o una DISIP criolla. Es duro que lo diga, pero no existe un solo ejemplo que con estructurales verticales de este tipo y tales consejos disciplinarios, no degenere el partido en un simple cogollo policial…» (En: Arvelo Ramos, pp. 45-46)
En tiempos de transición socialista, hay quienes olvidan como el pensamiento crítico marxiano (el de Marx, sin tramposerías posteriores), habló de cómo el desarrollo capitalista, a partir de sus propias contradicciones y antagonismos, crea las condiciones de posibilidad para la conformación de la subjetividad revolucionaria de clase.
No era, por cierto, el «capitalismo en abstracto» el que crea las condiciones para el Socialismo, como equivocadamente afirman los que quieren omitir y silenciar al Marx crítico y heterodoxo, sino las contradicciones y antagonismos histórico-específicos presentes en las luchas de la subjetividad proletaria frente al Capital.
Pues la subjetividad proletaria no cae del cielo, ni sale de un maletín, ni es el efecto realizado por una operación mediática. Tampoco se trata de una subjetividad pre-formada exteriormente, que simplemente es trasplantada a los trabajadores y trabajadoras de carne y hueso «desde afuera», desde una presunta vanguardia esclarecida que tiene «la verdad monopolizada». Grave error que el Marx crítico-radical reprobaría de la A hasta la Z.
De allí la diferencia en el siglo XIX entre los revolucionarios jacobinos, blanquistas, con espíritu de minorías conspirativas y sectarias, frente a la Liga de los Comunistas, marxistas revolucionarios que planteaban las cosas desde un horizonte existencial y conceptual distinto, en el cual el movimiento autónomo de una mayoría inmensa en interés de la inmensa mayoría estaba claramente explicitado.
También es muy distinta al pensamiento marxiano, lo planteado por algunas teorías revolucionarias que bajo el paraguas de la ortodoxia bolchevique o del pensamiento del Che, pretenden hacer caso omiso a los planteamientos críticos marxianos, colocándolos en las aguas del reformismo.
Creo que por primera vez en la historia de las polémicas socialistas, Marx pasa a jugar el paradójico papel de fontanero del reformismo. ¡Nada más y nada menos! Craso error con graves consecuencias políticas, pues lleva realmente agua al molino de los socialismos burocráticos del siglo XX.
Se trata de las operaciones de las antenas repetidoras de las ideas y creencias del socialismo burocrático, simples apéndices de la temeridad, el aventurerismo y la impaciencia revolucionaria, producto de la escasa capacidad de seguir los ritmos del dialogo crítico con las bases proletarias y populares de la revolución, condición necesaria para corregir «verdades absolutas» en contacto efectivo con las aspiraciones y demandas concretas de los trabajadores y trabajadoras, con las necesidades sentidas de las mayorías populares. Pues si ya se tiene la «verdad absoluta», el «guion revolucionario», la «receta prefabricada», ¿para qué encontrase en el dialogo formativo con los trabajadores y trabajadoras, con el pueblo en sus vivencias concretas, en sus problemáticas y reivindicaciones inmediatas?
Se trata en estas antenas repetidoras, de una actividad difusionista, de bajar la «línea correcta», de adoctrinar, de generar una revolución como espectáculo alienante, como constitución del «pueblo» en «masa de maniobra», y no en sujeto activo de su auto-emancipación. Aunque lo nieguen, el alfa y omega de estas antenas repetidoras del «marxismo soviético», su actividad práctico-vital está en el imaginario estalinista, su modo de hacer revela incluso mucho más que su modo de decir (lo cual no es poca cosa); y la operación de cobertura ideológica, de complemento solemne de justificación, revela lo más crudo y patético del marxismo burocrático: su raquitismo intelectual, moral y ético-cultural, su imposibilidad para renovar nuevos horizontes de pensamiento crítico socialista.
A este «neo-estalinismo» apuntalado por el ingreso fiscal petrolero, disfrazado de «ultra-chavismo en clave cesarista», le convendría pasearse por las páginas de aquel texto de Alberto Arvelo Ramos escrito en 1988: «El dilema del chavismo. Una incógnita en el poder. Ensayos políticos para personas que detestan a los políticos», editado por José Agustín Catalá. Les convendría pasearse por varias razones.
La primera, porque el «neo-estalinismo» traduce las miserias de las mentalidades del aparato-partido, del doctrinarismo único de izquierda (propiedad estatizada, táctica reduccionista de clase contra clase, partidarios del partido-único, planificación burocrática y deber de sumisión ideológica), colocando las bagatelas del llamado «código del constructor del comunismo científico», como si fuesen novedades ideológicas de la revolución.
Nada más falso. Por ejemplo, del contrabando ideológico de la llamada «conciencia del deber social», tiene una genealogía histórica precisa. Para quienes quieran de verdad investigar a fondo, y no quedarse en la superficie de los fenómenos, allí están los documentos del XXII Congreso del PCUS (1961), elaboraciones filosóficas de Shishkin (1955,1959, 1961), de Sharia, Tugarinov, referidos por la investigación de Kamenka (1962), por ejemplo, hasta llegar al Diccionario de filosofía de Rosental-Ludin (1965) y los textos de Afanasiev (1977). De este marxismo soviético, ya Marcuse (El marxismo soviético) ha dado sus perfiles más claros, así como debatido sus imposturas con relación al pensamiento crítico de Marx.
La segunda razón, porque en el texto de Arvelo Rámos hay una primera aproximación contextualizada a lo que fue el aluvión social, político e ideológico que conformó históricamente el multitudinario respaldo a Chávez como opción de poder, expresada en la programática y anti-neoliberal AAB: Agenda Alternativa Bolivariana, multitudinario respaldo que puede menguarse sin retorno (del reflujo coyuntural a la derrota auto-inducida), dada una secuencia acumulativa de errores y extravíos desde el año 2007, que se traducen en discursos, prácticas y políticas que intentan hegemonizar de modo autoritario la construcción colectiva del espacio del nuevo socialismo para el siglo XXI.
Los elementos de una crisis de legitimación de la dirección política, económica y ético cultural de la revolución bolivariana, residen en que no ha logrado superar el flujo acumulado de debilidades internas y amenazas externas, que han sedimentado mayores niveles de riesgo político para el proyecto de construcción del socialismo venezolano en clave popular, radical-democrática, ecológica y descolonizadora.
La tercera razón, es que Arvelo Ramos construyó dos figuras que expresan auténticas sombras internas de la coalición heterogénea del «chavismo», como movimiento nacional-popular de carácter anti-neoliberal: la figura del «militarismo derechoso», proclive a soluciones providenciales, a gendarmes necesarios, a salidas dictatoriales ó al menos autoritarias; y la figura de los llamados «partidarios del partido leninista único», que desde nuestro punto de vista, traducen la recepción o la sedimentación de la «vieja ortodoxia bolchevique» y la lógica de significación y sentido de la subcultura de la III Internacional, combinada con una suerte de mitológica y a-crítica relación con el legado histórico de la revolución cubana.
En este último aspecto, es visible el trasplante mecánico de prácticas, representaciones y discursos que bordean la figura del Comandante Fidel Castro; y recientemente del Presidente Raúl Castro, propias de la revolución cubana, en la idea nada original de calificar a Chávez como «Comandante-Presidente», con la agregada consigna del «mande-comandante» (fenómeno aún no valorado en su impacto sobre la subcultura política de la base social de la revolución bolivariana); así como una extraña lectura dogmática de los planteamientos del Che (sin diferenciar momentos históricos o sus desplazamientos teóricos internos), articulada a una suerte de elevación totémica del Che al panteón de los dioses o semi-dioses (humano, demasiado humano no es, entonces); operación que es parte de una puesta en escena de la metódica propagandística de los aparatos: la proyección totémica del Che se convierte (a pesar del Che) en una cobertura ideológica e iconográfica para justificar una política dogmática, cerrada, inflexible, doctrinaria, que termina por cumplir una función paradójica en el montaje textual del imaginario del «neo-estalinismo tropical».
Obviamente, el peor escenario para el movimiento nacional-popular anti-neoliberal que impulsa la revolución bolivariana, es que en su tránsito hacia un movimiento anti-capitalista, asuma el derrotero sendero de una amalgama entre el «militarismo derechoso», y aquel «leninismo de partido único» que contribuyó a sedimentar la subcultura autoritaria del socialismo burocrático, en su conducción política, programática, estratégica y táctica; es decir, que encalle estrepitosamente en una suerte de cesarismo políticamente regresivo. Si así fuese, el texto que habría que leer rápidamente se llamaría: «La Revolución Traicionada (Trotsky-1936 dixit)
Sin embargo, se trata de una posibilidad histórica objetiva que depende de complejas situaciones, condiciones y factores en lucha; de contradicciones de fuerzas económicas, sociales, políticas y ético-culturales que están presentes en el «análisis de la situación» (Gramsci dixit); que traducen, como en toda proceso histórico abierto, tendencias y contra-tendencias (objetivas y subjetivas) en movimiento. La clave para impedir la consolidación de un flujo de acontecimientos y situaciones que apunten a semejante contenido y dirección, a transitar de la «tendencia» al «hecho consumado», reside en una clarificación acertada de la relación entre la democracia participativa: la democracia del protagonismo popular, y el nuevo socialismo en las actuales condiciones del siglo XXI, metabolizado de manera crítica y propositiva el balance de inventario crítico de las experiencias del socialismo burocrático del siglo XX.
En fin, en la lucha por la construcción de formas, practicas y espacios de Democracia Socialista, radicalmente distintas de las modalidades autoritarias de hegemonía política y ético-cultural de las experiencias del «socialismo real» del siglo XX. De este modo, sin revolución democrática de multitudes populares, comprendida como poder constituyente, como proceso popular constituyente; y a la vez como construcción de hegemonía radical-democrática desde las organizaciones y movimientos del poder popular, no es posible una revolución socialista que sea completamente distinta de las pesadillas del despotismo burocrático de izquierda del siglo XX.
Ciertamente, en el asunto de la democracia socialista, participativa, deliberativa, protagónica se juegan múltiples frentes de lucha, desde los económico, lo social hasta llegar a lo ético-cultural y lo científico y tecnológico; donde se abre un extraordinario debate que se articula a la construcción de formas de consenso alrededor del nuevo imaginario socialista. Por tanto, esta construcción de consensos alrededor de un nuevo imaginario socialista, son parte también de la resolución inmediata de una agenda de problemas y temas vinculados a las necesidades sentidas del pueblo, a sus problemáticas cotidianas (aún no resueltas), a sus reivindicaciones no procesadas por los movimientos sociales, por los partidos o por el aparato de estado en sus políticas públicas de inclusión social, lucha contra la desigualdad y contra diversas formas de opresión social.
Si no existe un Estado Democrático y Social de nuevo tipo (de derecho y de justicia en el sentido material y no solo formal de la justicia), abierto a las demandas del pueblo y de la clase trabajadora, a la contraloría social efectiva, al control popular directo de los movimientos de mujeres, de los trabajadores y trabajadoras, de los campesinos, de los estudiantes, de los pueblos originarios, de los sectores medios, de los intelectuales, de los pequeños y medianos productores; entonces la base social de apoyo de un movimiento mayoritario anti-neoliberal se fractura, se debilita; en fin, se quiebra.
Lo que Arvelo Ramos califica como el «gran frente del chavismo popular y democrático» se evapora. Y es allí donde reside la fortaleza y oportunidad del nuevo socialismo para el siglo XXI, no en doctrinarismos ni sectarismos de una vieja izquierda de aparato, que aún enlazada a la idea de «vanguardismo» termina por vaciar de contenido de masas, a la revolución bolivariana. Pues este frente mayoritario; a pesar de que tiene una composición social, cultural y de clases heterogénea, es la condición de posibilidad de una revolución de mayorías, de multitudes populares, que requiere de prácticas de articulación política; es decir, de «alianzas sociales amplias y acertadas» (Frente Amplio Socialista). En fin, lo que era básico y esencial en la teoría revolucionaria, una adecuada «política de alianzas». Pues el llamado por Arvelo Rámos, «Chavismo democrático y popular» es simplemente la condición de posibilidad de un nuevo bloque hegemónico o histórico popular-bolivariano.
Arvelo Ramos escribió reivindicando las rebeliones militares del año 1992 lo siguiente:
«Los insurrectos tienen razón. La situación del país es irresistible y el pueblo -es decir, cada uno de nosotros- se niega aceptándola. Tenemos la decisión de no seguir con esta corrupción abismal e impune…con esta soberbia irresponsable del Jefe de Estado, que impone el viraje total del modelo de desarrollo, sin desarrollar consultas ni generar respaldos; con esta vacilante, acobardada defensa de nuestros fueros territoriales, y en fin, con la pérdida del sentido colectivo nacional, de lo político, que ha quedado reducida a gestión de negocios, frecuentemente turbios… desde afuera, desde la libertad precaria que gozamos, hago votos para que lo que están prisioneros por habernos despertado, se incorporen pronto a la comunidad nacional. Tendrá entonces intacta su dignidad los militares, y deberán emprender el camino de otra dignidad, la que han ayudado a construir. La dignidad civil para los militares, como ciudadanos integrales, deliberantes y políticos. Tenemos por delante el esfuerzo conjunto arduo y magnífico, de la edificación democrática de una sociedad digna, plural y soberana»(Alberto Arvelo Rámos; En defensa de los insurrectos, pp. 115-116).
Tiempo más tarde, Arvelo Ramos afirmó en una suerte de conjetura existencial que problematiza (y excepcionalmente anticipa) en su medula muchas de las encrucijadas que experimenta la revolución bolivariana como revolución democrática:
«El alejamiento proviene de mi convicción de que Chávez no está comprometido vitalmente con el grupo «A» del chavismo (se refiere al gran frente del chavismo popular y democrático). Que está mucho más vinculado – no solo por nexos conceptuales e ideológicos- con otros dos grupos muy restringidos del chavismo que he designado como «B» y «C» (partidarios de la dictadura militar plena y partidarios del partido leninista único), que son estructuralmente no democráticos, y uno de los cuales es expresamente leninista. Antes de proseguir constato que esta es una consideración política y que, en consecuencia, no está regida por ningún determinismo o necesidad natural. Chávez puede alterar su posición respecto a los grupos del chavismo dentro de los cuales se mueve. Pero ello sólo podrá ocurrir en la medida en la cual el grupo «A», que es aplastantemente mayoritario tome conciencia de la inmensa fortaleza de sus concepciones democráticas, e incida dialécticamente para transformar el liderazgo de su líder.» (Arvelo Rámos; El dilema del Chavismo, pp.36)
Aquí hay que tomar en consideración la posición crítica de Kleber Ramírez frente al «leninismo ortodoxo», que retoma Arvelo Ramos, cuestionando a los cultores o partidarios del partido único leninista:
«Se habla allí de una verdadera democracia participativa del pueblo y para el pueblo. Pregunto yo: ¿Cuál democracia? De acuerdo con las observaciones hechas no llagamos a ella y vendrán peores frustraciones. La estructura que allí se plantea es de un partido ortodoxo, verticalista, con centralismo democrático a lo leninista; mesiánico, puesto que lo plantea como única vía de salvación nacional… las normas de funcionamiento son tan formales que mas bien parecieran las normas de un internado religioso… Lo mas antidemocrático aparece en las normas generales: una asamblea bolivariana (o sea el partido) debatirá los problemas vitales de la comunidad. Así la Asamblea popular será sustituida por el partido, como lo hacen actualmente las organizaciones políticas existentes, y la creatividad robinsoniana quedará de adorno para los escritos y discursos públicos. A esta norma se la complementa con el consejo disciplinario, de donde saldrá una KGB soviética o una DISIP criolla. Es duro que lo diga, pero no existe un solo ejemplo que con estructurales verticales de este tipo y tales consejos disciplinarios, no degenere el partido en un simple cogollo policial…» (En: Arvelo Ramos, pp. 45-46)
Que el partido que construya el socialismo bolivariano para el siglo XXI no se convierta en un simple cogollo policial; en fin, en una estructura imposibilitada de construir consensos, y más convertida en órgano de coerción, de disciplina por el predominio de los elementos de fuerza. Se trata, en aquella posición crítica de Kleber Ramirez, de una conjetura existencial que apunta sin duda a lo que en la actualidad se ha hecho médula problemática de las encrucijadas de la revolución bolivariana: repetir el guión de la ortodoxia leninista, la plantilla burocrática del partido, hasta llegar a la medula del socialismo burocrático del siglo XX: el cogollo de mentalidad policial.
En el fondo de estos problemas reside un verdadero problema ideológico y teórico. Pues no hay un profundo y resonante dialogo y polémica socialista de carácter orgánico, que permita acumulación de fuerzas, ni en los espacios de la «izquierda social», ni en los espacios de la «izquierda política», ni en los espacios de la «izquierda teórica» venezolana. Son palpables los acomodos y silencios palaciegos. No hay debate polémico orgánico, con consecuencias e implicaciones, sobre el legado del socialismo real para la revolución bolivariana.
Se asume acríticamente a Lenin, su concepción del partido (¿Qué hacer? -1902), y su pesada herencia en los partidos políticos modernos venezolanos del siglo XX, como inspiración de la política, cancelándose un cuestionamiento profundo precisamente al «leninismo de partido único», una suerte de aversión a estas estructuras verticales e impositivas para la realización de la democracia participativa, de amplia deliberación y protagonismo popular. Y si no se cuestiona a Lenin, los cuestionamientos a Stalin son solo «lugares comunes», topoi para despistar incautos.
El engaño de la URSS, y su despotismo burocrático sigue presente. Los contrastantes puntos de vista entre Lenin y Rosa Luxemburgo se difuminan deliberadamente, Muchos más, el radical contraste de Marx y Lenin en múltiples asuntos. Se hace silencio del Trotsky crítico de Lenin. Estos personajes se convierten en simples imágenes vacías, marcas publicitarias amalgamadas sin ningún debate sustancial de ideas contrastantes. En definitiva, el «socialismo teórico-revolucionario» es un espectáculo para consumo del «gran público», símbolos huecos de significación existencial, a semejanza de las operaciones publi-propagandísticas de la industria de las conciencias, con una típica depauperación psíquica de las masas, bajo una nueva «alienación política». En fin, reproducción ampliada de la separación entre gobernantes y gobernados en un espectáculo de masas, cuyo montaje textual depende de operaciones de pequeños grupos de decisión, diseño y ejecución. ¿Es esta la condición de posibilidad de la articulación orgánica entre movimientos sociales, partidos revolucionarios y trabajadores intelectuales para la acumulación de fuerzas en la construcción del nuevo socialismo para el siglo XXI? No, es su condición de imposibilidad.
Pequeño detalle: ¿Por qué Marx habla de partido(S) obreros y no de partido único? ¿Por qué Trotsky habrá mencionado la posibilidad del pluripartidismo soviético? ¿Por que la nueva izquierda anti-neoliberal latinoamericana abordó el asunto de las relaciones entre movimientos sociales y partidos políticos? ¿Cual ha sido el real aprendizaje político para desprenderse de la subcultura del socialismo burocrático y construir proyectos de democracia socialista?
La política leninista está guiada por la destrucción de la autonomía político-organizativa de los «consejos», engullidos como correas de transmisión del Estatismo Autoritario denominado como «Estado Socialista», y aún más, de todo modo de sociabilidad que escape al dominio del Partido y de toda oposición en el seno del Partido mismo.
¿Por qué no se discuten abiertamente documentos tan ejemplares para una política despótica como lo fueron: «Las tareas inmediatas de los soviets» de 1918, o la «Administración científica y proletariado» de 1919? El fracaso del socialismo real fue justamente su despotismo burocrático, lo que Edgar Morin analizó en «la naturaleza de la URSS, como «totalitarismo de izquierda».
Lenin enuncia en estos textos, sin ambigüedades «el principio de la sumisión incondicional de la masa a una autoridad dictatorial personal, y plantea si una persona tal, con plenos poderes ilimitados, es compatible con los principios fundamentales del poder de los soviets. Y responde así:
«Si no somos anarquistas, debemos aceptar la necesidad del Estado, es decir, de la coacción para pasar del capitalismo al socialismo… por tanto, no hay contradicción alguna de principio entre la democracia soviética (socialista) y el tener que acudir al poder dictatorial personal». Esa dictadura es necesaria en la fábrica para aumentar la productividad, donde hay que aplicar todo lo que hay de científico y de progresivo en el sistema Taylor.»
Así uno entiende las revueltas obreras en la URSS, así uno comprende la liquidación de tendencias en el X congreso del PCUS, así uno comprende porque Trotsky haya planteado en «La Revolución Traicionada» (1936), lo que puede interpretarse como una suerte peculiar auto-crítica entrelíneas sobre los años 20 (¡un poco tarde, camarada Trotsky!):
«La supresión de los partidos de oposición fue una medida provisional dictada por las necesidades de la guerra civil, del bloqueo, de la intervención extranjera y del hambre. Pero el partido gobernante, que en ese momento era la organización auténtica de la vanguardia del proletariado, vivía intensamente. La lucha de los grupos y de las fracciones en su seno, sustituía, en cierta medida, la lucha de los partidos. Ahora que el socialismo ha vencido «definitiva e irrevocablemente», la formación de fracciones en el partido se castiga con el internamiento en un campo de concentración, si no es con una bala en la nuca. La prohibición de los partidos, medida primitivamente provisional, se ha transformado en un principio.»
Y también plantea Trotsky:
«No pensamos oponer a la abstracción dictadura, la abstracción democracia para pesar sus cualidades respectivas en la balanza de la razón pura. Todo es relativo en este mundo en donde lo único permanente es el cambio. La dictadura del partido bolchevique fue en la historia uno de los instrumentos más poderosos del progreso. Pero aquí, según el poeta, Vernuft wird Unsinn, Wohltat- Plage*(«La razón se convierte en sinrazón, y la buena obra se transforma en pesadilla». Goethe, Fausto) La prohibición de los partidos de oposición produjo la de las fracciones; la prohibición de las fracciones llevó a prohibir el pensar de otra manera que el jefe infalible. El monolitismo policiaco del partido tuvo por consecuencia la impunidad burocrática que, a su vez, se transformó en la causa de todas las variantes de la desmoralización y de la corrupción.»
Dice Trotsky: jefatura infalible de Stalin, monolitismo policiaco del partido (¿Kleber Ramírez no decía lo mismo acaso?).
Vale la pena transcribir ampliamente la siguiente apreciación de Trotsky (La revolución traicionada-1936):
«Lenin y sus colaboradores tuvieron invariablemente como primer cuidado el de preservar a las filas del partido bolchevique de las taras del poder. Sin embargo, la estrecha conexión, y algunas veces la fusión, de los órganos del partido y del Estado, provocaron desde los primeros años un perjuicio cierto a la libertad y la elasticidad del régimen interior del partido. La democracia se estrechaba a medida que crecían las dificultades. El partido quiso y esperaba conservar en el cuadro de los soviets la libertad de las luchas políticas. La guerra civil trajo una seria consecuencia: los partidos de oposición fueron suprimidos unos después de otros. Los jefes del bolchevismo veían en estas medidas, en contradicción evidente con el espíritu de la democracia soviética, necesidades episódicas de la defensa y no decisiones de principio. El rápido crecimiento del partido gobernante, ante la novedad y la inmensidad de las labores, engendraba inevitablemente divergencias de opinión. Las corrientes de oposición, subyacentes en el país, ejercían de diversos modos su presión sobre el único partido legal, agravando la aspereza de las luchas fraccionales. Hacia el fin de la guerra civil esta lucha revistió formas tan vivas que amenazó quebrantar el poder. En marzo de 1921, durante la sublevación deKronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X Congreso del partido se vio obligado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a aplicar el régimen político del Estado a la vida interior del partido dirigente. La prohibición de las fracciones, repitámoslo, se concebía como una medida excepcional destinada a desaparecer con la primera mejoría real de la situación. Por lo demás, el Comité Central se mostraba extremadamente circunspecto en la aplicación de la nueva ley y cuidaba, sobre todo, de no ahogar la vida interior del partido. Pero, lo que primitivamente no había sido más que un tributo pagado por necesidad a circunstancias penosas, fue muy del agrado de la burocracia que consideraba la vida interior del partido desde el punto de vista de la comodidad de los gobernantes. En 1922, durante una mejoría momentánea de su salud, Lenin se atemorizó con el crecimiento amenazador de la burocracia y preparó una ofensiva en contra de la fracción de Stalin, que había llegado a ser el pivote del aparato del partido antes de apoderarse del Estado. El segundo ataque de su enfermedad, y después la muerte, no le permitieron medir sus fuerzas con las de la reacción. Todos los esfuerzos de Stalin, con quien estaban en ese momento Zinóviev y Kámenev, tendieron, desde entonces, a liberar el aparato del partido del control de sus miembros. En esta lucha por la «estabilidad» del Comité Central, Stalin fue más consecuente y más firme que sus aliados pues no lo desviaban los problemas internacionales de los que jamás se había ocupado. La mentalidad pequeño burguesa de la nueva capa dirigente era la suya. Creía profundamente que la construcción del socialismo era de orden nacional y administrativo; consideraba a la Internacional Comunista como un mal necesario al que había que aprovechar, en la medida de lo posible, con fines de política exterior. El partido sólo significaba a sus ojos la base obediente de las oficinas. Al mismo tiempo que la teoría del socialismo en un sólo país, se formuló otra para uso de la burocracia según la cual, para el bolchevismo, el Comité Central lo es todo, el partido, nada. En todo caso, esta segunda teoría fue realizada con más éxito que la primera. Aprovechando la muerte de Lenin, la burocracia comenzó la campaña de reclutamiento llamada de la «promoción de Lenin».
Lo más lamentable queda resumido justamente en el siguiente fragmento:
«La burocracia no sólo ha vencido a la Oposición de Izquierda, ha vencido también al partido bolchevique. Ha vencido al programa de Lenin, que veía el principal peligro en la transformación de los órganos del Estado «de servidores de la sociedad en amos de ella». Ha vencido a todos sus adversarios -la Oposición, el partido de Lenin-, no por medio de argumentos y de ideas, sino aplastándolo bajo su propio peso social. El último vagón fue más pesado que la cabeza de la Revolución. Tal es la explicación del termidor soviético.»
Pero el asunto va más allá de las autocriticas entre-líneas del propio Trotsky y su reivindicación del leninismo no burocrático. El problema está en la médula de la ortodoxia bolchevique, en su imaginario jacobino-blanquista y su modelo de «democracia dirigida». Porque esa mano de hierro se aplicó en la industria (Lenin nada dice de la opresión que emana del trabajo en la industria), y se transfiere a lo social:
«Hay que endurecer los tribunales, denunciar las mentiras y calumnias de los anarquistas, de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios, pues después de concluida la represión militar de la burguesía se hace más peligroso para nosotros ese elemento anarquista pequeño burgués y también hay que acabar con el espíritu pequeño burgués y la moral del pequeño propietario. En cuanto el objetivo mayor del socialismo es producción en masa, poco importa la condición obrera, poco importa que se haya agravado. La dictadura de un jefe es la regla y con ella la disciplina de hierro.»
¿Puede ser una democracia socialista aquella que coloca en la acera del enemigo a los etiquetados como «obreros recalcitrantes», «pequeños burgueses», «anarquistas», «populistas» o «los pequeños propietarios»?
El leninismo copia de la sociedad capitalista las modalidades de la organización de la producción, así como de todas las organizaciones burocráticas modernas: el ejército, la policía y la burocracia estatal. La razón burocrática-despótica se impone a las razones de la emancipación.
El gran problema sigue siendo que no hay aproximación a formas de marxismo crítico, libertario, sino al «marxismo burocrático» vía ortodoxia bolchevique. La tarea de la izquierda teórica es asumir el legado de una «teoría crítica» anti-capitalista que a la vez sea anti-burocrático y anti-despótico. Se trata de la construcción de una teoría crítica para la insumisión, para la acción contra-hegemónica.
En fin, superar de raíz la recepción aún sedimentada y duradera de la «ortodoxia bolchevique», ahora metabolizada junto al «mito-cesarista» de cuño despótico-militarista. No hay que olvidar que la duradera influencia de la Tercera Internacional sigue presente confundiendo el socialismo, e incluso el marxismo, con el leninismo e incluso con el estalinismo.
El asunto sigue siendo la imposibilidad de un desprendimiento de esta tradición, y por otra una apertura, a vivificar nuevos paradigmas de democratización para el socialismo, de revolución democrática en los cuales, la democracia participativa, deliberativa y protagónica, sea tanto medio como fin, para luchar contra la explotación, la coerción política, la hegemonía ideológica, la negación cultural y el cada vez más palpable problema de la destrucción ambiental.
No hay Emancipación en abstracto, sino emancipación(es) concretas, diversas, desde el reconocimiento de singularidades revolucionarias, desde el multiverso. Pues el sujeto popular-subalterno e insurgente, la multitud popular, deviene unidad democrática de la multiplicidad revolucionaria, y no unidad impuesta desde un sectarismo castrador de diversidades como el partido único leninista.
Los sicofantes del «leninismo de partido único», no dejan de ser estalinistas avergonzados, en el mejor de los casos, o disfrazados, en el peor. Aquellos que hacen apologías a los sistemas de partido único pudieran pasearse por el emblemático capítulo X de «La revolución traicionada» de Trotsky titulado: «La URSS en el espejo de la nueva constitución». Tal vez allí verían con claridad sus auténticos rostros, sin mascaradas, sin camuflajes, sin disfraces. Tal vez allí comprenderían las razones por las cuales el llamado «chavismo popular y democrático» demanda más radicalización democrática, lo que no es en ningún caso radicalización burocrática ni radicalización de jefaturas infalibles; es decir, dictadura de la jefatura unipersonal.
Allí cruzamos el espejo de «Alicia en el país de las maravillas políticas» del estalinismo más ramplón (leninismo de partido único), a la más franca derecha fascistoide con su principio del caudillo (Mussoloni-Hitler-Franco dixit); es decir, a los partidarios de la dictadura militar.
No le faltaban algunas razones a Alberto Arvelo Rámos. Pero lo fundamental de las encrucijadas sigue estando en sus salidas. Como lo decía el propio Arvelo Ramos:
«Chávez puede alterar su posición respecto a los grupos del chavismo dentro de los cuales se mueve. Pero ello sólo podrá ocurrir en la medida en la cual el grupo «A» (chavismo democrático y popular), que es aplastantemente mayoritario tome conciencia de la inmensa fortaleza de sus concepciones democráticas, e incida dialécticamente para transformar el liderazgo de su líder.»
Que la multitud popular democrática y socialista, que las clases trabajadoras y socialistas, que los movimientos sociales democráticos y socialistas, permitan que la hegemonía intelectual y ético-cultural de las concepciones democráticas del socialismo, predominen como barrera de contención de cualquier «hegemonía autoritaria», para neutralizar cualquier corriente política que sea cemento ideológico del despotismo burocrático.
No hay democracia socialista desde la hegemonía autoritaria de visiones «calco y copia» del socialismo burocrático del siglo XX, mucho menos desde una contra-revolución de derecha que sea «calco y copia» de «gendarmes necesarios», tipo Pinochet.
Al fin y al cabo, el socialismo democrático, pluralista, revolucionario y libertario lucha por una ampliación de los espacios de igualdad, justicia y libertad, no por su supresión en nombre de una igualdad concedida desde la maquinaria despótica de la burocracia de Estado.
La lucha por el nuevo socialismo para el siglo XXI es la lucha por la democracia socialista. Es cada vea mas necesario que la multitud popular tome la palabra e incida dialécticamente para transformar el liderazgo de su líder. El momento del protagonismo popular puede incidir y transformar el momento del líder, el estilo cesarista que viene asumiendo el estilo de dirección, pues la revolución bolivariana no pueden verse socavada por la contra-revolución burocrático-despótica.
Sin revolución democrática no habrá nuevo socialismo para el siglo XXI. ¿Sera posible encontrar la salida al laberinto del extravío burocrático-despótico?
El «chavismo democrático y popular» (Arvelo Rámos dixit) tiene la palabra. ¿Tendrá capacidad de movilizar recursos de poder esta palabra?
Sin protagonismo popular no hay democracia socialista.
Insumisos del mundo, la democracia socialista puede construirse.
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