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Revolución documental

Fuentes: IPS

Para el documentalista venezolano Ángel Palacios, la verdad no es imparcial, y la independencia de los medios de comunicación es posible si no se intenta ser «independiente del mundo». Ferviente partidario del presidente Hugo Chávez –aunque también crítico de sus actos de gobierno–, Palacios es conocido internacionalmente por su documental «Puente Llaguno: Claves de una […]

Para el documentalista venezolano Ángel Palacios, la verdad no es imparcial, y la independencia de los medios de comunicación es posible si no se intenta ser «independiente del mundo».
Ferviente partidario del presidente Hugo Chávez –aunque también crítico de sus actos de gobierno–, Palacios es conocido internacionalmente por su documental «Puente Llaguno: Claves de una masacre», que devela hilos de la conspiración que condujo al efímero golpe de Estado venezolano de abril de 2002.

La verdad, que tantos propietarios tiene, está en el centro de un debate global sobre los medios de comunicación en una era en que una cámara de bolsillo, un computador y una conexión de Internet permiten a cualquiera convertirse en periodista de excepción.

Palacios, graduado de la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, afirma que en la nueva comunicación la técnica no interesa.

«Hay que desprofesionalizar la comunicación, liberarla de la estética dominante», dijo en una entrevista con IPS, durante una visita esta semana a la capital uruguaya para participar en cine-foros organizados allí donde a él le gusta: las barriadas populares.

La respuesta, afirma, son los medios comunitarios y alternativos. «Vi hace poco un documental realizado por campesinos sin tierra, que es el mejor de todos los que he visto. Discutido y realizado por ellos mismos, tiene un efecto devastador».

Sus propios documentales, el de la masacre del 11 de abril de 2002 en Caracas, y el más reciente «Asedio a una embajada» (sobre el sitio violento a la sede diplomática cubana en Caracas entre el 9 y el 13 de abril de 2002) se alimentan profusamente de material proveniente de los medios comunitarios de comunicación.

«Lo importante hoy es trabajar con los pobres», comenta a raíz de las críticas que sectores intelectuales de la izquierda latinoamericana lanzan contra la «revolución bolivariana» de Venezuela.

«En Venezuela la realidad son 1,4 millones de personas que aprendieron a leer y escribir en un año. Son los mercados populares que le permiten comer a la gente», dice.

«Un intelectual no me puede responder a eso con una discusión sobre dialéctica. En Venezuela hoy todo el mundo en la calle sabe lo que es una transnacional, quién es Condoleezza Rice, un helicóptero Super Puma o el desarrollo endógeno», sigue.

Los medios alternativos han crecido como hongos en Venezuela desde 2002, mientras los privados y estatales continúan enfrascados en una guerra en que los dogmas de objetividad e imparcialidad parecen haber claudicado ante la urgencia de la propaganda.

El gobierno estableció un «Premio Nacional de Comunicación Alternativa, Libre y Comunitaria», que se suma a los tradicionales premios nacionales a los periodistas profesionales, que en Venezuela deben ser graduados universitarios.

«Imparcial no, veraz sí», se declara Palacios, tajante. «Somos productores independientes, pero no independientes del mundo. Independientes de una fuente de financiamiento, estatal o privada, que nos esclavice. Pero del desarrollo de los pobres no somos independientes».

Aquella alternativa, dice, es la «comunicación de resistencia», en tanto que la suya es «de combate, clásica, poco innovadora, que usa los códigos tradicionales usados para vender productos y causar emociones superfluas, para entrar en contacto con un público que es ‘de ellos'».

«La producción de resistencia es un aliento para la lucha, mientras la producción de combate es una guerrilla comunicacional que opera en el territorio adversario», define en términos militares.

Además de «Puente Llaguno.», Palacios y su cooperativa Panafilms (de 15 integrantes) han producido recientemente los documentales «Espejo haitiano» y «Asedio de una embajada».

«Espejo haitiano» denuncia el golpe de Estado de febrero de 2004 contra el gobierno constitucional de Jean-Bertrand Aristide, y registra el apoyo popular que el derrocado mandatario mantiene en las extensas barriadas pobres de Puerto Príncipe.

El documental da también una mirada crítica no sólo a Estados Unidos, por favorecer el golpe, sino al papel que están jugando países latinoamericanos como Brasil, Chile o Argentina, que enviaron tropas a la nación caribeña y han quedado aparentemente atrapados en un pantano de violencia.

«Asedio a una embajada» registra los cinco días –del 9 al 13 de abril de 2002– en que un grupo de opositores, ante la indiferencia de la policía municipal, sitió la sede diplomática cubana en Caracas, a la que cortaron el agua y la electricidad.

En esas jornadas también ocurrieron hechos relatados en «Puente Llaguno.». En las horas previas al golpe del 11 de abril de 2002 en Venezuela, una multitudinaria manifestación opositora fue instigada por sus líderes a tomar por asalto el palacio presidencial de Miraflores, donde se concentraban miles de seguidores de Chávez.

En un lapso de unas dos horas, murieron 19 personas, oficialistas y opositores, víctimas en su mayor parte de francotiradores apostados en edificios del centro de la capital, y cuya identidad hasta hoy se ignora.

Poco después, el alto mando militar tomó el poder y se lo entregó a Pedro Carmona, presidente de la organización de empresarios, quien anuló la Constitución, el parlamento, la Corte Suprema, cambió el nombre del país y los decretos económicos de Chávez.

Pero al día siguiente todo cambió. Se produjo un hecho inédito en América Latina: un presidente derrocado volvió al poder desde la isla militar donde había sido arrestado, después que la presión popular hiciera trizas la hegemonía golpista en la fuerza armada.

El periodista Luis Alfonso Fernández, del canal privado (y opositor) Venevisión, ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España 2002 para televisión por su cobertura exclusiva de la masacre, que ubicó en un puente vial del centro de Caracas, el ahora fatídico Puente Llaguno, cerca del palacio de Miraflores.

La cinta de Venevisión mostraba claramente a un grupo de individuos armados disparando –según se dijo, pero no se vio– a los opositores. La imagen de los «pistoleros chavistas» se usa hasta hoy como evidencia del crimen oficialista.

El documental de Palacios sugiere exactamente lo contrario: los asesinatos provendrían de la conspiración opositora.

Los filmes documentales de Panafilms no aparecen jamás en la televisión comercial de Venezuela, pero han recorrido el mundo a través de canales informales de distribución y venta.