Se está produciendo una revolución en la banca internacional. Los 27 países de la Unión Europea (UE) acordaron la semana pasada establecer un sistema de tasas e impuestos a las entidades bancarias para asegurarse un reparto más equitativo de los costos de la crisis económica. También decidieron hacer públicos los exámenes de solvencia de los […]
Se está produciendo una revolución en la banca internacional. Los 27 países de la Unión Europea (UE) acordaron la semana pasada establecer un sistema de tasas e impuestos a las entidades bancarias para asegurarse un reparto más equitativo de los costos de la crisis económica. También decidieron hacer públicos los exámenes de solvencia de los bancos del Viejo Continente para tratar de restablecer la confianza en un sistema financiero muy cuestionado.
Estas dos medidas, la implantación de un gravamen y la mayor transparencia en la contabilidad de las empresas bancarias, constituye una auténtica revolución para un sector económico que ha disfrutado, a lo largo de los años, de importantes concesiones tributarias y que ha manejado sus negocios con relativa opacidad, no solo ante los usuarios sino también frente a los inversionistas minoritarios.
Aunque todavía no se han concretado los detalles del esquema impositivo, este se orienta hacia una retención fiscal cuya modalidad se discute. No obstante, según lo anunciado por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, la UE presentará una propuesta para una tasa internacional consensuada en la reunión del G-20 que se realizará dentro de pocos días en Toronto.
Pero la agitación y convulsión en el sector financiero es mucho mayor, porque además de lo señalado, varios líderes de los países europeos también han puesto sobre la mesa la necesidad de gravar las transacciones financieras internacionales, es decir, darle vida a la llamada «tasa Tobin».
La tasa Tobin es un impuesto sobre el flujo de capitales en el mundo sugerido por el Premio Nobel de Economía James Tobin en 1971. Esta tasa consiste en pagar un impuesto cada vez que se produce una operación de cambio entre divisas para frenar el paso de una moneda a otra y para, en palabras de Tobin, «echar arena en los engranajes demasiado bien engrasados de los mercados monetarios y financieros internacionales». La tasa debe ser baja, en torno al 0,1%, para penalizar solamente las operaciones puramente especulativas de ida y vuelta a muy corto plazo entre monedas, y no a las inversiones.
La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolás Sarkozyy, han señalado que el impuesto sobre los bancos alimentará un fondo que garantizará a los contribuyentes y ahorradores que lo que ha sucedido con el sistema financiero «no volverá a pasar más». Conjuntamente llevarán la iniciativa en el G-20 para incrementar la vigilancia sobre el sector financiero y aplicar la tasa Tobin para evitar los movimientos especulativos contra el euro, los títulos de deuda europeos y las bolsas de valores.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) estima que la tasa Tobin permitiría recaudar $720 mil millones anuales, distribuibles entre los gobiernos recaudadores y los países más pobres. Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) afirma que con el 10% de la suma recaudada sería posible brindar atención sanitaria a todos los habitantes del planeta, suprimir las formas graves de malnutrición y proporcionar agua potable a todo el mundo,
En este contexto, el nuevo presidente del Banco Central de Costa Rica, Rodrigo Bolaños, tiene una excelente oportunidad para inaugurar su gestión adoptando en nuestro país medidas similares a las que están promoviendo las naciones europeas. Sería un cambio inesperado pero muy positivo en la política de la máxima autoridad monetaria.
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