Intervención del Co. Francisco Soberón Valdés, Ministro Presidente del Banco Central de Cuba en la Asamblea Nacional
En el año 2005 nuestro país logró un extraordinario crecimiento económico que corrobora la certeza de la estrategia económica trazada por el Co. Fidel.
Estos resultados nos obligan, más que nunca antes, a meditar profundamente en cuanto a las acciones que se deben acometer y las deformaciones que se requiere solucionar para garantizar la sostenibilidad de nuestro crecimiento económico.
Al abordar este tema, comenzaría por resaltar que durante 46 años la Revolución ha tratado siempre, aún en las más adversas circunstancias, de asegurar una distribución lo más equitativa posible, como corresponde a la moral de nuestro sistema socialista.
En el capitalismo la absoluta inseguridad en el futuro y la amenaza de ser literalmente aplastado por ese torvo e inhumano sistema, obliga al hombre a emplear a fondo todos sus recursos físicos e intelectuales, no solamente con el fin de lograr la supervivencia diaria, sino también para tratar de crear una reserva monetaria que lo libere, al menos parcialmente, de esa angustiosa incertidumbre.
En nuestro Sistema Socialista desaparece ese clima de cruel inseguridad, y el hombre tiene garantizada una buena parte de sus necesidades básicas, con independencia de su aporte a la sociedad.
El Co. Fidel dijo en cierta ocasión, que la Revolución no habrá alcanzado sus más altos valores morales hasta que no seamos capaces de producir como hombres libres mucho más de lo que éramos capaces de producir como esclavos. Creo que en esta área de la conciencia social no hemos alcanzado aún esos altos valores.
En estas circunstancias, cobra singular importancia que los sistemas de distribución de bienes y servicios vinculen clara y directamente el estándar de vida, con el esfuerzo que realice cada cual desde el puesto que ocupe en nuestra estructura económica.
Ciertas acciones acometidas durante el período especial, algunas por imperiosa necesidad y otras por errores inexcusables, nos alejaron de ese estratégico objetivo. Las principales secuelas de esa situación han sido mayores niveles de desigualdad y tendencia al despilfarro de los recursos del estado.
En un enfoque a largo plazo, se hace evidente que lo único que puede suplir definitivamente en el socialismo la extorsión a que son sometidos los trabajadores en el capitalismo sin disminuir la eficiencia, es su cabal comprensión de la necesidad de trabajar; no por temor al hambre y al desamparo, sino por el deseo de desarrollar el país y elevar el nivel de vida de todos. Sin embargo, la impostergable urgencia de las necesidades diarias, hace también evidente que para satisfacerlas no se puede esperar a recorrer el largo camino que se requiere para que esa convicción llegue a constituirse en un fenómeno general y se traduzca en acciones cotidianas.
Tal vez uno de los dilemas más complejos que enfrenta una revolución socialista, es lograr efectividad en la gestión económica, sin renunciar al objetivo políticamente estratégico de crear una conciencia comunista. La razón es simple: mientras se trabaja en la forja de esa conciencia comunista, las necesidades materiales están ahí con quemante urgencia y hay que tratar de encontrar soluciones en un mundo cada vez más anárquico, injusto e incluso peligroso para la supervivencia de los países del tercer mundo.
Pienso que para resolver esta evidente contradicción, debemos buscar fórmulas económicas basadas en nuestras condiciones específicas, que durante el período en que se fragua la conciencia comunista, garanticen el mayor aporte de cada cual a nuestra sociedad socialista.
Al adentrarnos en este tema, hay que tener presente que en nuestro país, al existir precios altamente subsidiados para determinados productos y servicios básicos, se confrontan dos situaciones disímiles para el ciudadano común, en dependencia de que tenga o no posibilidad de recibir ingresos no asociados a un salario. El que recibe ingresos que no provienen de su vínculo laboral con el sector estatal, eleva rápidamente sus recursos monetarios, que al alcanzar ciertos niveles le permiten elegir entre trabajar o no hacerlo, sin afectar para nada su nivel de vida.
No es necesario abundar en argumentos para concluir que resulta sencillamente catastrófico para la economía del país y ética y moralmente inaceptable, que alguien en edad laboral y con capacidad para trabajar, pueda vivir cómodamente sin necesidad de hacerlo.
En cuanto al trabajador que vive de su salario, se le crea una situación difícil, pues el dinero que recibe puede ser mucho para comprar los productos normados. Sin embargo, no es suficiente para acceder a mercancías que también les resultan necesarias, pero que se venden a precios de mercado.
Todas estas circunstancias, contribuyen a que el salario deje de ser el móvil verdadero para mantenerse en un puesto de trabajo y muchas veces el vínculo laboral con el estado se conserva por otras múltiples razones; algunas de ellas honorables, tales como la autoestima, y el sentido del deber revolucionario; pero otras no, incluyendo, desgraciadamente, el objetivo de dar cobertura a no pocas actividades delictivas.
Agregaría algo más: en un número de compatriotas prevalece, tal vez de manera subconsciente, un pernicioso concepto: luchar por obtener todos los medios materiales que sean posibles para él y su familia, con independencia de su aporte a la sociedad; sin establecer en su mente vínculo alguno entre su deber de aportar y su derecho a recibir. Esto último es particularmente nocivo en los casos en que, por razones del cargo, se tiene autoridad sobre importantes riquezas materiales, pues se convierte en un factor primario para el ejercicio de la corrupción y el fraude.
No debemos olvidar una verdad que por obvia y simple, muchas veces tiende a ignorarse. En cualquier espacio de la sociedad (un pueblo, una ciudad, un país), existe una cantidad de bienes materiales limitada con un nivel de escasez variable y una cantidad ilimitada de necesidades, pues la mayoría de los seres humanos suelen no sentirse satisfechos con lo que tienen y aspiran a tener más. Precisamente, esto es algo de que se vale el capitalismo para fomentar un consumismo desenfrenado que enferma y minimiza la espiritualidad humana.
En el socialismo, que dignifica al hombre y lo libera de esa enajenación consumista, no puede haber una fórmula más justa de resolver esa contradicción que la planteada hace más de un siglo por Marx: que cada cual emplee al máximo sus capacidades y reciba según su trabajo.
Como ha explicado el Co. Fidel, nuestro sistema actual de distribución no se corresponde con ese principio. Entre las causas que provocan esa situación podemos destacar los bienes y servicios que se distribuyen a precios altamente subsidiados, sin tener en cuenta la contribución a la sociedad y la procedencia de los ingresos de quienes los reciben.
Visto a nivel social, la idea de ciertos bienes y servicios garantizados a todos por igual puede parecer inobjetable.
Sin embargo en las nuevas condiciones creadas a partir del período especial, con un sector de la población que recibe ingresos en divisas del exterior o altas sumas de moneda nacional provenientes de actividades lícitas o ilícitas en las que prevalecen las inclementes reglas del mercado, tal sistema de distribución resulta altamente inicuo. No puede afirmarse otra cosa, de una fórmula que proporciona los mismos beneficios a quien percibe un modesto salario como resultado de su vínculo laboral con el estado, que a quien recibe ingresos incomparablemente superiores en divisas o moneda nacional, sin realizar ningún aporte significativo a la economía del país; e incluso en muchos casos, involucrándose en actividades perjudiciales a la buena marcha de nuestra sociedad, incluyendo el robo de recursos, al mismo estado socialista que se las tiene que arreglar para mantenerle el privilegio de tales desmesurados subsidios.
Paradójicamente, el actual sistema de distribución con precios altamente subsidiados, persiguiendo el justo fin de garantizar necesidades básicas a quienes viven de su salario, beneficia también, a costa de ellos, a un número no pequeño de compatriotas que por una u otra razón perciben ingresos en divisas o moneda nacional sustancialmente superiores a la media nacional, a tal extremo que con una insignificante fracción de sus ingresos, pueden cubrir el total de los gastos que debe hacer un cubano para pagar los productos y servicios subsidiados durante todo un año.
Por último, tal como ha planteado reiteradamente el Co. Fidel, el actual sistema de distribución induce a que una buena parte de la población dedique un tiempo inestimable a redistribuir de acuerdo a sus preferencias, mediante un sistema tan primitivo y engorroso como el trueque, los productos que reciben por «la libreta»; o que ejecute esta «redistribución» comprando y vendiendo a precio de mercado los productos racionados de acuerdo a sus gustos y posibilidades. Esto, a su vez, hace más complejo el enfrentamiento a los grandes promotores del mercado negro, pues lo mismo puede estar vendiendo 5 libras de azúcar un ciudadano cuya familia consume menos azúcar que la que le entregan por la libreta, que un bandido que se robó 10 sacos de azúcar, valiéndose muchas veces de la posición que ocupa en la cadena de distribución de los productos normados, para ese deleznable propósito.
En resumen, junto con el moralmente valido principio de una distribución igualitaria, estamos propagando el social y económicamente tóxico privilegio de darle un desmedido poder al dólar; beneficiar a quienes lucran con las necesidades del pueblo y proteger a los que menos aportan, permitiéndoles disfrutar placenteramente de los elevados subsidios estatales a los productos y servicios básicos, los cuales obtienen a precios irrisorios si los comparamos con su nivel de ingresos.
La debilidad y el paternalismo de muchos cuadros con responsabilidad de dirección en las entidades económicas del país, son factores que hacen aún más agudos todos estos problemas.
Como conclusión de este análisis, me atrevería a afirmar que la alternativa más acertada para lograr nuestros objetivos políticos y económicos es la que se ha aplicado en el caso de las tarifas eléctricas, por indicaciones del Co. Fidel, consistente en elevar los precios y hacer los ajustes pertinentes en los salarios, con arreglo a la importancia social del trabajo de cada cual. Esta fórmula disminuye gradualmente las desigualdades creadas o aumentadas en el período especial; ayuda al necesario equilibrio financiero; contribuye a establecer una relación directa entre la calidad y cantidad de bienes y servicios que cada cual produce y el dinero que recibe en pago por su trabajo; y nos conduce gradualmente a la extinción de la libreta de racionamiento; lo cual sería sin dudas, un paso de gran envergadura en la actual estrategia de la Revolución para lograr el máximo de ahorro, una creciente eficiencia y alcanzar la invulnerabilidad económica.
Comprendo que este enfoque pudiera ser difícil de razonar para varias generaciones que vemos en la distribución normada un derecho incuestionable de carácter irreversible.
Sin embargo, suscribo con paz mental, la conclusión a que llegó Marx cuando en 1875 escribió: «…El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado».
Al expresar estas ideas, se corre el riesgo de que algunos consideren que lo que estamos tratando de dar a entender es que la gente sólo trabaja por dinero. Esto sería un grotesco trasplante al Socialismo de la relación más vulgar que cualquier ignorante es capaz de percibir en el Capitalismo. Se trata de algo mucho más complejo y difícil.
Lo que está en juego es como alcanzar una fórmula de distribución que impulse a cada cual a aportar el máximo a la economía porque cuando así lo haga, sea bueno para él, para su familia y para la sociedad; y al mismo tiempo impida que quienes han encontrado vías muy cuestionables para recibir altos ingresos sin contribuir a la economía nacional, puedan beneficiarse abusivamente del resultado del trabajo de aquellos que crean las riquezas del país.
Además, es simplemente inadmisible perpetuar una situación que propicie que EE.UU. reciba graciosamente el beneficio de la emigración de profesionales cubanos altamente calificados, formados gratuitamente con el sudor de nuestro pueblo; y para hacer más oneroso ese abuso, se permita que los dólares que envían esos emigrantes, (que son una insignificante porción del salario que pueden obtener gracias a esa excelente calificación) posean en Cuba un humillante poder adquisitivo. Esto resulta moral y éticamente ofensivo para quienes en nuestro país constituyen el soporte de nuestra sociedad, y reciben como único beneficio material un modesto salario en moneda nacional.
Por último quisiera hacer la siguiente reflexión:
En la URSS, los errores cometidos llevaron al descontento popular, causado, entre otras razones, por el mal funcionamiento de la economía y su efecto en el deterioro del nivel de vida de una gran parte de la población. En estas condiciones, después de más de 70 años de socialismo, todo lo que se necesitó para disolver el Partido Comunista, y con él enterrar a la nación fundada por la mil veces gloriosa Revolución de Octubre, fue una hoja de papel y una pluma.
Esta es una lección histórica que nunca debemos olvidar, si queremos preservar nuestra revolución socialista y con ella la nacionalidad cubana, que dejaría de existir exactamente en el mismo momento que dejase de existir el socialismo en Cuba. Para que esto nunca suceda, hay que lograr en el plano económico «que la República se mantenga de sí», como pedía Rubén Martínez Villena en su vibrante Mensaje Lírico Civil.
Es cierto que en nuestro caso concreto, tenemos como colosal factor de salvaguarda del Socialismo la fe de nuestro pueblo en Fidel y en Raúl. Pero en la medida que no logremos elevar de forma creciente el nivel de vida de la población y garantizar un programa de desarrollo sostenible, estaremos corriendo el riesgo de que estas formidables personalidades se conviertan en el único pilar en que descanse nuestro sistema y entonces estaríamos negando la afirmación del Comandante en Jefe, convertida en mandato constitucional por la histórica decisión de nuestro pueblo, que el Socialismo no es para los cubanos una opción coyuntural, sino el destino que libérrimamente hemos escogido con carácter irreversible.
22 de diciembre del 2005