Vuelta y vuelta con esta angustia existencial que nos presenta nuestro Socialismo del siglo XXI. Inmersos en un proceso que en medio de conquistas incuestionables hace aguas por el lado de los vicios del sistema liberal capitalista, estoy determinado a seguir machacando en el Socialismo de las Cosas más Sencillas. Veamos, el capitalismo es la […]
Vuelta y vuelta con esta angustia existencial que nos presenta nuestro Socialismo del siglo XXI. Inmersos en un proceso que en medio de conquistas incuestionables hace aguas por el lado de los vicios del sistema liberal capitalista, estoy determinado a seguir machacando en el Socialismo de las Cosas más Sencillas. Veamos, el capitalismo es la filosofía de vida que más se ajusta a las apetencias más salvajes del ser humano; es un sistema que reproduce a la perfección las teorías darvinianas de la evolución: la supervivencia del más fuerte. Digamos que naturalmente cada hombre posee un natural instinto a percibir sus propias necesidades con una fuerza material que no tiene las necesidades de los otros. La primera necesidad que percibe es la suya propia y la de los suyos en términos de familia consanguínea. El otro, el prójimo, siempre será alguien cuya necesidad le será menos urgente, postergable, aplazable, ignorable.
La tensión moral de la conciencia y las leyes tienen que actuar para que se impida la tendencia depredadora natural del hombre en beneficio propio. Mientras se mantengan estructuras de organización socioeconómicas que posibiliten esta natural tendencia, el juego de construcción de una sociedad comunista no pasará de ser eso: un juego temporal, obsolescente, doloroso y sin vocación de trascendencia.
Toda forma de propiedad privada de los medios de producción -disfrazada o no- terminará siempre en la explotación del hombre por el hombre, en la apropiación de la riqueza producida por el trabajador, en la formación de capital privado bajo la fórmula del dinero=mercancía=más dinero=más mercancía=más dinero, y así hasta el infinito. Un infinito de unos pocos cada día más ricos y unas inmensas mayorías cada vez más pobres. La razón es relativamente sencilla, lo dice Jesucristo en el Evangelio -y este revolucionario sabe de cabello porque es su especialidad-: «no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, porque se amará a uno y se despreciará al otro. No se puede servir a Dios (el pueblo) y al dinero».
El pequeño propietario que hoy forma parte de una cooperativa o de una empresa cogestionaria -no se diga de quienes de una vez tienen «su negocio» registrado a su nombre- sólo será cuestión de tiempo para que, arrebatándole su esfuerzo al trabajador acumule capital suficiente, primero para expandir su negocio, luego para abandonar al barrio «balurdo» y poco después para tener la misma filosofía de vida que anima a Gustavo Cisneros o Lorenzo Mendoza. La diferencia fundamental entre estos nuevos capitalistas y los clásicos es que al menos aquellos no engañan a nadie y estos surgirán como potentados sobre un inaceptable engaño a un pueblo que los puso y los tiene donde están. ¡13 de abril de 2002, díganlo ahí!
No importa si el momento estratégico aconseja la coexistencia con una economía mixta -como lo ha propuesto el Comandante Chávez-; lo cierto es que debemos mirar hacia esta forma en esencia perversa como una etapa en el camino. Comprendemos y compartimos la razón estratégica. La formulación de semejante doctrina como fin en sí misma es una aberración que dará al traste con todos nuestros sueños. La mala hierba se arranca de raíz o volverá a crecer. Lo estamos viendo en el resultado real de un enorme porcentaje de cooperativas y lo estamos viendo ante la situación de medios y programas que bajo un discurso revolucionario impecable poco a poco se están desmarcando del proceder socialista. Al final sólo nos quedará el discurso. ¡Cómo para ponerse a llorar, sólo que no lloraremos, carajo!
Con todo y las fallas que pudiera tener ese socialismo cubano tan cantado e invocado, ¿es imaginable siquiera que el funcionamiento de un medio de comunicación, un programa o lo que sea dependa de la generosa pauta publicitaria de alguna institución del gobierno cubano?, ¡claro que no!, ¿no vemos, acaso, cómo se generan entre nosotros las mismas perversiones del sistema capitalista?, ¿acaso olvidamos cómo el Bloque de Armas le montó aquella campaña infame a Procter & Gamble, con la crema dental Crest?, ¿por qué lo hicieron? Por las razones propias de la inmoralidad capitalista. El Bloque de Armas procedió como proceden ellos: la Procter no le «pasó» pautas a los periódicos del Bloque y el Bloque utilizó toda su artillería para obligarlos a darles pautas, ¿por qué la jerarquía de la iglesia católica está mediando a favor de los productores de aguardiente?, ¿no son acaso los grandes productores de aguardiente los generosos mecenas de la iglesia católica? Se trata de una lógica inclemente: si yo anuncio en tu periódico, tú me defiendes o al menos no me atacas; si me atacas, desaparece la pauta y con ella los inmensos recursos ¿Qué nos lleva ingenua y torpemente a pensar que entre los nuestros es distinto?
En estos días le han dado hasta con el tobo al PCV. No pongo en duda que el PCV tiene sus errores, pero…quiero compartir con ustedes algo que no podemos olvidar: Un diputado del PCV, por ejemplo, no cobra su sueldo de la Asamblea Nacional -así como suena-; su sueldo lo recibe el partido y es el partido el que le asigna un salario. En principio, no veremos diputados del PCV enriquecidos de la noche a la mañana; porque simplemente no pueden. El PCV, que sabe tanto por viejo como por diablo, conoce de este veneno. ¿Qué podemos decir de los otros diputados, concejales y funcionarios? Podemos comprobar que un diputado como Oscar Figueras, vive en el mismo lugar, tiene el mismo humilde carrito y hasta su misma y vieja chaqueta. Más que enaltecer o justificar las estrategias del PCV, ahí tenemos un ejemplo simple y llanamente asumido por un militante comunista y un partido.
Se trata, compatriotas, de tomar conciencia de que la condición de revolucionario socialista debe empezar por la forma de organización económica socialista, especial y particularísimamente por quienes se dicen revolucionarios. La comuna tiene que organizarse dentro de estos esquemas del socialismo económico. Toda actividad económica en la comuna tiene que ser socialista. Sin concesiones ni excepciones. Si hubiese que hacer excepciones en esta etapa de transición, pues que estas recaigan en quienes al menos no nos lastiman con sermones de revolucionarismo purista, o como dice el camarada Manuel Brito, con exhibiciones de «revolucionario marca registrada».