Dos temas capturan el interés de la Cumbre de «Río+20», que se realiza en estos días en Brasil: la «economía verde» y los cambios institucionales requeridos. La buena noticia es que, ahora, los temas ambientales son obligatorios. La mala: que no se saldrán del manido esquema de que el omnipresente «mercado» y las empresas salvarán […]
Dos temas capturan el interés de la Cumbre de «Río+20», que se realiza en estos días en Brasil: la «economía verde» y los cambios institucionales requeridos. La buena noticia es que, ahora, los temas ambientales son obligatorios. La mala: que no se saldrán del manido esquema de que el omnipresente «mercado» y las empresas salvarán el planeta, sustrayendo así la economía del mundo natural que la hace posible. Suprimir a la naturaleza como principal fuente de valor es juzgar al todo apenas por lo que ocurre en una de sus partes.
El Buen Vivir, recogido en las constituciones de Ecuador y Bolivia, envía un mensaje fuerte: no existe «un» desarrollo único, imperioso y posible.
Existen desarrollos alternativos que, a diferencia del modelo consumista del Norte, contemplan los derechos de la naturaleza, la economía como un todo que considera un mundo que se basa en ella como fuente de valor; también el desechar al mercado como medida de todas las cosas y situar como eje de referencia al ser humano y su buen vivir.
Cabe indicar que, desde hace tiempo atrás, la Economía Ecológica (a decir de muchos, la disciplina más influyente en la actualidad), ha sostenido que la economía está integrada en sistemas culturales y sociales más amplios, de tal manera que naturaleza y sociedad evolucionan en conjunto. Esto es opuesto a la apropiación indiscriminada de la naturaleza.
Esto demanda de una macroeconomía responsable con la naturaleza y respetuosa de sus derechos, y de una métrica consistente con estos desafíos. Descartes decía que lo que no está claro no puede expresarse bien. El Buen Vivir es una meta clara y contundente. Es una discusión sobre los valores (en sentido filosófico, y no en el crematístico) que debe honrar a la humanidad para corregir los excesos de un capítulo de su historia, que conocemos como «civilización occidental».
Todo ello precisa un cambio en el tratamiento de la «economía verde». Requerimos ligar los problemas ambientales a los sociales: los causantes de los mayores daños ecológicos son los ricos y los que sufren los impactos ambientales son los pobres. Por ejemplo, hay desigualdad acentuada en la emisión de dióxido de carbono por habitante en el planeta.
En un estudio conjunto con el matemático Rafael Burbano, determinamos que el 20% de las personas que más emisiones de dióxido de carbono producen es responsable del 60% del total de las emisiones planetarias, mientras el 20% de personas que menos emiten es responsable de menos del uno por ciento (0,7%) de las emisiones globales.
La justicia ambiental, los derechos de la naturaleza y el Buen Vivir deberían ser parte sustantiva de los acuerdos finales de «Río+20». En otras palabras, la posibilidad de una nueva economía que también considere el Buen Vivir como valor.
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