Rossana Rossanda leyendo ‘Il Manifesto’. Foto: Roberto Cano/Il Manifesto.
La parábola trazada por Rossana Rossanda (1924-2020) es la parábola del siglo político por antonomasia, es la parábola creativa del siglo feminista por definición, es la parábola del siglo de la productividad máxima de las clases dominadas a la hora constituirse como sujeto político mediante la invención del análisis de todas y cada una de las formas de explotación, dominación y bestialización que el capitalismo ha producido en su bárbara trayectoria plurisecular, que ahora llega a su fin tras haber colocado, como su logró histórico máximo, al genero humano en las postrimerías del largo siglo XX ante una serie de crisis de proporciones bíblicas y ante unas clases dominantes cada vez más brutales, más desorientadas, más crueles y más irracionales, como comentaba sin asombro alguno durante sus últimos años de lucidez y actividad intelectual. Situación insospechada para el paradigma liberal de los siglos XIX y XX, siempre confuso, acomodaticio y aletargado, que ella siempre midió con absoluta precisión en su desfachatez y su impostura inenarrables. La parábola de Rossanda es, pues, la parábola del siglo comunista como fuerza política vertebradora de lo político, de la constitución social ideada y programada por el intelecto general del sujeto obrero, que no es ni ha sido jamás ni blanco, ni masculino, ni occidental, ni imperial, ni patriarcal, ni sexualmente hipercodificado, ni colonial, ni tecnológicamente devastador desde el punto de vista ecosistémico. Rossanda ha sido una condensación ejemplar de la política, porque consideraba íntima, intelectual y existencialmente esta como la actividad más compleja y creativa del cerebro y la existencia humanos, como la síntesis mas elaborada de la inteligencia colectiva, que es la condición de toda inteligencia y de toda producción teórica, artística, estética o literaria, como la propedéutica exploratoria de una actividad colectiva que el comunismo y la política comunista habían dibujado con lucidez, pasión y tragedia de modo irreversible en la episteme de la modernidad. Rossanda, como tantas otras y tantos otros militantes comunistas, feministas, antirracistas nacidos durante el largo siglo XX, atravesados simultánea e inmanentemente por la enorme intensidad de la complejidad de la lucha por el comunismo, consideraba la práctica política comunista como la única expresión posible de la política de la modernidad que podía evitar la tragedia de la dominación total y de la sumisión abyecta a unas clases dominantes, que su experiencia vital le había hecho conocer y comprender íntima y descarnadamente en la violencia del fascismo y del nazismo, que ella combate como poco más que una adolescente uniéndose a la Resistencia antifascista italiana en los inicios de la Segunda Guerra Mundial y, previamente, al hilo de la pulverización del entorno y de las condiciones de vida de su familia en Pula (hoy Croacia) como consecuencia de la barbarie de la Gran Guerra.
Milani, Rossana, Castellina y Magri en el Congreso de Il Manifesto de 1974. Foto: Carlo Leidi
Rossana Rossanda mostró un interés y una curiosidad ilimitados por las condiciones de la constitución política del siglo XX desde esa percepción lúcida y apasionada tanto de la liberación siempre posible de las constelaciones de la dominación, que genera continuamente sus propias condiciones de enunciación e interrogación políticas, como de la producción de nuevos universos cognitivos, de nuevas gramáticas teóricas y de nuevos modelos de organización política, cuya síntesis propicia la elaboración e imposición social y constitucional de nuevos catálogos de derechos capaces expresar, ante unas clases dominantes siempre ajenas y despreocupadas de las consecuencias de sus actos y decisiones, las necesidades de las masas, de los grupos, de las clases trabajadoras, de las mujeres y de los sujetos subalternos que atravesaban el siglo que le tocó vivir. Siempre atenta a lo que las clases, los colectivos, las militantes expresaban en sus comportamientos de masas, leyó el 1968 con absoluta desenvoltura y afinó su oído teórico y afectivo a la práctica feminista con la más inmediata alegría ante la percepción poderosa de la posible destrucción de las nuevas situaciones de dominación y opresión patriarcal percibidas como intolerables, que también afectaban y se reproducían en las clases dominadas. Militó ejemplarmente entre 1945 y 1969 en el Partido Comunista Italiano en el que intentó por todos los medios hacer que el núcleo estalinista del mismo no arruinara la expansión creativa que, en las condiciones contradictorias y complejas de las hipotecas heredadas del compromiso de Yalta, hacían del mismo un poderoso instrumento de lucha, de pedagogía y de hegemonía social entre la clase obrera italiana; lo abandonó en 1969 para crear ese mismo año, junto con otros compañeros y compañeras de militancia, Il manifesto, quotidiano comunista, cuando comprendió, sin poder obviamente adivinar el futuro, que este se encaminaba hacia la senda catastrófica trazada por los Ochetto, los D’Alema, los Veltroni e tutti quanti que ya no podían pensar la política sino como la mediación disminuida en un sistema político cuyas lesiones habían acabado indefectiblemente con el proyecto de la Resistencia antifascista de una Constitución democrática fundada sobre la hegemonía del trabajo y de la clase obrera; cuando comprendió que la elite dirigente del Partido era incapaz de leer la revolución de 1968 como una prodigiosa mutación de la composición técnica y política de la clase y, por consiguiente, como los prolegómenos de un colosal ejercicio de invención política, que el PCI no estaría en condiciones ni de liderar ni de protagonizar. Rossanda ligó, pues, su política comunista con la onda de choque de 1968 y con la fenomenal estación de luchas obreras, sindicales, feministas, ecologistas y culturales, que estallaron en el seno de la hegemonía social del universo de la izquierda en esos momentos, concebido por ella como la única fuerza capaz de sostener, impulsar e incrementar el contenido democrático de las sociedades contemporáneas salidas de la derrota del fascismo, lo cual quedó luego trágicamente demostrado tras la destrucción de las democracias de posguerra por el neoliberalismo, esto es, por el nuevo proyecto de explotación y depredación de las clases dominantes occidentales, durante las cuatro décadas siguientes.
Movilización obrera en FIAT.
Su involucramiento en las luchas feministas, en la construcción del paradigma feminista y en la complejización de la política comunista, obrera y democrática le hizo sentirse espontánea e inmediatamente a sus anchas con los nuevos contenidos, prácticas y debates que el feminismo italiano y las luchas autónomas de la nueva composición de la clase lanzaron a partir de 1968, aun siendo crítica y dura con las derivas de las mismas que perdían de vista la dimensión de masas de la política u optaban por la sectorialización de las luchas y la sindicalización de las identidades en la comodidad de los nuevos mandarinatos sociológicos, intelectuales, políticos o representativos. Desde entonces ya no abandonó nunca ese nuevo planeta creado por la extraordinaria vitalidad de los movimientos. Siempre conectada con sus debates, no dejó de indicar el hilo rojo de la política comunista que de una u otra forma circunda y constituye toda práctica social, recordando de mil formas que si no existe la autonomía de lo político, tampoco existe la autonomía de lo social, y que las luchas deben incidir siempre en el nervio negro de la dominación capitalista, la cual se encaminaba a su juicio a finales de la década de 1970 hacia aguas turbulentas, cuya energía mareomotriz no iba a ser precisamente limpia para las clases trabajadoras y pobres ni de Italia ni del planeta. Siempre generosa, siempre presa de reservas cuasi inagotables de energía, siempre capaz de contemplar el cuadro complejo de las tendencias de la longue durée del capitalismo y el ritmo y la evolución microestructurales de los proyectos de las clases y las elites dominantes, siempre atenta a la coyuntura política, siempre dispuesta a escuchar, tejer y mediar entre las almas, las sensibilidades, las hebras y las afectividades de los movimientos y los sujetos políticos, siempre consciente de que era esencial recobrar el paradigma de las luchas en toda su potencia política ante las dificultades crecientes de un proyecto político que prácticamente coincidía con su aventura vital, intentó y reintentó una y otra vez la reelaboración de la hipótesis comunista corregida y expandida mediante la sedimentación, retroalimentación y rearticulación de todas las aportaciones que pudieran incrementar la capacidad de comprender por qué los seres humanos deciden no dejarse dominar ni explotar y a partir de esa negativa apuestan por la expansión de las condiciones de emancipación y liberación colectivas, que tienen por definición un contenido de clase insoslayable y que siempre son extremadamente difíciles de mantener en el tiempo como proyectos racionales y justos, si estos no son profundamente igualitarios e insobornablemente democráticos.
Marco Pannella con Rossana Rossanda, Toni Negri y Jaroslaw Novak
Rossana Rossanda vivió su siglo con absoluta pasión militante e intelectual, porque la política comunista era para ella la dimensión ética fundamental de la existencia, que a su juicio era una apuesta naturalmente revolucionaria; vivió su militancia feminista con el entusiasmo fulgurante de quien comprendía que la destrucción de ese estrato de dominación era la trama y la urdimbre de la constitución de las mujeres como sujetos políticos no subalternizados y autónomos; vivió su trabajo intelectual con la meticulosidad, la lucidez y la alegría que genera la producción teórica cuando es consciente de que sus efectos políticos son la conditio sine qua non de su validez lógica, de su pertinencia epistemológica y de su utilidad social; inventó dispositivos culturales y periodísticos, porque era consciente de que la lucha de clases traduce la brutalidad de la sorda coacción económica y social impuesta por las clases dominantes en artefactos discursivos que multiplican su abyección, su crueldad y su imposición sobre las clases dominadas; debatió, discutió y polemizó con exuberancia y esplendidez, porque entendía que su proyecto político era profundamente racional y que la militancia consistía en un proyecto interminable de construcción dialógica de la realidad alimentado por las luchas y el antagonismo de clase y racionalizado por el debate democrático, el intercambio continuo de ideas y la demostración de la irracionalidad profunda del orden establecido. Quien desee reflexionar sobre estas consideraciones y penetrar en el modelo y la metodología de Rossanda para intervenir en la realidad política puede leer en castellano La muchacha del siglo pasado (2008) y la entrevista realizada junto con Carla Mosca a Mario Moretti recogida en Brigadas Rojas (2002).
Carlos Prieto del Campo, editor de New Left Review en castellano Su último libro es Clase, pueblo y nación. Nuevos bloques históricos antisistémicos en la crisis del Estado español.