El húngaro Arthur Koestler, en su adiós al partido comunista, publicó en 1940 una obra en inglés dura y amarga «Darkness at Noon», que pronto fue traducida al castellano bajo el título de «Oscuridad a mediodía». Su protagonista es Nicolás Salmanovich Rubashow, encarnación y mezcla de tres personajes, de Karl Radek, Nikolai Ivanovich Bujarin y […]
El húngaro Arthur Koestler, en su adiós al partido comunista, publicó en 1940 una obra en inglés dura y amarga «Darkness at Noon», que pronto fue traducida al castellano bajo el título de «Oscuridad a mediodía». Su protagonista es Nicolás Salmanovich Rubashow, encarnación y mezcla de tres personajes, de Karl Radek, Nikolai Ivanovich Bujarin y Leon Trotsky, quienes, como el autor, pasaron de ser miembros destacados del partido a enemigos declarados y perseguidos. En las purgas estalinianas y juicios políticos de los años treinta llamaron la atención el retracto público y las confesiones de culpabilidad y traición de los acusados. Y el observador inteligente se preguntaba el porqué de tal cambio y el enigma de aquellas autoinculpaciones espeluznantes. Koestler en «Oscuridad a mediodía» fue uno de los primeros que indagó en las causas de estas confesiones y en la psicología de los métodos interrogatorios en suelo ruso. Luego vendrían otros, como Alexander Solschenizyn y su «Archipiélago Gulag». Si ustedes quieren, el gobierno de Stalin justificó la tortura con los mismos argumentos que a diario nos sirve Maite Soroa en «Paperezko lupa» de GARA, recogidos de la prensa de Madrid y Vocento. Y las denuncias de los torturados hoy en el mundo por gobiernos demócratas en absoluto son menos brutales, refinadas y crueles que las denuncias que nos llegan contra Stalin. ¿Qué cuentan los presos de Guantánamo o de la cárcel de Abu Ghraib? ¿Qué narran los presos de Bush? Si tienen estómago lean los 29 relatos de los 29 torturados y torturadas, recogidos en libro-informe «Tortura en Euskal Herria 2004». La tortura es práctica habitual de los gobiernos contra sus adversarios políticos serios, contra quienes denuncian sus engaños y prácticas, contra quienes minan su humanismo falaz. Existe tortura porque hay torturadores Y cuando la tortura es vieja y de años, cuando es lacra supurante como entre nosotros, indica que los torturadores son red estable y consolidada, los torturadores son animales protegidos, se sienten arropados. «A nuestra gente, a nuestros torturadores y matones nadie les toca un pelo», sostiene el criminal Bush. El torturador no quiere testigos y se habilitan espacios de tortura. A esto se denomina incomunicación. Y grita el ministro español de Justicia de turno, Juan Fernando López Aguilar: «El cien por cien de las denuncias de tortura son falsas». Sabe que miente. Es un colaborador cualificado de la tortura. El y su gobierno pagan a esbirros torturadores y matones para que les sirvan confesiones de sangre, y les ofertan espacios impunes para que lleven a cabo la fechoría. Les abonan el terreno con políticos, leyes, jueces, fiscales y forenses. Luego entre vinos y risas tararean la independencia de poderes. Bastaría un eslabón noble para que la cadena maldita de la tortura se rompiera. Basta que un juez se plante e indague, que un fiscal honrado o un forense decente deje de colaborar con la tortura. Entre nosotros la tortura es una lacra lacerante y supurante, que vienen padeciendo los abertzales desde años. Se aísla al torturado y se ampara al torturador. Las denuncias de Gaizka Larrinaga, de Amaia Urizar o el rostro de Unai Romano es un escupitajo a jueces y arartekos, a políticos y fiscales. Y también a muchos de nosotros. Su rostro duele el alma. Del gobierno no cabe esperar nada, es puro panfleto, protege desde años la tortura y ampara al torturador. ¿Y qué decir de jueces, fiscales y forenses? ¿Qué dijeron en aquellos largos, sombríos y sangrientos años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta ante los detenidos de Franco? Lo que dijeron sus colegas en Chile ante los asesinatos de Pinochet. Silenciosa colaboración. ¿Y qué dicen ante las denuncias de los torturados en las comisarías de los gobiernos españoles? Contemplen la cara de Unai Romano: «Me detuvo la Guardia Civil el 6 de septiembre de 2001. Me llevaron a Madrid, me aplicaron la incomunicación, me torturaron, me pusieron la bolsa, los electrodos, me hicieron centenares de golpes con un objeto blando en la cabeza… Denuncié torturas en la segunda visita de la médico forense, denuncié torturas ante el juez, me hicieron creer que había matado a mi madre, perdí la visión, estaba medio loco con lo de ama, llegué a morderme las muñecas para salir de este infierno…». Su relato es largo, ¿de inquisición, de gulag? No, su relato es de comisaría española. Es trato de Guardia Civil y gobierno español. ¿Y qué dice usted? Ellos dicen que es autolesión, que es mentira y engaño. ¡Y que ojo! Gobierno, jueces, fiscales, forenses… ¿Entiende ahora por qué persiste la tortura entre nosotros? No olviden, existe tortura porque hay torturadores. Padecemos un gobierno que tortura y sufrimos unos funcionarios de justicia que colaboran con el torturador. ¿Y qué hacer? ¿Qué están haciendo los pobres en Bolivia? ¿Por qué en un país rico sufre hambre y penuria en el 2005 tres cuartas partes largas de sus gentes? Ellos han levantado el puño. Han dicho basta y han mandado al carajo a su Presidente. La riqueza de un país es para sus gentes y no para cuatro explotadores, llámense estos Petronor o Iberdrola. Como la justicia, el respeto y los derechos del hombre y la mujer. ¿Por qué no alzar también un puño de hierro y denuncia contra los torturadores en nuestra tierra? ¿Por qué Garzón y sus mariachis siguen mirando desde años a la ventana y silban al viento ante el lamento y denuncia del torturado y torturada? ¿Por qué encogerse de hombros y llorar de pena ante la tortura de Euskal Herria? Si los pobres de Bolivia han mandado a casa a su presidente, la gente noble de nuestro pueblo debe mandar al carajo al torturador español. ¿Se ha planteado usted por qué se repiten entre nosotros, año tras año, estos relatos espeluznantes de tortura? Se pide un abrazo solidario y un paso al frente. –