Siempre apegados a la dictadura de lo fáctico, atentos a cómo se mueve el mundo para moverse en la misma dirección y practicar la versión subordinada de la «real politik», los países del Mercosur realizaron hace pocos días su Cumbre N° 47 en la ciudad de Paraná, República Argentina. Varios medios calificaron la Cumbre como […]
Siempre apegados a la dictadura de lo fáctico, atentos a cómo se mueve el mundo para moverse en la misma dirección y practicar la versión subordinada de la «real politik», los países del Mercosur realizaron hace pocos días su Cumbre N° 47 en la ciudad de Paraná, República Argentina.
Varios medios calificaron la Cumbre como insustantiva, incapaz de adoptar resoluciones de trascendencia. La inclusión de Bolivia como miembro pleno, considerada un hecho, no pudo concretarse por la oposición de Paraguay, que la previa reunión de Cancilleres no pudo doblegar. Tampoco Brasil ha logrado todavía la aprobación parlamentaria para dicha incorporación.
Claramente, a no ser que se comprenda la lógica subyacente al comportamiento político de nuestros países, la reunión no tuvo mayor trascendencia.
Para entenderla hay que dilucidar el desenvolvimiento actual del sistema internacional. Estados Unidos ha girado la metodología de su política exterior desde el smart power delineado por Hillary Clinton, pasando por un hard power ensayado en Ucrania, hasta un presente soft power despótico que está resultado mucho más efectivo. Practicado con Rusia, Cuba y Venezuela al mismo tiempo, implica una economía de recursos acorde a sus posibilidades actuales y una rápida ganancia estratégica.
Con Rusia el sistema de sanciones comerciales ha provocado el desplome del rublo y el anuncio de Putin de dos años de crisis económica. El ataque a Ucrania y la guerra en la puerta de Moscú fueron el cerco previo dentro del cual el actual «bloqueo» se desempeña exitosamente. China ha comprendido el mensaje (ofrece ayuda económica pero no ayuda política), Estados Unidos detiene una alianza que se postulaba antihegemónica y sigue presionando a China (con una mayor ventana estrátegica) en su Mar Meridional. El golpe a Rusia tiene como destino a China.
La política de reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba, lo que incluye en un futuro próximo el fin del bloqueo a la isla, es la mejor jugada del gobierno demócrata en este tiempo. Los inversionistas y las multinacionales estadounidenses han aplaudido la medida, con la solitaria oposición de los gusanos de Florida, conscientes de su pérdida de protagonismo en la política interior americana, reemplazados por el lobby latino de raíz mexicana.
La presión importadora vía bienes de uso, la diferencia de escala, el boom de inversiones y el ascenso de una clase media potencialmente numerosa convertirán a Cuba en la gran noticia económica de los próximos años. El régimen, en la intención de ambos actores, sufrirá algunos cambios cosméticos: la mutación a un régimen controlado de partidos, la convocatoria a elecciones generales y la legitimación liberal del Partido Comunista como garante de la apertura. La Iglesia y su papa argentino garantizan riendas tensas para la derecha anticastrista de la isla. Todos alabarán el crecimiento de los indicadores macroeconómicos, el desarrollo tecnológico, los derechos humanos, las libertades democráticas y el alza de ingresos. Pocos advertirán el nacimiento de la desigualdad y la pobreza, las etiquetas clásicas del capitalismo.
En Venezuela quedó claro que Estados Unidos no buscaba el derrocamiento del régimen político sino la adecuación de ese régimen a las reglas de juego del sistema internacional, vía Unasur. La actual ronda de sanciones sólo mereció una declaración escueta al final de la Cumbre del Mercosur. El presidente Maduro reclamó la condena a la injerencia americana en el subcontinente, pero Uruguay y Brasil prefirieron el silencio, en aras de una relación «madura» con la potencia mundial.
Los acuerdos comerciales con la Unión Europea y con China quedaron en la vía muerta de la espera de respuesta de la otra parte. Es predecible que el foro China-Celac, a realizarse en febrero de 2015, no traiga muchas novedades positivas. La economía china ha entrado en franco declive y Europa no se recupera.
En este contexto no debería llamar la atención que lo más concreto de la Cumbre haya sido la firma de acuerdos comerciales con el Líbano, Túnez y la Unión Euroasiática (Rusia, Kazakstán y Belarús). El Mercosur busca acuerdos con naciones y regiones fuera del centro mundial: alternativas, menos ambiciosas, más estables y en bloque. Convocó a relaciones con la Alianza del Pacífico, en una clara ratificación modificada de la lógica chavista: nos unimos (con quien sea) o nos hundimos.
El comercio intra Mercosur ha caído entre 13 y 16% en el último año, en una región latinoamericana con una caída interanual del 1.4% en sus exportaciones. Brasil, Argentina y Venezuela son los países con mayor caída en el nivel de exportaciones. México, país presente en la cumbre, experimentó el mayor crecimiento de exportaciones, reflejo de la mejoría de la economía americana.
La caída del precio del petróleo por debajo de los 50 dólares por barril, con pronósticos que lo aplanan a 20 dólares por barril, certifica el fin del boom de los commodities y el nacimiento de la «dutch disease» (enfermedad holandesa), coronación de la conocida «maldición de los recursos».
En este contexto se posiciona la política exterior de Estados Unidos y se comprende la conducta de los países del Mercosur, que responden al resurgir de la potencia americana con mecanismos de adaptación en bloque, en virtud de las crisis presupuestarias que golpean la puerta. En el período de auge, aunque formaron acuerdos de integración, no supieron crecer conjuntamente. Quizás sepan ahora negociar la rendición en forma conjunta.
Dr. Norberto Emmerich, Instituto de Altos Estudios Nacionales, Quito, Ecuador
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