En este artículo, María Fernanda Marcelino, sostiene que sólo hay una manera la muerte, el hambre y el desempleo que afecta a millones de personas en Brasil: la destitución de Bolsonaro.
Hoy, en Brasil, las mujeres enfrentan el avance del neoliberalismo depredador, del imperialismo, de un Estado antidemocrático, de políticas de muerte y exterminio del pueblo, que se han profundizado con la pandemia del coronavirus.
En 2016, las mujeres fueron las primeras en denunciar el golpe de Estado contra la primera presidenta electa del país, Dilma Rousseff. Un golpe político, judicial y mediático, marcado por la creciente ofensiva de la derecha conservadora y neoliberal en América Latina y también por la violencia patriarcal contra la democracia brasileña y contra una mujer electa con 54 millones de votos.
El golpe perpetrado por Michel Temer y todos los sectores de la derecha ha levantado un “puente hacia el pasado”[1], desmantelando importantes conquistas para la vida de la ciudadanía y para la democracia. También abrió el camino para una elección basada en mentiras, desinformación, criminalización de Lula y otros líderes populares y un ardid organizado por los ricos de este país -y también del extranjero- que puso en el poder lo peor de Brasil. Bolsonaro es sinónimo de machismo, racismo, autoritarismo y sumisión al capital internacional.
Ahora sentimos los resultados en nuestra propia piel: Bolsonaro actúa para propagar un virus mortal entre la población que hoy está desatendida, abandonada a su propia suerte y con un sistema de salud pública debilitado. Sus acciones de desmantelamiento del Estado en materia de salud y asistencia arrojan a miles de personas a la pobreza y al desempleo, especialmente a las mujeres y a los afrobrasileños que ya se encontraban en la informalidad y el subempleo, y produce una escalada de violencia y feminicidios.
La violencia contra las mujeres es estructural, está autorizada y naturalizada diariamente en nuestra sociedad. El acoso y las agresiones físicas y psicológicas, la violencia doméstica, el feminicidio y la cultura de la violación hacen más peligrosa la vida de las mujeres. Hay una autorización “velada” para matar a las mujeres, a los jóvenes negros y pobres, a los pueblos tradicionales, a las personas LGBTQ. En 2019, el 75% de las víctimas de homicidio en Brasil eran negras. La policía militar es racista y muy brutal – en los últimos meses, incluso han quitado la vida a niños en la puerta de sus casas. A este contexto violento se suman las garantías de fácil acceso a las armas de fuego y el fin de las políticas de prevención y combate de la violencia sexista.
En 2021, en un contexto de pandemia que impone restricciones a las movilizaciones callejeras, las mujeres no se quedarán calladas ni desconectadas. Hay un ejército de ellas actuando para construir y unificar fuerzas para derrocar a Bolsonaro. Una muestra de ello son las acciones construidas a nivel nacional para el 8 de marzo, que conectan a las mujeres del campo, ciudad, aguas y bosques. Las acciones de solidaridad se conectan con la demanda de ayuda de emergencia[2] y de vacunación para toda la población. Esta es la vida cotidiana de las mujeres que sostienen, al mismo tiempo, la lucha y la supervivencia.
¿Por qué decimos “Fuera Bolsonaro”?
Bolsonaro es el responsable del pozo sin fondo en el que estamos: sin salud, sin seguridad, sin derechos, sin dignidad. Bolsonaro hace todo esto con un amplio apoyo de sectores políticos y económicos reaccionarios y fundamentalistas religiosos, además de bancadas parlamentarias vinculadas a los militares y los terratenientes. Los militares ocupan puestos centrales en el gobierno. El programa político del gobierno de Bolsonaro es neoliberal, conservador y autoritario. Avanzan sobre nuestro trabajo, nuestra tierra, nuestros cuerpos. Los mismos que recortan los derechos de los trabajadores son los que intentan dificultar e incluso impedir que las niñas y mujeres aborten en los casos previstos por la ley[3].
Bolsonaro actúa para desmantelar el Estado y las instituciones públicas de salud, educación, seguridad, así como en las empresas públicas y bienes comunes, como hemos visto con Eletrobras, Petrobras, Correos. Se trata de una política sistemática desde la aprobación de la Propuesta de Enmienda Constitucional número 55 (que congela los gastos públicos por 20 años, también conocida como la PEC de la Muerte), que fue votada y aprobada por los partidos de la derecha en 2016. La destrucción de la naturaleza alcanza niveles sin precedentes en el país. A pesar de todos los ataques, las y los trabajadores de nuestro Sistema Único de Salud (SUS) se esfuerzan por salvar vidas, y las y los investigadores de las universidades e institutos públicos trabajan para hacer avanzar los tratamientos, fármacos y vacunas para niños y adultos.
Por toda esta historia de ataques en los últimos años, no nos fiamos ni aceptamos los intentos de diferenciación de algunos sectores de la derecha, que se hacen pasar por “la buena derecha”. Todos ellos son responsables del caos que estamos viviendo, porque priorizan una economía centrada en el beneficio y colaboran con la privatización, la precarización de la vida y el recorte de derechos para un trabajo digno y sin riesgos. Por lo tanto, nuestra salida está a la izquierda: sólo con una intensa organización popular, feminista y antirracista, podremos sacar a la derecha del poder y reorganizar la economía, poniendo la vida en el centro de las preocupaciones y políticas.
Las mujeres exigen vacuna para todas las personas y el mantenimiento de las ayudas de emergencia
Como vemos en todo el mundo, las mujeres son las que más sufren los impactos causados por la pandemia, porque son las que garantizan la sostenibilidad de la vida. No hemos parado ni un segundo durante la pandemia, asumiendo las tareas domésticas y de cuidado que redoblaron en este periodo. Las mujeres, especialmente las mujeres negras y pobres, son la mayoría de las profesionales de primera línea en la lucha contra la covid-19, ya sea en la sanidad o en los servicios.
¡Estamos hablando de más de 250.000 decesos en un solo país! No se trata de una falta de información o de planificación, es un plan para exterminar a la población pobre, indígena, quilombola[4] y otros pueblos tradicionales que viven en las tierras que Bolsonaro quiere entregar a la minería, la industria maderera y los terratenientes.
El gobierno de Bolsonaro, a través de su ministro de Medio Ambiente, ha dicho sin tapujos que su plan en este contexto de pandemia es “pasar la boyada” (sic) [expresión que significa desmantelar la política ambiental]. Este es un gobierno que desmantela todas las políticas de fomento a la agroecología y soberanía alimentaria, favoreciendo el latifundio, el cultivo de transgénicos, el uso irrestricto de venenos a gran escala, la deforestación de nuestros biomas, la privatización y financiarización de nuestra naturaleza, la contaminación de nuestras aguas con lodo y otras sustancias tóxicas.
Además, las medidas organizadas por el gobierno federal para el trabajo y la seguridad de la población eran muy arriesgadas, porque seguían la idea de que “la economía no puede pararse”: flexibilización de derechos, servicios no esenciales funcionando sin restricciones, trabajo informal y aumento del desempleo. En el primer trimestre de 2020, el 52,1% de las mujeres negras y el 43,8% de las blancas con empleo tenían trabajos informales y precarios[5]. Paradójicamente, la gente se ve obligada a abandonar sus casas y arriesgar sus vidas para asegurar su supervivencia. Durante las entrevistas con la prensa sobre las medidas para contener la pandemia, Bolsonaro pronunció frases como: “¿y qué?”, “no soy un enterrador”, “no hago milagros”.
Sólo hay una manera de detener la muerte, el hambre y el desempleo que nos persigue y es una realidad en miles de hogares brasileños: la destitución inmediata de Bolsonaro y de todo su gobierno militarizado y corrupto.
Seguiremos en marcha en Brasil y en el mundo
En todo el mundo, las mujeres siguen luchando y creando condiciones prácticas para haya vida. Hay innumerables ejemplos inspiradores: huertos comunitarios, comedores colectivos, campañas de solidaridad y denuncia, acciones simbólicas, entre muchas otras que aún carecen de visibilidad.
Estamos marchando hasta que no haya más hambre y que la vida pueda ser vivida sin violencia, con el derecho a decidir sobre nuestros propios cuerpos. En Brasil, necesitamos sacar a Bolsonaro para construir alternativas de vida, recuperar la democracia, poner el cuidado y la vida digna en el centro de la política. En varias partes del mundo, necesitamos una fuerte lucha feminista, anticapitalista y antirracista para detener la escalada del neoliberalismo y su programa de muerte. La fuerza y el protagonismo del movimiento de mujeres sitúa al feminismo como una perspectiva esencial en la construcción de una nueva sociedad.
Notas
[1] “Puente hacia el pasado” se refiere al nombre del plan de gobierno del golpista Michel Temer, quien reemplazó a Dilma en 2016. Su plan “Puente hacia el futuro” tenía un carácter neoliberal y representaba una ruptura con el proyecto político que triunfó en las urnas.
[2] Fue la movilización popular la que garantizó la creación de una ayuda de emergencia de 600 reales [aproximadamente 100 dólares] a mediados de 2020. El gobierno de Bolsonaro actuó para reducir la ayuda a 300 reales (aproximadamente un tercio del salario mínimo brasileño) y luego para recortarla por completo.
[3] La resolución nº 2.282, que impone trabas para el procedimiento abortivo, atenta contra los derechos humanos. Mientras se producen retrocesos como este en Brasil, nuestras hermanas argentinas demostraron que, con mucha movilización y organización feminista, es posible avanzar en la construcción de la igualdad y la autonomía. A finales de diciembre de 2020, Argentina legalizó el aborto hasta las 14 semanas de embarazo, una victoria para todas las mujeres de América Latina.
[4] Los quilombos son comunidades de resistencia y refugio para los negros esclavizados durante la época de la esclavitud en Brasil. Palmares es un símbolo de esta resistencia y fue uno de los quilombos más importantes de la historia del país. Se calcula que llegó a tener 20.000 personas en su apogeo, en la segunda mitad del siglo XVII.
[5] Los datos fueron tomados del texto “Trabajo y mujeres en tiempos de neoliberalismo y crisis”, de Marilane Teixeira, publicado en el dossier Neoliberalismo, trabajo y democracia.
Maria Fernanda Marcelino es historiadora, militante de la Marcha Mundial de Mujeres y miembro de SOF Sempreviva Organização Feminista. Esta es una versión del texto publicado en la columna Siempreviva, en Brasil de Fato, el 2 de marzo de 2021.
Traducido del portugués por Luiza Mançano para Capire.