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Sacristán adolescente: un mundo en crisis (1940-1946)

Fuentes: Rebelión

Capítulo I

1. Panorama histórico español y mundial.

El día 1 de Abril de 1939 señaló la victoria de las tropas que el 18 de Julio de 1936 se habían alzado contra la II República mandadas por general Franco, en nombre de lo que la ideología falangista denominaba los «valores eternos». Con ello comenzó el largo período de la historia de España caracterizado por el dominio del Estado autoritario y conservador, y que terminó cuarenta años más tarde mediante un proceso de democratización del Estado y la sociedad españolas.

El falangismo era el totalitarismo español. Como afirma José F.Marsal en su estudio sobre los intelectuales bajo el franquismo, [1] no parece demasiado ambiguo denominar como ‘fascismo’ al conjunto de estos totalitarismos de derechas que consiguieron triunfar en la Europa en la segunda y tercera década del siglo XX, aunque existan diferencias de matiz entre ellos. Pero la peculiaridad española, como la portuguesa, la italiana y cualquier otra, merece un análisis diferenciador de los otros movimientos fascistas europeos desde la historia peninsular. El análisis que importa aquí, en una tesis de filosofía, es el ideológico; en él aparece con claridad la peculiaridad española.

Pero no se puede hacer un análisis de la ideología sin caracterizar brevemente la forma de organización económica y social a la que esta ideología responde. Si en Portugal el fascismo tuvo como base la organización de una economía basada en la explotación de las colonias, en España la economía del franquismo consistió en la creación de un espacio económico relativamente autónomo, fundado en la sobreprotección de la economía y la industria nacionales, completamente autárquicas hasta los años 60; características de esa economía hasta los años 60 fueron la especulación y el fraude en el mercado negro, la baja productividad, el desmantelamiento de la industria, y, en un primer momento, hasta principios de los 50, la ruralización de la economía, esto es, la vuelta al sector primario de la economía de franjas urbanos de la población a causa de la desindustrialización y la carestía de los alimentos. La economía española, después de los destrozos producidos por la guerra, no alcanzará los niveles de producción de la República hasta 1956.

Esta economía misérrima de las dos primeras décadas del franquismo, con grandes capas de la clase obrera viviendo en condiciones de penuria, si no de miseria, se corresponde con un Estado ultrarrepresor que no tolera la más mínima divergencia política. En la construcción de este Estado coinciden las diversas tendencias que confluyen en el alzamiento contra la república: falangistas, católicos integristas, tradicionalistas, ejército y derecha conservadora. La ideología que anima a estos grupos se caracteriza por el rechazo de la modernidad y la idealización de la sociedad orgánica medieval.

Pero desde 1945 el totalitarismo de derechas desaparece en la mayor parte de Europa, derrotado por las armas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento la Falange y su ideología totalitaria serán orilladas cada vez más de los aparatos de Estado y de los centros de poder. Quedará como una organización marginal sustentadora del Sindicato vertical, organismo mediante el que el Estado franquista impone disciplina a la clase obrera. Será a partir de entonces y cada vez con más profundidad y extensión -sobre todo con la firma del Concordato con la Santa Sede en 1953-, cuando las diferentes organizaciones católicas conservadoras, encuadradas políticamente en Acción Católica primero y más tarde el Opus Dei, tomarán el relevo en la provisión de cuadros dirigentes para el Estado autoritario. La política que realizan es la de mantener la rígida jerarquía social de la sociedad española al tiempo que intentan el desarrollo económico. Visto, por tanto, en perspectiva, puede decirse que el movimiento contrarrevolucionario que acabó con la experiencia y los proyectos de la II República tenía como principal sustento ideológico la tradición católico-conservadora peninsular, y sólo como ropaje circunstancial un totalitarismo que fue la ideología política de ciertas capas de la pequeña burguesía campesina y ciudadana. En cuanto las condiciones internacionales lo aconsejaron la dictadura franquista abandonó los rasgos totalitarios más acusados.

Para describir algunos detalles de cómo fue vivido este proceso por las capas pequeño-burguesas encuadradas por la Falange, seguimos el testimonio de Francisco Farreras Valentí en el libro de Juan F.Marsal, Pensar bajo el franquismo . Éste es especialmente interesente en relación con Manuel Sacristán, puesto que es de su grupo de edad, participó en la redacción de la revista LAYE [2] y era además miembro de la Falange: Jamás fui franquista. Franco era el general que ganó la guerra y el Jefe del Estado, pero nunca le consideré como jefe político[…] nosotros pensábamos más allá, en el futuro en la «revolución pendiente», en el «relevo»[…] En 1943 Franco, a remolque de los acontecimientos mundiales, cambió su disfraz totalitario por el de una «democracia orgánica». Los jóvenes falangistas consideramos aquel acto como una verdadera traición. En algunos locales del Frente de Juventudes falangista se hicieron disparos contra los retratos de Franco. La organización de Barcelona se colocó en abierta rebeldía contra los mandos nacionales, al mismo tiempo que muchos jóvenes entusiastas abandonaron sus filas[…]( op.cit. 96).

2. Primeros compromisos políticos e ideológicos de Manuel Sacristán.

Manuel Sacristán tenía 17 años cuando sucedieron estos acontecimientos y estaba encuadrado en la Falange, como tantos jóvenes de las clases medias en aquellos años. Su padre era administrador del Sindicato Español Universitario, institución fascista que encuadraba a los estudiantes en la universidad española. Al año siguiente, Sacristán aprueba el examen de Estado y entra en la Universidad para estudiar Derecho. Durante los años del Bachillerato en el Instituto Balmes y el primer curso en la Universidad, Sacristán ha pertenecido a la Falange y estudiado los textos de su fundador José Antonio Primo de Rivera. Hay una cita y un recuerdo de ese estudio, en un artículo posterior publicado en 1951 en la revista LAYE , número 16. Escribiendo sobre José Antonio, Sacristán dice: […]otro párrafo joseantoniano: «Una de las cosas que más me temo es la implantación de un falso fascismo conservador[…]» con todo lo que sigue cuyo tenor literal he olvidado de puro vivido. (op.cit. 44-45).

El tenor de la cita en el contexto de una crítica al régimen político que se vivía en España entonces, permite identificar a Sacristán con la posición que Farreras ha descrito en su confesión personal publicada en Pensar bajo el franquismo . Sacristán pertenece al grupo que los intelectuales entrevistados por Marsal para elaborar el libro citado denominan ‘falangismo de izquierdas’ [3] : un joven falangista identificado con los ideales ‘revolucionarios’ del credo de José Antonio. Pero son justamente estos ideales los que le enfrentan con un Estado que ha usado la fraseología falangista, para enmascarar su operación de liquidar las instituciones democráticas republicanas, sin haber puesto realmente nunca en práctica ese proyecto político. Es muy posible que esos ideales falangistas hayan sido hueca ideología sin contenido real que pudiera proyectarse en un Estado realmente nuevo. Pero es justamente esta aspiración al ideal lo que su educación falangista va a aportar a Sacristán.

También su amigo íntimo Juan Carlos García-Borrón afirma haber participado de los ideales revolucionarios de la Falange , (J.F.Marsal, op .cit .133). Lo peculiar en Sacristán es el modo de aspirar a esta idealidad: con radicalidad. Pues radicalidad es lo que manifiesta la cita que hemos entresacado arriba: su asimilaciónde estos ideales no fue pasiva, sino vivida. La vivencialidad que Sacristán expresa en esas líneas significa la movilización de toda la personalidad en pos de la idealidad: esto sería precisamente radicalidad en el sentido existencialista de autenticidad. [4]

Su aspirar radicalmente a los más altos ideales humanos, su obrar radicalmente en consecuencia con sus ideas, caracterizará posteriormente toda la actividad intelectual de Sacristán; como caracteriza a todo filósofo de verdad -filosofía es tomar las cosas por la raíz, ser radical, decía Marx, y también, en otro contexto intelectual, Ortega-. La palabra ‘radical’ tiene, pues, varios sentidos diferentes y Sacristán se relacionará con esos sentidos a lo largo de su vida: primero, un sentido existencialista -vivir con autenticidad-; en segundo lugar, un sentido orteguiano -explorar los primeros principios-; y por fin un sentido marxista-ilustrado -obrar en consecuencia-. Cada sentido está determinado por una antropología diferente que Sacristán asumirá en distintos momentos de su vida. Pero la radicalidad fue asumida por Sacristán como el rasgo propiamente filosófico de la actividad intelectual. Sacristán ha tomado precisamente esta cita de La noción de principio en Leibniz de Ortega: La filosofía, que es radicalismo o extremismo intelectual, se resuelve a llegar por el camino más corto a esa línea última donde los principios últimos están, y por eso no es sólo conocimiento desde los principios como los demás, sino que es formalmente viaje al descubrimiento de los principios. (SPMII 124).

En el sentido de la radicalidad es como podría interpretarse el rasgo de carácter que Francisco Fernández Buey en su artículo-homenaje a Manuel Sacristán en MIENTRAS TANTO , números 30-31, ha descrito como «llevar enseguida muchas de las discusiones precisamente a situaciones-límite» (op.cit. 63) ; pero considerando que esta observación acerca del carácter de Sacristán puede aplicarse no sólo a las discusiones, sino también a las actidudes ante los diferentes problemas de toda índole -no sólo políticos, aunque sí fundamentalmente-, que la vida le fue presentando: la presencia de Sacristán en nuestra historia es una presencia-límite -en el límite de la legalidad política, en el borde de la Universidad, en los márgenes del Partido Comunista que no pudo encontrar para él una integración efectiva,…-. [5]

Esa radicalidad está en relación con la aspiración a la verdad. La propia evolución intelectual de Sacristán se refleja en las palabras que él dedicó a Gramsci: Pero la verdad y la franqueza con que Gramsci vive su problema van teniendo, como suele ocurrir, su premio. En materia de ideas lo estéril no suele ser la aceptación veraz de los problemas[…] (SPMI,73) . Hemos de ver cuáles eran estos problemas y cómo los resolvió Manuel Sacristán.

3. Ruptura con el movimiento fascista.

Si a través de la educación falangista se ha forjado en Sacristán la radicalidad de su aspiración a los ideales (verdad, libertad, conocimiento, humanidad, justicia, igualdad, …), la decepción de su ruptura con la Falange puede haberle proporcionado otro rasgo característico de su modo de pensar: su intransigente rechazo de la ideología. La experiencia juvenil de la traición franquista a la «revolución pendiente» y a los «valores eternos» proclamados como justificación del Estado impuesto por la sangre de la guerra civil, puede haber sido el origen de un desengaño -que se hizo desconfianza permanente en Sacristán-, ante las explicaciones ideológicas, que ocultan precisamente lo que es más importante saber: las posibilidades de realización de las ideas, su efectividad práctica, su coherencia con la situación histórica.

El descubrimiento práctico, vivido, del sentido de la ideología como falsa conciencia, el sentido más marxiano del término, se hizo de un modo simple -por experiencia directa- para toda una generación de jóvenes, la primera educada por el Estado franquista. Juan Carlos García Borrón, en la página 135 del libro de Marsal citado, explicita el sentido de la decepción generacional de los jóvenes falangistas: De esta parte místico-romántica del Frente de Juventudes, de su espíritu, es de lo que hablaba antes cuando decía que más que una aceptación de la ideología lo que nos movía era ese espíritu […] Para nosotros lo indiscutible era la disconformidad entre lo que queríamos y los que se estaba haciendo: queríamos más limpieza en los gobernantes[…] Me parece que no fue el descubrimiento de que una línea ideológica debía ser sustituida por otra, sino que lo primero fue la decepción ante la disconformidad entre lo que habían sido unos ideales difusos y la realidad, que no tenía nada de vaga y difusa, pero que era lo más opuesto a lo que pretendíamos defender.(Esta apreciación no se dio en mí si no que creo que fue general).

También Carlos París en Madrid, describe la misma situación en la página 204 del mismo libro de Marsal: «Creíamos que el ideal revolucionario había sido traicionado manifiestamente por el franquismo».Los testimonios son unánimes entre los intelectuales que, educados por el Régimen, formaron parte del ‘falangismo de izquierdas’ y creyeron en la verdad de ideal revolucionario falangista: la decepción ante la realidad del franquismo les llevó a renegar de los postulados en los que habían sido educados. Ellos son los que en los siguientes años, y aprovechando la tímida apertura del ministerio de Ruiz Giménez crearán los primeros focos de pensamiento libre de la España franquista: las revistas QVADRANTE , LAYE ESCORIAL , ALFÉREZ , ALCALÁ , … Sacristán se ha referido retrospectivamente a estos años en una entrevista que concedió a Sergio Vilar en 1967, para el libro La oposición a la dictadura : […]yo creo que la ideología falangista estaba en el ambiente universitario completamente en crisis desde 1943 o así. En 1943 casi no había más que tres clases de personas en el SEU de Barcelona, en mi opinión: o bien gente intelectualmente muy limitada; o bien gente sin ninguna idea, puros gamberros; o gente que se mantenía en el SEU pero en realidad tenía poquísima afinidad ideológica con ninguna clase de fascismo (op.cit. 239).

1943 es el año en que Franco proclama que el Estado español es una democracia orgánica provocando la rebelión de los falangistas de izquierda. Sacristán se mantuvo en el SEU todavía dos años más sin afinidad ideológica con el organismo franquista. Al cabo de este tiempo la situación se hizo insostenible cuando los falangistas universitarios torturaron a unos estudiantes catalanistas. En protesta por estas torturas Sacristán abandonó definitivamente el Sindicato fascista.

Otro hecho político de importancia, al que Sacristán se ha referido retrospectivamente -en la sección Entre sol y sol de LAYE16 , noviembre-diciembrede 1951- para explicar su ruptura con la ideología falangista, fue el movimiento de protesta de las juventudes falangistas para pedir la recuperación de Gibraltar, movimiento que fue reprimido por el Estado franquista: Tal vez eso contribuya también a que los jóvenes que protagonizaron el único movimiento popular español por Gibraltar que se ha producido en todo el siglo XX, sepan que tienen mucho más que ver con Ortega o con Picasso que con el Charlatán cuyas inquietudes nacionales funcionan bajo la consigna del oportunismo. (SPMIII 19)

El abandono de la organización universitaria franquista y de la ideología fascista, fue mayoritario entre los estudiantes españoles de aquellos años: entre el 1943 y el 1950, ese abandono de los últimos restos de ideologías fascistas en general, y falangista en particular, se produce, que yo sepa, en casi todos los distritos universitarios . El grupo generacional al que perteneció Sacristán, el de los estudiantes universitarios de los primeros años de la dictadura franquista, abandonó casi completamente la ideología fascista. De este grupo, continúa Sacristán, un sector muy importante se desanimó, dejóde interesarse por problemas históricos, sociales y políticos, refugiándose en el estudio de especialista y hasta emigrando en muchos casos al extranjero; otros se desinteresaron de los temas de filosofía social por vías mucho más cínicas, ingresando en la producción como técnicos y aspirando a hacerse una solidez burguesa; y el último grupo emprendió un camino de intensificación del estudio de temas filosófico-sociales» (La oposición a la dictadura, 242)

Esta percepción de Sacristán de la existencia de un grupo de personas de una sociedad que parten de la misma situación compartiendo un determinado momento histórico, que, por tanto, viven experiencias comunes y evolucionan en común, aún con distintas opciones personales, puede verse como el sentido en que J.F.Marsal ha trabajado en su libro ya citado: recoger la consciencia que tiene de su propia historia un grupo de personas de la misma generación y que por serlo han adoptado, al menos durante algún tiempo, una respuesta similar ante las situaciones que su tiempo histórico les ha planteado.El libro de Marsal recoge la trayectoria vital e intelectual de los jóvenes más significativos entre aquellos que Sacristán describe como el tercer grupo de universitarios, los que intensificaron su estudio de los temas económico-sociales. Y lo interesante es que, desde perspectivas diferentes, los testimonios apuntan a descripciones similares.

En esa entrevista a Vilar, Sacristán se describe como perteneciendo a un grupo generacional, y hace una pequeña teorización sobre ese tema. Partiendo de un apunte de los cuadernos de la cárcel de Gramsci, engloba el problema de su grupo generacional en la perspectiva más amplia de la rebelión juvenil en las sociedades capitalistas, rebelión manipulada demagógicamente por el fascismo. Esta rebelión es natural porque ésta es una época en la cual los viejos, quiere decirse los adultos, los adultos característicos, dominantes de un orden social que está muriendo, no tienen ya autoridad sobre los jóvenes porque la sociedad que representan está muriendo.Y no son capaces de educar a los jóvenes […] Me parece que esto cuenta, por lo menos, para sectores estudiantiles, más que los traumas de la guerra civil . Esta situación es probablemente mayoritaria en los jóvenes españoles de los años 40. Pero quizás podamos ver excepciones en aquellos cuyas familias estuvieron más directamente implicadas en la guerra civil del lado de los vencidos y que sufrieron más duramente la represión fascista, como es el caso, por ejemplo, de los hermanos Goytisolo o de Alfonso García Seguí o de los estudiantes catalanistas; la rebelión proviene de una marginación respecto al sistema político-social franquista, ni superada, ni con deseos de superarla.

Por otro lado, es natural que, en líneas generales y con las excepciones apuntadas, para los sectores estudiantiles pertenecientes a la pequeña burguesía o a los cuadros medios de la sociedad franquista -que más o menos tenía que encuadrarse en las instituciones fascistas para poder seguir manteniéndose-, el esquemático análisis de Sacristán describe con bastante aproximación la evolución de los hechos.

Otro elemento clave de esta evolución de los universitarios españoles en aquel momento histórico hay que verlo en las diferencias de ritmo histórico que se dan, tanto en aquel momento como en otros dela historia española, entre España y Europa. El régimen franquista que, durante los primeros añosde su existencia como Estadoy en consonancia con la situación mundial, educó en el fascismo a los hijos de la pequeña burguesía, aquellos que llegarán a formar las capas intelectuales, se encontró de pronto con que sus aliados políticos eran derrotados en la Segunda Guerra Mundial y se vio obligado a cambiar de piel. Esto no lo hizo repentinamente, sino con la parsimonia que caracterizó a la política franquista durante cuarenta años, parsimonia no exenta de violencia como bien se recordará. Pero tampoco lo hizo sin tensiones, como acabamos de ver. Ahora bien, estas tensiones no llegaron nunca a resquebrajar el sistema político, porque el núcleo fundamental del contenido ideológico y político de su sistema fue siempre el catolicismo integrista propio de las clases oligárquicas del país y tradicionalmente dominante. El conflicto que nos ocupa, el de los estudiantes universitarios, es sólo el de una pequeña fracción de clase subordinada, la pequeña burguesía, que en algún momento llegó a hacerse ilusiones sobre la ‘revolución de las minorías’ y el ‘imperio de los valores eternos’. Todos ellos, los intelectuales de la pequeña burguesía educados en el fascismo totalitario, acabaron convencidos profundamente de la importancia de la democracia y la libertad.

En el año 1953, dos hechos de política internacional iban a cambiar radicalmente el grado de reconocimiento del Estado franquista por el resto de las naciones: la firma del Concordato con la Santa Sede y los acuerdos hispano-norteamericanos sobre el uso de territorio español por las fuerzas militares de los Estados Unidos de América. La victoria en la guerra civil lo fue del bando católico-conservador, del integrismo tradicional de la oligarquía española. Pero en la interpretación que el joven Sacristán, junto con el grupo de ‘falangistas de izquierdas’, pudo hacer de esta victoria, ya en el marco de la guerra fría, debieron intervenir elementos del desarrollo histórico de los acontecimientos. En 1951, la guerra de España debió ser una batalla parcial de una guerra ganada por las fuerzas políticas que diseñaban una nueva Europa: algo a liquidar con el resto de la guerra. La no liquidación del franquismo descubría el núcleo duro de su contrarrevolución y la profundidad y extensión de sus alianzas. Este núcleo duro, la oligarquía integrista española, no fue nunca para el sector de las clases medias españolas que participó de la reacción contra la República, más que un aliado circunstancial que posteriormente resultó ser el que dominara la situación.

El grupo de intelectuales universitarios de los años 40, fue el primero de una larga lista en romper con el régimen franquista. Más allá del horizonte de éste, en la marginación exterior, sometida y humillada, estaba la clase obrera española. Pero si la clase obrera es en España la gran derrotada de la guerra civil, en Europa, en cambio, salió vencedora de la guerra mundial. Los ejércitos rusos jugaron un papel fundamental en la lucha contra el fascismo y el hitlerismo, al igual que los partidos comunistas de Europa occidental en la organización de la resistencia nacional contra el fascismo, papel reconocido en su participación política en los gobiernos que organizaron la reconstrucción postbélica. En un lugar tan cercano a la frontera, tan europeo y cosmopolita, como es Barcelona, el cambio de situación debió percibirse con especial fuerza. Esta situación se refleja en un artículo de Sacristán en LAYE 14, junio-julio 1951, «Una humilde verdad»: Porque, tanto como siegas de mieses humanas, las guerras son grandes talas de selvas ideológicas. La experiencia de la lucha y de la derrota ha quitado a su sistema teórico todo valor[…](p.36) . La simpatía que despierta en Sacristán Leon Degrelle, viejo totalitario[…] que entró en la vida de Europa con una fuerte carga totalitaria que se creyó semilla y resultó lastre , evoca su propia historia personal de joven falangista convencido de los ideales totalitarios. Pero quizás en ningún sitio como en estas frases se refleja con tanta claridad el reconocimiento de la derrota de la idea totalitaria, al tiempo que se reconoce el error que esa derrota corrobora. Sacristán alaba en el libro de Degrelle que comenta, La campaña de Rusia , el reconocimiento de la derrota y el abandono de la idea equivocada. Una cierta alegría recorre estas páginas, una alegría de comprobar que se puede comenzar de nuevo y de pensar que el vencido, si equivocado, no es malo. La estrategia de guerra de los vencedores -la desmoralización del enemigo mediante la destrucción de la población civil en la retaguardia- se funda, en cambio, en una forma de racionalidad que Sacristán no podía aceptar. Éste será uno de los motivos por los que Sacristán irá mucho más allá de la ideología liberal.

La acción humana ético-política es vista aquí por Sacristán como lucha vital por la idea, lucha que exige el sacrificio y la renuncia del guerrero; desde esta perspectiva puede entenderse también la dedicación de Sacristán al guerrero indio Gerónimo en 1972. Esto ha sido señalado por Francisco Fernández Buey en el artículo citado como una característica propia de Sacristán refiriéndose a una época muy posterior a la que ahora se trata: Es significativo el que durante el periodo del que me estoy ocupando [1974-1976] casi todos los elogios escritos por Manolo estén dedicados a hombres y mujeres que lucharon hasta el final, a «guerreros» (MT30-31,76)

No es tan importante, desde cierto punto de vista, la idea por la que se lucha o la forma de lucha, como el hecho de luchar. Pues la consecuencia con que un «guerrero» busca llevar hasta el fin sus principios obtendrá siempre su propia recompensa, que no será necesariamente la del éxito, pero sí la de saberse de acuerdo consigo mismo, incluso en la derrota, por haber puesto en juego con total convicción la propia vida. Pero además la acción humana necesita la idea verdadera por la que luchar: el sentido más profundo de la labor intelectual de Sacristán es, como se ha de ver en esta tesis, la relación entre verdad y libertad.

En el marco de la situación descrita, debe entenderse la siguiente afirmación de Sacristán en la entrevista ya citada de SergioVilar: en aquellos años [1943-1950] leer por ejemplo El Capital era verdaderamente difícil. Y ése fue el primer libro que se buscó después de la crisis falangista, por considerarlo el más central en lo que había ocurrido en la historia desde el XIX ( op.cit.244) . La evolución de Sacristán hacia el marxismo arranca de la crisis misma de su falangismo, de la derrota sin paliativos de una ideología en el terreno que ella misma proclamaba como fundamental, en el campo bélico. Pues el totalitarismo había proclamado las virtudes guerreras y la victoria en la guerra como elemento decisivo en la bondad de las ideas. La consecuencia de la derrota es el reconocimiento de la bondad de las ideas de los vencedores. La apuesta ideológica del fascismo conllevaba, por tanto, a través de su belicismo, el reconocimiento del ‘otro’ en el enemigo, el reconocimiento de sus métodos de lucha, de su expresión como ‘otro’ que se afirma a través de la lucha, y si éste lucha limpiamente y vence, al reconocimiento del valor de sus ideas. Es algo que más adelante Sacristán podrá explicar como lucha de clases bajo el concepto de hegemonía gramsciano, ya con los parámetros totalmente cambiados a través de la experiencia política y la intensa reflexión filosófica que se forjará en el próximo decenio de su vida. [6]



[1] Juan Francisco Marsal, Pensar bajo el franquismo , Barcelona, Península, 1979. Sacristán no participó en la elaboración del libro de Marsal, aunque fue invitado por éste. En el prólogo de su libro, Marsal cita una carta de Sacristán en la que le pide disculpas por no participar en esa elaboración.

[2] LAYE fue una revista publicada en Barcelona, de la que vieron la luz 24 números entre los años 1950 7 1954, y en cuya redacción participaron jóvenes escritores catalanes, entre ellos J.M. Castellet, los hermanos Joan y Gabriel Ferrater, Juan Carlos García-Borrón, Juan Francisco Marsal, Jesús Núñez, Esteban Pinilla de las Heras, Jesús Ruiz y Manuel Sacristán. En alguno números se publicaron también poemas de Alfredo Costafreda y Jaime Gil de Biedma.

[3] Elías Díaz denomina ‘falangismo liberal’ al grupo de más edad, que participó en la guerra y cuyos representantes más conocidos son Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo (Notas para un historia del pensamiento español actual (1939-1972), SISTEMA , números 1,2,3, Madrid, 1973, y Pensamiento español 1939-1972 , Cuadernos para el diálogo , Madrid, 1978-. El ‘falangismo de izquierdas’ sería el ala más joven y radical de ese grupo.

[4] Esa cita de Sacristán pertenece a un momento de su trayectoria intelectual en que se pensamiento se desarrolla bajo la influencia de la filosofía de Ortega y el existencialismo europeo.

[5] La expresión situaciones-límite fue utilizada por Sacristán para explicar la filosofía de Jaspers, dentro del escrito para la voz ‘Filosofía’ (1958) del Suplemento de la Enciclopedia Espasa aparecido en 1961. Son situaciones de la existencia libre, por medio de las cuales el hombre irrumpe hacia el ser y que no pueden resolverse por ningún actos; son situaciones que no pueden ser superadas: la muerte, la necesidad de lucha, el azar, la culpa (SPMIII 98-99). La caracterización de Fernández buey podría estar indicando la permanencia en el Sacristán marxista de modos de pensar que pertenecen a su primera juventud existencialista. Pero lo que caracteriza a Sacristán a partir de 1956 -cuya concepción marxista prioriza la práctica, la acción (como señala Ripalda en su artículod de Mientras Tanto 30-31 ya citado)- es una actividad cuyos fines son en cierto modo antitéticos a los de Jaspers. El análisis existencial en el sentido de Jaspers, sería entonces una metodología de acercamiento a la verdad, aquella que busca la conversión de la persona; y el postulado marxista-ilustrado de coherencia obligaría a la materialización práctica de ese análisis filosófico.

[6] En el pasaje de la Fenomenología del espíritu donde Hegel explica la dialéctica del señor y del siervo a través del enfrentamiento a muerte y la lucha por el reconocimiento, está el núcleo explicativo de la organización jerárquica de la sociedad desde el punto de vista de la subjetividad; ese mismo pasaje explica también la superioridad a largo plazo del igualitarismo y la solidaridad en las relaciones sociales.