Para Jaume Josa Si se demuestra que existe cualquier organismo complejo que posiblemente no había sido formado por numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones, mi teoría quedaría absolutamente destruida. Charles Darwin, El origen de las especies. No fue Manuel Sacristán (1925-1985) profesionalmente un naturalista, ni escribió profusamente sobre Darwin o sobre otros científicos naturales1. […]
Para Jaume Josa
Si se demuestra que existe cualquier organismo complejo que posiblemente no había sido formado por numerosas, sucesivas y ligeras modificaciones, mi teoría quedaría absolutamente destruida.
Charles Darwin, El origen de las especies.
No fue Manuel Sacristán (1925-1985) profesionalmente un naturalista, ni escribió profusamente sobre Darwin o sobre otros científicos naturales1. Pero, como era previsible en un filósofo como él, amigo y estudioso del conocimiento positivo; con una concepción del filosofar y de la filosofía anclada en aproximaciones artísticas y en las aportaciones sustantivas de saberes teóricos y pre-teóricos; un versado traductor de libros de ciencia, filosofía e historia de la ciencia; un marxista revolucionario que, al igual que hiciera de joven, estuvo desde los años setenta muy atento a la evolución de las ciencias naturales, proponiendo revisiones y nuevos senderos a la tradición que ponían especial énfasis en la necesaria naturalización de las ciencias sociales y en las derivaciones políticas de tal consideración; un trabajador editorial que propuso colecciones al inicio de los ’70 donde sugería novedosos apartados sobre «sociofísica», un concepto por él acuñado que englobaba «los temas en que la intervención de la sociedad (principalmente de la sociedad industrial capitalista) interfiere con la naturaleza (urbanismo, contaminación, etc)»; un amante y practicante del senderismo, cuya hermana, Marisol Sacristán, era bióloga de profesión y su cuñada, Anna Adinolfi, una bioquímica de prestigio; un profesor visitante de la UNAM en los años ’80, que se había procurado informar con detalle y precisión de la flora y fauna mexicanas2; un filósofo así, decía, es de esperar que también hiciera sus incursiones en ámbitos reflexivos próximos a las ciencias naturales.
Las hizo, y con el rigor, información y amor al conocimiento de siempre. Dar sucinta cuenta de ellas, informar de sus aproximaciones, directas o indirectas, a Darwin y al darwinismo, y asuntos tan complementariamente afines, por oposición, como el lysenkismo, es el motivo central de estas líneas. El bicentenario de Darwin y los 150 años que nos separan de la publicación del El origen de las especies son una buena, una magnífica ocasión para ello.
En un paso de una conferencia de 1979 sobre los ejes centrales de una política de la ciencia de orientación socialista3, organizada por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona4, Sacristán explicitó, en pocas pero entonces inusuales palabras, su documentada forma de aproximarse a temáticas ecológico-naturales.
Cuando más afortunado podía ser, señalaba, poética, retóricamente, un dicho heideggeriano5 -o, más en general, de crítica romántica a la ciencia contemporánea, Roszak era un ejemplo citado por él, de forma muy equilibrada, en sus clases de metodología de las ciencias socialesen la Facultad de Económicas- sus peligros teóricos se incrementaban porque solía ser bueno de intención pero malo, cuando no pésimo, conceptualmente.
Por ejemplo, aunque sea una cosa desagradable de decir, vale la pena precisar que tal como se presenta en la vida real hoy el problema de las ciencias, este marco ontológico de su peligrosidad no consiste en que desprecien a la naturaleza, en que practiquen agresión a una naturaleza que sería buena en sí misma. No, la realidad es que su peligrosidad estriba en que significan una nueva agresión a la especie, potenciando la agresión que la naturaleza ha ejercido siempre contra la especie. Quiero decir que un neutrón no es un ser cultural; un neutrón es un ente natural, por ejemplo, y así en muchas otras cosas.
Se hacía cómodo, advertía el entonces militante del CANC (Comité Antinuclear de Catalunya), el trabajo de los defensores de los intereses de las grandes compañías eléctricas cuando se les contraponía un pensamiento ecológico romántico-paradisíaco. Tan erróneo era, insistía, el romanticismo rosa como el negro.
La naturaleza no es el paraíso. Seguramente es una madre pero una madre bastante sádica, todo hay que decirlo, como es conocimiento arcaico de la especie. Eso no quita, naturalmente, que, para el hombre, ella es -como es obvio, esto es perogrullada de lo más trivial- necesidad ineludible y para el hombre urbano, para el hombre civilizado, además, necesidad cultural. Esto sea dicho en honor del hombre urbano y del hombre civilizado que desde Teócrito de Siracusa es el que ha inventado a la naturaleza como necesidad cultural, no ya sólo como necesidad física.
Lo que debía hacerse era mirar con los dos ojos cuál era la relación erótica, de amor, que tenían a la naturaleza los que llegaban a tenerla, excursionistas, ecologistas, apuntaba como ejemplos. Había que mirarla, dialécticamente, observando sus diversas caras y dándose cuenta de que era muy débil, desde una perspectiva conceptual, verla sólo como paradisíaca y rosada.
La relación es mucho más profundamente religiosa, y hay que decirlo así aunque se sea ateo, porque es religiosa en el sentido de que está mezclando siempre el atractivo erótico con el terror, la atracción con lo tremendo. Eso cualquiera que sea alpinista me parece que estará de acuerdo sin mayor discusión. Los que no lo sean pueden aceptarlo como, por lo menos, experiencia de una parte de la humanidad. A saber, los alpinistas; y los marinos, probablemente, también.
Esta precisión de concepto, concluía, que era filosofía de la menos académica imaginable, era. sin embargo, modestamente importante como anotación metódica, para no desviar y hacer pueriles y débiles los razonamientos de raigambre naturista y ecologista.
Transitando por sendero similar, dos años más tarde, en 1981, en los compases finales de su comunicación al congreso de Filosofía de Guanajuato6, Sacristán trazaba un preciso apunte sobre la deseable relación, tal como era percibida por él en aquellos momentos, entre las ciencias sociales y las disciplinas naturales.
El sentido metodológico general de todas las precisiones naturalistas sobre las ciencias sociales que había realizado en su comunicación en torno a consideraciones de Boulding, Harich y Wilson perseguía el objetivo de hacerlas asimilar facticidad cosmológica.
En el caso de la relación entre las consideraciones termodinámicas y la economía, que parece el menos oscuro, se puede precisar más ese sentido: lo que tendencialmente se le impone a la ciencia económica es una mayor atención a procesos y flujos reales, cosa, dicho sea de paso, poco concorde con algunas de las posiciones hoy dominantes entre los economistas.
El ejemplo de la economía era muy adecuado para discutir las consecuencias epistemológicas de la situación, una discusión que valía la pena incitar ya que valiosos economistas radicales estaban cayendo en la tentación de entender la razonable imposición, cuando era pertinente, del punto de vista naturalista «como una especie de bancarrota final de la ciencia económica»7. Si eso fuera verdad de ésta de la ciencia económica, añadía críticamente Sacristán, no se veía por qué no habría de serlo de cualquier otra disciplina social.
En mi opinión no están muy justificadas conclusiones tan nihilistas acerca de la ciencia económica. Lo que la deseable asimilación de conceptos físicos y biológicos por la economía debe acarrear es seguramente una reconstrucción de la teoría sobre la base de la realidad ecológico-económica de la especie, la cual, por ejemplo, es posible que no permita ya seguir trabajando tan alegremente con conceptos como el de crecimiento, ni tan mitológicamente con conceptos como el de equilibrio. Pero ni siquiera se puede estar seguros de que una novedad consistente en poner en primer plano procesos y flujos reales asombrara mucho a los mismos clásicos de la ciencia económica, varios de los cuales sabían perfectamente que el asunto último de su ciencia es una cuestión tan biofísica como la economía de trabajo.
Las dificultades que encontraban las ciencias sociales en la tarea de renaturalizarse, apuntaba finalmente, no iban a deberse en su opinión a obstáculos categoriales insalvables sino a barreras político-culturales dimanantes de la complicada artificiosidad con que nuestra civilización, y no ya las propias ciencias sociales, desorientaba a las gentes, según frase de Harris que Sacristán retomaba con acuerdo explícito, para que no viesen «las causas de la vida social».
Pues bien, fue a su vuelta de México, después de haber impartido dos semestres en la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas de la UNAM durante el curso 1982-1983, probablemente a mediados del año siguiente, cuando Sacristán escribió un texto sobre Darwin, una breve aproximación. Lo hizo, seguramente, a petición de un científico natural, Eduard Rodríguez Farré, un gran naturalista franco-barcelonés nacido en el campo del exilio republicano de Argelès-sur-Mer y amigo y colaborador suyo8. Con ésta y otras entradas colaboró Sacristán durante dos años en unos calendarios que publicaba anualmente una asociación de científicos catalanes, para los que también escribió breves notas sobre Copérnico, Newton, Madame Curie o Einstein, entre otros grandes nombres, en colaboración de su segunda esposa, la socióloga mexicana, hija del exilio republicano, María Ángeles Lizón con la que había contraído matrimonio en segundas nupcias durante su estancia en la UNAM.
Dice así la voz «Darwin, Charles»9:
Naturalista inglés, fue el primero en establecer la teoría de la evolución. Declarado inepto para la escuela médica, reorienta sus inquietudes. En 1831-36 realiza sus expediciones a las islas atlánticas y recoge sus experiencias centradas ya en la idea de la fijación de las especies. La lectura de la teoría de la población de T. R. Malthus le impresiona profundamente. En 1859 publica su On the Origin of the Species. La edición completa de 1.250 ejemplares fue vendida el mismo día de su puesta en el mercado. Inaugura una nueva era del pensamiento científico y filosófico. Con su demostración del carácter fortuito de las variaciones, explicables satisfactoriamente de forma científica, pone en entredicho el designio providencial como principio de orden en la naturaleza. Influenciado por Malthus, Linneo y Lamarck, fue el primero en señalar las leyes del éxito y del fracaso de las nuevas formas y empañó la imagen de una naturaleza buena.
No fue la única ocasión en la que Sacristán se refirió al gran naturalista inglés. Entre los documentos, fichas, libretas de resúmenes y papeles depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán, también nos encontramos con otras anotaciones y comentarios.
Por ejemplo, la siguiente observación, con referencia a Darwin, del fichero «Marxismo». Tomando cuerpo en un fragmento de una carta de Marx a su hija Laura y a Paul Lafargue:
Partiendo de la lucha por la vida en la sociedad inglesa -la guerra de todos contra todos, bellum omnes contra omnes-, Darwin ha sido llevado a descubrir que la lucha por la vida es la ley dominante en la vida «animal» y vegetal. Pero el movimiento darwinista, por el contrario, ve en ello una razón decisiva para que la sociedad humana no se emancipe nunca de su animalidad» (Marx a Laura y Paul Lafargue, 15.2.1869; MEW 32, p. 592).
el traductor de El Capital y director de OME señalaba en sus notas:
1. a) Marx admite que la génesis de la idea de Darwin no empece a su acierto;
b) Distingue tácitamente entre ciencia y política.
c) Rechaza tácitamente la inferencia ab esse ad debet.
d) Texto de mucha importancia para mostrar que es un error imputar a Marx economicismo. El esquema mental es el mismo: hay papel activo de la cultura, de la artificialidad.
Más, en general, concepción de la relación hombre-naturaleza.
2. El texto documenta, por una parte, el límite del naturalismo de Marx. Por otra, un efecto bueno del hegelismo, que hace pensar por «Aufhebung»10. Consiguientemente, el indeterminismo.
Del mismo modo, sobre este fragmento de las marxianas Teorías sobre la plusvalía:
Darwin no vio en su excelente obra que derrocaba la teoría de Malthus al descubrir la progresión «geométrica» en el reino animal y el vegetal. La teoría de Malthus se basa precisamente en que compara la progresión «geométrica» de los seres humanos según Wallace con la quimera de la progresión «aritmética» de los animales y las plantas. En la obra de Darwin, por ejemplo, a propósito de la extinción de especies, se encuentra también en detalle (prescindiendo de su principio fundamental) la refutación histórico natural de la teoría de Malthus» (MEW 26.2, p. 114).
comentaba Sacristán en una de sus notas:
Su interpretación de Darwin refuerza naturalmente lo fatal de su esquema dialéctico-progresista. Notar que no se refiere ni a las aguas, ni al aire, ni al subsuelo, como es natural en su época.
Igualmente, sobre una carta de Marx a Lassalle de 16 de enero de 1861:
[Teleología-darwinismo] «El libro de Darwin es muy importante y me convence como fundamento científico-natural de la lucha de clases histórica. El precio que hay que pagar, naturalmente, es la grosera manera inglesa del desarrollo. Pese a todas sus insuficiencias, aquí no sólo se da el golpe mortal a la «teleología» en la ciencia de la naturaleza, sino que también se expone el sentido racional de la misma» (MEW 30, p.578).
Sacristán escribió una brevísima anotación: «Muy interesante lo de la teleología».
Su tratamiento y admiración por la obra de Marx, no le impidió desde luego apuntar comentarios críticos. Este por ejemplo, hace referencia a una consideración entusiasta de Marx, apuntada en una carta de Engels de 7 de agosto de 1866, sobre la obra de P. Trémaux11:
La obra de Trémaux (Origine et Transformation de l’Homme et des autres Etres, París, 1865) le parece a Marx «un avance muy importante respecto a Darwin, porque el «progreso que según Darwin es puramente casual, aquí es necesario sobre la base de los períodos del desarrollo de la Tierra.
La teoría de Trémaux, con la consiguiente crítica a Marx, le parecía a Sacristán «fantasiosa obra» o un «evolucionismo arbitrario». Por lo demás, apuntaba en honor de Engels y con entera justicia:
(…) contra un prejuicio muy extendido, es Engels12 el que corrige juiciosamente las fantasiosas salidas cientificistas y pseudocientíficas de Marx, evitando que dejen poso en la investigación capital de éste». De hecho, señala, mientras Marx se encandila con pseudocientíficos, Darwin le parece, pese a la admiración que siente por él, en los años sesenta del siglo XIX «ruda ciencia inglesa» frente a la compleja completitud de la «ciencia alemana«13.
En el coloquio de esa misma conferencia sobre el trabajo científico de Marx y su noción de ciencia, Jesús Mosterín, uno de los asistentes, le preguntó por el nivel de conocimiento de Marx de la ciencia no social de su tiempo, por su aproximación a la obra de Darwin, Maxwell o Pasteur, por ejemplo.
Sacristán le respondió admitiendo que tendría que estudiar más el tema todavía. Tendría que hacer un repaso integral de la correspondencia de Marx en búsqueda de huellas de lecturas científicas.
Esto lo he hecho bastante pero no… La respuesta que te doy no es la respuesta de uno que esté absolutamente seguro. Ahora diré sólo lo que sí me parece probable.
Marx, apuntó Sacristán, había seguido las ciencias cosmológicas con cierto retraso y con mucha menor intensidad que las sociales que las publicaciones sociales como era normal. Siguió principalmente las ciencias que le parecían imprescindibles para su propio trabajo de científico social.
Estas son: agrotecnia, agroquímica, principalmente, y por prolongación, biología y química. En eso va empujado por algunas manías suyas. La pasión por la ciencia alemana, a la que antes me refería, le hace leerse a [Justus von] Liebig de arriba a abajo por ejemplo, porque le parece que no sólo es un gran agrónomo sino además un representante típico de ciencia alemana, integrada y global.
En el caso de la biología, más en general, estaba la pasión marxiana por Darwin, porque veía en él un apoyo teórico para sus propias tesis.
En mi opinión con error, pero él lo creyó y cultivó mucho la lectura de Darwin. Intentó incluso que Darwin aceptara la dedicatoria del libro I de El Capital14. Luego, cada vez que se pone enfermo y tiene que quedarse en casa o no puede escribir, lee ciencias de la naturaleza, salvo en alguna ocasión en que lee historia, pero la historia era para él no mera faz, era lo principal, por lo tanto la leía siempre. En cambio, ciencias de la naturaleza podía leerlas cuando estaba mal o cuando no trabajaba intensamente. Va leyendo, con cierta asiduidad, revistas y con extravagancias de diletante como las que he mencionado antes por ejemplo. No muchas por otra parte. En todo caso, Engels, que seguía más asiduamente la publicación científico-natural porque se consideraba obligado, después de la muerte de Daniels, a llevar él la investigación cosmológica, le va rectificando nociones así, desviadas.
Años después, transitando por temáticas afines, Sacristán también se aproximó a la obra de destacados naturalistas como E. O. Wilson. Probablemente en 1981, preparando sus seminarios y cursos de doctorado sobre dialéctica, se topó con un paso de un ensayo de Wilson, Sobre la naturaleza humana:
Para comprender la enorme importancia de esta unidad biológica, imaginemos nuestro desaliento moral si los hombres-monos australopitécidos hubieran sobrevivido hasta la época actual, con una inteligencia situada entre la de los chimpancés y los seres humanos, separados genéticamente para siempre de ambos, evolucionando detrás de nosotros en lenguaje y en las facultades superiores del razonamiento. ¿Cuál hubiera sido nuestra obligación para ellos? ¿Qué hubieran dicho los teólogos, o los marxistas, que pudieran ver en ellos la forma más extrema de una clase oprimida? (Sobre la naturaleza humana, pp. 80-81).
sobre el que escribió dos comentarios. En el primero de ellos, señalaba lo siguiente:
Este interesantísimo paso indica el abismo entre Wilson y los teólogos y marxistas. Estos, más o menos inconsciente, «onírica» (Marvin Harris) o ideológicamente, están contra el orden natural en su aspecto ético, contra la ética del orden natural. Los teólogos la consideran fruto del pecado original, los marxistas la consideran injusta. Unos y otros deberían considerar oprimidos no sólo a los australopitécidos hipotéticos, sino también a los cerdos, a las gallinas y a las vacas y terneras. La gracia estará en desarrollar esa condena y esa oposición a la naturaleza con cautela, para no ser destruidos: natura parendo vincitur15.
En cambio, Wilson y los suyos están a favor de la ética del orden natural, incluso cuando es falsamente natural, cultural, y lo proclaman natural. Porque se creen depredadores últimos y les gusta serlo.
En su segunda aproximación, con puntos de intersección no vacíos con la nota anterior, apuntaba:
Muchas debilidades: 1) Efectivamente, hay animales que sufren la forma más extrema de opresión. 2) El abismo entre Wilson y los «teólogos y marxistas»: éstos, más o menos «oníricamente» (Harris), están contra la «ética» del orden natural dado. Los teólogos la consideran producto del pecado, los marxistas injusta. Unos y otros deben considerar oprimidos no sólo a los hipotéticos australopitécidos, sino también a los reales cerdos y a las reales gallinas, y a las terneras y a las vacas. El problema para ellos está en desarrollar su oposición a la «ética» de la naturaleza con cautela, para no ser destruidos. Tendrán que articular modos nuevos del natura parendo vincitur. En cambio, Wilson y los suyos están a favor de la «ética» de la naturaleza y también del existente orden cultural, al que a menudo canonizan como natural. Y están de acuerdo con lo que hay porque se creen depredadores últimos y les gusta serlo.
Existieron también otras reflexiones sobre estas temáticas, esta vez por oposición, a raíz de sus observaciones sobre el lysenkismo, esa enfermedad adulta de un diamat pueril, con mártires a sus espaldas, como el gran naturalista soviético Nikólai I. Vavilov, al que Sacristán se refirió en más de una ocasión en sus clases de metodología de las ciencias sociales en la Facultad de Económicas de la UB.
Así, en un comentario a un ensayo de Agnès Heller por él mismo traducido -«Hipótesis para una teoría marxista de los valores»-16, señalaba:
Se puede leer en Hipótesis para una teoría marxista de los valores: «En cierto «sentido», las ciencias sociales hacen ellas mismas su verdad, por la intensidad de los contenidos axiológicos que acogen, por la posibilidad que tienen de descubrir, sobre la base de aquellos contenidos, las fuerzas y las posibilidades reales apoyadas en las cuales, «insertándose» en las cuales, pueden realizar sus valores, decidir su propia verdad». En «cierto sentido» eso mismo son capaces de hacer las teorías científico-naturales. Pero ese cierto sentido no es el naturalista en que aquí piensa la autora, sino el sentido artificioso, o artefactor en el cual toda teoría construye su objeto directo o formal, como se decía tradicionalmente. La fabricación del objeto o de la verdad en sentido naturalista es lysenkismo. Cierto que Lysenko iba más lejos y pretendía realizar sus valores en el mismísimo trigo. Pero la diferencia es psiquiátrica, no epistemológica, pues el principio (erróneo) de filosofía de la ciencia es el mismo en ambos casos, a saber, la idea de que las características de las teorías (en sentido fuerte o estricto) depende sólo de los objetos materiales, y no también de la naturaleza de herramientas de artefactos, que tienen dichas teorías y sus objetos formales. [las cursivas son mías]
Igualmente, en 1983, al ser entrevistado por Gabriel Vargas para la revista Dialéctica17, en la que seguramente fue la mejor entrevista que se le hizo, señalaba Sacristán:
A mí me parece que uno encuentra el camino racional de interpretación de la obra de Marx, en primer lugar, si abandona el prurito apologético y estudia a Marx en su época, lo cual se puede hacer sabiendo, por otra parte, que hay un aspecto de la obra de Marx tan incaducable como el Nuevo Testamento o la poesía de Garcilaso, que es su obra de filósofo del socialismo, de formulador y clarificador de valores socialistas. Y, en segundo lugar, si uno se desprende de los restos de lo que podríamos llamar zdhanovismo o lysenkismo, y deja de confundir la cuestión de la génesis de un producto cultural (en este caso, la filosofía de la ciencia contemporánea) con la cuestión de su validez.
Un notable argumento, cuya vigencia no está probado que esté superada, contra la descalificación política de un tema o de una razonamiento en función de su posible origen social, lo esgrimió Sacristán en su intervención en el pleno del comité central de PCE en el verano de 197018 al referirse a la política del partido en torno a las nacionalidades ibéricas:
Tal vez la inquietud que injustificadamente, puesto que la doctrina es tan clara, podemos sentir a veces se deba a dos causas, si no contradictorias, al menos concurrentes en direcciones contrarias. Por un lado, la objeción de tipo abstracto, de tipo extremista, de que el tema de las nacionalidades, el problema o el concepto es de origen burgués. Por otro lado, la crítica confluyente con esto y en sentido opuesto de que no nos tomamos en serio las entidades nacionales.
A lo primero hay que decir bastantes cosas. Quizá la primera que habría que tener siempre presente es que aunque nos digan que un tema trabajado por nosotros es un tema de origen burgués, no nos han dicho absolutamente nada. El origen histórico de un fenómeno o de un problema no lo agota ni mucho menos. Igual es de origen burgués la ciencia moderna, la física por ejemplo o la química.
Si hubiera que calificar, desde el punto de vista de clase, las cosas por su génesis, ya podríamos borrarnos lo poco o lo mucho que sepamos de geometría, porque resulta que sería esclavista puesto que es un tipo de producto cultural nacido en el esclavismo. Y no es que no haya relación entre el esclavismo y la geometría, claro que la hay. Sin una determinada estructuración de la agricultura que fue posibilitada por el esclavismo, no habría habido geometría. Y sin el desarrollo de fenómenos incipientemente burgueses, supongo que tampoco habría habido aparición de fenómenos nacionales, tal como los conocemos al menos. Pero es que la relación genética de nacimiento de un fenómeno con una estructura clasista, con un sistema social, no determina ni mucho menos para siempre todos sus contenidos sociales o significaciones sociales cuando cambian los sistemas mismos, cuando cambia la estructura. Porque lo que determina los contenidos parciales de la dialéctica es la estructura total…
Las últimas ideologías constructivas y ofensivas de la cultura burguesa, señaló Sacristán en «Tres notas sobre la alianza impía» -un artículo publicado en 1960, en catalán, en traducción de Francesc Vicens, en la revista teórica del PSUC Horitzons19–, habrían sido en aquel entonces las de la fase final de la expansión imperialista: el positivismo cientificista de Comte, el evolucionismo de Spencer y de los darwinistas de derecha y el pragmatismo americano. Ya las ideologías de comienzos del siglo XX y de la primera guerra mundial -Nietzsche, la filosofía de la historia de Spengler, el sincretismo idealista que había arropado doctrinalmente al imperialismo japonés- obtenían su dinamismo no de una construcción «sino de la negación radical y desesperada de los ideales de la razón liberal, negación que se transformaba, como en las ideologías fascistas, en una crispada incitación biológica o mística a la conquista del poder».
En este repliegue de la razón burguesa, proseguía el discípulo de Gramsci que admiraba a Carnap, el neopositivismo representaría la última línea según el hipotético hilo que seguía: la renuncia total a construir la concepción de la vida y del mundo, el abandono de esta tarea a instancias no racionales, el renunciar a una filosofía como forma de vida. Estas instancias no podían ser denominadas ya «voluntad de poder», «sangre y tierra», «raza», «evolución creadora», «imperio» ni «unidad de destino en lo universal», todos ellos términos demasiados desacreditados. Poco tiempo después, Sacristán fijó la tarea de aquel ahora, y acaso también de nuestra hora, en los términos siguientes:
Hace ya más de treinta años que un científico y filósofo inglés, procedente de dos de esas tradiciones críticas [marxismo y filosofía analítica] J. D. Bernal describió con pocas palabras lo que imponen de derecho a una cultura universitaria sin trampas premeditadas los resultados de esos doscientos años de crítica. Modernizando su formulación puede hoy decirse: hay que aprender a vivir intelectual y moralmente sin una imagen o «concepción» redonda y completa del «mundo», o del «ser», o del «Ser». O del «Ser» tachado.
Vivir intelectual y moralmente sin una concepción redonda, completa y acabada del mundo no significaba renunciar a vivir filosóficamente ni a dejar de entender la filosofía como una búsqueda sin fin de una forma de vida razonable, justa y placentera, y desde luego revisable. Para ello la obra de Darwin seguía siendo esencial, y las derivadas políticas y las falacias conceptuales de los diversos darwinismos sociales, en los que Darwin por cierto nunca se reconoció, eran cosmovisiones nada ingenuas que era necesario combatir política y culturalmente. Fue siempre un studium generale para todos los días de la semana de una vida dedicada al alumbramiento de un mundo mejor, centrada esencialmente en la tarea que debíamos proponernos20
[…] para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados en un ruidoso estercolero químico, farmacéutico y radiactivo.
ANEXO: DARWIN, MARX Y LA DEDICATORIA DE EL CAPITAL.
Marx, que cuando residió en Londres con su familia vivió en algún momento a unos pocos kilómetros del domicilio del autor de El Origen de las especies, le hizo llegar la segunda edición de El Capital con una dedicatoria: «A Mr Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx».
Éste le contestó, en octubre de 1873, agradeciéndole el envío y admitiendo que
[…] deseo profundamente que fuese más merecedor de haberlo recibido si entendiese más del importante y profundo tema de la economía política. Aunque nuestros estudios han sido tan diferentes, pienso que ambos deseamos sinceramente la ampliación del conocimiento, y que ello, a largo plazo, contribuirá a la felicidad de la humanidad.
La historia parecía acabarse aquí. Pero, en 1931, la revista soviética Bajo el estandarte del marxismo publicó una carta de Darwin, de octubre de 1880, en la que éste, después de agradecer un envío -«Le agradezco mucho su amable carta y los demás documentos que contenía…»-, señalaba a su corresponsal que preferiría que
[…] la parte o el volumen no estuviese dedicado a mi (aunque le agradezco la intención de honrarme) ya que en cierto modo implica mi aprobación de toda la publicación, sobre la que no conozco nada.
La redacción de la revista soviética conjeturó, con riesgo indudable pero muy plausiblemente, que el destinatario de la carta de Darwin era Marx.
El mismísimo I. Berlin, en su estudio sobre Marx de 1939, señaló, basándose en esta carta, que el autor de El Capital quería dedicar a Darwin la edición alemana original. Francis Wheen21 ha comentado que Berlin
(…) pasó por alto completamente el hecho de que El Capital -con su dedicatoria a Wilhelm Wolff- apareció en 1867, nada más y nada menos que treces años antes de que supuestamente Marx le ofreciese «el honor» a Darwin.
Desde la segunda guerra mundial, casi todos los autores que se han aproximado a este asunto han aceptado el rechazo por Darwin de la dedicatoria propuesta, difiriendo en el volumen que Marx pretendía dedicarle. McLellan, por ejemplo, señaló que Marx «deseaba dedicarle el segundo volumen de El Capital«22. Gerratana, en su clásico estudio sobre «Marxismo y darwinismo»23, sostenía una posición idéntica si bien advertía, muy prudentemente, que «no se ha podido encontrar la carta de Marx, por lo que falta algunos datos esenciales para aclarar por completo el significado de ese interesante episodio», señalando una posible interpretación:
Muy probablemente el sondeo realizado por Marx tenía un objeto menos contingente: la posibilidad de establecer en el campo científico las relaciones entre darwinismo y socialismo, en el caso de que hubiera sido aceptada por Darwin, habría liquidado definitivamente la polémica bizantina que se estaba desarrollando durante aquellos años y que iba a continuar desarrollándose durante algunas décadas con igual superficialidad por parte de naturalistas y de socialistas. (p. 123).
Finalmente, Sholomo Avineri (The Marx-Darwin Question: Implications for the Critical Aspects of Marx’s Social… Warren International Sociology.1987; 2: 251-269), sugirió que los recelos marxianos sobre la aplicación política del darwinismo hacían impensable una oferta sincera. La dedicatoria de El Capital a Darwin había sido, con seguridad, una mera broma.
Basándose en la investigación de la reconocida estudiosa de la obra de Darwin Margaret Fay -«Did Marx Offer to Dedicate Capital to Darwin?: A Reassessment of the Evidence». Journal of the History of Ideas, Vol. 39, No. 1 Jan- Mar, 1978, pp. 133-146-, Wheen ha apuntado una explicación muy diferente.
La carta de Darwin no fue enviada a Marx sino a Edward B. Aveling, el compañero de Eleanor Marx, hija de Marx y Jenny von Westphalen, quien en 1881 había publicado The Students´Darwin. Fay descubrió entre los papeles de Darwin una carta de Aveling de 12 de octubre de 1880, unida a unos capítulos de muestra de su obra, en la que después de solicitar el apoyo o el consentimiento de Darwin a su trabajo, añadía: «Me propongo, dependiendo de nuevo de su aprobación, honrar a mi obra y a mi mismo dedicándosela a usted». ¿Por qué entonces la carta de Aveling había terminado en el archivo de Marx? Porque Eleanor Marx y el propio Aveling, después del fallecimiento de Engels, habían sido los depositarios del legado marxiano, mezclándose por error los documentos de uno y otros.
Así, pues, la atribución de la citada carta a Karl Marx es falsa con toda probabilidad, pero la hipótesis sobre su autoría fue una razonable conjetura extendida y aceptada en tradiciones y publicaciones marxistas (y no marxistas). Sacristán hacía referencia a este asunto en su comentario partiendo, claro está, de los conocimientos de aquellos años.
1 Sí, desde luego, sobre otros autores con fuerte arista científica: Marx, Engels, Goethe, Scholz, Quine, Leibniz, Aristóteles, Russell, Gödel, Wittgenstein, Boulding, Schrödinger, Harich, John D. Bernal,… Entre muchos otros.
2 Véanse las declaraciones de Ignacio Perrotini para los documentales dirigidos por Xavier Juncosa: «Integral Sacristán» (El Viejo Topo, Barcelona, 2006).
3 Ahora en Manuel Sacristán, Seis conferencias. El Viejo Topo, Barcelona, 2005.
4Impartida en un Aula de la Facultad de Geografía e Historia. El número de asistentes, José Mª Valverde entre ellos, ponían en peligro la estabilidad del suelo del Aula Magna de la Facultad de Filosofía donde inicialmente se iba a celebrar el encuentro. La presentación corrió a cargo de Manuel Cruz.
5 Sacristán presentó su tesis doctoral sobre la gnoseología de Heidegger en 1959. Ha sido reeditada y prologada por Francisco Fernández Buey para Crítica en 1995.
6 M. Sacristán, «Sobre los problemas presentemente percibidos… «. Papeles de filosofía. Icaria, Barcelona, 1984, pp. 453-467.
7 Igualmente, en una carta de 17 de septiembre de 1981 dirigida a Carlos Castilla del Pino, Sacristán formulaba una sugerencia cultural posteriormente confirmada: «[…] el tercer asunto [que deseaba tratar en la carta], que es el más importante, se refiere a la cuestión del biologismo de Freud. Yo estoy de acuerdo contigo en que el campo categorial de las disciplinas sociales y humanas es delimitable y requiere una sólida autoconsciencia metodológica que haya superado el positivismo procedente del siglo pasado. Pero te querría llamar la atención acerca de la nueva fase biologista que vamos a atravesar (que ya hemos empezado a atravesar) en todas las ciencias del hombre y de la sociedad desde la antropología y la psicología hasta la economía y la política. Por eso me parece que tendrías que rodear de más cautelas reflexiones como las que presentas en el artículo [el publicado por Castilla del Pino sobre Lacan en El País, septiembre de 1981] acerca del biologismo de Freud».
8Suele afirmarse, con documentadas razones, que la mayor parte de los discípulos de Sacristán han sido intelectuales del ámbito de las humanidades (filosofía y ciencias sociales en general). Los nombres de Mª Rosa Borràs, Pilar Fibla, Francisco Fernández Buey, Antoni Domènech, Enric Tello, Xavier Pardo, Juan-Ramón Capella, Joan Martínez Alier, Félix Ovejero, Albert Domingo, entre muchos otros, son ejemplos de ello. Sin embargo, tomando «discípulo» en un sentido amplio, cabe citar también otros nombres de científicos naturales como el mismo Eduard Rodríguez Farré, Carles Muntaner, Joan Benach, Jaume Josa, Albert Corominas, Joan Pallisé o Guillermo Lusa. Ni que decir tiene que todos estos últimos son científicos naturales con netos y declarados intereses en los ámbitos de la filosofía, la historia y la política de la ciencia (y de la política tout court).
9El calendario llevó por nombre «Temps de gent 1985» (y 1986).
10 En «La Universidad y la división del trabajo» (Intervenciones políticas. Icaria, Barcelona, 1985, pp. 120-121), Sacristán reflexionaba sobre esta noción en los términos siguientes: «Este término [aufheben] significa, unas veces, «abolición», otras todo lo contrario, o sea, «preservación» y otras «elevación». Y eso en los mismos contextos, y también simultáneamente, como es el caso en su uso técnico por Hegel y por Marx. El hecho de que Marx tomara (en todas las épocas de su vida) ese término inicialmente tecnificado por Hegel para expresar con él, como este filósofo, la complicación de la crisis resolutoria del cambio social tiene que ver con la dialéctica histórica. Nada es nunca en la historia abolido sin resto, porque el objeto y el agente del cambio histórico son (en un sentido que requiere precisiones, o sea, limitaciones) el mismo, tal o cual parte de la especie humana, tal o cual sociedad, o la especie entera, si se adopta el punto de vista de la historia universal. Cuando es abolida una determinada configuración histórica (más o menos general), la situación nueva conserva de la vieja, al menos, el dinamismo transformador que se originó en ésta y todos sus requisitos o condiciones previas de conocimiento y voluntad. Pero, por encima de todo, conserva el fundamento de la posibilidad material del cambio y de la misma configuración nueva, es decir, el cuadro de fuerzas productivas inmediatamente anterior que chocó con las relaciones de producción. Posiblemente se ampliará ese cuadro, pero, al menos, se conservará salvo en los casos en que el cambio es catastrófico o no autógeno.»
11 M. Sacristán, «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia». Sobre Marx y marxismo. Icaria, Barcelona, 1983, p. 347.
12 En una nota a pie de su artículo «Tres notas sobre la alianza impia» (Horitzons, 1960), Sacristán había declarado con contundencia: «Al escolástico que después de laboriosa búsqueda consiga encontrar en Engels alguna frase que parezca decir lo mismo que dice Tresmontant que son las tesis del marxismo -y tal como éste las formula- se le contestará: 1º que Engels no fue un Padre de la Iglesia, sino, junto con Marx y Lenin, uno de los tres grandes pensadores, en los cuales el proletariado -y la humanidad al mismo tiempo- consiguió la consciencia de su ser; 2º que Engels murió en 1895, y 3º: que el que escribe estas notas tiene sobre Engels la tan decisiva como poco meritoria ventaja de ser un engelsiano vivo.»
13 Ibidem, p. 348. Sacristán cita un paso de una carta de Marx a Lassalle de 16 de enero de 1861: «El libro de Darwin –Natural Selection– es muy importante y me conviene como fundamento científico-natural de la lucha de clases histórica. El precio que hay que pagar, naturalmente, es la grosera manera inglesa del desarrollo».
14 Véase sobre este punto el anexo I.
15 La conocida consideración de Francisc Bacon: «podemos esperar controlar a la naturaleza obedeciéndola». El consejo está lejos de ser atendido en el complejo científico-industrial contemporáneo.
16 M. Sacristán, «Agnès Heller». Sobre Marx y marxismo. Icaria, Barcelona, 1983, pp. 258-259.
17 M. Sacristán,. «Entrevista con Manuel Sacristán»,Pacifismo, ecología y política alternativa. Icaria, Barcelona, 1987, p. 118 [Ahora recogida en Manuel Sacristán Luzón, De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Libros de la Catarata, Madrid 2004; edición a cargo de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal].
18 Anexo de la tesis doctoral de Miguel Manzanera sobre Sacristán (UNED, 1993, pp. 828-829, dirigida por José Mª Ripalda).
19 Recogido ahora en M. Sacristán, Sobre dialéctica. El Viejo Topo, Barcelona (en prensa). Presentación de Miguel Candel, epílogo de Félix Ovejero, nota final de Manuel Monleón Pradas (edición de Salvador López Arnal).
20 M. Sacristán, «Carta de la redacción del nº 1 de mientras tanto«. Pacifismo, ecología y política alternativa. Icaria, Barcelona, 1987, p. 39.
21 Francis Wheen, Karl Marx. Editorial Debate, Madrid 2000, p. 336.
22 David McLellan, Karl Marx. Su vida y sus ideas. Crítica, Barcelona, p. 488.
23 V. Gerratana, Investigaciones sobre la historia del marxismo. Grijalbo, Barcelona, 1975, pp. 97-146 (Colección Hipótesis).