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¡Cuidado con las provocaciones del imperio!

Sagacidad y talento estratégico para derrotarlo

Fuentes: Rebelión

En momentos como el que vivimos mí llamado al talento estratégico podría aparecer como desvinculado de la ola de respuestas contundentes que lo signan. Aún así, no le haré concesiones a la galería y diré lo que estoy persuadido que debo decir, porque la historia es un profeta que mira hacia atrás y debemos aprender […]

En momentos como el que vivimos mí llamado al talento estratégico podría aparecer como desvinculado de la ola de respuestas contundentes que lo signan. Aún así, no le haré concesiones a la galería y diré lo que estoy persuadido que debo decir, porque la historia es un profeta que mira hacia atrás y debemos aprender de las experiencias de los pueblos. Luego del episodio -muy cuestionado- del acto terrorista de Al Quaeda contra las Torres Gemelas, el gobierno estadounidense dio forma a la estrategia para un siglo XXI a imagen y semejanza de su modelo de país. Algunos elementos de este plan convierten a los EE.UU. en una auténtica amenaza contra la humanidad. El esquema de guerra ideológica basada en la diplomacia transformadora o reconstructiva y su forma final en el modo de guerra preventiva coloca a todos los pueblos del mundo bajo la amenaza cierta de intervención, desestabilización e invasión.

Siguiendo los principios de esta filosofía imperial, todo el inmenso aparato de inteligencia y militar es colocado esté montado para garantizar la estabilidad hegemónica del imperio a lo largo del siglo XXI. La llamada «diplomacia transformadora o reconstructiva» no es más que una forma encubierta de utilizar métodos distintos a la confrontación directa y abierta para eliminar aquellos gobiernos que representen un peligro para el aseguramiento de su hegemonía. Conscientes de que la guerra preventiva adolece de la falla de alerta temprana, pues cuando el Departamento de Estado y los servicios de seguridad deciden intervenir, el «peligro» se ha hecho presente, impulsando con ello la creación de esta nueva forma de «diplomacia transformadora» que no es más que conspiración, desestabilización, financiamiento de fuerzas vernáculas opositoras al gobierno, planificación de golpes de estado, magnicidio, manejo de medios de comunicación, periodistas y expertos, etc., etc. En otras palabras, las acciones que la Revolución Bolivariana ha venido sufriendo desde 2001 a la fecha.

Cuando esta diplomacia transformadora no da los resultados apetecidos el imperio pasa a la siguiente fase. En un esquema de gradualidad ascendente el objetivo a ser eliminado es preparado, nacional e internacionalmente, para la acción de guerra preventiva. La guerra no es sino una etapa culminante y extrema de la diplomacia. Un medio más costoso para lograr unos fines que se tornan esquivos. Venezuela y su revolución han ido progresivamente alcanzando el estatus de «amenaza para la seguridad de los EE.UU.», calificación definitiva para poner en marcha los planes de guerra preventiva. Ignorarlo es más que una estulticia, es un suicidio.

Insisto, la historia es un libro abierto para quien no quiera perderse en un mar de errores causantes de su propia destrucción. Los últimos acontecimientos -incluida la agresión al Canciller de la República- indican que están en la etapa de las provocaciones dirigidas a propiciar errores en la respuesta del país víctima. La existencia de este plan llamado «Arenas del Sur» fue denunciado con poca resonancia entre los medios bolivarianos. Lamentablemente, nos hemos vuelto cada vez más repetitivos y pareciéramos instalados en el combate virtual de todos los días con algunos payasos del circo mediático. Colamos el zancudo en tanto nos estamos tragando el sapo. Parecemos peligrosamente satisfechos con nuestra estrategia de todos los días. La agresión al Canciller no es en modo alguno casual. De ninguna manera se corresponde con el «error» de algún policía en el aeropuerto. Esa agresión responde a un plan fríamente calculado. Busca provocar respuestas que le permita al imperio presentar a Venezuela ante la opinión pública estadounidense y mundial como un peligro para sus intereses y sus ciudadanos.

Acabo de citar la historia como fuente invalorable de sabiduría. En 1989, los EE.UU. decidieron cortar la relación carnal con su agente Noriega en Panamá. En las elecciones de ese mismo año, EE.UU. dio dinero y apoyo de todo tipo al candidato contra Noriega. Una guerra de encuestas y propaganda hizo que este candidato apareciera como posible ganador de las elecciones. El mundo pudo ver -del mismo modo que años después vio a los «pistoleros» de Puente Llaguno- cuando y como los Batallones de la Dignidad de Noriega «agredían» al candidato opositor. Hoy es posible conocer que todas las provocaciones respondieron a la doble y letal combinación de «aceleraditos anárquicos» con mercenarios pagados por el imperio.

En la medida en que la fecha elegida para la invasión se acercaba las provocaciones se multiplicaban del mismo modo que las violentas respuestas. Fueron meses destinados a presentar ante la opinión pública un pueblo panameño plagado de desalmados violentos y asesinos. Pocos días antes de la invasión (19 de diciembre de 1989), las provocaciones y las consecuentes respuestas fueron en aumento. Hoy se sabe por los documentos desclasificados que los incidentes entre personal diplomático y militar de los EE.UU. y los Batallones de la Dignidad panameños fueron un montaje. El día 17 de diciembre, un teniente del ejército de los Estados Unidos resultó muerto en un oscuro episodio. Al día siguiente, 18 de diciembre, otro oficial fue «secuestrado» por gente favorable a Noriega, «maltratado» y la esposa del oficial «violada».

Este último impasse fue cuanto necesitó Mr. Bush padre para dar la orden de invasión a Panamá. Una operación de genocidio que tuvo el cínico nombre de «Causa Justa» y que se activó «para defender los intereses y ciudadanos de los EE.UU.». Miles de panameños, niños, niñas, mujeres y hombres de los sectores populares fueron asesinados y sus casas destruidas sin que hasta la fecha se tenga un verdadero archivo documental, pues se realizó sin permitir la presencia de un solo medio o periodista. Esta fue una estrategia operativa que necesariamente nos hace recordar el reciente «secuestro» de dos soldados israelíes por fuerzas de Hezbollá en el Líbano. No hace falta señalar que esta fue la justificación para la posterior destrucción del Líbano.

Quiero llamar a la sindéresis y el talento estratégico de mis compatriotas. La batalla nunca debe darse donde y cuando el enemigo decide sino donde nos conviene. Ser reactivos sin un plan previo de batalla donde todas las variables estén bajo control es una necedad criminal. Todos los revolucionarios tienen que conocer esta verdad. Sólo con disciplina y talento estratégico podremos derrotar al poderoso enemigo. La moral no nace de la bravata sino de la reflexión. Hay que desechar las ilusiones y prepararse serenamente para la lucha. Los mandos y combatientes jamás deben responder a las pasiones sino al cálculo. Un jefe no puede ganar una guerra sin una tropa disciplinada.

La Batalla de Santa Inés fue un ejemplo para no olvidar. Fue, precisamente, el talento frío, la serenidad firme de Zamora la que condujo a las fuerzas gubernamentales hasta el espacio, el punto y el momento en el cual la acción de encaramiento oportuno hizo posible la victoria. ¡Cuidado con las provocaciones y las respuestas llenas de emoción y nada más! Seamos verdaderamente sagaces como las serpientes. ¡Vamos a ponérsela difícil entonces! Por cada torero que muere provocando la embestida del toro bravo mueren decenas de miles de toros. Embestir a ciegas al reclamo de quien provoca es poco inteligente. Control, sagacidad, mesura, asertividad, eficacia, contundencia, precisión… ¡sólo así los venceremos!, ¡No dejemos la batalla en manos de bocones virtuales y aceleraditos! Por experiencia se que son los primeros en correr y dejar el pelero.