La mayoría de economistas e intelectuales que critican las medidas económicas promovidas por el neoliberalismo imperante en la UE, aciertan en cuanto a que tales medidas no son las adecuadas para salir de la crisis, pero sus alternativas contienen contradicciones de distinto índole que las de los neoliberales pero abocadas al mismo resultado. Veamos: 1º […]
La mayoría de economistas e intelectuales que critican las medidas económicas promovidas por el neoliberalismo imperante en la UE, aciertan en cuanto a que tales medidas no son las adecuadas para salir de la crisis, pero sus alternativas contienen contradicciones de distinto índole que las de los neoliberales pero abocadas al mismo resultado. Veamos:
1º La principal crítica estriba en que estas medidas en cuanto que llevan a empobrecer a una importante franja de población, favorecen el decrecimiento de la demanda, lo que retrae la producción de bienes y servicios (afectando menos, en principio, a las grandes exportadoras, que no son precisamente las que crean o dan más empleo), es decir, descenso de la demanda, igual a aumento del desempleo.
Ello es cierto pero sólo a medias, porque mientras se mantengan los actuales criterios de liberalismo comercial, la competencia con los bajos precios de productos importados (incluído los servicios, mediante la cláusula del «País de origen»), obligan a los países receptores a reducir los costes de producción para poder competir, con medidas como contención salarial, reducción de plantillas, recorte de derechos laborales, empeoramiento de las condiciones de trabajo, etc. es decir, empobrecimiento que retrotrae la demanda.
Por tanto, esta «salida» es errónea si no va acompañada por una política arancelaria claramente proteccionista de las producciones nacionales, lo cual estaría en flagrante contradicción con los criterios liberalizadores de la OMC que ha hecho suyos la Comisión Europea e impuestos a todos los Estados miembros de la UE.
2º Incluso en el supuesto de que esas medidas fueran acompañadas por políticas arancelarias adecuadas, se incurriría en otros dos errores sucedáneos:
Por un lado, obligaría a practicar en la UE una especie de autarquía económica permanente, que «contagiaría» a las otras grandes potencias importadoras, y también exportadoras, EEUU y Japón. Pero además, desestabilizaría más que ahora la economía mundial, ya que afectaría gravemente a los grandes exportadores como China e India y a infinidad de otros países (emergentes o no) como Indonesia, Filipinas, Bangladesh, Vietnam, Brasil y muchos otros de Asia África y América Latina. Incrementado la miseria de miles de millones de personas en los países del Tercer Mundo, pues cambiarían su condición de trabajadores super explotados al de parias sin trabajo.
Por otro lado, en cuanto a la UE, momentáneamente mejorarían las condiciones de vida de los ciudadanos de ciertos países europeos, sobre todo al disminuir el desempleo, pero lógicamente afectaría la capacidad exportadora de la UE, ya que los países afectados responderían con su propio parapeto arancelario a los productos europeos, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en la UE. No hay que olvidar que Alemania, la principal economía de la UE es además el tercer país exportador del mundo.
No es posible aplicar métodos keynesianos sin constreñir el libre comercio. Y en un mundo dominado absolutamente por empresas transnacionales es inimaginable que éstas se pusieran trabas así mismas. Es de dominio público que China siempre está bregando para que los países abran sus puertas a los productos chinos, pero se suele omitir que gran parte de esos productos no son exactamente «chinos», sino producidos en China por empresas transnacionales estadounidenses, europeas o japonesas principalmente. Y las grandes exportaciones de productos fruto del «monocultivo» impuesto a los países «pobres» (más correcto sería decir «empobrecidos») por las grandes empresas transnacionales, son éstas, las que se lucran fundamentalmente de dichas exportaciones. Y siendo los gobiernos de estas empresas las que imponen el liberalismo comercial en la OMC, ¿cómo a su vez van a defender las barreras arancelarias?
Es decir, un círculo vicioso, del que no se puede salir, sino volver una y otra vez a la situación actual de crisis permanente, congénita al capitalismo en fase terminal. Sólo se saldría de ese círculo vicioso si se produjera un cambio radical en las relaciones de producción y en los criterios productivos a escala planetaria.
3º El mercado laboral como todo mercado está sujeto a las fluctuaciones de la oferta y la demanda por un lado, y por otro, a las posibilidades que tengan los compradores y productores de tal mercancía para influir en los precios, ya sea mediante subvenciones o abaratando los costes de producción de la mercancía fuerza de trabajo.
En cuanto al primer aspecto, la oferta y la demanda tiende a equiparar cual vasos comunicantes, los precios a nivel planetario. Los bajos precios de la fuerza de trabajo en la gran fábrica del mundo, como se suele denominar a la RPCh, repercuten finalmente en los salarios y condiciones laborales de las privilegiadas clases obreras de los países del «primer mundo». Esa repercusión se manifiesta en forma de deslocalizaciones, necesidad de reducción de costes de producción para poder competir, descapitalizaciones de las empresas productivas tras el desvío de las inversiones hacia el mercado financiero de más alta rentabilidad, etc.
En cuanto al segundo aspecto, el que en los países del primer mundo por el mismo trabajo, los salarios superen exageradamente a los de los países del tercer mundo, no sólo se debe a la «alta productividad» de los primeros, en parte también, sino sobre todo a que a través de la piratería comercial de tipo imperial que las primeras potencias ejercen sobre los países empobrecidos, parte de la plusvalía que se le extrae a los trabajadores de éstos se revierte (como si de una subvención se tratara) en la masa salarial de los países enriquecidos.
Otra manera de influir en el precio de la mercancía-asalariado es abaratando sus costes de creación y mantenimiento. Esto atañe a las condiciones de vida, a las necesidades de subsistencias que se tengan y a las posibilidades de satisfacerlas. Es obvio que traer un hijo al mundo Gabón, por ejemplo, criarlo y prepararlo (educarlo) para ser alquilado como máquina humana productiva, es muchísimo más barato que, pongamos por caso, en Francia. Pero en ambos casos esas condiciones de vida tienden a deteriorarse, mediante una peor asistencia sanitaria, desatención de los sistemas públicos de educación, encarecimiento de la vivienda y de los artículos de primera necesidad, que en los países «enriquecidos», serían también de segunda o tercera necesidad, como estudios superiores, ocio, viajes, artículos de lujo, de innovación tecnológica, etc. La mercancía «fuerza de trabajo» en las primeras potencias es más cara porque su mantenimiento y reproducción requiere satisfacer muchas necesidades para ellos imprescindibles, pero que en muchos países del Tercer Mundo serían inimaginables y ya estamos ante otro aspecto que diferencia la condición de asalariado en uno y otro mundo, pues esas ingentes necesidades imprescindibles para el mantenimiento y reproducción del asalariado-mercancía primer mundista le confieren a éste la condición de «consumidor nato», tan importante o más que la de productor, para los absurdos fines económicos del actual sistema capitalista, que en su versión neoliberal toma medidas que empobrecen a los ciudadanos-consumidores al tiempo que pretende que éstos consuman más.
4º Los que defienden las medidas neoliberales como las restricciones en el gasto público: las contenciones salariales y liberalizaciones del mercado laboral, para que los empresarios se sientan seguros y pierdan miedo a la contratación, como única salida para crear empleo, favorecer la demanda y aumentar el crecimiento económico.
Los que abogan por lo contrario: incremento de la inversiones públicas, subidas salariales, mejoras en las condiciones laborales necesarias para elevar el rendimiento productivo, lo que favorecería la demanda y por tanto la necesidad de incrementar la producción y con ello el fomento del empleo y así, igual que los anteriores, aumentar el crecimiento económico.
Ambos creen y alientan el mito de que no puede haber bienestar social sin crecimiento económico. Bienestar social como sinónimo de capacidad de consumo suficiente para satisfacer unas necesidades siempre en continuo crecimiento en número y calidad, porque el sistema productivo exige un aumento continuo de producción y consumo de mercancías, y crecimiento económico como sinónimo de acumulación de capital, para invertir en la producción de más mercancías, crear nuevas necesidades y fomentar el afán consumista, en una espiral que sería infinita si los recursos del planeta también lo fueran, pero no lo son. Por lo que el mito es una auténtica maldición para la supervivencia del planeta y de los seres que lo habitamos. Conclusión Si lo que caracteriza a una sociedad es lo que produce y la forma de producir, cuando esa sociedad está en crisis habría que analizar qué falla en lo que produce y qué en la forma de hacerlo.
¿Qué es lo que produce esta sociedad? Fundamentalmente todo aquello que sirva para la obtención del máximo beneficio en el menor tiempo posible. Producir para crear bienestar social es considerado una utopía. Se derrochan recursos naturales, se priman artículos superfluos con respecto a los de primera necesidad, se especula con éstos, incluído los alimentos más primordiales, como si fueran objetos financieros. Nos hemos acostumbrado como algo lógico y normal a la obsolescencia programada, a tirar y no reparar por ser más cómodo y, en apariencia, más barato. «La société du gaspillage» (despilfarro) que al principio de los 70 René Dumont consideraba que estaba acercándose a su final, todavía no ha llegado, no porque no fuera acertada la premonición del padre del ecologismo francés, sino porque la voracidad capitalista sigue siendo ciega e irresponsable, y reclama para sí la sentencia del «morir matando». No es posible lograr un equilibrio económico y social mientras lo que producen las sociedades esté regido por la rentabilidad económica. Mientras las destrezas e inteligencias humanas estén mercantilizadas, mientras la fuerza del trabajo sea una mercancía. Mientras la forma de producir corresponda a unas relaciones de producción en las que el carácter social de la producción está en contradicción con el carácter privado de la misma. Esto, parecen olvidarlo muchos de los economistas e intelectuales a la hora de criticar las políticas económicas neoliberales y formular recetas para salir de «la crisis».
Las alternativas de tipo «neo kenysianas», pueden dar resultado a corto plazo como parches al sistema productivo, son «pan para hoy, hambre para mañana», porque no resuelven en absoluto sus contradicciones esenciales. Los ejemplos históricos así lo confirman. Con Keynes y sin Keynes, el carácter recurrente de las crisis capitalistas, cada vez más frecuentes, seguirá vigente porque no depende de la implementación de erróneas o acertadas políticas económicas, sino que lo genera la esencia del sistema productivo.
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