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Salir del euro: una estrategia transformadora

Fuentes: La Hiedra

En los nuevos movimientos políticos y sociales de izquierda en Europa hay bastante consenso sobre el problema de seguir amortizando las enormes deudas que sirven de palanca a los gobiernos para recortar. Hay acuerdo sobre el papel de los rescates bancarios en la creación de la crisis de la deuda soberana e incluso contra un […]

En los nuevos movimientos políticos y sociales de izquierda en Europa hay bastante consenso sobre el problema de seguir amortizando las enormes deudas que sirven de palanca a los gobiernos para recortar. Hay acuerdo sobre el papel de los rescates bancarios en la creación de la crisis de la deuda soberana e incluso contra un modelo económico basado en la especulación inmobiliaria, el endeudamiento y los bajos salarios. Sin embargo, no se ha adoptado todavía una posición común sobre cómo han impactado económicamente en la periferia europea la adopción del euro y el propio proyecto de la Unión Europea. Isaac Salinas, economista, hace aquí una aportación a este debate, que seguirá en los próximos números de La Hiedra. En este artículo ofrece una serie de razonamientos a favor de una salida progresista del euro.

El euro es, desde su origen, una propuesta monetaria simétrica para realidades económicas asimétricas. Creado para competir internacionalmente con el dólar y promover los flujos comerciales y financieros dentro de la eurozona, se diseñó en base a los fundamentos macroeconómicos del país más fuerte del continente, Alemania. Se creía que las condiciones del Pacto de Estabilidad y Crecimiento incorporado al Tratado de Maastricht (deuda pública inferior al 60% del PIB, déficit máximo del 3%, inflación inferior al 2%), junto con la disciplina salarial y la libre circulación de capitales, bastarían para favorecer la convergencia de unas economías que durante los 30 años anteriores habían seguido trayectorias muy dispares. Pero las cosas no han ido como esperaban.

La competitividad de una economía se puede impulsar mediante un aumento de la productividad o bien reduciendo salarios. Pues bien: en la periferia no aumentaron los salarios, pero la productividad menos aún. Por eso, los llamados PIIGS perdieron competitividad respecto a Alemania, donde una presión prolongada sobre los salarios y la apertura del capital hacia Europa del Este han mantenido los costes laborales estancados durante los últimos 20 años, igual que su productividad.

La eurozona es una estructura favorable para el capital alemán1, que desde la reunificación posterior a 1989 había disfrutado de una importante expansión internacional. Con el euro, se aseguran los superávits comerciales alemanes, la inversión extranjera directa y préstamos de Alemania hacia la periferia. Representa la política de «empobrece a tu vecino», después de haber empobrecido a los y las trabajadoras propias2. No obstante, también los capitales de la periferia se han beneficiado, con un mayor acceso a los mercados internacionales y un marco favorable a una mayor explotación de su clase trabajadora3.

Esta configuración, sin embargo, se ve cuestionada hoy con la crisis de las deudas soberanas, síntoma de una crisis específica del sistema euro. No es, evidentemente, la única dimensión de esta crisis -que, más en general, pone en cuestión el funcionamiento del sistema capitalista-, pero tiene unas particularidades en la zona euro y no se manifiesta con la misma agudeza en EEUU, Reino Unido o Japón. Como indica el economista Michael Husson: «Hoy en día, la zona euro se ha convertido en el eslabón débil de la economía mundial, e incluso se puede decir que Europa está devorando a sus propios hijos»4. Así pues, ¿es el euro el responsable de la crisis? No. El origen de la crisis es el modo de producción capitalista. Pero el euro y la UE han determinado la forma de la crisis en la eurozona y las estrategias de las élites dirigentes para afrontarla.

Salidas de la crisis

Lapavitsas et al. dibujan en Crisis en la eurozona las tres estrategias alternativas ante la crisis de la deuda: austeridad, reforma de la eurozona o salida del euro. Sabemos que la primera ha sido la preferida por la clase dirigente, con una improvisación e inoperancia que muestran su incapacidad para encontrar una salida a la crisis.

La apuesta reformista comparte con las y los detractores de la eurozona que la Unión Monetaria Europea (UME), en su configuración actual al menos, es antisocial e insostenible. Las discrepancias, como veremos, surgen a la hora de proponer soluciones al problema. Algunos economistas postkeynesianos, como Joseph Stiglitz o Paul Krugman, defienden una relajación de las restricciones al Banco Central Europeo (BCE) para que preste directamente a Estados, promueva transferencias fiscales, eurobonos (bonos respaldados por la UE) , etc. Pero el BCE no es un banco central al uso; su cometido se limita al control de la inflación mediante unos tipos de interés bajos5. Por eso no se ha opuesto a la especulación financiera contra Estados miembro ni ha contribuido a un sistema tributario integrado6. El BCE es, en definitiva, un pilar que protege los intereses financieros en la eurozona. Stiglitz y Krugman no abordan los problemas estructurales de diferenciales de competitividad entre centro y periferia. Sin una armonización de las políticas sociales y tributarias -que conduciría a un Estado europeo integrado-, las transferencias fiscales a la periferia no tendrían mucho efecto y la emisión de eurobonos implicaría mayores tensiones entre centro y periferia, al subir los tipos de interés para Alemania. Por eso, sus propuestas quedan en agua de borrajas.

Otro grupo de economistas, como Michael Husson7 o el seminario de economía crítica Taifa8, defienden una serie de reformas más radicales: abolición de los tratados de la eurozona para limitar el déficit y la deuda públicas; ampliar el presupuesto europeo del 1% al 5-6% para aplicar políticas redistributivas; coordinación de programas de inversiones públicas, ecológicas y redistributivas generadoras de empleo; salario mínimo y reducción de jornada laboral para repartir el trabajo; impuestos más progresivos; e incluso impago de la deuda pública. Su tesis es que la cuestión fundamental no es salir del euro, como tampoco lo es quedarse en cualquier circunstancia. Lo idóneo es, a su juicio, intentar corregir el rumbo de la UE y, de no poder ser (situación más probable), blindarse ante sus políticas de ajuste para, desobedeciendo al esquema neoliberal, construir otra Europa. Para Husson, la amenaza de salir del euro debe usarse exclusivamente como último cartucho, para negociar en mejores condiciones una estrategia alternativa.

Un problema de esta estrategia es que no apuesta por salir del euro, pero tampoco busca una coordinación fiscal de la eurozona. Bajo el sistema financiero capitalista no se puede abandonar la disciplina fiscal y mantener el euro, ya que caería el valor de éste y los bancos no podrían seguir operando internacionalmente. Además, se fomentarían ataques especulativos en los países más endeudados, llevando a un posible colapso de la eurozona. Así, como indican Lapavitsas et al., la estrategia de un «euro bueno» puede ser igual a «ningún euro»9.

Llegados a este punto, veamos los argumentos a favor de salir del euro. De nuevo siguiendo a Lapavitsas et al., lo primero es distinguir entre salida conservadora o salida progresista10. La primera sería un escenario viable si llega a instalarse entre la clase dirigente el consenso de que -como es evidente- la austeridad no funciona y que el pago de la deuda en Estados como el griego y el español es imposible. Se procedería a un impago controlado de la deuda liderado por los acreedores. Lejos de representar una alternativa, supondría una consolidación de la camisa de fuerza de la eurozona. Los únicos beneficiados serían los bancos franceses y alemanes, porque el BCE les aseguraría liquidez y cobrarían parte de la deuda -sabedores de que no cobrarán la totalidad. Una quita parcial con intercambio de deuda antigua por nueva transferiría parte del coste al Estado.

El objetivo de esta estrategia sería la devaluación monetaria para ganar competitividad. La devaluación, en tanto que promueve las exportaciones de un país haciéndole ganar cuotas de mercado a costa de los demás, es una solución nacional no cooperativa. Al disminuir el valor de la nueva moneda local, aumentaría el precio de las importaciones, que hace aumentar la inflación y contrarresta el aumento de competitividad por los precios de exportación y pagos al exterior. Por eso, también se incrementaría mucho la deuda, debido a que se halla sobre todo en manos extranjeras. Habría, entonces, un ciclo de devaluaciones recurrentes para mantener constante la tasa de cambio. Y la competitividad de un país se sostiene sobre la productividad, innovación, etc., no manipulando la tasa de cambio. La devaluación monetaria es, pues, una apuesta conservadora que no escapa a la lógica de la competencia capitalista, sino que da continuidad al rescate de bancos, pago de la deuda, austeridad y neoliberalismo.

En cambio, una salida progresista del euro debería ser liderada por los deudores. Sería necesaria una auditoría ciudadana independiente de la deuda, para facilitar la comprensión de su origen y determinar si no se paga la llamada «deuda ilegítima» o la totalidad de ella, ya que nunca se contrajo en beneficio de la ciudadanía. Dado que la acumulación de deuda en la periferia está ligada a la moneda común y el problema volvería a aparecer si el país moroso se mantuviera dentro de la zona euro, esta salida se perfila como la única alternativa real.No es un secreto que esta estrategia iría seguida de un gran choque económico: devaluación de la nueva moneda, restricción del acceso a los mercados internacionales, ataques especulativos, etc. ¿Cómo afrontar ese choque? Mediante una profunda transformación económica y social, que es el horizonte de esta apuesta: nacionalización del sistema bancario, para evitar que el shock monetario se convierta en crisis bancaria, que los bancos no especulen y concedan préstamos (algo que no ocurre bajo la gestión privada actual y ha sido un factor importante en la crisis); controles de capital para evitar flujos de salida de fondos líquidos y proteger el sistema bancario; ampliar la propiedad pública sobre otras esferas de la economía, para evitar el colapso (servicios públicos, transporte, energía y telecomunicación, etc.); impuestos progresivos para contrarrestar la presión sobre los salarios debido a un aumento de los precios de importación derivado de la devaluación, e impulsar así políticas de educación pública, sanidad, pensiones, etc.; política industrial para la reactivación económica, con programa de inversión pública «verde», vivienda social, transporte público, I+D, etc.

La salida progresista del euro, como vemos, necesita acompañarse de un programa ofensivo, que da el protagonismo a la izquierda transformadora. Para empezar, hemos de combatir discursivamente las campañas que asocian la salida del euro al debacle económico y al ostracismo internacional y señalar que, al contrario, esta estrategia es ineludible si queremos poner fin al pago de la deuda y la austeridad.

Obviamente esta apuesta requiere un cambio en el balance de fuerzas a favor del trabajo, así como alianzas internacionales para mantener intercambios comerciales, de tecnología e inversión. Este cambio radical no es posible dentro del euro, ni formal ni informalmente. Y un cambio así se verá facilitado mediante la conquista no solo de las calles, sino también de las instituciones. En este sentido, las fuerzas políticas rupturistas -y especialmente Podemos en el Parlamento europeo- tienen un papel nada desdeñable a jugar, llevando al Parlamento europeo nuestra voz de ruptura. ¿Cómo debería darse el proceso de salida del euro? Debería ser una decisión repentina, para minimizar la fuga de capitales. Se daría un período de vacaciones bancarias, cambio de depósitos bancarios y otros activos y pasivos a la nueva moneda a un tipo de cambio escogido. Seguiría la reapertura de bancos y la circulación paralela del euro y la nueva moneda -duplicidad de precios. En este período intermedio, haría falta firmeza para resistir y completar la transición a la nueva moneda hasta la exclusión total del euro11. Para contrarrestar la presión inflacionaria sobre la nueva moneda (debido a la devaluación y aumento de precios de importación) y la consecuente reducción de salarios reales, haría falta una decidida política monetaria de control de la inflación, sobre todo durante la conmoción inicial, así como políticas fiscales redistributivas.

Una de las principales objeciones a la estrategia de salida del euro es que supuestamente refuerza discursos populistas, xenófobos o fascistas. En Francia por ejemplo, el Front National (FN) de Marine Le Pen hace de la salida del euro uno de los ejes de su programa. La lógica nacionalsocialista del FN combina un discurso xenófobo con una lectura que hace de la UE la fuente exclusiva de todos los males económicos y sociales. Concluir por ello, como hace el partido griego Syriza, que esta no es la estrategia a seguir, es un error de bulto. El papel de la izquierda no puede ser esconder la cabeza bajo el ala para que no se la asocie con la extrema derecha, sino confrontar esos argumentos poniendo el foco en el cuestionamiento del neoliberalismo impuesto en toda la UE (cuestión de clases sociales) más que en su forma (relación imperial entre centro y periferia).

No nos hagamos ilusiones de que una moneda nacional favorecería por sí misma la soberanía económica y nos permitiría escapar a los programas de ajuste. Pero tampoco caigamos en las ilusiones europeístas que esconde la convicción de que podemos mejorar nuestra situación dentro del marco del euro. Plantear o más Europa o salidas nacionales es una falsa dicotomía. No se trata de elegir entre lo malo y lo peor, sino de buscar nuevos caminos.

Frente a quienes dicen que salir o no del euro es un falso debate o que no es la prioridad para construir la lucha, hay que recordar que la tarea de la izquierda es llevar adelante el discurso y la estrategia, no partir del presente para quedarnos sino para salir adelante. No se trata de que el debate sobre el euro sea paralizante (por académico), sino movilizador (por estratégico). La salida del euro debería dejar de tratarse exclusivamente desde los problemas que genera, que son muchos y que no se pueden ni se deben ignorar, para incorporar también la perspectiva de la ventana de oportunidades que puede abrir. No es posible una refundación europea. No nos debe asustar la amplitud y complejidad de nuestra tarea. No hay atajos. La mayor dificultad no es trazar el programa anticapitalista de salida de la crisis, en el que hay que trabajar con antelación. Es más bien invertir la correlación de fuerzas para llevarlo adelante.

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Notas

1 No olvidemos que, si bien la globalización neoliberal ha disminuido el papel de los Estados en la economía, son estos los que han determinado el proceso de integración europea en base a los intereses de sus respectivos capitales nacionales. En este pulso desigual, se imponen las economías más fuertes, con Alemania a la cabeza.
2 Lapavitsas, C. et al.(, 2013): Crisis en la eurozona. Madrid: Capitán Swing.
3 Gordillo, I. (, 2014): «Para entender la Unión Económica y Monetaria europea, la crisis de la zona euro y las posibles soluciones a debate», rebelión.org, 2/6/2014. http://bit.ly/1pgVdmx.
4 Husson, M. (, 2012): «Economía política del ‘sistema euro'», Viento Sur, nº 125. http://bit.ly/1CfVtwp
5 En los últimos meses, las autoridades europeas han demostrado que están dispuestas incluso a vulnerar normas legales que se han dado a sí mismas (los estatutos de independencia del BCE) para mantener el euro con vida. Al mismo tiempo, aumentan la restricción sobre la capacidad de intervención fiscal de los Estados sobre sus economías, ya sea por la vía del endurecimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento como por la de la supervisión de los presupuestos de los Estados miembro antes de la su aprobación en sede parlamentaria
6 Cuando se creó el euro y sus instituciones, se hizo una moneda única pero no un sistema fiscal único. Y no por olvido, como dice Felipe González, sino porque la UE y el euro han sido diseñados para potenciar la hegemonía de la banca, el capital transnacional y los grupos económicos dominantes. Lo último que estos poderes podían permitir es una estructura política integrada en todos sus aspectos económicos, fiscales, monetarios, sociales y políticos.
7 Husson, M.(, 2012): ídem.
8 Seminari d’Economia Crítica TAIFA (2014): Informe 10: Desentrañando la Unión Europea. http://bit.ly/1qguxrv
9 Lapavitsas et al.(, 2013): ídem.
10 Ibid.
11 Ibid.

Isaac Salinas (@saccosalavi) es militante de En lluita / En lucha

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