En esta entrevista a Reinaldo Iturriza, bloguero y autor de El chavismo salvaje, hablamos sobre algunas de las cuestiones más complejas que enfrenta el chavismo hoy: la desafiliación política de sectores amplios de la sociedad venezolana y los encuentros y desencuentros de Chávez (y su proyecto) con la izquierda.
Cira Pascual Marquina (CPM): Tú has desarrollado una lectura creativa sobre la identidad de Chavismo. Como ejercicio, ¿podrías hacer una síntesis sobre esta lectura?
Reinaldo Iturriza (RI): Está en primer lugar lo planteado en El chavismo salvaje. Cronológicamente, este libro recoge escritos que van desde 2007 hasta 2012, fundamentalmente. Entre otras cosas, hay allí un primer intento de identificar las tensiones a lo interno del chavismo, de explicar a qué lógicas responden las distintas líneas de fuerza que lo atraviesan, cómo éstas se expresan en prácticas, etc. Escribir estos textos implicó, naturalmente, un mínimo ejercicio de abstracción, intentando captar el movimiento real, por demás vertiginoso, pero en ningún momento tuve la intención de ubicarme como un observador del chavismo “desde afuera”. Todo lo contrario, son textos enteramente militantes. En ese entonces consideraba que teníamos la obligación de intentar explicar lo que íbamos comprendiendo acerca de lo que habíamos sido y éramos como movimiento. Había que hacer un esfuerzo por partida doble: por una parte, dejar registro de lo que significaba para nosotros y nosotras la experiencia de la revolución bolivariana, y por la otra construir un relato al margen de la propaganda, que no hiciera concesiones a interpretaciones autoindulgentes.
El mismo concepto de “chavismo salvaje” está lejos de ser una simple metáfora, o una provocación. Lo que identificaba entonces es que había un intento de “brutalizar” al chavismo, que es una de las prácticas fundantes del antichavismo, pero igualmente otro orientado a “embrutecerlo”, que sería lo propio de lo que allí denomino como “oficialismo”. Con todo, hacía la importante salvedad de que el funcionariado, por ejemplo, no era por definición “oficialista”, y precisaba que perfectamente podía reproducirse una lógica política “oficialista” militando en el movimiento popular. Intentaba, en síntesis, que problematizáramos la cuestión del poder, de su ejercicio, y por su supuesto del Estado, de la institucionalidad.
En El chavismo salvaje planteé unos cuantos problemas de esta índole y dejé abiertas, como es inevitable, muchas interrogantes. Fue realmente un punto de partida. En adelante he intentado profundizar en algunos de estos asuntos, y en otros que han ido surgiendo.
Luego, en 2017, escribí un pequeño ensayo aún inédito: Chávez lector de Nietzsche. Chávez fue un intenso y desprejuiciado lector de Nietzsche durante sus últimos dos años de vida. Y como cabría esperar de un hombre como Chávez, no se trataba de simples disquisiciones filosóficas. Tales lecturas, entre otras, inspiraron algunas decisiones de gran envergadura. El célebre “Comuna o nada” nace, al menos en parte, de esta peculiar y muy heterodoxa lectura que hacía Chávez de Nietzsche. En fin, en línea con el análisis iniciado en El chavismo salvaje, y tomando como referencia la lectura que hacía Gilles Deleuze de Nietzsche, sugería la existencia de un chavismo activo que se distinguiría claramente de un chavismo reactivo.
En 2018 escribí otro libro aún inédito, La política de los comunes, en el que además reúno algunos textos ya publicados sobre la cuestión comunal en Venezuela. Entre otras cosas, allí intento demostrar que el chavismo significó una ruptura con la cultura política adeca. Es decir, si bien hay una clara línea de continuidad entre ésta y lo que podría llamarse la cultura política chavista, lo que distinguiría a esta última es, precisamente, lo que tiene de singular. ¿En qué consiste la singularidad del chavismo? ¿En qué punto ocurre esto? Cuando, en plena década de los 90, se produce lo que el mismo Chávez llamaría una verdadera “ruptura epistemológica”, que es lo que sucede cuando los jóvenes militares bolivarianos “descubren” la idea-fuerza de democracia participativa y protagónica. De nuevo, aquí estamos en presencia de un acontecimiento teórico y político en toda la línea, en tanto que, gravitando en torno a esta idea-fuerza, la política revolucionaria en Venezuela ya no sería la misma. Hay un antes y un después de este acontecimiento. Creo no exagerar al afirmar que la misma revolución bolivariana será posible a partir de esta ruptura. Ella lo cambia todo, y en particular la manera de relacionarse con el sujeto popular.
Más recientemente, en 2019, escribí la Radiografía sentimental del chavismo, y comencé a trabajar en una línea de investigación a la que intitulé Cuarentena, lo que por cierto no tiene que ver con la contingencia derivada de la pandemia por el coronavirus, sino con el hecho de que, en 2017, las líneas de fuerza más reaccionarias del antichavismo se hicieron fervorosos promotores del bloqueo económico total contra Venezuela (una “cuarentena” para contener y erradicar la “enfermedad contagiosa” que es el chavismo).
La Radiografía puede ser leída como una actualización del análisis iniciado en El chavismo salvaje. Por ejemplo, lo que identifico en la Radiografía como “chavismo desafiliado” no es más que la expresión más contemporánea del mismo chavismo salvaje hastiado, ¡ya en 2010!, de lo que llamo la “política boba”, con el agravante de que este fenómeno de desafiliación se ha hecho masivo.
En Cuarentena he intentado identificar los condicionantes de este fenómeno de desafiliación política, comenzando a hurgar a fondo en un campo de análisis al que no presté la suficiente atención en todos estos años: el económico. Más que un asunto pendiente, se trata, digamos, de una deuda colectiva, mucho más que personal: comprender, por ejemplo, cuál es la composición de clases de la sociedad venezolana actual. Pero, más allá de la pertinencia de una instantánea sobre la actual coyuntura histórica, me parece que debemos ser capaces de saber cuál ha sido la evolución de la estructura de clases en la sociedad venezolana, pongamos, desde la década de los 70. Hasta tanto no dispongamos de información tan básica como crucial, estaremos condenados a repetir las mismas generalidades sobre el “rentismo petrolero”, el “post-rentismo” y cuestiones por el estilo.
Algunas de mis hipótesis de trabajo, actualmente, son las siguientes: 1) hay una relación estrecha, no mecánica, pero tampoco casual, entre la emergencia de las primeras células revolucionarias en el seno del Ejército venezolano, en la década de los 80, y el progresivo aumento de la informalidad y el desempleo; 2) hay evidencia histórica, documental, de la claridad estratégica de los militares bolivarianos respecto de lo que tendría que ser la médula del sujeto popular revolucionario: eso que tan temprano como en 1993 Chávez identificaba como “clase marginal”, conformada, fundamentalmente, por lo que algunos estudiosos llaman “subproletariado”, que es la fracción de clase proletaria más golpeada por la crisis económica: son los pobres que trabajan, pero cuyo trabajo no les garantiza lo mínimo suficiente para la reproducción de la vida; 3) el apoyo de este “subproletariado” será decisivo en la victoria electoral de Chávez en 1998 y más determinante aún en la resistencia contra todas y cada una de las tentativas destituyentes de los primeros años de revolución bolivariana, incluido el categórico triunfo en el referendo de 2004; 4) la política social, económica y cultural durante las presidencias de Chávez tendrá como propósito, fundamentalmente, afectar positivamente las condiciones materiales y espirituales de vida de esta fracción de clase; 5) todo el esfuerzo de construcción de hegemonía popular y democrática liderado por Chávez tendrá como centro de gravedad esta fracción de clase: sus aspiraciones y demandas, pero también su organización. Desde esta perspectiva, me parece, puede entenderse una iniciativa como la creación de los consejos comunales y, más tarde, de las Comunas; 6) la derrota en las parlamentarias de 2015 es un campanazo, en el sentido de que es signo de fractura de esta construcción hegemónica democrática.
Pienso que, con información suficiente a la mano, es posible demostrar, sin mayores contratiempos, que este “subproletariado” es el correlato económico (y al mismo tiempo político, sin duda alguna) de eso que en algún momento llamé “chavismo salvaje”. Y habiendo hecho el correspondiente análisis riguroso, pormenorizado, de la evolución de la estructura de clases de la sociedad venezolana durante las últimas décadas, algo que, insisto, está por hacerse, creo que estaríamos en mejores condiciones para encarar los desafíos del tiempo presente.
La pregunta sobre el “chavismo salvaje” hoy, en buena medida desafiliado, es la pregunta sobre el “subproletariado”. Y las respuestas a estas preguntas nos arrojarían pistas inestimables sobre cómo proceder para retomar la construcción de hegemonía popular y democrática.
CPM: Ahora viene algo más complicado… contrastemos la identidad del Chavismo con el ejercicio de la política desde el Estado hoy (entendiendo todos los factores externos que condicionan la política, pero centrándonos en el ejercicio cotidiano de la misma)
RI: Es que, de entrada, es prácticamente imposible referirse al ejercicio cotidiano de la política gubernamental sin tomar en cuenta estos factores externos. Si hay algo que sobredetermina, digamos, nuestra vida cotidiana es el bloqueo económico que pesa sobre el conjunto de la sociedad venezolana. Los efectos del bloqueo llegan al extremo de lo inenarrable: éste produce sufrimiento, privaciones, angustia, ansiedad, miedo, ira, desconfianza, muerte, a lo que se suman la incertidumbre y el estrechamiento del horizonte que produce una circunstancia como la pandemia. Hablamos de una experiencia que es difícil de transmitir a pueblos que, por una razón u otra, han tenido la fortuna de no padecer un asedio tan criminal.
Además, allí donde tiene eficacia el relato imperialista se produce lo que Walter Benjamin llamaría empatía con el vencedor, cuya traducción sería más o menos la siguiente: si en Venezuela estamos atravesando por semejante trance histórico es porque nos lo tenemos bien merecido, idea que se expresa de distintas formas, incluido el truculento expediente sobre la existencia de una “dictadura”, un “régimen”, etc.
Hay empatía con el vencedor por dos razones, principalmente: porque se es cómplice de quienes se arrogan el derecho de hacer el papel de verdugos, que es el caso, por ejemplo, del antichavismo más cipayo, y porque se tiene miedo de padecer un asedio similar, por lo que se elige no levantar cabeza, desviar la mirada o directamente ensañarse contra el vencido, para decirlo en términos del mismo Benjamin.
CPM: Ahora bien, y ésta es una pregunta clave: ¿el pueblo venezolano ha sido vencido?
RI: Cualquiera podría opinar que estoy equivocado, y seguramente sería capaz de esgrimir razones muy válidas, pero mi respuesta es que no. No creo que el pueblo venezolano haya sido vencido. Y una de las razones que sustentan mi posición es, precisamente, el profundo convencimiento de una parte importante de la población, así lo percibo, de que, con todo y los nefastos efectos del bloqueo, tenemos un margen de maniobra. Es decir, nuestro destino sigue estando en nuestras manos.
Lo que percibo es que, para una parte importante de la población, el bloqueo no es una fatalidad. Es un crimen, y ese crimen produce privaciones y muertes. Pero no es una fatalidad. De ese convencimiento se deriva el hecho de que tanta gente, en todas partes, rechace tan enérgicamente el relato, propio del oficialismo, según el cual todo lo que padecemos es consecuencia del bloqueo. Y lo peor que podemos hacer en este momento es apelar a un hecho tan grave como el bloqueo para convertirlo en un pretexto.
El problema con este relato es que libera de cualquier responsabilidad a quienes, precisamente, tienen responsabilidades de gobierno y, peor aún, libera de responsabilidad a todo el mundo: no seríamos más que víctimas que habría que proteger o, en todo caso, no tendríamos más que la obligación de “resistir”, preferiblemente sin “quejarnos” tanto. Hay mucho de falsa épica en este relato, y también mucho de fatalismo.
¿El gobierno venezolano debe dejar de cumplir con su obligación de proteger a la población? Por supuesto que no. ¿Todo el que está ejerciendo funciones de gobierno ha hecho suyo este relato? Tampoco lo creo. Pero es sin duda un relato que ha ganado mucho terreno.
De hecho, me parece bastante evidente que hay una crisis del relato bolivariano. ¿Cómo superarla? Poniendo en la balanza ambas cosas: el bloqueo, los efectos de las medidas coercitivas unilaterales, el asedio imperial, de un lado, y del otro nuestro margen de maniobra, las alternativas que tenemos, lo que podemos hacer. Eso pasa por tener confianza en el genio colectivo, es decir, en el sujeto popular que, en última instancia, hizo posible la revolución bolivariana.
¿Eso quiere decir que todas y cada una de las decisiones gubernamentales deben ser previamente discutidas públicamente, a la manera asamblearia? Está claro que no. Pero no puede seguir siendo una práctica común tomar tal o cual decisión en determinada materia y que, frente a cualquier manifestación de inconformidad o incomprensión respecto de lo decidido, la respuesta sea, cuando la hay: no había ninguna otra alternativa.
Cuando en política se parte del principio de que no hay alternativas, es como si decidieras bajar las santamarías. Y hay que saber medir las consecuencias de bajarle las santamarías en la cara al pueblo que se politizó con Chávez. Por esa razón, entre otras, es que hay tanta gente desafiliada, que ya no espera nada ni del chavismo ni del antichavismo. Eso sí debería preocuparnos y ocuparnos, y no el hecho de que todavía haya mucha otra gente que expresa de manera abierta su inconformidad, lo que a fin de cuentas es señal de vitalidad política.
CPM: Durante todo el Proceso Bolivariano siempre hubo una relación tensionada entre la institucionalidad y el movimiento popular. Durante muchos años, esa tensión fue productiva o virtuosa, pero en este momento estamos viendo que las tensiones se van convirtiendo en grietas. ¿Qué ocurre?
RI: Respecto de este asunto, pienso que lo que conocemos como el movimiento popular está en la obligación de ser profundamente autocrítico. No basta con que constatemos que eso que identificas correctamente como tensión virtuosa haya degenerado, ciertamente, en algo que se asemeja al antagonismo puro y duro.
Uno podría despachar el asunto diciendo que esta situación no es más que una expresión de la lucha de clases a lo interno del movimiento, aunque también es cierto que hay gente que no alcanza a ver siquiera esto, y termina cediendo a la tentación de pasar cualquier conflicto, tensión o antagonismo por el tamiz de la lealtad y la traición, de manera que ya no hay más conflicto, sino leales y traidores por todas partes.
Intentemos aproximarnos a la raíz del conflicto. He dicho más arriba que el esfuerzo de construcción de hegemonía popular y democrática liderado por Chávez tuvo como centro de gravedad al subproletariado, buena parte del cual, durante la primera década de este siglo, pasó a engrosar las filas del proletariado, eso que de manera más o menos equívoca llamamos “nueva clase media popular”, pero que nunca fue clase media en sentido estricto, sino clase trabajadora que, por primera vez en su historia, pudo vivir dignamente. Lo significativo aquí, entre otras cosas, es que estamos hablando de la mayoría del país.
En otras palabras, Chávez se hizo un líder con la suficiente auctoritas no solo para gobernar al país, con amplias libertades democráticas, sino también para arbitrar entre las distintas líneas de fuerza del chavismo, poniendo en el centro de la política chavista, reitero, a una fracción de clase determinada, sin que esto implicara, por cierto, que la pequeña burguesía y la burguesía dejaran de beneficiarse, al margen de que estén dispuestas a reconocerlo.
Ahora bien, por razones que no da chance de profundizar aquí, y en las que hay que seguir escudriñando, me parece que quedó irresuelto el problema de la organización de esa fracción de clase, y en general de la clase trabajadora. No puede ignorarse el hecho de que el chavismo insurge en un contexto de severa crisis de las formas tradicionales de mediación política: partidos, sindicatos, gremios, lo que exigía a todo el movimiento ensayar nuevas formas de organización, sin que fuera posible, y tampoco deseable, prescindir de las formas más tradicionales. Los consejos comunales y las Comunas vendrían a ser las formas más avanzadas de este ejercicio de experimentación política. En ellos el subproletariado se sentía, digamos, a sus anchas, con la ventaja de que estos espacios tendían a permitirle una interlocución más directa con el mismo Chávez, sin tener que pasar por el partido, el sindicato, las gobernaciones, las alcaldías, etc.
Pero sabemos de sobra que esto no siempre ocurría así. Más bien era todo lo contrario: una y otra vez, el pueblo organizado en estos y otros espacios afines tenía que verse obligado a lidiar, naturalmente, con el partido, las gobernaciones, las alcaldías, etc., y la relación solía ser muy problemática, por decir lo menos. Y no podía ser de otra forma, porque se trataba de dos lógicas, incluso de dos maneras radicalmente distintas de concebir la política, que se enfrentaban. Entonces Chávez arbitraba, desempeñando, al mismo tiempo, el papel de jefe de Estado y el de subversivo dentro del Estado; el Chávez que está en la obligación de preservar el statu quo y el que desea transformarlo; todo a pulso, casi siempre con mucha mano zurda, realzando la importancia del partido o de preservar el control de gobernaciones y alcaldías, por ejemplo, pero al mismo tiempo exhortando a ese pueblo que se politizó al margen de las formas tradicionales de representación política, a no ser apéndice de nada ni de nadie.
Mientras todo esto ocurría, ¿qué papel desempeñaba el movimiento popular? Me parece que intentaba, correctamente por demás, abrirse paso y ejercer un liderazgo en estos espacios de organización popular, en ocasiones dentro del partido, a veces en funciones de gobierno, pero representando siempre una modesta parte dentro de un todo muy vasto. Muy cualificado políticamente, pero con limitaciones muy evidentes, apenas disimuladas por la ventaja que implicaba contar con un liderazgo como el de Chávez.
Creo que es bastante obvio, y por eso realmente no tiene mérito repetirlo aquí, que la ausencia física de Chávez trastoca profundamente la dinámica a lo interno del movimiento. Y es igualmente obvio que Maduro no es Chávez. Supongamos que es cierto que el subproletariado, o en general la clase trabajadora, ya no es el centro de gravedad de la política chavista, sino la “burguesía revolucionaria”, porque así lo determina la nueva correlación de fuerzas. Pues bien, ¿qué papel le corresponde jugar al movimiento popular? Ciertamente, dejar constancia de las implicaciones políticas de este trastocamiento, pero eso pasa, necesariamente, por preguntarse qué ha sido de la clase trabajadora, por interrogarse por las tribulaciones que anidan en el alma popular. Y en las actuales circunstancias, creo que eso implica comprender qué pasa por la cabeza del pueblo venezolano todo, pero en particular del chavismo desafiliado, ese vasto sujeto que parece haber quedado sin interlocución posible, en una suerte de no-lugar de la política, como ya lo he planteado en alguno de los textos que forman parte de la Radiografía.
CPM: El pasado y el presente. Para una parte del Chavismo (Misión Verdad, por poner un ejemplo) el Proceso Bolivariano está en su momento más glorioso por su capacidad de resistir los golpes. Para otra parte del Chavismo, el Proceso se está achicando por haberse apartado de la vocación democrática que lo caracterizó y por haberse desdibujado el horizonte socialista. Sin embargo, hay otro grupo a lo interno que (como Marx en el 18 Brumario) considera que la revolución debe dejar atrás su pasado y hacer su poesía en el presente. Entonces, ¿cuál debe ser la relación de la revolución con su pasado, y hasta cuándo?
RI: El pasado no nos sirve de nada si no nos permite avanzar, o desplazarnos, en el presente. Permíteme que insista en este punto de la construcción de hegemonía popular y democrática.
Cuando uno lee con detenimiento al Chávez de la década de los 90, algunos de los pasajes más extraordinarios tienen que ver con la dura polémica que sostiene entonces con el liderazgo de los partidos de izquierda venezolanos, con parte de su militancia, con algunos referentes de la intelectualidad de izquierda. En resumen, Chávez les cuestionaba su profunda desconexión con las mayorías populares, su vocación por las discusiones interminables sin pasaje al acto, su lectura manualesca de los clásicos del marxismo, su escasa vocación de poder, su cortedad de miras estratégica, su sectarismo, su menosprecio por el pueblo. En la versión del mismo Chávez, esta izquierda consideraba aquellos cuestionamientos como un anatema, como palabrería propia de un advenedizo. He intentado reconstruir parcialmente este episodio en La política de los comunes.
Desconozco, y la verdad importa poco, si Chávez había estudiado para entonces a un autor como Gramsci, pero conocía a profundidad la obra de gente como Alfredo Maneiro, José Esteban Ruiz Guevara, Pedro Duno, José Rafael Núñez Tenorio, Kléber Ramírez, Domingo Alberto Rangel, Alí Rodríguez Araque, Víctor Hugo Morales, Hugo Trejo, entre otros que pudieran mencionarse, y de hecho conoció y dialogó personalmente si no con todos, sí con la mayoría de ellos, antes de llegar a la Presidencia, dicho sea de paso, y en algunos casos incluso antes del 4F de 1992.
Lo que quiero decir es que Chávez era todo lo contrario de un advenedizo: era, sin duda alguna, un militar de izquierda que, precisamente por conocerla lo suficiente, aunque no hubiera militado en ella, y en buena medida inspirado en el acervo crítico de quienes tenía como sus más lúcidos referentes, pronto comprendió que, para que la revolución bolivariana fuera posible, era imprescindible ir “más allá de la izquierda”, como lo planteara Maneiro en su célebre texto de 1980.
De nuevo, aquí el “descubrimiento” de la idea-fuerza de democracia participativa y protagónica resultó decisivo: ella implicaba, en los hechos, someter a cuestionamiento radical, inclemente, lo que podríamos denominar la tradicional cultura política de izquierdas, comenzando porque el liderazgo político debía abandonar cualquier pretensión de “vanguardia esclarecida” y tenía que aprender a desplazarse por las catacumbas populares como pez en el agua, llevando la palabra, sí, pero sobre todo escuchando, sintiendo el padecimiento de las mayorías, acompañando sus luchas. Me parece que Chávez, al que tanto se ha acusado de líder mesiánico, vertical, autoritario, comprendió que al ciudadano común había que tratarlo como un igual, con respeto, con dignidad, y no estoy seguro de que hayamos asimilado todavía el profundo impacto que esto tuvo en el campo de la cultura política.
Es a partir de la centralidad de esta idea de que el pueblo venezolano no solo está cualificado para participar activamente en los asuntos políticos, sino además para ser protagonista, que Chávez y el chavismo incipiente van conformando un poderoso bloque de poder, que termina alzándose con la victoria electoral de 1998. Hablamos de un momento histórico en que los rótulos importaban muy poco: no importaba si usted se autodefinía como una persona de izquierdas, lo que importaba era si usted consideraba necesario derrotar a la clase política que representaba a la democracia burguesa, al pacto de élites, y si creía posible construir una democracia genuina, popular, participativa y protagónica.
Cualquiera que revise los estudios de opinión de la época puede constatar que la mayoría de la gente que votó por Chávez no se identificaba con la izquierda. Pero, además, ¿qué cosa era la izquierda? Porque lo cierto es que, definitivamente, no hay una izquierda, sino muchas. No lo tenía claro el movimiento, que reunía en su seno distintas expresiones de la izquierda, desde la más tradicional hasta la más radical, pero también a gente de la derecha. No lo tenía claro la gente, y tampoco Chávez, que incluso coqueteó durante breve tiempo con la “tercera vía”, como seguramente recordaremos.
Pero sucede que, en 2006, la mayoría de la gente que vota por Chávez se autodefine de izquierdas. ¿Qué significaba entonces ser de izquierdas? No es una pregunta cualquiera. Por simple deducción lógica podemos concluir que no significaba lo mismo que a comienzos del gobierno de Chávez, y mucho menos lo que significaba a mediados de la década de los 90, cuando el mismo Chávez entablaba aquella polémica con el liderazgo político de la izquierda tradicional. Habiendo superado ya varias pruebas de fuego, se había producido una suerte de decantación ideológica, programática, que no dejaba de expresarse en la gramática política, y por supuesto en la acción de gobierno.
Hablando de gramática política, cuando en 2004 Chávez comienza a hablar de socialismo, lo hace planteando expresamente la necesidad de revisar e ir más allá de la vieja cultura política de izquierdas. En el fondo, no hacía más que reiterar, en otros términos y en circunstancias históricas muy distintas, con un acumulado político inestimable, lo que ya había planteado a mediados de los años 90.
Chávez no se deslinda de la izquierda, la izquierda se resignifica con Chávez y el chavismo, se cualifica, se hace más potente, más nacional y popular, intentando consolidar una nueva cultura política, una forma distinta de concebir el ejercicio de la política, más radicalmente democrática.
Con la ventaja que implica hacer cualquier lectura retrospectiva, hoy puede evaluarse qué tan lejos llegaron Chávez y el chavismo, o qué tan lejos llegamos, en este intento de refundar el ejercicio de la política revolucionaria. Podemos señalar, aquí y allá, dónde hubo avances más lentos, retrocesos incluso; cuánto siguió pesando la vieja cultura política, no solo de la izquierda más tradicional, sino incluso de la adeca; podemos y debemos identificar cuáles siguen siendo los problemas irresueltos.
Pero lo que no puede desconocerse es que la tentativa de construir hegemonía democrática y popular, eso que Chávez llamaba el socialismo venezolano, bolivariano, del siglo XXI, fue apuntalado, en buena medida, por un liderazgo de izquierda revolucionaria, que logró aglutinar en torno suyo a las mayorías populares.
Por todo lo anterior, hay que ser extremadamente cautos, diría incluso que muy escrupulosos y manejarse con mucha honestidad política e intelectual, cuando se discute, hoy en día, sobre la izquierda. Más específicamente, percibo una cierta inclinación por distinguir entre izquierda y chavismo, o por erigirse como el “legítimo” representante de aquella o de este último. En los casos más extremos, hay una cierta propensión a identificar a la “izquierda”, así, entre comillas, como una amenaza o algo por el estilo, como el epítome de lo que está extraviado en política.
El asunto, por supuesto, está muy lejos de ser puramente nominal. Aquí no se trata tanto de cómo usted se autodenomine. La historia nos ha brindado unos cuantos ejemplos, y lo seguirá haciendo, lamentablemente, de muchos “legatarios” de Chávez que terminaron en farsa. Aquí de lo que se trata es de a cuál cultura política se tributa: cómo concebimos el ejercicio de la política, cómo procedemos (por ejemplo, cuando se está cerca del “poder” o lejos de él), cómo dirimimos las diferencias, cómo nos relacionamos con la gente, que es quizá lo más importante.
Irónicamente, en muchas de las invectivas contra la “izquierda” pueden identificarse exactamente las mismas prácticas, los mismos malos hábitos, de la izquierda más tradicional: soberbia, autoritarismo, verticalismo, sectarismo, menosprecio por la gente; el convencimiento de que se forma parte de una vanguardia preclara que sí está informada, sí entiende, sí es capaz de ver lo que la mayoría no puede ver, sí sabe lo que hay que decir en el momento correcto y conoce perfectamente cuáles cosas no deben ser discutidas. En suma, la misma cultura política que hizo de la izquierda más tradicional un conjunto de fuerzas sencillamente incapaz de construir hegemonía popular y democrática.
Dejar atrás el pasado y hacer poesía en el presente, decías en tu pregunta, siguiendo a Marx. Me parece que al poeta le hace falta un buen baño de humildad. No olvidar que la poesía popular fue hecha todos estos años, y sigue haciéndose, en buena medida, contra la vieja cultura política de izquierdas. Nos hace falta asumir que si a tanta gente no le gusta la poesía que recitamos hoy, no es tanto porque está hastiada del presente, sino porque sabe, después de Chávez, que no es posible lidiar con el presente repitiendo los mismos errores del pasado.
Publicado por primera vez en Venezuelanalysis.com.