El compromiso ético y político de Sampedro fueron el mejor ejemplo de «para qué debe servir un economista»
Las personas que nos dedicamos a la economía no solemos despertar cariño ni admiración generalizada, y no hace mucha falta explicar por qué. José Luis Sampedro renegaba con frecuencia de su condición de economista, pero no creo que sea por eso por lo que se le quiere y admira tanto.
Cuando hace unos meses jóvenes de todo el país replicaron con entusiasmo por las redes sociales la entrevista que le hizo Jordi Évole, se estaba reivindicando al economista. Se estaba celebrando, en realidad, una forma concreta de entender y explicar la economía. En ese vídeo, Sampedro, con rigor y claridad, explica algunos rasgos básicos del capitalismo, las crisis, los mecanismos sociales y psicológicos que explican que la condición humana soporte niveles de sometimiento como los que vivimos ahora. Cuando nos hablan de la prima de riesgo en los telediarios, se nos hace evidente que no nos están dando las claves relevantes para entender la situación actual. Sin embargo, cuando Sampedro nos habla de capitalismo, acumulación, desahucios, dignidad y miedo, descubrimos los temas verdaderamente importantes, sobre los que esta sociedad tendría que atreverse a discutir si de lo que se trata es de entender qué nos está pasando.
Y es que la economía sirve para eso. O para eso debería servir. Si hubiera que hacer un resumen apresurado de qué nos ha aportado Sampedro a quienes nos hemos formado e intentamos ejercer como economistas, esto sería lo primero. En otras disciplinas el asunto del objeto de estudio está más consensuado dentro de la academia, pero en economía incluso sobre eso existe controversia: ¿Qué es la economía y qué se supone que debemos analizar quienes nos dedicamos a su estudio?
La idea de que nuestro objeto de estudio -la realidad económica- se caracteriza por ser enormemente complejo, por ejemplo, no es ni mucho menos mayoritaria. La mayor parte de los manuales que hay en las bibliotecas y las pizarras que pueden verse en las aulas de las facultades reflejan modelos muy sencillos, que acotan y simplifican hasta el extremo el objeto a analizar. Sin embargo, a lo que nos enfrentamos al tratar de entender la realidad económica es más bien a fenómenos y procesos complicados, que siempre son resultado de múltiples factores. Estos factores, además, no sólo tienen naturalezas diversas -técnica, social, política, psicológica-, sino que además interactúan entre sí. La realidad económica, por otra parte, es dinámica, por lo que los procesos económicos más que como sucesión de puntos de equilibro (fotos en una pizarra) han de entenderse en continua transformación endógena. Así que entender la realidad económica nos obliga a considerar la perspectiva histórica, lo que complica el análisis todavía más.
Por último, quienes defendemos que la realidad económica es muy compleja no queremos decir con ello que sea caótica: está estructurada. En el caso de una sociedad capitalista, como la nuestra, su estructura básica se organiza en clases sociales. Es decir, nuestra posición colectiva dentro del proceso económico se define en gran medida -no de forma exclusiva- según tengamos la necesidad o no de vender nuestro tiempo de trabajo para subsistir. Dotar de cierta coherencia a la realidad económica que tratamos de explicar requiere por tanto la consideración de sujetos colectivos. Sujetos que tienen intereses divergentes, distinta capacidad para cumplirlos, y la posibilidad de desplegar estrategias más o menos eficaces para intentarlo.
La visión ortodoxa y dominante expresa los principales dilemas económicos en términos individuales -el sujeto relevante es el consumidor-, estáticos -no hay fuerzas endógenas que impulsen cambios-, y de equilibro -inexistencia de conflictos de ningún tipo-. Frente a ello, la mayor parte de la economía crítica reivindica una visión de la economía, que podríamos llamar «economía política», radicalmente distinta.
Puede parecer una cuestión de interés corporativo, pero el debate sobre qué es lo que debe ocupar a los economistas es de una importancia política fundamental. Es una batalla abierta, en la academia, en los medios de comunicación, en los centros de poder. Una batalla para la que Sampedro creó y difundió herramientas de gran valor. Herramientas que hoy estamos utilizando. No sólo porque su compromiso ético y político fueran el mejor ejemplo de «para qué debe servir un economista», sino también por sus aportaciones teóricas.
A quienes nos hemos formado como economistas en este país, aunque lo hiciéramos décadas después de que él escribiera sus obras económicas más importantes, sus enseñanzas nos han llegado por varias vías. Sin la existencia de asignaturas, departamentos, grupos de investigación y seminarios -todos ellos minoritarios y en la actualidad con grandes dificultades-, donde se explica, se dialoga y se sigue avanzando a partir del «enfoque estructural», la transmisión generacional de la economía heterodoxa española habría sido mucho más deficiente. Según fuimos avanzando en nuestra formación llegamos a libros fundamentales, de los que hemos aprendido y con los que hemos discutido, como Realidad Económica y Análisis Estructural (1961, Aguilar), Conciencia del Subdesarrollo (1972, Salvat) o Estructura Económica. Teoría Básica y Estructura Mundial (Ariel, 1973). Pero eso sólo fue posible porque años antes, en los primeros cursos de la carrera, habíamos tenido asignaturas de las que llamamos «de estructura», que nos interrogaban y nos daban pistas sobre qué y cómo tendríamos que estudiar si lo que queríamos era entender y explicar la realidad económica. Asignaturas que se impartían (y se imparten) por un profesorado que en buena parte había recibido clases de Sampedro, y que en cualquier caso se había formado bajo su influencia. Un profesorado plural, con el que tampoco dejábamos de discutir, pero que nos transmitió las herramientas básicas para que hoy podamos «pensar» la economía en otros términos a los oficialmente establecidos.
La importancia de la economía
Quienes nos hemos formado en la facultad de económicas de la UCM, y más en concreto en el Departamento de Economía Aplicada I donde se imparten las asignaturas de «estructura económica mundial», «economía política de la globalización» y otras de este tipo, tenemos la impresión de que conocíamos a Sampedro, porque su impronta allí es evidente. Yo, sin embargo, sólo tuve contacto personal con él una vez. A finales de los años noventa la asociación estudiantil Economía Alternativa organizó un concurso literario y le invitamos a entregar el (simbólico) premio. En el trayecto de la cafetería al aula donde celebramos el acto, paseamos por los pabellones y vimos varias pintadas. «La economía es gente, no curvas», decía una. Le encantó. A nosotros -autores de la pintada- nos encantó que le encantara. Algún atrevido le preguntó por qué ya no se dedicaba a la economía. Nos dijo que se había cansado, pero que nos animaba a estudiar mucho, porque la economía era muy importante.
Cuando los políticos y la mayor parte de los medios de comunicación insisten en que los desahucios, los recortes de servicios públicos esenciales, el desempleo masivo, el exilio y la pobreza generalizada son inevitables, es útil recordar que eso es precisamente de lo que se deberían estar ocupando los economistas. Si el desastre que estamos viviendo fuera inevitable podrían cerrarse todas las facultades de economía. Pero no lo es. De hecho, aunque en las facultades cada vez es más difícil, en las plazas, en la calle, en las casas, cada vez se explica y se discute más de economía.
La economía es muy importante. Demasiado para dejarla en manos de economistas.
Bibiana Medialdea, profesora de Economía Aplicada en la UCM
http://www.publico.es/culturas/453383/sampedro-y-por-que-estudiar-economia