Tras la Segunda Guerra Mundial Francia alcanzó una plenitud deslumbrante y se abrieron todas las opciones. Los vehículos de expresión desbordaron de ideas, una expresividad mayúscula invadió las artes, los intelectuales asumieron un protagonismo trascendente. Una nueva estética surgió con el culto al arte negro, el jazz, la angustia existencial, la subversión de las costumbres, […]
Tras la Segunda Guerra Mundial Francia alcanzó una plenitud deslumbrante y se abrieron todas las opciones. Los vehículos de expresión desbordaron de ideas, una expresividad mayúscula invadió las artes, los intelectuales asumieron un protagonismo trascendente. Una nueva estética surgió con el culto al arte negro, el jazz, la angustia existencial, la subversión de las costumbres, la rebelión del idioma, la demolición del ceremonial burgués. Las canciones de Juliette Greco y los poemas de Prevert se pusieron de moda.
En un breve lapso Sartre se convirtió en un chef d´ecole, en un maitre a penser de toda una generación. Impuso un estilo de vida, el estilo de la desilusión, de un cierto romanticismo decadente, un culto a la marginalidad, al desconcierto, una cierta complacencia con la frustración y el fracaso, una manera de vivir la vida sin pasión. El pesimismo, el disgusto de estar vivo, la desesperanza, se convirtieron en el comportamiento de moda entre los jóvenes. La celebridad le agobió por el exceso de peticiones, entrevistas, consejos que le convirtieron en el gurú más seductor del momento. A la vez fascinó al gran público con su lucidez crítica, su capacidad de análisis, su enorme fecundidad. Su exploración de los aspectos más sórdidos del alma también le otorgó una cierta seducción de monstruo de circo. Extrajo a la narrativa francesa de la armonía del lenguaje, de la elegancia, de la sutileza, habituales desde Stendhal hasta Proust. Creó un nuevo modo, otro discurso más escabroso, escrutó en una cantera desconocida. Una serie de piezas teatrales tuvieron un éxito considerable de público: «Las moscas», «A puerta cerrada», «La ramera respetuosa» y «Las manos sucias» fueron sucediéndose y contribuyeron a promoverlo a una mayor nombradía.
Sin embargo, no fue tan afortunado en el cine. En 1944 firmó un contrato como guionista para la firma Pathé lo cual le permitió abandonar sus tareas docentes y en ese oficio transcurrió los primeros tres años tras la Liberación. Escribió una decena de guiones de los cuales solamente se conocen tres, publicados ulteriormente. «La suerte está echada», El artefacto y «Las falsas narices». Ninguno llegó a ser filmado. Otros de sus guiones permanecen inéditos, depositados en la Sociedad de Autores, a disposición de la editorial Gallimard, que nunca ha obtenido permiso de Pathé para publicarlos. Se trata de un escenario sobre la Resistencia que no tiene título. Hay otros tres titulados «El gran miedo», Historia del negro» y «El aprendiz de brujo».
Ives Allegret filmó «Los orgullosos» en 1953 con guión de Sartre y la actuación de Michelle Morgan y Gerard Phillipe pero él se sintió tan incómodo con el resultado que mandó a retirar su nombre de los créditos. Se han hecho otras adaptaciones al cine de sus piezas de teatro: «Las manos sucias por Fernand Rivers, en 1950, «La prostituta respetuosa» por Marcel Pagliero en 1952, «A puerta cerrada» por Jacqueline Audry, en 1954, «Los secuestrados de Altona por Vittorio de Sica, en 1963, con la actuación de Sofía Loren y Maximiliam Schell, «Kean» por Vittorio Gassman, en 1957. Sartre escribió una adaptación al cine de «Las brujas de Salem» de Arthur Miller para Raymond Rouleau. La única obra que lo dejó satisfecho fue la versión para el cine que realizó Serge Rouillet de «El muro», en 1967.
En 1958 John Huston le propuso a Sartre que le escribiera un guión sobre la vida de Sigmund Freud. Huston había dirigido para el teatro una puesta en escena de «A puerta cerrada», en Nueva York. Le propuso una cifra astronómica de honorarios y el contrato se concertó. Pero Huston quería hacer una intriga policiaca al estilo Hollywood, presentar a un Freud en el momento en que comienza a experimentar con la hipnosis. Sartre se leyó la biografía de Ernest Jones y algunas de las obras de Freud y presentó un largo guión que evaluado por Huston arrojó que daría para un filme de cinco horas de duración. Huston le devolvió el libreto con la recomendación de que lo hiciera más breve y práctico a los fines de la producción. Sartre trabajó arduamente durante varios meses y cuando le entregó el nuevo guión a Huston el filme duraba ocho horas. Huston entregó el libreto a dos escenaristas profesionales para reducirlo a dimensiones más realizables. Sartre se enfadó y exigió que su nombre fuese retirado de los créditos. Nunca vio el filme que Huston hizo con Mongomery Clift.