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¿Se acabó la crisis?

Fuentes: Argenpress

Viene de meses atrás la historia de los «brotes verdes» (green shots), que presuntamente advertían acerca de la cercana superación de la recesión. A estas alturas, se da por un hecho que ya ese umbral ha sido traspuesto. Así lo afirma incluso Ben Bernanke, Presidente de la Fed estadounidense. Resulta sin embargo notable que la […]

Viene de meses atrás la historia de los «brotes verdes» (green shots), que presuntamente advertían acerca de la cercana superación de la recesión. A estas alturas, se da por un hecho que ya ese umbral ha sido traspuesto. Así lo afirma incluso Ben Bernanke, Presidente de la Fed estadounidense. Resulta sin embargo notable que la mayoría de las voces se expresan con cierta tímida cautela.

Repetitivamente se habla de una recuperación débil que, por muchos meses más, irá acompañada de un desempleo creciente. Y no faltan quienes adviertan que incluso el alza registrada en los últimos meses en las bolsas de valores podría haber sido excesiva. En concordancia con ese ambiente de optimismo contenido, son persistentes los llamados que se hacen a fin de mantener las excepcionales medidas de estímulo económico adoptadas por los gobiernos, así como de proceder con máximo cuidado a la hora de reducirlas. Por su parte, el vaivén de los indicadores económicos reafirma que la recuperación es endeble. Es como a modo de un enfermo que, al intentar levantarse de la cama, lo hace con paso trastabillante, arriesgando de continúo un costalazo que podría resultarle muy doloroso.

Y, en definitiva, ¿es cierto que quedó atrás la crisis? De seguro lograron evitar una catástrofe económica que pudo haber empequeñecido la depresión de los treinta. El caso es que viene a confirmarse lo que ya uno sabía: el capitalismo es un sistema que tiene cierta relativa capacidad para aprender de sus propias fallas, y además posee ductilidad suficiente para emerger -golpeado pero aún fuerte- de sus propios excesos y desordenes. Si se logró evitar el colapso económico en gran escala fue justo porque se sacó provecho de las enseñanzas acumuladas. Sin duda, esto resucita a John Maynard Keynes. Y a ver a qué contorsiones intelectuales recurre el neoliberalismo mundial para seguir escamoteándole su puesto como el principal economista-ideólogo del capitalismo durante el último siglo. A su lado, todos los santones del panteón neoliberal -de Friedman o Hayek a Buchanan o Becker- resultan un bonsái intelectual. Y, sin embargo, los desafíos futuros empequeñecen incluso a Keynes. Tampoco en él encuentra el capitalismo las respuestas que tanto le urgen.

Es evidente que esta débil recuperación ha comprometido un esfuerzo concertado de los poderes públicos a una escala sin precedentes en la historia del capitalismo. Jamás se vio un nivel de intervención estatal tan extraordinario ni una sincronización tan precisa de gobiernos y bancos centrales de todos los países ricos. Cierto que han existido diferencias de énfasis, las cuales sintéticamente se retratan en el contraste entre la ortodoxia relativa de Merkel en Alemania, frente a las agresivísimas políticas fiscales de Obama y Brown en Estados Unidos y Gran Bretaña. En cambio, es notable la coincidencia en un punto: la masiva movilización de recursos públicos destinados a salvar a los grandes bancos transnacionales estadounidenses y europeos, justo los principales responsables del desastre.

Enormes dudas e incertidumbres ponen sordina a los vacilantes cantos de victoria que se entonan. Propongo una breve y seguramente incompleta enumeración de las preguntas y problemas no resueltos.

– Las gigantescas intervenciones públicas dejan una enorme carga fiscal para el futuro. Sin excepción, todas las potencias capitalistas principales enfrentan la perspectiva de un aumento sostenido, a lo largo de un período muy extenso, de sus deudas públicas. En orden descendente los casos más agudos son los de Japón, Italia y Estados Unidos. En principio esto debería implicar menor disponibilidad de capitales y tasas de interés más elevadas durante un período largo, consecuencias ambas poco promisorias para países que, como Costa Rica, han apostado a la ruleta de la inversión extranjera como locomotora principal de su crecimiento económico.

– Algunos bancos -destacadamente Goldman Sachs y J.P. Morgan- han sacado rico provecho del masivo subsidio público recibido, de la desaparición de muchos de sus rivales principales y de la debilidad crónica de los otros grandes bancos que sobreviven. Estos últimos -por ejemplo el Citi o el Bank of America- son ejemplo claro de bancos zombi, que mantienen apariencia de vida tan solo porque el Estado los sostiene. El caso, pues, es que, detrás de la estabilización aparente de los sistemas financieros, es muy posible que se escondan enormes huecos financieros en las contabilidades bancarias. Esa probablemente sea una de las razones por las cuales no se logra terminar de reactivar el crédito, no obstante los onerosos esfuerzos realizados por los bancos centrales, en especial la Reserva Federal estadounidense. Podríamos decir que han pateado la bola hacia adelante a la espera de que la recuperación económica permita a estos bancos salir a flote. Pero, a su vez, la debilidad de estas entidades es uno más entre los muchos frenos que restan ímpetu a la recuperación. Y si esta no es lo suficientemente vigorosa ello podría llevar a una nueva ronda de problemas financieros, especialmente en los bancos más expuestos, cosa que, eventualmente, podría revivir los fantasmas de la recesión. Hasta en la hipótesis más optimista, es improbable que los sistemas financieros estadounidense y británico (y, en menor grado, el europeo continental) logren «sanearse» satisfactoriamente, excepto en un extenso período, quizá de cinco a diez años. Ello mantendrá vigente por largo tiempo un peso muerto que inevitablemente frenará la economía.

– El desempleo configura un panorama sombrío que se cierne sobre todas las economías capitalistas avanzadas. Resulta ciertamente paradójico aseverar que la recesión ha sido superada, cuando al mismo tiempo se siguen destruyendo millones de empleos. En lo social y político ello augura mayor descontento e, incluso, agudizados conflictos. En lo económico, esa es otra ancla que frena la recuperación y deja sembrada, en combinación con otros factores negativos, la posibilidad de una recaída en la recesión.

– El fuerte endeudamiento de las familias trabajadoras y de estratos medios -especialmente agudos en Estados Unidos- se combina con el elevado desempleo y la segura escasez relativa de créditos, todo lo cual permite anticipar una corrección a la baja de los niveles de consumo que seguramente será un fenómeno persistente a lo largo de un período de unos cinco a diez años. Estados Unidos ya no será más la locomotora que arrastra la demanda a nivel mundial, lo cual tendrá duras consecuencias para los países exportadores, desde China, Alemania y Japón hasta las corrongas «mini-potencias» exportadoras tipo Costa Rica. A la India de seguro le irá mejor, justo porque su mercado interno sigue siendo la base de su economía.

– La crisis ha puesto en evidencia que la estabilidad sistémica del capitalismo demanda con urgencia el restablecimiento de regulaciones de los sistemas financieros, apropiadas de acuerdo a las actuales condiciones de integración global de las finanzas. Un año después del colapso de Lehman Brothers el asunto sigue constreñido al puro ejercicio retórico. El peso de los intereses implicados, torna improbable que se de ninguna modificación sustantiva en esa materia. En tal caso, es fácil anticipar que a mediano y largo plazo emergerán nuevas burbujas especulativas, las cuales ocasionarán nuevos episodios de inestabilidad y recesión, alguno de los cuales podrían empequeñecer el que hemos vivido en el período reciente. Se reconoce que hoy mismo hay algunas burbujas relativamente localizadas -por ejemplo en China- que podrían derrumbarse próximamente. El dólar -en su papel dual como moneda nacional estadounidense y divisa universal- es en sí mismo una suerte de inmensa burbuja planetaria, la cual se sostiene gracias al terror que a todo mundo -desde chinos y alemanes a japoneses y gringos- infunde las consecuencias catastróficas que tendría su derrumbe. En general, este capitalismo en fase de decadencia, parece estar marcado por el signo de la más aguda inestabilidad y no muestra capacidad para salir de ese círculo autodestructivo.

Queda por delante un camino muy escabroso. La intervención pública, en escala sin precedentes, no logró impedir la recesión más aguda de los últimos 70 años, pero si previno la debacle total. Quedan planteados desafíos colosales. La economía ha rebotado tímidamente hacia arriba y los sistemas financieros dan signos de fragilísima estabilidad, en ambos casos gracias a la gigantesca intervención pública. Pero ni el crédito ha recuperado una relativa normalidad ni el consumo de la gente podrá fácilmente volver a sus antiguos niveles, mucho menos en tanto persista un alto desempleo. La economía aún está lejos de caminar por sí misma. Sigue necesitando de inmensas muletas estatales. O sea, el riesgo del retroceso hacia la recesión conserva plena vigencia.

Fuente: http://www.argenpress.info/2009/09/se-acabo-la-crisis.html