Desde principios de febrero Jair Bolsonaro, el ultraderechista presidente brasileño, viene reforzando de manera vehemente sus reiteradas muestras de agresividad y desequilibrio emocional.
Ese cambio en su siempre muy oscilante postura se hizo más evidente a partir de la ejecución del ex capitán de la Policía Militar de Río, Adriano da Nóbrega, en una acción conjunta de fuerzas de seguridad de su estado de origen y de Bahia, donde se encontraba refugiado desde hacía meses.
Nóbrega fue miembro de la élite de la Policía Militar de Río hasta 2014, cuando fue expulsado luego de tres detenciones bajo acusación de asesinato. De inmediato pasó al comando de la milicia conocida como Oficina de la Muerte, una agrupación de sicarios que controla vastas áreas del conurbano de Río de Janeiro.
Sus vínculos con la familia Bolsonaro son evidentes: cuando fue diputado estatal por Río, el hijo del presidente –Flávio–, actualmente senador, empleó en su despacho a la hija y a la ex mujer de Nóbrega, cuya única función era devolverle parte sustancial de sus sueldos.
En Brasil, muertes como esa son llamadas de quema de archivo: frente al riesgo de que la víctima cuente parte de lo que hizo y sabe, mejor silenciarla. En este caso, fue así: cercado por 70 policías, el solitario Nóbrega habría decidido enfrentarlos. En lugar de mantener la guardia y esperar por su rendición, optaron por liquidarlo.
Eso ocurrió al amanecer del domingo 9 de febrero. Y en los días siguientes, luego de un largo y comprensible silencio, Bolsonaro dio inicio a una profunda reforma de su ministerio.
Para la Casa Civil de la Presidencia, que funciona como una especie de jefatura de gabinete, convocó a un militar de la activa, el general Walter Braga, que ocupaba la jefatura del Estado Mayor del Ejército. Desde 1980, todavía bajo la dictadura militar que Bolsonaro niega su existencia, ningún uniformado cometía la contradicción irónica de ocupar la Casa Civil.
El puesto de ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, a su vez, le toca al general retirado Augusto Heleno.
Es la persona con más influencia directa (a excepción del trío de hijos) sobre Jair Bolsonaro. Conocido por su aversión radical a todo lo que suene a izquierda, se hizo famoso cuando comandó, bajo el mandato de Lula da Silva, las tropas pacificadoras que Brasil mandó a Haití, y ocurrieron seguidas masacres multitudinarias de haitianos.
Otro militar en activo, el almirante Flávio Viana Rocha, fue convocado para asumir la secretaria especial de Asuntos Estratégicos, que, aunque sin contar formalmente con rango ministerial, se reporta directamente a la presidencia.
Con eso, como el mismo Bolsonaro admitió, la sede presidencial, el Palacio do Planalto, que abriga cuatro ministros, fue militarizado: los cuatro despachos están ocupados, además del general Augusto Heleno, por otro general retirado, Luiz Eduardo Ramos, en la secretaría de Gobierno; la secretaría general de la Presidencia está en manos de un comandante retirado de la Policía Militar, Jorge Oliveira; y Braga conforma el trío formal de ministros.
De los 22 ministerios de Bolsonaro, nueve son militares. Además, conviene recordar que el vicepresidente también es un general retirado.
Sin embargo, lo que más impresiona es el número de uniformados esparcidos por todos los sectores del gobierno, que van de direcciones de fundaciones a integrantes de consejos específicos de diferentes ministerios: en total, rondan los 2 mil 500.
Ni siquiera en tiempos de la dictadura militar (que duró desde 1964 hasta 1985) hubo tantos.
Todo eso ocurre mientras queda claro de toda claridad que la tan anunciada retoma de la economía no ocurrió, la situación de más de un millón de jubilados abandonados a la propia suerte amenaza con transformarse en una más que seria crisis social, que el desempleo sigue a niveles estratosféricos, el sistema de educación pública (en especial las universidades federales) está al borde del colapso.
La vulnerabilidad del clan presidencial (un hijo senador, otro diputado nacional, otro concejal en Río de Janeiro) frente a lo que podrá salir a la superficie a medida en que avancen las investigaciones sobre el archivo quemado, el matador de alquiler Adriano da Nóbrega, acentuó de manera contundente la agresividad y el desequilibrio de Jair Bolsonaro.
Para enturbiar aún más el ambiente, el general Heleno (vicepresidente) decidió convocar a los apoyos del gobierno a salir a las calles para presionar el Congreso e impedir la implantación de un parlamentarismo disfrazado. Como se recuerda, Bolsonaro carece de canal de diálogo con los congresistas, que imponen seguidas amputaciones a los proyectos del poder ejecutivo.
Lo que se trata de entender ahora, dicen con razón analistas políticos, es si Bolsonaro decidió rodearse de militares de alta patente para imponer sus decisiones o si los militares en activo decidieron rodearlo en un intento inicial de contener sus desvaríos.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/02/23/opinion/012a1pol