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Se busca trabajo decente

Fuentes: Rebelión

¡Eh, cuidado con una desmedida alegría por el 4,3 por ciento de crecimiento del producto interno bruto del orbe en el año 2005! El hecho de que la producción planetaria haya aumentado en 2,5 billones de dólares tampoco puede obnubilar a nadie al extremo de que no perciba un espectro de anchos y largos huesos […]

¡Eh, cuidado con una desmedida alegría por el 4,3 por ciento de crecimiento del producto interno bruto del orbe en el año 2005! El hecho de que la producción planetaria haya aumentado en 2,5 billones de dólares tampoco puede obnubilar a nadie al extremo de que no perciba un espectro de anchos y largos huesos crujientes. Recordemos que «la economía mundial no está generando suficientes nuevos puestos de trabajo para quienes acceden al mercado laboral».

Ello, dicho por un testigo inobjetable, la OIT, que ya emitió el Informe sobre Tendencias Mundiales de Empleo correspondiente a 2006. Informe que se debe cernir sobre la conciencia colectiva -si tal cosa no es una entelequia, una abstrusa y desvaída construcción mental- como un cuervo de alas totales. Porque, a no dudarlo, el panorama dibujado en el documento está empañado de sombras.

¿Acaso no es pura (más bien: impura) sombra el que, además de la falta global de oportunidades de trabajo -culpa de Don Neoliberalismo-, la crisis mundial del empleo esté provocando un déficit de Trabajo Decente? Categoría esta última que copa cada vez más el reclamo de los perjudicados por su carencia, y de los avisados, de aquellos para quienes el futuro representa el gran desasosiego.

Como ha dicho Juan Somavía, director general de la Organización Internacional del Trabajo, «esta crisis no pasa inadvertida en las calles de los países, ya sean ricos o pobres». Ahora, el alto funcionario ha reconocido lo que solo se empecina en soslayar algún que otro desaprensivo, porque seguramente los más habrán de coincidir en que «cada vez en mayor medida los dirigentes políticos están oyendo las voces de quienes demandan una oportunidad razonable de obtener un empleo decente y nuevas oportunidades de búsqueda y conservación del puesto de trabajo. Sin embargo, es demasiado frecuente que esas oportunidades no existan».

Que no existan, no. Y que, por ende, la crisis mundial del empleo -cuyos datos entresaco del número de enero de 2006 de Trabajo, la revista de la OIT- se refleje en cifras que dejarían sin asideros al más obcecado defensor de la globalización actual, la neoliberal. Veamos. La mitad de los trabajadores del mundo, unos mil 400 millones de pobres, sobreviven con sus familias con menos de dos dólares diarios… la mayoría de ellos, sin las gratuidades compensatorias en salud y educación, entre otras, que ofrecen unos pocos Estados del Planeta Azul.

Pero si los números terminaran ahí. Sucede que el desempleo ha alcanzado el punto más alto de su historia. De la historia. Y avanza, impertérrito. En los últimos diez años, el desempleo oficial -o la medida oficial del desempleo- se ha disparado más de 25 por ciento, y se sitúa en casi 192 millones de personas en todo el mundo. Nada menos que alrededor del ¡seis por ciento de la población terrícola activa! De estos desempleados, estima la OIT, aproximadamente la mitad son jóvenes de entre 15 y 24 años de edad.

Por cierto, de acuerdo con la publicación arriba mencionada, «hoy hay más jóvenes pobres o desempleados que nunca. El desempleo juvenil mundial pasó de 70,8 millones en 1994 a 85,7 millones en 2004, lo que supone un 45 por ciento del desempleo total. En 2004, los jóvenes representaron en torno al 20 por ciento de los 535 millones de trabajadores pobres del mundo». Algo harto preocupante, teniendo en cuenta que «los jóvenes aportan a las economías energía, talento y creatividad que no podemos permitirnos dilapidar», porque «lo que nuestros jóvenes hagan hoy constituirá la base de la marcha futura de nuestras economías».

Claro, cuando no resulta posible encontrar trabajo en casa, en la propia comunidad, en la sociedad propia, se busca el escape hacia le meca dorada. Sí, el escape de la emigración laboral, que a la postre acarrea tensiones entre los «metecos» menesterosos y los ciudadanos, los políticos en primer orden, de las naciones que reciben la avalancha.

La avalancha de quienes violan líneas fronterizas, lo mismo en cayucos hacia Canarias, que en pateras hacia el sur de la España peninsular, o a fuerza de brazos y piernas en los lindes meridionales de los Estados Unidos.

Esto debía ser pan diario para aquellos que se solazan en la actitud sibarítica e inconsciente del «día presente», sin reparar en que el 4,3 por ciento de crecimiento del producto interno bruto del mundo podría significar la calma previa a la tempestad. Mayúscula tempestad. Y todo comenzaría por la falta de un trabajo decente, además.