Al margen del glamour de la élite global, informes y debates en sesiones paralelas pintan hipótesis de futuro estremecedoras
El día en que no haya nieve en la estación de esquí de Davos la elite mundial -financieros, dirigentes de empresas, jefes de Estado y de gobierno, e incluso los académicos, que representan otra forma de élite- tendrán por fin la prueba material de que años de reuniones, cientos de conferencias, debates y declaraciones estelares, todo ello a un coste desorbitado, no habrán servido para nada.
En el Foro Económico Mundial de Davos son las noticias más coyunturales las que captan la atención. Qué dijo Emmanuel Macron, en su desacomplejada afirmación de que «Francia ha vuelto», aplaudido por su anuncio de abolir el uso del carbón en el 2021… A qué sombrías reflexiones llamó Angela Merkel al señalar el centenario del fin de la Gran Guerra (que marcó, para los historiadores, el principio del siglo XX). Cómo de sectaria fue la reunión de ministros de Arabia Saudí, los Emiratos, Bahrein y Turquía, países todos implicados en guerras -salvo Alemania, que oficiaba de convidada de piedra- para discutir sobre Oriente Medio atacando a Irán. O qué dirá mañana viernes Donald Trump, cuando todo el mundo le señala como el representante de la mayor amenaza contra la globalización…