Demócratas y sindicatos se oponen, preocupados por el impacto en industrias vulnerables y la pérdida de empleos en EU, así como por la falta de suficiente protección ambiental y laboral en la región. Bush necesitará usar todo su encanto personal, y hasta deberá torcerles el brazo a algunos si es necesario, para lograr la aprobación del tratado.
un año de haber firmado su iniciativa comercial clave, el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (TLCCA), el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, descubre que tal iniciativa resulta ser una venta más difícil de lo que esperaba. Congresistas demócratas, sindicatos y poderosos sectores de negocios han endurecido su oposición a dicho acuerdo. De no obtener la aprobación de estos sectores, Bush saldría muy mal parado y además retrasaría el resto de su agenda comercial. Por eso usa toda su influencia para convencer a los escépticos de votar en su favor. Que esa estrategia vaya a funcionar es un asunto que se vuelve cada vez más difícil de predecir.
En estos momentos, aun los más importantes funcionarios de la administración admiten que no cuentan con el número requerido de votos en el Congreso para garantizar la aprobación del TLCCA, el cual incluye a Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, así como a la República Dominicana (por ello en ocasiones las siglas en inglés son CAFTA-RD). El tratado de Centroamérica es, con mucho, el más controvertido de los seis pactos de libre comercio que Bush ha firmado desde que asumió la presidencia en 2001. Por esta razón todavía no puede presentar el tratado, el cual firmó el 28 de mayo de 2004, de manera formal al Congreso para su ratificación. Enfrentará obstáculos tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes, pese a que en ambas existe mayoría republicana.
Los demócratas y los sindicatos se oponen totalmente, preocupados por el impacto en las industrias vulnerables y la pérdida de empleos en Estados Unidos, así como por la falta de suficiente protección ambiental y laboral en Centroamérica. En particular, señalan que los gobiernos centroamericanos son demasiado laxos para aplicar sus leyes laborales, y por lo tanto no reúnen las condiciones para un TLC con EU.
Las compañías textiles y la industria azucarera también han cabildeado duro en contra. La postura de la industria textil se encuentra dividida, pues entidades como el Consejo Nacional del Algodón, el cual representa a la industria algodonera desde el agricultor hasta el fabricante de textiles, recientemente dieron su aprobación al acuerdo (las exportaciones de algodón estadunidense representan 90% del producto crudo que se usa en Centroamérica). El Consejo Nacional de Organizaciones Textiles también lo apoya. Aun así, muchos productores de telas y ropa cuyas fábricas se encuentran en suelo estadunidense, así como los legisladores que representan a los estados donde esta industria es fuerte (por ejemplo las Carolinas y Georgia), rechazaron el acuerdo.
Por su parte, la industria azucarera permanece unida contra el TLCCA. Es una de las industrias más férreamente controladas de EU y lleva ya mucho tiempo derivando beneficios del proteccionismo bajo la forma de cuotas y precios mínimos, los cuales mantienen los precios domésticos del azúcar artificialmente altos. Aunque el TLCCA permitiría sólo un incremento modesto en las importaciones de azúcar a corto plazo, los productores estadunidenses argumentan que el tratado es una gran amenaza para la industria. Aun los republicanos de los estados productores más grandes, como Luisiana y Florida, que por lo general respetan la línea del partido, parecen prestar mucha atención a sus argumentos.
El debate sobre el TLCCA también ha quedado atrapado en una naciente ola de sentimientos proteccionistas derivada del creciente déficit comercial de EU, en particular contra China, cuyas exportaciones de ropa a EU empezaron el primero de enero, cuando expiró el sistema de cuotas textiles globales. El efecto China complica más el de por sí difícil caso del TLCCA, a pesar de que este tratado permitiría a los productores de ropa centroamericanos, así como a las compañías estadunidenses que son sus proveedoras, sobrevivir a la competencia china.
Se necesita toque personal
El presidente Bush apuesta a que las habilidades negociadoras de su nuevo representante comercial, Robert Portman, un ex congresista, ayudarán a convencer a los legisladores. Tras prestar juramento, el 29 de abril, Portman de inmediato saltó a la sartén del TLCCA. Pero Bush necesitará usar todo su encanto personal, y hasta deberá torcerles el brazo a algunos si es necesario, para lograr la aprobación del tratado.
Recientemente Bush viajó a 10 ciudades estadunidenses con objeto de solicitar apoyo para el TLCCA, y el 12 de mayo se reunió con los seis jefes de Estado de los países firmantes. Como grupo cabildearon al Congreso, pero hasta ahora ningún nuevo respaldo se ha anunciado. Para Bush la pelea apenas comienza.
El gobierno no puede darse el lujo de que el TLCCA fracase. Sería la primera vez que un acuerdo comercial fuera firmado por un presidente y no aprobado por las cámaras, y haría trizas toda la agenda comercial de Bush. También imposibilitaría avanzar en acuerdos bilaterales que por estos días se negocian con varios países andinos -asuntos como derechos laborales, azúcar y textiles son también la manzana de la discordia en esas negociaciones- y daría un golpe mortal al tratado más ambicioso: el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), conformada por 34 países, que de cualquier forma se encuentra estancada.
Más aún, la muerte del TLCCA complicaría aún más las perspectivas para la difícil ronda de Doha de pláticas comerciales patrocinadas por la Organización Mundial de Comercio. Un borrador del acuerdo debe estar listo para una reunión clave en Hong Kong, en diciembre. En tiempos recientes se han hecho algunos avances en cuestiones técnicas, incluso el acuerdo sobre un sistema para calcular tarifas más bajas. Pero disputas mayores sobre subsidios agrícolas en Europa y EU, y cómo abrir el mercado de servicios en los países en desarrollo, todavía son puntos que deben resolverse. Las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio simplemente se vinieron abajo el pasado septiembre, durante la última reunión ministerial en Cancún, México, en buena medida debido a desacuerdos sobre subsidios agrícolas. Los países en desarrollo demandan que tales subsidios se reduzcan antes de abrir más sus mercados al consumidor, a los productos industrializados y a los servicios.
En el pasado, Bush ha demostrado que puede salirse con la suya en asuntos comerciales. En 2001 tuvo éxito en asegurar la aprobación de la »autoridad para la promoción comercial» (TPA, por sus siglas en inglés), la cual permite negociar pactos comerciales que el Congreso puede aprobar o rechazar, pero no modificar. El predecesor de Bush, Bill Clinton, en su tiempo fracasó en renovar dicha disposición especial, entonces conocida como »autoridad fast-track», antes de que expirara. Pero Bush ganó la aprobación de la TPA por un solo voto en la Cámara de Representantes… margen que podría escapársele cuando llegue el turno del TLCCA.