Recomiendo:
0

La contracrónica de la Copa

Segunda semana o la responsabilidad social

Fuentes: Rebelión

Acertaron los que anticipaban una desmovilización de la protesta anti-copa. Creció la expectativa en torno a las peripecias de la cancha. La inyección futbolera consiguió anestesiar a unos, y sólo provisionalmente a otros. Los ánimos nacionalistas arreciaron, con incursiones absurdamente ritualísticas. El latinoamericanismo se coronó al tenor de las derrotas europeas. Y los ídolos del […]

Acertaron los que anticipaban una desmovilización de la protesta anti-copa. Creció la expectativa en torno a las peripecias de la cancha. La inyección futbolera consiguió anestesiar a unos, y sólo provisionalmente a otros. Los ánimos nacionalistas arreciaron, con incursiones absurdamente ritualísticas. El latinoamericanismo se coronó al tenor de las derrotas europeas. Y los ídolos del fútbol actual, Neymar y Messi, alcanzaron simultáneamente el liderato de goleo, ratificando su hegemonía en el gusto de la afición. Pero algo no está bien. Y no es sólo la indignante satanización del ingenioso «quijadas» Luis Suárez, excepcional futbolista charrúa, a quien por cierto Eduardo Galeano -su compatriota- alguna vez recomendó comer un par de sándwiches antes de entrar al terreno de juego. Es algo más bien relacionado con esa terca e inalterable condición de vilo que define a las realidades latinoamericanas. Pero todavía más desconcertante. Acaso como un lamento contenido, que no es precisamente el lloriqueo del agredido italiano Chiellini.

La tensión e inconformidad persisten en Brasil, pero subterráneamente. Y los reporteros foráneos se convirtieron sin preverlo en un buzón de quejas-sugerencias que reclaman inmediata atención. El personal de gobierno que atiende los asuntos técnicos de la copa aprovecha la proximidad con la prensa para denunciar los excesos de las policías militar, federal y estadual, que conjuntamente escudan con particular arrogancia las sedes. Incluso ellos deben restringir sus actividades, burlar con apuros los cercos de seguridad, e identificarse una docena de veces en el transcurso de una jornada laboral que dura cuatro o cinco horas, técnicamente. La remuneración de estos empleados ronda los mil reales (cerca de 450 dólares) por el trabajo correspondiente a todo el mes de la copa, sin una sola prestación o regalía (ni siquiera un boleto para un partido). Y uno de los requisitos para postular a uno de estos puestos temporales es hablar por lo menos dos idiomas adicionales al portugués. Ningún medio local está interesado en conocer su versión. Por eso buscan insistentemente a la prensa internacional. Su conocimiento de otras lenguas sirvió para contar una verdad obstinadamente silenciada: Brasil 2014 es la copa de la seguridad militar.

La organización es un desastre. Que lo señale un mexicano es verdaderamente un motivo de preocupación. Que lo señalen todos los turistas es sencillamente un hecho alarmante. Y no tanto por los percances que enfrenta este sector en su visita a Brasil. Lo que realmente alarma es el tamaño del desfalco que acompaña el recibimiento de los megaeventos deportivos, en general, y de la copa mundial de fútbol, en particular. La provisión de servicios es desquiciadamente lenta e inoperante. La infraestructura está inacabada en todos lados. El transporte público no mejoró un ápice; sólo se improvisaron algunas rutas suplementarias, y se incrementaron indecorosamente los precios. En Río de Janeiro y área metropolitana, el costo del pasaje en autobús oscila entre dos y tres dólares. El boleto del metro cuesta poco menos de dos dólares. Francamente ridículo para los estándares adquisitivos de un país latinoamericano. En Recife, ciudad de asimetrías insospechadas, la tarifa del camión o metro es de un dólar aproximadamente. Pero la inadecuada planeación de la transportación urbana obliga a tomar dos o tres rutas para arribar al destino deseado. Esta antigua metrópoli fue la sede del último partido de la selección mexicana. Con asombro, los mexicanos descubrieron que el estadio, ubicado a las afueras de la ciudad, es virtualmente inaccesible para la población nativa. Más aún, trasladarse de Río de Janeiro, Sao Paulo, u otra ciudad del suroeste hasta Recife, en este contexto de la copa, es un auténtico viacrucis. Los vuelos en aerolíneas locales cuestan alrededor de 900 dólares. Los brasileños que realizan regularmente este trayecto, han tenido que optar por el transporte terrestre. El recorrido en autobús de esas ciudades sureñas al nordeste del país puede tomar dos o tres días, a veces más, a veces menos, según la distancia exacta de los destinos. Los turistas también han encontrado toda suerte de adversidades. Cambiar la fecha de un vuelo, para ajustarla a los itinerarios de la selección que uno sigue, es a menudo más costoso que comprar un vuelo redondo de cualquier ciudad de Brasil a Estados Unidos o Europa. El hospedaje está sobrevendido, y un reacomodo de última hora puede llegar a costar 300 dólares en un hostal, y hasta mil dólares en un hotel situado en los perímetros de la gran industria turística. Salir de estos suntuosos corrales urbanos, cuidadosamente ataviados para la recepción de los viajeros de alta ralea, involucra enfrentarse a la realidad de Brasil: la ineficiencia, las carencias, la mendicidad e indigencia de un pueblo colonizado en este momento por el imperio de los capitales deportivos, turísticos, telecomunicacionales, de seguridad e infraestructurales. En la práctica, Brasil 2014 es un ensayo de gentrificación intensiva.

Conseguir boletos para los partidos de la copa es como apostar en un casino. El sistema no es ineficaz, como sugieren algunos incautos. Es visiblemente efectivo, para el lucro a gran escala. La FIFA pone en venta una cuota restringida de entradas en el preámbulo del mundial. Pero previendo que los pronósticos siempre yerran, vende ingresos para los partidos de la segunda fase, y cobran 10 por ciento en caso de cancelación a aquellos que deciden volver a casa tras la eliminación de su equipo. Luego, revende esos boletos principalmente mediante tres vías: uno, a precio normal, pero administradamente, a través del portal electrónico oficial y los centros de atención certificados. Allí, en esos centros, la gente puede esperar hasta 15 horas para salir con las manos vacías. Otros, los revendedores al servicio de la FIFA -y esta es la segunda modalidad- compran boletos por anticipado, y colocan al mercado esas entradas cuando la fase de eliminación directa está definida. La policía sólo persigue al revendedor desorganizado o independiente. A leguas se advierte que unos pocos gozan de inmunidad, pues su presencia en las inmediaciones de los estadios es habitual, y se pasean cual mercaderes con venia vociferando los astronómicos precios. Los chilenos, por ejemplo, pagaron hasta mil dólares por una entrada para el partido España-Chile. Los revendedores «oficiales» normalmente se ubican en el medio del cerco policiaco y el personal acreditado de la FIFA. El tercer método es a través de las federaciones nacionales. El órgano internacional pone a disposición de los órganos locales una cantidad determinada de boletos. Las federaciones venden clandestinamente las entradas a sus respectivos conciudadanos a precios extraordinariamente elevados. Un mexicano, por ejemplo, compró a la Federación Mexicana de Fútbol dos ingresos para la final de la copa, cada uno en 2 mil 300 dólares. Así combate la FIFA la corrupción.

Pero el gobierno brasileño también se suma, con análoga rigurosidad, al combate a las desviaciones e irregularidades ilícitas. Curiosamente, las casas de citas están situadas en las inmediaciones de los «fan fest», que es donde se congregan los aficionados para seguir los partidos en pantallas gigantes. En esos centros se concentra el grueso de la afluencia turística. A escasos cien metros, el aficionado cómodamente puede encontrar una amplia oferta de sexo a la carta, diligentemente escoltada por la policía militar. No se juzga acá esa actividad comercial. Sólo llama la atención que en la antesala de la copa, la presidenta Dilma Rousseff advirtiera: «Brasil está feliz de recibir turistas para el Mundial, pero también está listo para combatir el turismo sexual».

Pero no podía faltar la dosis de filantropía y falsa responsabilidad social. La FIFA ahora decidió impulsar una campaña de reducción de la huella de carbono en el marco de la copa mundial. La leyenda reza: » La FIFA y las personas que ya tienen entradas apoyan los proyectos brasileños destinados a reducir la huella de carbono de la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014… Para limitar la huella de carbono de la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2014, invitamos a todos los que hubiesen conseguido entradas a que compensaran las emisiones resultantes de sus desplazamientos, de manera gratuita y sin importar el punto de origen de su viaje… Y ¿qué sucederá ahora? Diversos proyectos para la reducción de carbono, repartidos por todo el territorio brasileño, se beneficiarán del éxito de la iniciativa y, a su vez, las comunidades locales, en las que se crearán empleos y se capacitará a sus habitantes. Para obtener más información sobre los proyectos seleccionados junto con un programa sin ánimo de lucro para la gestión del carbono… Muchas gracias por brindar su apoyo a los proyectos de baja emisión de carbono en todo Brasil».

Pero no todos parecen advertir el gato enc errado en la copa. Muchos, por comodidad o ignorancia, prefieren creer el cuento. Un crédulo aficionado, de esos que abundan en estos megaeventos, ilustra la apreciación generalizada del turista estándar que asistió a Brasil 2014: «No sé de qué se quejan los brasileños. Si hasta a los recolectores de latas les va bien con el mundial de fútbol».

 

Blog del autor: http://lavoznet.blogspot.com.br/2014/06/la-contracronica-de-la-copa-segunda.html  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.