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Segundo período para Lula: una apuesta con implicancias globales

Fuentes: Argenpress

El resultado de esta segunda ronda de votación en Brasil, al parecer, se anticipa con más certeza que en la anterior, y por eso mismo es paradigmática. Un aspecto de fondo es el impacto de los esfuerzos de la mercadotecnia en política para gravitar en las preferencias por Lula. También se producirán buenos indicadores de […]

El resultado de esta segunda ronda de votación en Brasil, al parecer, se anticipa con más certeza que en la anterior, y por eso mismo es paradigmática. Un aspecto de fondo es el impacto de los esfuerzos de la mercadotecnia en política para gravitar en las preferencias por Lula. También se producirán buenos indicadores de cómo la contraposición a las posturas consideradas como de populistas, o lugares tradicionalmente menos dependientes del gran capital, se reubica en el espacio político. Aunque a muchos les cueste reconocerlo, los ejes y espacios de poder político, se están reconfigurando en la región.

Los fenómenos políticos representados por Lula, Morales, Chávez, Kirchner, Vázquez, Correa, el mismo Humala, son más complejos que expresiones de populismo, o de manifestaciones discordantes de las formas tradicionales de hacer política. El caso de Chile aparenta ser diferente pero no lo es. También hay una aspiración profunda de cambio político en la sociedad, que se manifiesta en las tensiones de la Concertación, y en la derecha por frenar lo obvio: el poder político debe redistribuirse; el espacio donde se practica la política, debe ser un espacio donde se ejercite más la opinión ciudadana. Que no sea un lugar donde las elites tradicionales del poder se auto reproducen para su perpetuidad.

Lula comienza a ubicarse en una posición privilegiada para estimular ese cambio de dirección. De no ocurrir algo insospechado, su nueva presidencia será el test donde se probará si la política y la economía pueden ser buenas aliadas en pos del bien común. ¿Mucho para Lula y su coalición? Sí. Pero es lo suficiente para un país como Brasil. Aquí se puede formar esa gran alianza que la globalización está esperando: entre capitales transnacionales y ciudadanía. Brasil tiene experiencia en ambos sectores.

En estas páginas hemos insistido en que el tablero político de las piezas se ha empezado a desarmar gradualmente porque al sistema económico se le debilitó la base de sustentación política. Es un fenómeno mundial. Los estrategas del capital internacional lo han reconocido, a juzgar por los informes recientes del Banco Mundial y la OECD. Los únicos que no lo han reconocido abiertamente a cabalidad son los que precisamente ven amenazadas sus bases tradicionales de poder.

El gran capital que desfallece políticamente por donde se le mire, incluyendo la invasión a Irak, necesita establecer diálogos con los nuevos actores políticos de reclamos antiguos.

En los últimos informes del Banco Mundial y el FMI, se traslucen inquietudes similares. El blindaje de los sistemas políticos arcaicos con olor a guerra fría, y con redes oligárquicas de poder tradicional maquilladas con un nuevo lenguaje detrás del astuto uso de las comunicaciones y la tecnología, no se empalma con formas más eficientes de transmitir en un sentido más amplio y pleno, los impulsos políticos que necesita el sistema. Dicho de otra forma. El sistema no será eficiente, si no tiene una base política, y los políticos tradicionales que han asumido la modernidad exclusivamente desde el punto de vista de la acumulación, serán cuestionados o desplazados por ineficiencia.

Sin embargo no todo es tan simple. De vencer Lula – por el margen que sea- los grandes derrotados serán los medios asociados al gran capital, que aún no han rearmado su tinglado del poder político. Lula ha sorprendido, porque abrió espacios políticos diferentes, y pasó el mensaje de que hay una clientela política -los cuatro quintiles de la pobreza y la pobreza media- que ya no aspira solamente a una mejoría en la distribución del ingreso, sino que persigue también una mayor distribución del poder político.

Informes económicos del Banco Mundial estarían demostrando que Brasil ya entró en un período de cambio político más allá del cambio económico. Brasil es uno de los pocos países de la región y del mundo, que exhibe una moderada redistribución del ingreso. Si bien existen informes indicando una disminución del tamaño de la clase media, -de un 42.5 % en 1981, a un 35.9 % en 2002, (Waldir Quadros)-, los datos del Banco Mundial (BM) muestran la tendencia de un no despreciable aumento del ingreso, en los tres quintiles intermedios. (BM; Poverty Net). Aún considerando la concepción errada que genera este tipo de cifras, es innegable que Brasil exhibe un quiebre en la «petrificación» del problema distributivo.

Según el BM, en 1987, los tres quintiles intermedios del inferior al superior, eran de un 5.63%, 10.21%, y 16.09%. En 2004, los mismos quintiles presentaban valores razonablemente superiores, tratándose de un país con las características de Brasil: 6.33%; 11.23% y 19.36%, desde el quintil inferior al superior. La tabla desagregada del segundo al octavo decil, muestra la misma tendencia hacia la redistribución.

Estas cifras confirman las informaciones, de que en el gobierno de Lula, la línea de la pobreza habría bajado. De hecho, el penúltimo decil, muestra que varió de un 1.59% en 1987, a un 1.72% en 2004. No obstante, el último decil de menos ingreso muestra un descenso de 0.92% en 1987, a 0.90% en 2004. Es en estos sectores, donde Lula apuntó los esfuerzos, no solo en el combate a la pobreza, sino en la forma de interpretar y hacer la política. Se está demostrando que el capital transnacional no puede funcionar con estados en desintegración. O, en sistemas políticos cerrados, o con bases de gobernabilidad desacreditadas con el tradicional verticalismo y autoritarismo, y si en la base la sociedad se descompone.

El ejemplo político de la India

En Brasil se puede presentar una situación similar a la que sucedió hace más de dos décadas en la India, en otra escala por cierto y con otras realidades. Bajo los gobiernos de Indira Gandhi – 1966-1977 y 1980-1984- antes del asesinato, India comenzó a mejorar los indicadores socioeconómicos en forma considerable.

Una de las claves fue la sustentación de políticas sociales y económicas en el tiempo y la duración de los programas y proyectos. Hubo por cierto un grado de autoritarismo, y los gobiernos de la legendaria Indira, estuvieron bajo una intensa crítica. Su partido el Congreso se partió en varios pedazos. Ella estuvo dos años y medio fuera del poder, en una asonada donde no se descarta que se intentó desestabilizar la India bajo los mismos parámetros desestabilizadores que hacían funcionar la guerra fría.

Sin embargo, India durante todo ese período, con dudas y cuestionamientos y bajo el acecho, sentó las bases de lo que sería más adelante y de lo que es hoy. Cual fue la clave: experimentar, sostener las buenas ideas en el tiempo, pero por sobre todo, abrir el espacio político. Todo se eso se pudo hacer a través de un nuevo diálogo con las transnacionales y las potencias extranjeras. En la época, eso no se entendía. Cuando se aplican las medidas del ajuste de los 80, el Gobierno Indio mantuvo las políticas sociales casi inalteradas, por casi una década, e inclusive hasta hoy día, la función maciza del estado en esas políticas, se sostiene, aún con los cambios en el gobierno. Pero había una estructura de base y esa es la que se generó con un Gobierno como el de Indira Gandhi, que también se le acusó en su tiempo de corrupto, autoritario y populista. El gran capital, de entonces ciego, políticamente marcado por el discurso de la confrontación, no podía absorber la idea de que políticamente no lo podía controlar todo, en sus términos.

Opiniones de analistas recogidas en medios masivos, señalan que Lula debe reordenar sus prioridades de liderazgo regional. Sugieren un supuesto avasallamiento de una izquierda que emerge en la región. Los dardos apuntan a Hugo Chávez, el nuevo lobo en una región donde abundan las Caperucitas Rojas. La agenda de Brasil que está pendiente en lo internacional, no está necesariamente, ni en su rol de poder regional, ni en su relación con Chávez, ni siquiera con los EEUU. Brasil tiene el talante para abordar una agenda de cambio global en el objetivo de la política, para hacerla más orientada al servicio de la gente, no de la rentabilidad del capital. Para eso ha iniciado esa ruta partiendo de su circuito interno: rectificar su deuda social. En esta misión debería tener muchos socios.

Brasil es un caso de estudio. El mensaje es claro: con medidas tecnócratas en la economía no basta. Con mejoras en el ingreso, en la educación y en la salud tampoco basta. Hay una necesidad de que las estructuras de poder se transformen, y que al menos exista una opción para formar flujos y bases de participación ciudadana en la confección de políticas.