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Estados Unidos

Seguridad Social: no está rota, que no la arreglen

Fuentes: Mientrastanto.e

Hace cuatro años Dean Baker y yo escribimos un libro titulado Social Security: the Phony Crisis (Seguridad Social: La crisis falsa; University of Chicago Press, 2000). Demostramos que no hay ninguna razón financiera, económica, actuarial o de cualquier otra clase para preocuparse por el futuro de Seguridad Social. Toda la teoría de que la Seguridad […]

Hace cuatro años Dean Baker y yo escribimos un libro titulado Social Security: the Phony Crisis (Seguridad Social: La crisis falsa; University of Chicago Press, 2000). Demostramos que no hay ninguna razón financiera, económica, actuarial o de cualquier otra clase para preocuparse por el futuro de Seguridad Social. Toda la teoría de que la Seguridad Social tendría problemas cuando se jubilara la generación del baby boom era una leyenda urbana… Que todavía dura.

Entre otros, la conservadora revista británica The Economist repasó el libro y estuvo de acuerdo. De hecho, nadie se ha atrevido a criticar lo que nosotros escribimos. ¿Cómo hubieran podido? Los datos que barajamos eran los mismos que utilizan los demás, incluso George W. Bush en su campaña presidencial. Proceden del informe anual de la administración de la Seguridad Social.

Esperábamos que nuestro libro acabara con todas las tonterías sobre cómo «arreglar» la Seguridad Social. Y ha habido algún progreso durante los últimos cuatro años. El pasado marzo, el consejo de redacción del New York Times declaró, por primera vez, que «aquéllos a los que les preocupa que la Seguridad Social no exista cuando se retiren están absolutamente equivocados».

Hace cuatro años, la idea de privatizar parcialmente la Seguridad Social tenía apoyo mayoritario en algunas encuestas. En parte como resultado de la actitud agresiva de los asesores de la derecha y los políticos respaldados por empresas de Wall Street, en pie de guerra para hacerse con los miles de millones de euros de la privatización. Esta gente no sólo ha convencido a la mayoría del público de que jamás recibiría prestaciones de la Seguridad Social, sino que además, incluso, podrían ganar más dinero en la bolsa.

En nuestro libro demostramos que lo segundo también es mentira. Demostramos aritméticamente, nadie se había molestado en hacerlo, que los precios de las acciones de aquel momento, artificialmente hinchados, eran incompatibles con todas las tasas económicas de previsión de aumento de beneficios. Tal como predijimos, reventó la burbuja bursátil y desaparecieron también muchos de los apoyos para privatizar la Seguridad Social.

Pero el equipo de Bush todavía sigue promoviendo la privatización. Su propuesta tiene varias riesgos: aumentaría nuestro déficit presupuestario federal que ya está en un nivel casi récord (en porcentaje sobre el total de la economía) Aumentaría enormemente los costos administrativos de Seguridad Social, que se substraerían de las posibles prestaciones. Expondría a los futuros jubilados a los riesgos de una bolsa de valores volátil que todavía sigue sobrevalorada, por la histórica fijación de precios en función de las ganancias.

Y minaría el apoyo político al mayor programa contra la pobreza de América al dividir a los futuros jubilados en dos grupos: el de los más ricos, que recibiría una gran parte de sus ingresos de la Seguridad Social privatizada, y el de la mayoría que no.

Quizás sea ese el propósito principal de los partidarios de la privatización: la Seguridad social no es un plan de pensiones sino un sistema de seguro social. Es un compromiso de la sociedad de una generación a otra. Todos pagamos y todos recibimos, porque nunca se sabe cómo será nuestra vejez. El programa también ofrece seguros de invalidez, viudedad y orfandad. La idea de que «vamos todos juntos» en la que se basa la Seguridad Social, siempre ha sido mal vista por aquellos que creen en que «cada palo debe aguantar su vela» y en la ley de la selva.

Actualmente la Seguridad Social está más sana financieramente de lo que lo ha estado a lo largo de casi toda su historia. Para cubrir el déficit que pudiera aparecer durante los próximos setenta y cinco años se requeriría menos de nosotros de lo aportado en cada una de las décadas de los años cincuenta, sesenta, setenta u ochenta. Todo lo que tenemos que hacer para salvar la Seguridad Social es impedir que los que pretenden privatizarla le pongan las manos encima.

¿Quién quiere recortar las prestaciones sociales?

A veces hay noticias que me hacen reír a carcajadas. Como ésta: «Con respecto a la Seguridad Social ­informó el New York Times la semana pasada­, el 45% afirma que no aceptaba la propuesta para permitir que se invirtiera en cuentas privadas los impuestos retenidos por la Seguridad Social; el 49% lo aceptaba». ¿Lo han pillado? La encuesta del NYT/CBS que citamos le preguntaba a la gente si les gustaría poder decidir sobre lo que se hacía con sus impuestos. Naturalmente casi la mitad de los entrevistados respondió que sí. Lo que los encuestadores omitieron inadvertidamente es el otro aspecto de la cuestión: los enormes recortes en las prestaciones de la Seguridad Social.

Así sería según el segundo Plan de Reforma de la mal llamada «Comisión del Presidente para Fortalecer la Seguridad Social». Esta privatización parcial significaría una pérdida considerable de beneficios para la mayoría de los americanos. Con este plan, una persona de 20 años que comienza a trabajar perdería el 34% de sus beneficios esperados. Eso significaría casi cien mil euros de la jubilación de toda una vida. Aunque tendrían la oportunidad de recuperar, por término medio, aproximadamente treinta y seis mil euros con una cuenta individual… con tal de que la bolsa no haga aguas justo al jubilarse como en el 2000-2002.

Para la próxima encuesta, propongo una pregunta más exacta: ¿le gustaría ver recortadas sus prestaciones de jubilación de la Seguridad Social en un 34% y tener la posibilidad de arriesgarse a recuperar una parte con una cuenta privada? Eso es para los trabajadores jóvenes. Los recortes disminuyen al aumentar la edad, pero el plan conduce a una pérdida neta a la inmensa mayoría de americanos.

¿Cuántas personas piensa usted que dirían sí a un trato como ese? Resulta que ése es el trato que el presidente Bush parece estar ofreciendo. Su comisión, que a diferencia de otras, está repleta de gente que favorece la privatización, propuso tres planes. Explícitamente Bush no ha escogido ninguno, pero poco después de las elecciones de noviembre, indicó que él está hablando sobre el Segundo Plan de Reforma.

Note a periodistas que escriban sobre este problema: pongamos las cartas boca arriba. Los grandes recortes son para crear cuentas privadas. ¿Pero eso para qué? ¿Para que la gente pueda invertir en acciones una parte de los impuestos de la Seguridad Social? Nosotros ya tenemos varios medios por que las personas coloquen sus ahorros libres de impuestos en la bolsa de valores, en planes de pensiones o de jubilación. Y sin embargo, todavía menos del cinco por ciento de empleados aprovecha plenamente esa posibilidad.

Sería una buena idea que el gobierno Federal hiciera más universales y más baratos los planes de pensiones. Pero para lograrlo no hay ninguna necesidad de hacer una incursión en la Seguridad Social, y recortar sus prestaciones.

Tampoco hay ninguna razón para «arreglarla» pronto. Según los datos utilizados por todos, incluso por la Comisión del Presidente, la Seguridad Social puede pagar y hacer frente a todos sus compromisos de los próximos 38 años sin necesidad de ningún cambio. La no partidista Oficina del Presupuesto del Congreso ha elevado esa estimación a 48 años. Desde cualquier punto de vista, la Seguridad Social está en la mejor forma financiera de sus 69 años de historia.

Cualquier déficit que pudiera presentarse dentro de cuarenta o cincuenta años es fácilmente manejable, más que situaciones del pasado en las que teníamos ingresos mucho menores.

Los «reformadores» de la Seguridad Social se han pasado los últimos quince años convenciendo a la mayoría del público de que la Seguridad Social está en una situación desesperada. Ahora nos ofrecen un plan que recortará las prestaciones, aumentará en cientos de miles de millones nuestro ya enorme déficit presupuestario federal y aumentará los costes administrativos de la Seguridad Social en más de diez veces. ¿Para que?

Mark Weisbrot es co-director del Center for Economic and Policy Research, Washington, D.C. (http://www.cepr.net/), y co-autor con Dean Baker, de Social Security: the Phony Crisis (2000, University of Chicago Press).