Este verano se cumplirán cuatro años desde que los indicadores financieros activaron las alarmas y encendieron los focos rojos. El colapso del mercado hipotecario en Estados Unidos, así como la crisis financiera que le seguiría, fueron correctamente diagnosticados por unos cuantos analistas. La mayoría de los funcionarios en las agencias regulatorias estaban dormidos en sus […]
Este verano se cumplirán cuatro años desde que los indicadores financieros activaron las alarmas y encendieron los focos rojos. El colapso del mercado hipotecario en Estados Unidos, así como la crisis financiera que le seguiría, fueron correctamente diagnosticados por unos cuantos analistas. La mayoría de los funcionarios en las agencias regulatorias estaban dormidos en sus puestos cuando en 2007 las cifras ya no permitieron el dulce sueño de la negación. La crisis reventó con toda su ferocidad en la segunda mitad de aquel año.
A cuatro años de distancia, la prensa internacional de negocios y los gobiernos de las principales economías capitalistas afirman que estamos en plena recuperación. En Estados Unidos se proclamó la terminación de la recesión desde junio de 2009. Se ha dicho que la Unión Europea resistió un poco más frente a la crisis, pero que también ha sido más lenta para superarla. Se ha aprovechado la crisis para destruir lo que queda del estado de bienestar y hoy los organismos oficiales de la UE afirman sin cesar que la recuperación se consolida. Constantemente se nos recuerda que Alemania, el motor de la economía europea, mantiene un crecimiento robusto.
Claro que las cosas no son tan sencillas. La economía estadunidense, por ejemplo, acusa un crecimiento positivo, pero la tasa de desempleo abierto regresó a 9 por ciento el mes pasado. Lo peor es que la medida del desempleo disminuyó porque muchos desocupados han abandonado la búsqueda de empleo, con lo cual oficialmente dejaron de ser desempleados. Si corregimos el indicador para tomar en cuenta a este segmento del mercado laboral, así como los empleados a tiempo parcial que están buscando un empleo de tiempo completo, resulta que el desempleo aumenta hasta 20 por ciento, lo que es un escándalo de magnitudes históricas. Es decir, la economía de Estados Unidos experimenta hoy un nivel de desempleo comparable con el de una depresión económica. El verdadero número de desempleados oscila alrededor de 22 millones de personas. El número de individuos que recibe ayuda a través del sistema de estampillas de alimentos (food stamps) rebasó los 44 millones.
Las estadísticas sobre desempleo de la Unión Europea (UE) y de la eurozona tampoco pintan un paisaje agradable. En la UE la tasa de desempleo supera 9.4 por ciento, mientras que el nivel de jóvenes desocupados rebasa 20 por ciento. En la eurozona el desempleo abierto hoy es de 9.9 por ciento. En total, el número de desempleados en la UE es de 22.8 millones, de los cuales 15.6 están en los 17 países de la eurozona.
En Europa persisten las dudas sobre la vitalidad y hasta la supervivencia del euro. Los casos de Portugal y Grecia, así como el escándalo por la intervención de Geithner para torpedear un posible acuerdo entre el FMI e Irlanda, recuerdan que las aguas todavía están agitadas.
Muy poco se ha hecho para reformar el sistema financiero y al menos tratar de frenar sus peores abusos. En Estados Unidos las tímidas reformas de la ley Dodd-Frank y la llamada Regla Volcker que restringe las llamadas operaciones por cuenta propia (pero con recursos de sus clientes) están siendo evisceradas por las excepciones y ventanas para la elusión que se abren en la redacción de los reglamentos correspondientes. Peor aún, las operaciones de los bancos con sus promesas de pago y otros derivados hacen del multiplicador monetario de los bancos un verdadero monstruo, mucho más poderoso que el que existía hace 10 años.
Pero los medios de desinformación masiva siguen machacando el mensaje: después del susto, ya estamos en camino de recuperar la normalidad. Si esta es la recuperación, ¿cómo será la normalidad?
Sus principales características son las siguientes. Primero, una desigualdad extrema y creciente. Las últimas tres décadas han sido testigo de una concentración de riqueza e ingresos en los deciles superiores, mientras el resto vio sus ingresos reales estancarse o caer incontrolablemente. Todo esto engendra, por supuesto, pobreza, hambre y enfermedades.
Segundo, una degradación de las condiciones laborales por donde lo quieran mirar: trabajo mal pagado, precario, bajo condiciones insalubres. Tercero, una extraordinaria concentración de poder económico en manos de empresas gigantescas. Todo esto bajo el dominio creciente del capital financiero que sigue marcando las prioridades de la asignación de recursos en materia fiscal y financiera.
Cuarto, una degradación ambiental que se intensifica en todas las dimensiones. El cambio climático es quizás la más visible. La extinción masiva de especies es disfrazada bajo el término menos alarmante de perdida de biodiversidad. Crisis de agua y de sobre pesca, erosión de suelos, etcétera.
El mundo de antes de la crisis no se ha acabado. Su normalidad sigue siendo el referente clave en la respuesta de política económica frente a la crisis. Pero ¿quién quiere esta normalidad del infierno?
http://www.jornada.unam.mx/2011/05/11/index.php?section=economia&article=027a1eco