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Colombia y el Tratado de Libre Comercio

Si por la agricultura llueve, por la industria no escampa

Fuentes: ArgenPress

A una semana de iniciarse la penúltima ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio en Tucson (Arizona) existe consenso en que el sector rural colombiano, de concretarse el acuerdo según las imposiciones estadounidenses de un comercio ventajoso apalancado en multimillonarios subsidios internos, es un claro perdedor.Pero no existe igual percepción con relación a la […]

A una semana de iniciarse la penúltima ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio en Tucson (Arizona) existe consenso en que el sector rural colombiano, de concretarse el acuerdo según las imposiciones estadounidenses de un comercio ventajoso apalancado en multimillonarios subsidios internos, es un claro perdedor.

Pero no existe igual percepción con relación a la industria. Aunque una porción es filial de firmas multinacionales o contratista de ensamble o maquila de grupos internacionales, la opinión debe conocer que los ‘acuerdos preliminares’ que han cuajado en las mesas, en especial en la de ‘Acceso a Mercados’, van configurando un nuevo embate contra el débil y sobreviviente aparato industrial colombiano. Esto se desconoce ya que los dirigentes del gremio manufacturero lo ocultan pues se declararon ‘ganadores’ desde el inicio de las conversaciones.

Cosa distinta es lo que está aconteciendo. Colombia ya aceptó importaciones sin arancel de mercancías Usadas, lo cual incluye Saldos, Remanufacturados, Piezas de Desensamble, Desechos, Residuos y Desperdicios. Es decir, el país convino la importación de ‘basura’ a precio de quema en áreas como llantas, automóviles, metalmecánica, autopartes, electrodomésticos, muebles, repuestos, vestuario y electrónica, propiciando una ‘guerra irregular’ a productos de pequeñas empresas.

Con relación a la manufactura en general, se aprobó desde Atlanta en la segunda ronda, que en plazo máximo de diez años todos los artículos industriales, materias primas, insumos semielaborados y partes, vendrán acá con arancel igual a cero. Esto crea una competencia desproporcionada, ante la evidente superioridad gringa en este campo, y además imprime a la industria colombiana un rumbo definitivo hacia la maquila, por la cual la producción, para el mercado interno o para la exportación, dependerá de los insumos importados de Estados Unidos. Se dedicará únicamente a aportar el valor de la mano de obra barata si es que se desea rivalizar con las decenas de países donde los gringos están montando talleres similares, en lo que Robert Zoellick con cinismo llama una ‘competición por la liberalización’.

Estados Unidos exige para asegurar ese pérfido designio en las negociaciones, a través de lo que se conoce como Normas de Origen, que las materias primas con las cuales se fabriquen las mercancías de consumo final, vengan exclusivamente de los países signatarios del TLC si es que desean gozar de las ventajas que de él se deriven. Quiere decir que terceras opciones para proveerse de distintos orígenes (como Europa, MERCOSUR o Asia) que algunas industrias colombianas usan y que les permiten gozar de privilegios dentro de lo que se llama Plan Vallejo, desaparecen. No es difícil percatarse de la celada que se tiende así a la industria colombiana, trampa que se trata de camuflar diciendo que ‘el 95% de las posiciones arancelarias tendrá acceso inmediato al mercado más grande del mundo’, apenas se inicie el Tratado. No se dice a qué costo se está transando tan publicitado ‘beneficio’ y cuál es su cuantificación, si se sabe que, como preferencias en el marco de la APTDEA, el valor de tal ventaja no supera, según el economista Germán Umaña, los 25 millones de dólares. Una insignificancia frente al inmenso daño que se ocasiona y a la erosión de trabajo, patrimonio y esfuerzos que se gesta.

La propuesta colombiana de una salvaguardia industrial especial para contener la hecatombe fue rechazada por Estados Unidos y, así, la desprotección es total. La industria gringa también percibe cuantiosos subsidios en especial por la vía de la Enmienda Byrd, que traslada recaudos de tributos aduaneros a las empresas. Como colofón, el ministro de Comercio, Jorge H. Botero, desde Pereira y por televisión, ante ingenuas solicitudes de ACOPI para contratar créditos favorables en aras de ‘prepararse’, sentenció que ‘sin capitales propios nada hay por hacer’, ‘que los sueños, sueños son’; igual que cuando calificó ‘un despropósito producir automóviles en el marco del TLC’. ¿No es peor lo de la industria que lo de la agricultura? Sí, sólo que está encubierto por el descaro de sus jefes de gremio. Hay que denunciarlo así.

Nota: Si alguien conoce las hazañas financieras de Morris Harf son los cafeteros risaraldenses. En colaboración con laxos administradores acabó con la Corporación Financiera de Occidente. Pese a esto, es beneficiario de concesiones oficiales como conspicuo elemento de Patria Nueva, grupo que propende reelegir al ‘régimen contra la politiquería y la corrupción’.