Un estudio ha concluido que en el Reino Unido 5,1 millones de personas están sobrecualificadas para su trabajo. Licenciados haciendo labores de obreros, maestros repartiendo paquetes y carreras prometedoras estancadas por la maternidad o la enfermedad: así es cuando el mercado laboral no reconoce talento ni habilidades
¿Qué hacer con los trabajadores sobrecualificados? EFE
Según un estudio del Instituto de Investigaciones de Políticas Públicas, el número de personas en el Reino Unido que están sobrecualificadas para su trabajo ha aumentado casi un tercio desde 2006. Les pedimos a nuestros lectores que nos cuenten cómo se sientenen esta situación y qué se podría hacer para asegurarse de que las habilidades de los empleados se aprovechan al máximo. Algunos nombres han sido modificados para proteger el anonimato de los testimonios.
«Siento que estoy desperdiciando mi vida» Tony, 43 años, obrero, Londres
Soy licenciado en Historia del Arte, tengo un HND (higher national diploma) y formación en diseño gráfico. He trabajado como diseñador de tapas de libros, he sido encargado de varios restaurantes con hasta 40 empleados a mi cargo, incluso trabajé cuatro años en una importante casa de remates haciendo investigación y escribiendo los catálogos.
Si bien disfruto las exigencias físicas de mi trabajo, me siento intelectualmente desaprovechado. Siento que soy un desperdicio y que todo lo que he hecho fue para nada. Me echaron de mi trabajo en octubre y después de cinco meses de buscar trabajo sin éxito, no tuve más remedio que aceptar este trabajo por motivos económicos. Me siento tremendamente frustrado por las agencias de empleo que no me han ayudado para nada ni han sido respetuosas conmigo. Soy una persona agradable, tengo experiencia en muchos campos, soy muy trabajador, pero siento que estoy desperdiciando mi vida.
«Ya no confío en mis habilidades» Sarah, 26 años, asistente de marketing, Sheffield.
Tengo un título en Filología Alemana y Lingüística. Tuve varios trabajos antes de encontrar un empleo de media jornada para poder hacer una maestría. Se suponía que este trabajo no tenía por qué ser importante a nivel profesional, pero me podía aportar cierta experiencia en el ámbito comercial mientras continuaba con mis estudios. Me dijeron que además de mis tareas diarias tendría oportunidades de aprender más y trabajar junto al director. Sin embargo, ya han pasado casi tres años y esas oportunidades no han aparecido.
Parece que las empresas no quieren entrenar al personal en cuestiones que beneficiarían tanto a la empresa como al empleado. Les parece costoso en términos del dinero y el tiempo invertido. Están equivocados. Si los trabajadores sobrecualificados pudiéramos aprender otras cosas en una empresa, en un área de nuestro interés, esto generaría más lealtad y le permitiría a las empresas cubrir puestos con gente que ya conoce la organización. Ahora soy improductiva porque estoy aburrida y no tengo desafíos. Mi jefe es muy celoso de su trabajo y de sus habilidades porque la empresa es pequeña y hay una falta general de confianza, a pesar de las promesas vacías con que me responden cuando expreso mi deseo de aprender y de tener tareas más demandantes. Cada día me siento más resentida y ya no confío en mis habilidades. A veces es muy desmoralizador. Por suerte, este octubre comienzo el doctorado.
«Las empresas británicas no valoran a sus empleados ni los ayudan a desarrollarse» Simon, 55 años, repartidor de paquetes, Coventry.
Cuando comencé en mi actual empleo, trabaja además como freelance en informática, pero lo dejé de lado porque no me parecía apropiado para mí ni me hacía bien hacer las dos cosas. También tengo título de maestro, pero no soy muy bueno en ese trabajo. Mi situación me hace reír y llorar. Río porque ahora gano más dinero que muchos maestros en un trabajo para el que, técnicamente, no hay que tener ninguna habilidad. Lloro porque con la «inflación de cualificaciones», ahora mis títulos no valen tanto como para entrar en un programa de desarrollo para estudiantes avanzados en la empresa donde trabajo.
Creo que las empresas no piensan en sus empleados como un recurso que deben valorar y desarrollar. Estar sobrecualificado significa que nadie quiere contratarte considerando las cualificaciones que tienes. En el Reino Unido significa «pues, mala suerte», cuando en realidad debería ser una oportunidad para la empresa el poder entrenarte como quieran, o quizás podrían ofrecer un contrato con una cláusula de formación.
«Casi nunca tengo la oportunidad de utilizar mis habilidades más importantes» Kim, 52, administradora, Plymouth.
Tengo tres certificados de estudios completos, varios HNDs sobre dirección de proyectos y negocios y 15 años de experiencia en trabajos donde estuve a cargo de grandes proyectos. Me encanta la organización de caridad para la que trabajo y me apasiona lo que hago, pero la combinación de una organización donde los roles son muy estrictos y las exigencias cada vez mayores con recursos muy limitados hace que casi nunca tenga la oportunidad de utilizar mis habilidades más importantes, lo cual es muy frustrante. No creo que exista una solución universal. Según yo lo veo, esto afecta a cuatro grupos en particular: los recién titulados, los trabajadores mayores de 40 años, cualquiera que haya dejado de trabajar por un tiempo (por maternidad o un problema de salud) y cualquiera que necesite trabajar menos horas o en horario flexible.
En mi caso, perdí una carrera prometedora por la depresión y me mudé a una zona donde la economía gira en torno a empleos no cualificados. No se pueden crear mágicamente empleos para todas las personas cualificadas (y ahora muchas empresas piden una titulación cuando hace 20 años bastaba con tener acabado el instituto). Tampoco se puede obligar a las empresas a tener menos prejuicios con aquellas personas que están por fuera de sus expectativas. Lo que sí podemos hacer es prohibir las prácticas sin sueldo y fortalecer las leyes contra la discriminación. También ayudaría el financiamiento adecuado de los servicios públicos, ya que solían ser un lugar ideal para candidatos menos tradicionales.
Traducido por Lucía Balducci