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Simbiosis y fagocitosis: escenas de la tragedia brasileña

Fuentes: Jornal do Brasil

Traducido para Rebelión por Hugo Scotte

Lo que ha pasado en el estado de Pará, el asesinato de Dorothy Stang y otros sindicalistas es una foto más, triste y brutal, de la tragedia brasileña en el campo. Al contrario de lo que ocurrió en países como Inglaterra y Francia – para citar los ejemplos clásicos de construcción de la sociedad burguesa moderna – en Brasil no existió un proceso de democratización de la estructura fundiaria.

Somos una especie social que se aproxima más al camino (casi) prusiano, medio gatopardista, donde todo parece cambiar para que de hecho se mantenga como está, para que nada sea de hecho alterado. Nos parecemos un poco más a la vieja Alemania, que se modernizó preservando lo viejo y destruyendo cualquier accionar de lo nuevo. O tal vez estemos más cerca de Italia y su cuestión meridional. Pero la diferencia es que tenemos una génesis colonial, que creó una clase dominante dependiente y subordinada, al mismo tiempo cobarde con «los de afuera» y brutal con «los de abajo».

Lo que caracteriza la llamada «modernización brasileña» del siglo XX, fue una simbiosis muy perversa entre lo arcaico y lo nuevo, entre lo rural y lo urbano, atando los nudos entre el atraso y lo moderno, uno dependiendo de la existencia del otro, para que se perpetuaran ambos. Así fue que se dio nuestro acto industrializador, por medio de la articulación compleja entre la industria y las formas arcaicas de explotación. Basta pensar en los degradantes niveles de nuestro salario mínimo nacional. La expansión del sudeste brasileño siempre careció de un noreste, donde florecía y reinaba la gran propiedad, la industria de la sequía, la miseria, el ejército sobrante de fuerza humana barateada. Y ese escenario se mantiene hasta hoy. Desde Deodoro hasta el final de la Vieja República, desde Getúlio Vargas hasta la dictadura de los militares. De Collor a Lula. Las oscilaciones y diferencias son siempre contingentes y nunca estructurales.

Algo similar ocurrió en el norte, donde se preservó una estructura altamente concentradora de propiedad fundiaria, predadora, bajo el comando de las fuerzas del sudeste o de intereses foráneos, todo eso combinado con el abandono histórico y secular del Estado notarial, todo privatizado.

La extracción de caucho a principios del siglo XX, la construcción del ferrocarril Madeira-Mamoré, siempre bajo la dirección del capital extranjero. También el intento de modernización industrial bajo la dictadura militar – tomemos como ejemplo la creación de la Zona Franca de Manaus – que trató de construir una industria de «caja negra», como fue denominada en ese entonces, en alusión a la producción de electrodomésticos, en medio de la selva. Terminó prevaleciendo la explotación predadora, no se impulsó una producción compatible con la región y el pueblo que trabaja allí.

Lo que vemos, durante tantos años, es un proceso destructivo, en el cual los terratenientes y madereros no aceptan el carácter público de las tierras y terminan por forzar a los más diferentes gobiernos y administraciones locales a permitir la explotación privada de la tierra, de la madera, a través de la ocupación fraudulenta de tierras públicas y de mecanismos que nos aproximan de una tierra sin ley. Los asesinatos, entonces, parecen la regla; su castigo, la excepción. De acuerdo a datos de la Comisión Pastoral de la Tierra, en las últimas dos décadas, de los casi 1.500 asesinatos en conflictos agrarios, sólo poco más del 7% de los crímenes fueron juzgados, apenas 64 ejecutores y 15 mandantes sufrieron condenas. Es un ejemplo cabal de la impunidad completa, del imperio del crimen, de la sumisión estatal, de la ausencia de justicia, en gran parte bajo el control del latifundio.

Y el gobierno de Lula, en lugar de mover la estructura de las piezas, para enfrentar de raíz la cuestión agraria, se mantiene prisionero del abanico de fuerzas que construyó, de la política que diseñó, sufriendo un franco proceso de erosión y descomposición. Imaginar que la «cuestión social pueda convertirse en asunto policial» -reinvirtiendo también en este punto al viejo getulismo -, pensar que la cuestión de la tierra, en Pará o en cualquier otro lugar del país, pueda ser resuelta como un caso policial (aunque sea militar), es abusar de la paciencia histórica del pueblo.

Se esperaba, por el origen social de Lula, por haber sido catalizador de luchas sociales por más de dos décadas, que su victoria pudiese permitir un rediseño de los engranajes de nuestra dominación, de manera tal que lo arcaico pudiese ser atacado y lo nuevo rediseñado.

Ocurrió lo contrario: la simbiosis entre lo arcaico y lo moderno se mantiene y llevó al gobierno Lula a una etapa avanzada de fagocitosis.