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Tercer congreso del PT

Sin cambiar la estrategia, ¿qué es lo que cambia?

Fuentes: Prensa de Frente

La política producida y gerenciada por el «Campo Mayoritario» y sus principales dirigentes, vista a partir de lo que sugiere aquella pregunta, solo conduce a los trabajadores y al pueblo a una fragorosa catástrofe: la descaracterización política (de clase), provocada por unos pocos, de un instrumento de lucha indispensable y cuya construcción costó el esfuerzo […]


La política producida y gerenciada por el «Campo Mayoritario» y sus principales dirigentes, vista a partir de lo que sugiere aquella pregunta, solo conduce a los trabajadores y al pueblo a una fragorosa catástrofe: la descaracterización política (de clase), provocada por unos pocos, de un instrumento de lucha indispensable y cuya construcción costó el esfuerzo de tantos.

El Tercer Congreso, es preciso que quede claro, aconteció en medio de una estruendosa derrota del PT, en cuanto partido, si tenemos como referencial de evaluación un partido de trabajadores como herramienta política de conquistas de esa clase lo que, en la realidad brasileña e internacional, hoy, implica ser capaz de avanzar en, o por lo menos de señalar, una dirección de cambios estructurales en interés de la clase que se dice o se pretende representar. Y cambios estructurales, para una organización en la que todas las corrientes -inclusive el CM- reafirman en sus 12 tésis la cuestión del «socialismo democrático», implica necesariamente discutir el tema de las relaciones de propiedad y el de la concentración de las riquezas. O hablamos de esto, o nos sumergimos en el campo del forcejeo y el macaneo.

La estrategia perseguida desde siempre por el PT-CM define como terreno principal para dar sus luchas el de las instancias institucionales, partiendo del principio de que, para la realización de cambios estructurales (suponiendo que en algún momento el CM haya querido hacerlas, pero no del todo convencido que así haya sido) se trata de conquistar el Gobierno, la presidencia de la República. Objetivo enunciado ambiguamente, a veces como «llegar al Gobierno», otras como «llegar al Poder», una ambigüedad casi nunca inocente pero que, si lo fuera, revelaría en sí misma la falta de preparación de sus lideranzas para formular políticas.

Pero, si hablamos en serio, la incompetencia en la formulación de la estrategia es más grave que la ambigüedad apuntada más arriba. Incluso suponiendo, sólo a los efectos de un ejercicio de raciocinio abstracto, que el CM tiene la intención de proceder a tales cambios estructurales, lo más espantoso y aterrador es la propia definición del terreno principal de lucha: la institución, donde el enemigo es más fuerte. Un viejo principio del arte de la política y de la guerra dice que siempre debemos tratar de llevar al enemigo a combatir en el terreno en el que somos, o podemos llegar a ser, los más fuertes, subordinando las luchas en otros frentes a las necesidades de avance y consolidación de las luchas entabladas en el terreno definido como principal. Por lo menos en el contexto en el que vivimos, nos parece obvio que nuestro terreno privilegiado de lucha es el de las calles y las plazas; es decir, el de la organización y expresión del pueblo organizado, de los trabajadores reunidos en sus organizaciones clasistas, autónomas e independientes, ya sean de carácter sindical, barrial, rural o cualquier otro.

La estrategia del PT-CM invierte la ecuación. ¡Cuánta incompetencia!, es la primera expresión que se nos ocurre: colocar el eje de la lucha en el terreno en el que la clase trabajadora y el pueblo son más débiles, subordinando el desarrollo de las organizaciones y luchas de masa a los intereses de la institución controlada por adversarios y enemigos.

Las clases dominantes lo son y ejercen su hegemonía porque están organizadas de manera capilar, en las empresas, en las asociaciones y sindicatos patronales, en partidos, en clubes rotarianos y otras masonerías. Disputar poder, disputar hegemonía es disputar la capacidad de construir esa capilaridad organizada. No es posible imaginar que, abandonando la tarea de construir y fortalecer las organizaciones y movimientos independientes de los trabajadores y del pueblo, seremos capaces de disputar, más allá de la formalidad de los cargos conquistados en las instituciones, la conducción de los destinos de la República. Aclaro: de disputar como clase el destino político de la República.

Pero fue bajo la batuta de los dirigentes del CM que el PT consiguió la proeza de elegir un gobierno democrático y popular en pleno reflujo de los movimientos y organizaciones de los trabajadores y el pueblo, contrariando todo lo que enseña desde siempre la historia política, y política es la lucha de clases, de fracciones, sectores, segmentos de clase en la defensa y pelea de sus intereses. Esto es: el Partido de los Trabajadores llega a la presidencia de la República sin movimientos populares fuertes, sin la clase trabajadora en la escena. ¡Milagro!, pensamos luego, abandonando los saberes acumulados al respecto, y entregándonos a especulaciones mágicas, o a tortuosas teorizaciones ad-hoc para justificar el «milagro». Siempre hay uno que otro teórico esperando turno para el malabarismo circense de circular en torno del «poder» a cualquier precio, aunque después de usado y dejado de lado se arrepienta.

Descartada por lo tanto la necesidad de hacer alianzas con las bases que, organizadas, son el sujeto de las transformaciones estructurales supuestamente pretendidas, y sin el concurso de las cuales nada sucederá en esa dirección, se pasa al nuevo capítulo: el de «garantizar la gobernabilidad». Pero las bases originales del PT -los trabajadores organizados de la ciudad y del campo- no están desorganizadas o debilitadas solo como consecuencia de las transformaciones del mundo del trabajo y el desconocimiento de cómo se reorganizó, argumentos que constituyen la industria de la justificación para la inercia y el bloqueo político de muchos dirigentes y que ya se repite desde hace dos generaciones de trabajadores. Sucede que en la lógica electoralista-institucional que preside la estrategia definida por el CM no son las que cuentan esas antiguas bases que, organizadas, fueron sujeto político y fundaron el PT. En el proyecto político del CM, no solo no interesan sino que también molestan. El camino fue el de cooptar lo que podía ser cooptado en el nivel de sus direcciones y abandonar «el resto» a su propia suerte, o a la reforma laboral que se anuncia. En la más vieja manera de hacer política, lo que decide las elecciones en Brasil -además de la flor y nata de la élite, y por eso mismo- son los «corrales» de los «coroneles» y oligarcas: los más miserables, desorganizados, reducidos a la condición de «clientes». Es decir que, para concretar su proyecto, el CM cambió la base social del partido. Y no podría haber sido de otro modo. Si algunos aspectos importantes de la política de alianzas que llevó al partido a la presidencia permanecieron ocultos, la construcción de la «gobernabilidad» se hizo a plena luz. Se escogió llegar al gobierno con un supuesto programa democrático y popular -declaración genérica de intenciones que la «Carta a los brasileños» de 2001 ya desmintió desde el vamos- y ya todos conocemos los resultados-.

En cuanto al asunto de la «privatización» de los fondos públicos por parte del partido y/o algunos de los dirigentes del CM, si bien es un asunto gravísimo es ocioso discutirlo si no se discute la estrategia. El problema está umbilicalmente ligado a la estrategia elegida: llegar al gobierno al compás del descenso de las luchas populares y de los trabajadores solo es posible con la utilización de las mismas armas de la vieja política de siempre. Métodos, ética y moral no existen por separado; son partes inseparables del proyecto y de sus programas, y les imprimen su verdadera naturaleza.

O sea: si el Tercer Congreso del Partido de los Trabajadores no fue capaz de dar pasos en el sentido de un giro radical de su estrategia, habrá sido un rito vacío, apenas una legitimación de lo que viene siendo impuesto desde hace más de dos décadas por el CM, y cuya verdadera cara ahora queda al descubierto.

Y no olvidemos: los dirigentes del CM son responsables de todas estas mudanzas en la ruta del PT y, aunque aparentemente incompetentes para conducir el partido en una política de garantía de los derechos y conquistas de la clase trabajadora y sus aliados, el pueblo, se mostraron extremadamente talentosos y competentes para garantizar, a partir de ese instrumento creado al servicio de los intereses de la clase trabajadora, la implementación y la consolidación de reformas y políticas neoliberales. Con toda certeza es ésa la victoria que cantan.