A una inteligencia por-venir No es una excepción ni una contingencia; el silencio programado, la brevedad y la asepsia informativas tras el atentado de Estambul, nos puso a los europeos, de nuevo, en evidencia, por silencio doloso y cómplice. Al atentado le ha seguido, casi instantáneamente, otra serie concatenada de atentados en la capital de […]
A una inteligencia por-venir
No es una excepción ni una contingencia; el silencio programado, la brevedad y la asepsia informativas tras el atentado de Estambul, nos puso a los europeos, de nuevo, en evidencia, por silencio doloso y cómplice. Al atentado le ha seguido, casi instantáneamente, otra serie concatenada de atentados en la capital de Bangladesh, daca, en concreto en la principal mezquita de la ciudad de Medina; también en Arabia Saudí – después de un intento fallido en Quatif – y en la capital de Irak, Bagdad, el 4 y el 7 de Julio respectivamente. Por supuesto, también el silencio, la brevedad y la asepsia informativa compaginada con el ruido de centenares de tertulianos expertos en nada, ha sido la norma.
Recuerdo perfectamente los días -tensos- de los atentados en la sede del diario satírico francés Charlie Hebdo. Recuerdo, también, los días postreros a los últimos atentados en la red de metro de Bruselas, la capital belga, así como los días posteriores al atentado de París, en el restaurante Petit Cambodge: justo al día siguente todos los medios de comunicación audiovisuales, los informativos y la prensa escrita, al unísono, amanecían con titulares y rapsodias llenos de trágica y patética grandilocuencia. Casi parecía que eran todos los ministerios del interior de Lady Europa los que hablaban a través de las bocas de los tertulianos oficiales de cada reino de taifa del continente, y también, quienes escribían las columnas de opinión, las crónicas apresuradas just in time de la prensa escrita del Reino de España y las sesudas propuestas en diplomacia y política exterior sobre la conveniencia de garantizar ante todo la seguridad en el «mundo libre» y predisponer a todo el sistema securitario Europeo a la caza y captura del terrorismo islámico a cualquier precio y con cualquier método de intervención. Sin importar las consecuencias.
Puedo entender el tono solemne ante tamañas carnicerías humanas, cuando se verbalizan en caliente. Puedo entender la rabia y el deseo de aniquilar a los asesinos. Lo que no puedo compartir es el efecto rebote y en cadena: la visceral islamofobia extendiéndose por el ecosistema cultural de Europa, a pesar de los esfuerzos de las comunidades islámicas en Europa por condenar al unísono el atentado y responder, al mismo tiempo, a la ola mediática socializada de paralizadores estereotipos sobre lo que el Islam es, debe ser o puede llegar a ser, o sobre cual, incluso, es su auténtica naturaleza totalitaria. No faltó tampoco a la cena el argumento-estrella: los países árabes son incapaces de entender nuestro legado. Legado que, al parecer, es monopolio intelectual de los Europeos, de los europeos y de nadie más que los europeos. A saber: lady democracia y los derechos humanos.
Dejando de lado lo que de ideal radicalmente clásico tiene la palabra democracia, y huyendo de las moderneces conceptuales que justifican la necesidad de administrarla a cuentagotas hacia abajo, supeditándola hacia arriba a los consejos de administración del reino transnacional globalizado – y, más en concreto, del reino transnacional globalizado euro-americano -, cabría reflexionar de nuevo, y mucho, sobre un tic discursivo que siempre resalta – y digo si-em-pre – en perspectiva comparada: cuando los atentados suceden aquí, en el lebensraum Euroamericano, la parálisis institucional y la compulsión informativa es escalofríante hasta que el orgasmo de rabia y odio amaina una semana después, cuando los posos del mismo ya han sido convenientemente sembrados. Sin embargo, cuando los atentados suceden allí, en el lebensraum oriental, el tono informativo, su cantidad y precisión, se difuminan en menos de dos días.
El mensaje es siempre claro cuando el miedo llama a la puerta de las inmarcesibles instituciones de occidente: ¡SOS!, nuestro mundo, nuestra forma de vida, nuestra civilizatio, debe ser defendida a capa y espada de su mundo; un mundo en el que reina el caos y en el que, supuestamente, casi todos odian en su integridad a Lady occidente, un mundo en el que, supuestamente, reina siempre el caos las 24 horas del día, y en el que, supuestamente, se odia también, integralmente, a los fundamentos filosóficos y políticos formales necesarios para la construcción de una sociedad laica y democrática.
Lo más cómico de esta batería de estereotipos es que podrían aplicarse también al espacio geopolítico del occidente euro-americano, que de gestión democrática y laicidad no puede dar, precisamente, muchas lecciones. Y lo más cómico del supuesto anti-occidentalismo o anti-euroamericanismo de los países árabes y del Islam – muchas veces, repetidamente, se da por supuesto que la arabidad y el Islam son una y la misma cosa, y por si no fuese poco, se proyecta sobre ambos esencias identitarias inmutables – es que no tienen fundamento antropológico alguno: basta con observar la antropología cultural cotidiana en muchas ciudades de muchos países árabes y occidentales, en perspectiva comparada, y caer en la cuenta de que es rotundamente imposible captar elementos absolutamente diferenciadores entre lo que es característicamente occidental y lo que es característicamente oriental, o característicamente árabe y característicamente islámico. Toda creación, material y simbólica, humana, tiene elementos de algo viejo, por muy nueva que quiera autoconsiderarse. Toda creación, material y simbólica, humana, tiene también semejanzas con algo otro, por muy idéntica a sí misma que quiera autoconsiderarse. Y sí, toda creación, material y simbólica, tiene también momentos de continuidad y momentos de ruptura a lo largo del tiempo. Oriente, en genérico, y oriente medio, en concreto, es una arbitraria e indefinida denominación geográfica – políticamente interesada – del occidente euro-americano. Nació tanto para entender como para ejercer dominio e influencia sobre el mismo. El árabe es un término genérico que simplifica a las muchas variedades habladas en el planeta. Y el Islam, por su parte, no es un texto canónico con interpretación ortodoxamente cerrada al pluralismo interpretativo.
Como solemos ser selectivos en todos los planos – y el recuerdo no es una excepción -, nadie recuerda ya aquellas noticias en las que la UE consultaba con las autoridades de la república francesa la posibilidad y conveniencia de relajar durante un tiempo las ortodoxias austeritarias de la política económica europea para canalizar pingües inversiones extra a la política militar y securitaria. En resumen, todo lo relativo a la misma política antiterrorista consistente en querer matar moscas a cañonazos -y quejarse en un futuro de que las moscas se armen para responder al agravio- y todo lo relativo, también, a la política e-inmigratoria del continente, consistente en sonreir diplomáticamente, en hacer declaraciones de principios y en, finalmente, demostrar con hechos que lo único que suena bajo la diplomacia e-inmigratoria del continente europeo es un sonoro Get out of here!
Nadie recuerda, por supuesto, la instantánea respuesta de Francois Hollande y de la aviación de la república francesa después del último atentado en París: bombardear conjuntamente, sin piedad, con la aviación Rusa, a Raqua, la capital Siria. Y nadie recuerda, por supuesto, el hecho de que el silencio mediático fue tan sepulcral como sepulcral fue el dolor de los civiles inocentes y sus familias durante y después del bombardeo. Todo ello, de nuevo, con la complicidad, con el silencio responsable y doloso de la inmensa mayoría de los gobiernos y estados europeos. Todo ello, de nuevo, con el silencio responsable y doloso de la ONU y la participación activa de la OTAN.
Si algo podemos concluir, a la luz de los hechos y las prácticas, es que, sociológica, histórica y culturalmente hablando, el viejo adagio de que ante la muerte somos todos iguales es rotundamente falso; cuando los muertos son los nuestros, Lady Europa paga a violinistas y plañideras en el entierro para que tensen más el arco y lloren más intensamente. Mientras tanto, los muertos de los otros quedan encuadrados desde la distancia, a vista de pájaro y con registro estadístico.
Con el paso del tiempo, se delata que esa distancia no es más que el deseo – no públicamente reconocido, por supuesto – de ocultar selectivamente los recuerdos, las experiencias, los motivos profundos de las resistencias y de los conflictos que no podemos captar con la lógica -discursiva- del sentido común de los grandes poderes euro-americanos. Con el paso del tiempo, se delata, también, la voluntad de ocultar selectivamente los duelos y las historias personales que pongan en duda el supuesto fundamento laico, pacífico, humanitario y democrático que inspira a las instituciones de gobierno de la UE realmente existente. Lamentablemente, en este carácter selectivo, conviene también integrar a los imperios consolidados no euro-americanos como Rusia y China, por ejemplo, y a aquellas potencias cuyo camino se orienta hacia la voluntad de devenir en imperio emergente.
Es necesaria una Europa de las periferias resistentes fundamentada en los paradigmas de un decrecimiento ecológicamente fundamentado. Una Europa decolonial que vuelva a re-valorizar la profunda importancia de conocer y estimar la identidad cultural de los pueblos de un modo holístico. Una Europa que reconozca la voluntad soberana de las naciones que quieran devenir en estados democráticos y construir modelos de desarrollo alternativos al modeo euro-americano. Una Europa que reclame el principio del fin de los estados secuestrados en su ejercicio político soberano. Una Europa de la humanización del trabajo industrial y de la re-agrarización ecológica de su modelo productivo.
Hace ya casi una década que intuí que un Paneuropeísmo con fundamento y práctica totalitaria sería el protagonista en las mal llamadas instituciones democráticas de la UE. Como yo, muchas otras voces de las que me siento parte, y antes que yo – con lo cual no quiero dármelas de euro-crítico avant la letre –, tomaban el mismo horizonte epistemológico y discursivo. Pasan los años y me resulta imposible tener confianza alguna en los llamados principios fundadores de un ideal europeísta al que nunca se le ha dado contenido más allá del reino del deber ser, de lo ideal, pero nunca desde la voluntad de entender, previamente, el reino del ser en la que se paraliza ese horizonte, y desde luego, nunca desde la intención de criticar hasta qué punto, con silencio cómplice y doloso, en el nombre de los principios fundadores de ese ideal europeísta, se ha tratado de justificar un modelo de desarrollo de colosales y trágicas consecuencias humanas.
Hechos son hechos: el control paranoico de la población, de sus pautas migratorias y reproductivas, así como el policultivo de enemigos y chivos expiatorios que funcionan como eterno culpable ante la incapacidad para solucionar los propios problemas internos, siguen siendo norma, no excepción, de la UE realmente existente. La privatización e integración en los selectivos mecanismos de mercado de bienes básicos, universales y necesarios, siguen siendo norma, no excepción, en la UE realmente existente. La supeditación de las políticas fiscales y económicas a los caprichos cortoplacistas de los consejos de administración, siguen siendo norma, no excepción, en la UE realmente existente. Es evidente, así pues, que la Europa Post-Maastricht tutelada por Washington ha devenido en un monstruo ajeno a los intereses cotidianos de los pueblos de Europa. Y la culpa de ello, por supuesto, no la tiene, ni el Islam, ni el populismo, ni el coco comunista al acecho, ni el euro-escepticismo, ni el euro-criticismo, ni la voluntad de indepedencia de las naciones supeditadas a estados que acatan y aplican fielmente todas las ortodoxias fiscales y económicas del Eurogrupo, ni el feminismo de la igualdad, ni el ecologismo, ni el decrecimiento, ni la fiscalidad fundamentada en el valor equidad y justicia, ni el pacifismo, ni la ética como horizonte de la tekné política, ni el diálogo y la ciencia compartida en oposición al retórico marketing político y a las pseudo-ciencias. No; se acabó, se está acabando esa caja de pandora llena con un variado surtido de enemigos a los que culpar en los cíclicos momentos de agudización de las crisis de la UE del capital transnacional, y ahora es el momento de que los pueblos de Europa reclamen una nueva ola de re-democratización globalizada de la vida económica y política.
Las élites europeas son incapaces de entender – o, si lo entienden, son remisas a pactar ese horizonte – que el cosmopolitismo y la universalidad de los sistemas sociales y culturales jamás podrán desarrollarse con naturalidad obligándoles a considerar a la UE realmente existente como un destino único en lo universal, y lo mismo vale para los estados que obligan a sus sistemas sociales y culturales a asumir esa misma máxima.
Porque, no, Galicia no es un destino único en lo universal, ni Europa, ni España, ni Francia, ni Portugal, ni Sudáfrica… etc. Los destinos únicos en lo universal de los sistemas sociales y culturales que asumen la civilizatio neoliberal como horizonte están condenados a la reproducción y re-emergencia de los viejos prejuicios y falsedades de ayer, de hoy y de mañana, y por lo tanto, se auto-condenan a la auto-destrucción, empobrecimiento y olvido de la importancia de su territorio, de su paisaje, de sus eco-sistemas agro-alimentarios, forestales, fluviales y marítimo-pesqueros, de su flora, de su fauna, de la memoria compartida de sus saberes tradicionales, de su memoria histórica y contemporánea. En resumen: de todo aspecto de su cultura material e inmaterial que pueda servirles para llevar una vida más plena y menos dependiente del modelo euroamericano de gobernanza.
Guste o no guste, existe un euro-escepticismo crítico, democrático de fondo, no sólo de forma, y rebelde. Existe un euro-escepticismo realista y analítico que camina con motivación y horizonte contrario a ese euro-escepticismo que deja el escepticismo filosófico en el armario cuando deviene políticamente fantático, islamófobo, racista y clasista. Ese euro-escepticismo no quiere construir, sino destruir el ideal clásico y moderno de democracia para hacer re-existir modelos de gobernanzas neo-fascistas en lo político y neo-liberales en lo económico.
Tratar de confundir a la opinión pública y a los ciudadanos mezclando, en su espíritu crítico y en su motivación profunda, moral, ambos euro-escepticismos, es de una irresponsabilidad y falsedad imperdonable. Conviene responder siempre a esa asociación maniquea que lleva camino de devenir en una especie de delirio profético secularizado en el que todos los malos son siempre euroescépticos y todos los buenos son siempre creyentes férreos en el ideal europeísta que pocas veces quiere llenarse de contenido antes de declamarlo a los cuatro vientos. Por algo será, por supuesto: las insuficiencias e incapacidades intelectivas siempre se han ocultado con retórica y toneladas de emotividad dispersa. Lo suelen hacer tanto los poderes constituídos para perpetuarse en su gobernanza como los poderes que se quieren destituyentes sin alternativa estructurada para apartarlos de la misma.
El único destino en lo universal susceptible de no devenir nunca totalitario, ni siquiera intolerante, es aquel que asume que, en cuestiones relativas a la voluntad de humanización de la vida civil, política y religiosa, todo está dicho y escrito hace mucho tiempo… pero todo está por hacer. Los creyentes y no-creyentes que nos hemos criado en las aventuras, desventuras y perplejidades de la Europa contemporánea estamos, a mi modo de ver, en el mismo territorio mental y sensible, en la misma situación, en la misma encrucijada entre realidad y deseo, entre el ser y el deber ser, y por ello, estoy convencido, transcribiendo literalmente unas líneas de Albert Camus en Moral y política, de lo siguiente:
– «Siempre es difícil unir realmente a los que combaten y a los que esperan. La comunidad de la esperanza no es suficiente. Es necesaria la comunidad de las experiencias.»
Ni guerra de civilizaciones, ni guerra de culturas, ni guerra de religiones. Todas las humanidades posibles pueden construirse tanto desde la razón crítica, como desde la divulgación científica y tecnológica, como desde el compromiso político y desde la socialización del logos religioso como moral colectiva, no como dogma formalizado y osificado a perpetuidad. Mal favor nos hacemos a nosotros mismos si, en un proyecto de emancipación, consideramos que determinados saberes y herramientas son susceptibles de relegarse al cajón del olvido.
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