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Sin mercado interno no hay paraíso

Fuentes: CELAG

A mediados del año pasado, concretamente el 24 de agosto, las alarmas de la economía mundial se encendieron como en pocas ocasiones cuando la Bolsa de Shanghái vivió su peor jornada desde 2007 con una caída del 8,5% que terminó arrastrando al resto de Asia y afectó a las principales bolsas del planeta incluyendo la […]

A mediados del año pasado, concretamente el 24 de agosto, las alarmas de la economía mundial se encendieron como en pocas ocasiones cuando la Bolsa de Shanghái vivió su peor jornada desde 2007 con una caída del 8,5% que terminó arrastrando al resto de Asia y afectó a las principales bolsas del planeta incluyendo la de Sao Paulo.

En aquel momento todos los análisis de la ortodoxia económica y las corrientes principales (valga la redundancia) apuntaron a un culpable: China. Con gran sabiduría se nos explicó que el problema no era la economía mundial en cuanto tal, sino el desempeño de la emergente potencia que se estaba quedando sin fuelle. ¿La prueba? Que ya no estaba creciendo al ritmo del 10% o más, tal y como nos tenía habituados, sino a unos modestos 7% u 8%. De hecho, el 2015 cerró para China con un crecimiento del 6,5%, el valor más bajo en 25 años. A este respecto, se nos aseguraba con mucha maestría en toda la prensa especializada, que las medidas tomadas por las autoridades chinas de devaluación del Yuan no fueron suficientes en la medida en que no terminaban de inspirar confianza entre los inversionistas. Y dado que, como sabemos, los inversionistas son sujetos muy susceptibles de entrar en pánico, ante la generación de estas expectativas negativas hacen lo que al parecer mejor saben hacer: salir corriendo.

Pero considerando que el ritmo del resto de la economía mundial creció 2,5 el año pasado y que tanto en los Estados Unidos, como en Europa y en el propio Japón, el desempeño fue entre nulo y negativo, responsabilizar a China de la crisis mundial requería de ciertas aptitudes para el malabarismo intelectual cuando no para el cinismo puro y duro.

Así las cosas, durante aquellos días en una entrada en mi blog personal surversion.wordpress.com, comentaba que a contrapelo de lo que afirmaban las corrientes principales (donde la economía es usada, ya no como una ciencia, sino como una ideología al servicio de los intereses dominantes en el sentido más vulgar del término) la devaluación del yuan no debía entenderse como un signo de debilidad de la economía china, sino como el cumplimiento de un requisito para convertirla de una moneda corriente a una divisa mundial, que fue lo que finalmente terminó ocurriendo en octubre del pasado año. Pero además, que la famosa «contracción del crecimiento de las exportaciones chinas» formaba parte de una estrategia decidida y puesta en práctica por el gobierno chino de hacer una suerte de reingeniería dentro de su modelo de desarrollo de las últimas décadas. Esto dada la caída del comercio mundial, motivada por la caída del consumo interno de sus principales clientes:Estados Unidos y la Unión Europea, sin perspectivas inmediatas de mejoría, hacían prever que mantener un patrón basado en exportaciones no parecía tener demasiado sentido.

Siendo que por otra parte, la desigualdad derivada de su modelo de desarrollo exportador (costa dinámica y del «primer mundo» e interior rural), imponía tensiones sociales y políticas para nada subestimables, fácilmente transformables en vulnerabilidades que podían ser aprovechadas por sus enemigos, ya que en China habitan latentes movimientos separatistas inclusive religiosos vinculados al fundamentalismo islámico.

Y cuando decimos que formaba parte de una estrategia decidida y puesta en práctica por el gobierno chino no estamos especulando. Eso fue lo que se decidió en el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista celebrado en 2012: que el principal motor del crecimiento ya no sería el consumo externo (las exportaciones) sino el desarrollo y ampliación de su mercado interno, tanto como respuesta al estancamiento del comercio internacional como a las tensiones derivadas de su propio éxito económico, ya que en el largo plazo no se vislumbra soluciones ni en uno ni otro sentido. Las contradicciones internas de China no se solucionaran pronto, teniendo en cuenta que estamos hablando de una población de más de mil millones de personas. Mientras tanto, las expectativas del comercio mundial resultan cada vez más sombrías.

El resultado de esta estrategia doble fue, que a partir de finales del 2015, como dijimos, el Yuan se cuenta como otra divisa, lo que se corresponde con el papel de China como primera economía del mundo. Y en lo tocante a la apuesta por el mercado interno, los datos son impresionantes: aún si el crecimiento económico anual chino se desacelerará a la mitad, a más tardar para el 2020 China tendrá el mayor mercado de consumidores del mundo. Más de 700 millones de chinos forman la población económicamente activa de esa nación, lo que ya es más de la mitad de la población, pero que no incluye a los millones que siguen viviendo bajo formas tradicionales ligadas al ámbito rural. Al día de hoy, los sectores medios profesionales abarcan 300 millones de hogares y se espera que para dentro de cuatro años esa cifra sea de 338 millones. Ningún otro país del mundo presenta estas perspectivas y mucho menos con un entorno global de desaceleración del crecimiento económico.

Otro país cuya apuesta por el mercado interno resulta un ejemplo muy ilustrativo de una estrategia exitosa en medio de un mundo en crisis es Argentina. Pero la de Cristina, no la de Macri, que representa exactamente lo contrario. Argentina, hasta octubre del año pasado, con un plan de subsidios a tarifas, controles de precios y cambio, así como de defensa activa del salario, acumuló un crecimiento del PIB del 2,5%, todo un éxito si se considera que el 2014 fue de 0,8%, al tiempo que estaba a la par del promedio mundial y por encima de los países del «primer mundo». La inflación entre 2014 y octubre de 2015 cayó al menos unos 10 puntos. Y decimos octubre, pues si bien el marcador final al cierre del año fue de 27%, al menos 7 de esos puntos fueron resultado de la contra-tendencia observada a partir de los resultados de la primera vuelta y el triunfo electoral de Macri en el último trimestre. Hoy día, todos los indicadores macros y micros, resultados del «sinceramiento» neoliberal y la estrategia de «regreso al mundo», son muchos peores que el peor de la década K.

¿Y qué decir del caso venezolano? Entre 1999 y 2012, con un modelo fundamentado en la inclusión social masiva, la democratización del consumo, la defensa activa del empleo y el salario, así como la regulación del Estado de las principales variables macroeconómicas (lo que suponía necesariamente un control de cambios y precios), la economía venezolana se hizo unas cuatro veces más grande de lo que era en 1998. De hecho, al cierre de 2012, el PIB venezolano creció 5,5%, casi el doble del promedio mundial de entonces. Todo esto en medio de una inflación cuyo promedio anual fue de 20,5%, bastante menos de la mitad de la década anterior de liberalización y apertura fondomonetarista. La inflación promedio anual entre 1989 y 1998 fue de 52,4%, siendo que, entre 1999 y 2012, el valor anual más alto fue el 31% de 2002 (resultado del golpe de abril y el sabotaje petrolero de diciembre), solo dos puntos por encima del más bajo de la década neoliberal anterior (29% en 1998). La pobreza y el desempleo bajaron a sus mínimos históricos, y taras como el analfabetismo y la desnutrición desaparecieron. Al mismo tiempo, se lograron acumular importantes superávits comerciales, de manera que el país contaba con unos de las mejores posiciones regionales en esta materia y mundiales en proporción.

Una mezcla de violentos e incesantes ataques especulativos con una lectura en ocasiones convencional por parte de los hacedores de la política, que ha llevado a una mal interpretación de las tensiones no deseadas pero inevitables dada la estructura de capitalismo dependiente heredada con las que debe lidiar un desempeño exitoso como éste, han puesto al país en una posición sumamente delicada. Y a este respecto, buena parte del reto actual es si a la restricción externa expresada en una profunda caída del ingreso petrolero, se le responde con una restricción del mercado interno como única alternativa. La experiencia reciente del país, más el de casos como los citados, demuestra que no solo no es la única posible, sino que no es tampoco la mejor ni la que garantiza mejores resultados.

De la resolución de este dilema depende que Venezuela salga de esta coyuntura. Dos opciones se atisban: 1) una vuelta al coloniaje periférico o 2) una República Independiente como la contenida en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y en el Plan de la Patria, con todo lo que esto supone de fuerzas que deben enfrentarse en un mundo donde la tendencia es exactamente la contraria.

Fuente: http://www.celag.org/sin-mercado-interno-no-hay-paraiso/