Parece que se han olvidado, tal vez nunca lo han sabido… los movimientos laborales nacieron para dar respuesta, desde la izquierda, al capital que empezaba en el siglo XIX a volverse amo y señor de las mujeres y hombres de la Tierra. Fueron, internacionales en esencia, porque la revolución para existir necesita volar libre sobre […]
Parece que se han olvidado, tal vez nunca lo han sabido… los movimientos laborales nacieron para dar respuesta, desde la izquierda, al capital que empezaba en el siglo XIX a volverse amo y señor de las mujeres y hombres de la Tierra. Fueron, internacionales en esencia, porque la revolución para existir necesita volar libre sobre los pueblos… «Proletarios del mundo uníos» dijo aquel viejito, de barba blanca, que sigue teniendo razón, aunque hayan pasado ya algunas centurias…
Después de las conquistas sociales alcanzadas por los sindicatos, después de la disminución de la jornada laboral y después de enseñar y enseñarnos que las mujeres y hombres deben luchar por su libertad y que el trabajo debe dignificar la condición humana y no sumergirla en la esclavitud, terminaron vendiéndose, divididos y minúsculos, al capital por unos mendrugos. Lástima, perdieron su rol de sujetos activos del cambio social, se dejaron seducir y terminaron convertidos en unos genuflexos, tontos útiles de los explotadores de siempre.
No puede ser casual que casi todas las empresas básicas del país, desde la petrolera hasta las reductoras de aluminio y las generadoras de energía eléctrica tengan conflictos en sus portones, protagonizados por unos cuantos que hablan de revolución, mientras siguen agremiados a la CTV, aquella entelequia sindical que fue capaz de aliarse a los patronos y a cierto grupito de militares de derecha, para parar el paisito, que con tropiezos y sobre todo mucha emoción, transita del capitalismo de estado, a una nueva forma de organización socioeconómica. Se han puesto la misión de oponerse sistemáticamente a todo lo que signifique revolución y justicia, piden aumentos para nóminas gerenciales y ejecutivos que no generan plusvalía, sino que se apropian de la fuerza de trabajo, a costa incluso de que nuestras fábricas puedan ser productivas para el pueblo.
El debate de la reforma constitucional los tiene incómodos, saben que el establecimiento del poder popular en todos los espacios y quehaceres de la Patria, los irá dejando de lado, porque el pueblo terminará tomando espacios reales de decisión y acción política, incluso en las empresas estratégicas. Se saben solos, de toda soledad, y nos les queda más remedio que trancar fábricas y seguir hablando de revolución, mientras quieren más beneficios y más bonos de «producción» para unas y unos trabajadores bien remunerados, mientras siguen familias desempleadas y niños descalzos y sin escuela.
Bonos que por cierto, en la mayoría de los casos, nada tienen que ver con aumentos de producción o de productividad sino que más bien son reflejos de los aumentos de los precios de la materias primas (hierro, aluminio, oró, petróleo, alumina bauxita, acero) en los mercados internacionales.
La revolución industrial debe plantearse redistribuir la riqueza entre los excluidos de siempre, eso quiere decir que sepamos ser justos y justas, que el concepto de productividad debe cambiar, que no podemos seguir vendiendo materias primas a las transnacionales que después nos venden espejitos y cuentas de colores al triple del precio.
Esos sindicatos desvinculados de las luchas sociales, empiezan a reeditar la paralización de nuestras empresas amparándose en reivindicaciones salariales, se ponen las boinas rojas y boicotean desde adentro, endógenamente, hablan de bonos, sueldos y salarios y contratos colectivos, pero sabemos que son escaparates del miedo a los consejos de trabajadores y a la transformación profunda del país. Pero que sepan que si la revolución no tiene trabajadores ni sindicatos capaces de trascender las mezquinas luchas por el poder y el individualismo, bastante pueblo tiene, pueblo que ha empezado a tomar consciencia de que una democracia auténtica se construye colectivamente y desde abajo. Si queremos hacer revolución tendremos que empezar a redimensionar(nos), tomando conciencia y defendiendo las conquistas que hemos conseguido solos, sin los camisas rojas que ahora se reparten el poder constituido.
Si los gremios y sindicatos no son capaces de presentar propuestas, de aportar desde la teoría y la praxis revolucionaria, nuevas herramientas para la edificación de un socialismo para el siglo XXI desde las empresas y las fábricas, pues que sea el pueblo el que debata y tome los espacios de discusión y reflexión, para que nazcan nuevas formas de organización dispuestas a hacer de la justicia social un estandarte. Que sea él, pueblo de manos arrugadas y sin bonos, con olor a guayaba y casabe, el que siembre y coseche la patria que necesariamente debemos dejarles a las hijas e hijos por venir.