La industria automovilística amenaza con desmoronarse y exige la intervención de los mismos Estados a los que vetaron el poder de regulación y de vigilancia en nombre del bien común. «Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos», se decía. Vale el que más tiene, el que más gana, el […]
La industria automovilística amenaza con desmoronarse y exige la intervención de los mismos Estados a los que vetaron el poder de regulación y de vigilancia en nombre del bien común.
«Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos», se decía. Vale el que más tiene, el que más gana, el más poderoso. Cueste lo que cueste y caigan quienes caigan, que siempre han sido los más débiles.
Llaman la atención los banqueros y financieros americanos con la codicia de los fondos de especulación. La trama se extendía al mundo desarrollado, repercutiendo en las economías emergentes y en miles de millones de seres humanos.
El paradigma de la General Motors sirvió a otros gigantes de la industria del automóvil que la convirtieron en la industria de referencia. Daba empleo a centenares de millones de personas, directa o indirectamente. Chrysler, Ford, Mercedes, Peugeot, Fiat, Onda, Renault, BMW, se convirtieron en símbolo del poder adquisitivo, de la capacidad de endeudamiento bajo una falsa premisa: si no tienes casa propia, automóvil y tarjeta de crédito no eres nadie. Así se propagó el boom inmobiliario, apoyado en la voracidad de banqueros que ofrecían créditos a porfía sin reparar en los destrozos ocasionados en el medio ambiente. «Allá
fueron leyes do quisieron reyes»… de la construcción.
Durante siglos se asumió que el poder correspondía a monarcas y a nobles, a obispos y a abades, a terratenientes y a comerciantes. Era el orden social existente. Pero el progreso dio el protagonismo a los burgueses y la revolución arrebató su fuerza a los poderes fácticos: Iglesia, Ejército y potentados hasta hacer creer que todos tenían derecho a endeudarse, a aparentar y a vivir por encima de sus posibilidades. Los nuevos poderes financieros y económicos crearon falsas necesidades que entusiasmaron y aherrojaron a millones de personas en el mundo desarrollado. Si no tenías una hipoteca, coche, tarjeta de crédito y deudas no contabas.
Se llegó a creer que estas «propiedades» endeudadas eran signo de progreso, olvidando que si el resto de losEl sector del automóvil está en manos de una quincena de corporaciones que comparten el 92% del mercado mundial. Han seguido la senda de los dinosaurios y ahora piden que saciemos su voracidad. ciudadanos del mundo tuvieran que poseer proporcionalmente a los niveles de los 30 países desarrollados los mismos coches, lavadoras, frigoríficos, motocicletas, aire acondicionado, calefacciones, aerosoles, televisores, y papel higiénico para esos miles de millones de seres en unos años se habrían consumido los bosques de la tierra, su capa de ozono y las posibilidades de vida en nuestro planeta.
La industria automovilística amenaza con desmoronarse y exige la intervención de los mismos Estados a los que vetaron el poder de regulación y de vigilancia en nombre del bien común. De los ciudadanos que con sus tributos sostienen el Erario público que ahora piden que acuda en ayuda de los responsables de una crisis mundial.
Producen cerca de cien millones de vehículos al año, en 300 fábricas de unos 30 países. Pero las necesidades mundiales no sobrepasan 60 millones de vehículos, y no se venden cerca de 30 millones que desbordan los almacenes y un mar de vehículos se extienden bajo el sol por los aledaños. De ahí la necesidad de cerrar un centenar de esas trescientas fábricas, sobre todo en los países más ricos porque ha dejado de ser uno de los motores de la economía mundial.
Crecieron a mayor velocidad que el mercado gracias a la publicidad y a la voracidad de los banqueros que los sostenían. Millones de personas son enviadas al paro desbordando las previsiones de ayuda social… y se declaran víctimas cuando han sido los responsables de este desastre mundial que afecta a personas inocentes que ya saben que con los billones de dólares aportados por los Estados a la recuperación de esos delincuentes de bonos y sueldos desorbitados, se habría podido eliminar el hambre, las enfermedades comunes, la ignorancia de todos los seres humanos que lo necesitan.
Lo que escandaliza a las gentes es la inoperatividad e ineficacia de las instituciones supranacionales que nos hemos dado para poder convivir en sociedades presididas por la justicia, la libertad y la solidaridad que son, mas que G.M. quienes son necesarias para el bienestar social de la humanidad.
J.C. GARCIA FAJARDO. Profesor Emérito de la UCM y Director del CCS