No hay nada más tramposo y condenado al fracaso de los acuerdos de libre comercio y la libre circulación de capitales entre países con economías completamente desiguales. Hace unos meses las fuerzas del liberalismo económico empezaron a empujar con mucha fuerza dos nuevas iniciativas en este sentido. Se trata del Acuerdo de Asociación […]
No hay nada más tramposo y condenado al fracaso de los acuerdos de libre comercio y la libre circulación de capitales entre países con economías completamente desiguales. Hace unos meses las fuerzas del liberalismo económico empezaron a empujar con mucha fuerza dos nuevas iniciativas en este sentido. Se trata del Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés) y de la Alianza del Pacífico. La primera es compuesta por Australia, Brunei, Chile, Estados Unidos, Malasia, Nueva Zelandia, Perú, Singapur y Vietnam. La segunda está estratégicamente organizada sin la participación directa de los Estados Unidos. Ambas acciones representan propuestas que se distancian del Mercosur, ampliado con el ingreso de Venezuela y las posibles entradas de Ecuador y Bolivia.
En el caso de la Alianza y del TPP, abundan las promesas de mayores beneficios para los sectores exportadores y de llegada de voluminosas inversiones extranjeras, lo que traería el crecimiento y el progreso para el Pacífico Sur. Pero a pesar del atractivo canto de sirena, la realidad no funciona de esa manera. En la práctica, lo que se verifica desde hace siglos es que este tipo de acuerdo consolida la condición primario-exportadora de la periferia y fortalece el carácter excluyente y centrípeto del capitalismo. Ha sido así desde el famoso tratado firmado entre el embajador británico John Methuen y el portugués marqués de Alegrete en diciembre de 1703. Las ventajas teóricas de especialización fueron presentadas por los dos mayores economistas clásicos, Adam Smith y David Ricardo, como verdad plena y universal.
Fue el pensamiento emancipador de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que, a partir de 1949, por medio de los trabajos de Raúl Prebisch y Celso Furtado, demostró el deterioro de los términos de intercambio y la inviabilidad de esos argumentos. Según el economista brasileño, «mi larga experiencia de actividad universitaria me convenció de que lo que logramos en la CEPAL de los años cincuenta como forma de cooperación intelectual fue fruto de circunstancias que raramente se dan. Se había cristalizado en nosotros la conciencia de que existía una tarea apasionante por realizar, que era liberar América Latina de la dependencia intelectual… La verdad es que nadie se atrevía a apartarse del paradigma dominante, temiendo una inevitable descalificación académica. Hasta entonces no me había dado cuenta del verdadero terrorismo que la escuela del pensamiento dominante ejerce sobre la economía».
En el caso de América Latina, a pesar de los grandes esfuerzos foráneos para evitarlo, hubo muchos esfuerzos para crear una zona económica coherente y articulada, hacia adentro, sobre todo a partir del siglo XX. Sin embargo, es muy importante no confundir estas acciones integradoras con las acciones hegemónicas para destruirlos. Se observa en la región un enfrentamiento permanente entre las propuestas de integración integradoras y los esfuerzos por una integración desintegradora, volcadas hacia afuera, tal como la Alianza del Pacífico y el TPP. Veamos a continuación algunos puntos sobre estos dos caminos posibles.
Las iniciativas efectivamente integradoras siempre ganaron fuerza después de las grandes crisis internacionales y en situaciones en las cuales llegaron al poder gobiernos menos identificados con los ideales del liberalismo económico. Así fue cuando, en los años cincuenta, la Argentina del General Juan Domingo Perón, el Brasil de Getulio Dornelles Vargas y el Chile del General Carlos Ibañez pensaron en la reactivación del Pacto ABC, soñado por el brasileño Barón de Río Branco. La situación volvió a ser favorable cuando las izquierdas o los militares progresistas del Pacífico impulsaron el Pacto Andino, futura Comunidad Andina de Naciones (CAN). Los años setenta fueron tiempos de los gobiernos del socialista Salvador Allende en Chile, el General Guillermo Rodríguez Lara en Ecuador, el General Juan Velasco Alvarado en Perú y el General Juan José Torres en Bolivia. Por último, de nuevo se produjo un avance razonable en los años ochenta, cuando los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney pensaron un plan completo de integración para el Cono Sur, que trascendía el ámbito comercial. Sólo más tarde, en el escenario post-URSS y en el marco del supuesto «fin de la historia» de Francis Fukuyama, los neoliberales Fernando Collor y Carlitos Menem distorsionaron el Mercosur.
Por otro lado, los proyectos integracionistas desintegradores, por general encabezados por Estados Unidos, son una constante en la escena latinoamericana. Para el país hegemónico no le conviene de ninguna manera que las demás naciones de la región construyan un proceso de intensificación comercial, de complementación productiva y de cooperación para el desarrollo en diversos ámbitos. La mayor potencia siempre actuó en el sentido de torpedear los acercamientos y de conspirar contra las políticas de unión de su periferia. Trabajó y trabaja para confundir, para crear divisiones y generan fricciones, en el mejor estilo «dividir para reinar».
Ante la profunda crisis económica, política, social y moral, los años 2000 representaron una posibilidad de resurrección para América Latina. Como parte de ese giro hacia dentro, en 2005, en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, se derrotó el planteamiento estadounidense del ALCA. Con dificultades, pero se derrotó. Es importante recordar que el rechazo a la propuesta anexionista americana no fue un consenso. La declaración final del encuentro explicita dos posiciones muy distintas. Mientras algunos países plantearon continuar el debate sobre el ALCA, las intervenciones de Chávez, Lula, Tabaré Vázquez y Kirchner frenaron esa idea. Eso fue posible debido al trabajo conjunto de tres agentes centrales frente a la propuesta de anexión hegemónica. Los pueblos, los gobiernos y los empresarios nacionales. Eso mismo. Movimientos sociales, productores privados y equipos de gobierno han unido sus fuerzas para detener la adopción de esta iniciativa imperial. Y ganaron la batalla. Aquella fue una situación típica en la cual hay la posibilidad de aglutinar intereses contra un enemigo externo común.
Pero los intereses extranjeros apuestan en la desunión interna y se utilizan de sectores supuestamente críticos para atentar contra los gobiernos progresistas. Como siempre, se apuesta a la falta de comprensión de los sectores sectarios que terminan cumpliendo el papel de títeres de los intereses más reaccionarios. Una cosa era el retroceso neoliberal de los años noventa; otra, muy distinta, son los actuales gobiernos vacilantes e infiltrados por conservadores. Son insuficientes y generan mucha agonía. Pero no son los enemigos.
En la gran mayoría de los países de América Latina lo que está en juego no es la construcción del socialismo ni la superación inmediata del capitalismo. Lo que está en juego es la misma existencia de estas naciones y su posibilidad de salir del subdesarrollo y la dependencia. Para desesperación de los ansiosos, entre los cuales me incluyo, lo que está en juego es, aún, la superación o no del neoliberalismo. Por lo tanto, grandes metas a alcanzar ahora serían el rescate del poder decisorio de los Estados nacionales, el rescate de las políticas de desarrollo, la afirmación de un proyecto popular y la promoción de la integración latinoamericana. Este texto no fue escrito en el inicio de los años 2000. Estamos en 2013 y, lamentablemente, no pasó de moda posicionarse en contra del neoliberalismo.
Siguiendo la lógica propuesta por esa interpretación, parece claro que los enemigos no son los nacionalistas, los militares, los empresarios privados en general ni los gobiernos progresistas. Los enemigos son el imperialismo norteamericano y los monopolios privados nacionales y extranjeros que controlan los sectores industriales, comerciales, financieros y de servicios. Por ese motivo, es hora de reorganizar las alianzas nacionales, populares, democráticas, integracionistas, anti-liberales, anti-imperialistas y anti-oligárquicas. Es el momento de insistir en la superación completa del neoliberalismo y el engaño de la mano invisible del dios Mercado.
Ganan fuerza las tantas iniciativas en torno de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), empujadas especialmente por los gobiernos de Ecuador y Venezuela. Entre las principales acciones están la integración no solamente de comercio, sino también de infraestructura, finanzas, comunicaciones, transportes, matriz energética, sistema educacional, salud, estrategias científicas y tecnológicas. En ese momento, se avanza en la conformación de un Consejo Sudamericano de Defensa, que vislumbra incluso la formación de una Escuela Militar de América del Sur; el Consejo de Infraestructura y Planificación (Cosiplan), que asumió el control sobre los proyectos de la iniciativa de Integración de Infraestructura (IIRSA); y la creación de una Nueva Arquitectura Financiera Regional (NAFR), que organizará la activación del Banco del Sur y el fortalecimiento de un Fondo Sudamericano de Reservas.
* Profesor de Economía, Integración y Desarrollo de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), en Foz do Iguazu, Brasil. luciano.severo @ unila.edu.br
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.