«El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que, todos los días, habitamos, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. […]
«El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que, todos los días, habitamos, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio»
Italo Calvino
Hay acuerdos mínimos para la convivencia que hacen diferente la jungla de la vida social. La política, que tiene que ver con el poder, con el cumplimiento obligatorio de metas colectivas, gestiona los consensos y los disensos. Las divergencias y los consentimientos están en el corazón de la política. Encontrar formas pacíficas de resolución de los conflictos es parte del proceso de civilización.
Pero hay unos mínimos fuera de los cuales se cae en comportamientos de selva.
En la selva hay cazadores, de la misma manera que hay víctimas. Potencialmente no todos son cazadores. Pero todos, por el contrario, pueden convertirse en víctimas. Luego están los carroñeros. Viven de la muerte y su función es alimentarse de ella. Los depredadores y los carroñeros se entienden muy bien. Comparten una posición de fuerza. No es extraño verles caminar juntos levantando un sutil polvo.
La intuición humana, trasladada a los animales, inventa acuerdos para evitar la implacabilidad de la naturaleza. Por eso, en los cuentos, para defenderse de la brutalidad, se recurre siempre a la asamblea de los animales. Con el enfado de los poderosos. Al león nunca le ha gustado que los animales se reúnan para crear reglas que limiten la brutalidad de la jungla. El león siempre tiene cuervos cerca que alaban su buen gusto. Qué sólo estaría el león sin la lisonja del cuervo.
El asesinato del empresario Sidoni, el de Arquímedes Briceño, cooperativista y miembro del Comité de Tierras Urbanas de El Valle, así como el de los hermanos Faddoul y el chofer Miguel Rivas forman parte de comportamientos ajenos a la vida social. Son bestiales. Con esa bestialidad de la que sólo son capaces los humanos. Puestos a ello, tenemos más de mono que de ángel.
Todas estas muertes no son fruto de ningún azar. Son asesinatos premeditados. Y todos comparten una misma lógica: crear el terror. Conforme pasa cada minuto está más claro qué buscaban cada uno de ellos. Sólo lo ignoran los inocentes y los carroñeros. Los enemigos de la paz social no descansan. Que nadie se engañe: hay comportamientos que disparan, en la nuca de inocentes, en el corazón de la República. Lo quieran o no, están haciendo política. De la peor especie, pero política.
El cooperativista Briceño ha perdido la vida por defender el poder popular. Hay quienes quieren que Venezuela importe comportamientos propios de la Colombia del sicariato y el paramilitarismo. Se asesina y se advierte. No hace falta que los medios de comunicación lo difundan: el mensaje es sólo para los suyos. En el cortejo fúnebre, llevando el féretro, van los que deben aprender la lección.
El ciudadano Sidoni, los niños Faddoul y el trabajador Rivas han sido asesinados brutalmente. En este último caso, con el sadismo del plazo. Ya revoloteaban los cuervos. Ahora, graznan. Para que los asesinatos terminen su ciclo macabro, su bacanal tiene que ser comunicada. Los medios, por fin, pueden ya entregarse al espectáculo. El mensaje tiene que llegar a quienes va dirigido. Se trata, ahora, de crear el terror. Comienza el show. Qué obsceno.
Otra vuelta de tuerca, más terrible, en la estrategia desestabilizadora está servida. Que nadie se llame a engaño: extorsionadores, mafias, paramilitares, golpistas, antisociales marginales y demenciados van juntos de la mano hacia un mismo fin: construir jungla en las ciudades.
Unas veces se encuentran ellos solos. Otras hay interesados en que se conozcan. El cuervo señala la presa al león. Dime quién come de la víctima y te diré quién ha colaborado en su muerte. El paramilitarismo es la estrategia más desarrollada hasta la fecha para acabar con el proceso venezolano. Y hay quien los cobija.
Los carroñeros, cuando la sociedad aún no está consolidada, viven en las cloacas. Huelen la muerte y cuando acontece, salen al banquete. En la luz, necesitan ocultar su miseria. Son los que más necesitan gritar la perfidia del león. Pero su objetivo siempre es otro: acabar con la Asamblea de los animales.
No puede haber duda de que detrás de estos asesinatos hay voluntad política. En un caso, para acallar a los que quieren construir poder popular. En los otros, pobres víctimas de un interés superior, para desestabilizar la vida social. Nótese lo que se está diciendo: hay comportamientos que son atentados directos contra la esencia republicana. Vengan de donde vengan. Quien lo ignore no está por ello actuando al margen de la política. Sea quien fuere el que apretó el gatillo.
Cuando tan altos cometidos se buscan, cuando no se respeta ni la inocencia de los niños, sólo la unión de toda la sociedad puede consolar.
Cuando se golpea a un país, la gente de bien sabe que prácticamente nada puede mejorar el silencio. Pero cuando retumban los gritos, quizá sea porque los carroñeros han olido su alimento. Da igual quien ha cometido la vileza de sesgar esas vidas. Los medios de comunicación, una vez más, lo transforman en política. Qué salvajes somos los civilizados.
Con cada segundo de espectáculo en los medios reciben los muertos una nueva dentellada de estos carroñeros con glamour. Como hay intención de rentabilizar la muerte, ¿cómo no echar a andar la cadena de las causalidades?
Hay gentes a las que no les importa en absoluto el triunfo de una sociedad pacífica en Venezuela. En ese sendero de jungla, se juntan malandros y trajeados, pistolas y micrófonos, balas y palabras. Si tuvieran un mínimo de honradez, hablarían muy bajito.
Frente a los que han abandonado los mínimos de humanidad, toda la sociedad se une y la derrota de los asesinos se convierte en un asunto de Estado sobre el que no se hace electoralismo. Así pasó en España con el terrorismo. Pero la derecha rompió esa regla y usó, como carroñera, la muerte para ganar espacios que era incapaz de alcanzar en las urnas. No le ha salido bien, y en ese viaje ha perdido mucha dignidad.
Eso no hace olvidar que corresponde al Estado garantizar la paz social. Y si falla, tiene que depurar responsabilidades. Incluso cuando obra la simple mala suerte o, incluso, la mala fe. Es el Estado el que tiene la obligación de garantizar la seguridad, siempre apoyado por una ciudadanía concienciada. Cuando falla, tiene que asumir sus errores. Para que la ciudadanía sepa que sus mejores funcionarios están al servicio de la mejor de las obligaciones.
Por encima de los leones y los cuervos.
Hoy está siendo golpeada Venezuela. Los carroñeros sonríen. Qué degradación tan fuerte la de esa gente. Ojala pronto construyan los venezolanos un enorme zoológico donde puedan convivir las bestias. Los que aprietan el gatillo y los que comen de la muerte. Los que están fuera de la sociedad y los que quieren tumbar la sociedad. Los que ya son muerte y los que piden muerte. Depredadores y carroñeros.