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Una conferencia de finales de 1981

Sobre cómo hacer frente al peligro de guerra

Fuentes: Rebelión

Nota edición: Sacristán impartió una conferencia con el título «A propósito del peligro de guerra» en Igualada (Barcelona), el 24 de octubre de 1981. La trascripción, por él mismo revisada, fue publicada en la revista Bien, nº 21, marzo-abril de 1982, y reimpresa en Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria-Público, Barcelona, 2009, pp. 104-111. Jateguin […]

Nota edición: Sacristán impartió una conferencia con el título «A propósito del peligro de guerra» en Igualada (Barcelona), el 24 de octubre de 1981. La trascripción, por él mismo revisada, fue publicada en la revista Bien, nº 21, marzo-abril de 1982, y reimpresa en Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria-Público, Barcelona, 2009, pp. 104-111. Jateguin la reeditó como homenaje a él y a su obra, tras su fallecimiento, el 7 de septiembre de 1985.

Se conserva también el guión escrito para su intervención y la trascripción, probablemente parcial, del coloquio posterior. Ambos se dan aquí.

Sobre el contexto en el que Sacristán realizó esta intervención vale la pena recordar dos pinceladas: la entonces muy reciente incorporación de España a la OTAN, y las movilizaciones ciudadanas contra ella, y, por otra parte, el escenario, esgrimido con pasmosa naturalidad tras la llegada de Ronald Reagan a la presidencia usamericana, de una guerra nuclear ubicada en la geografía europea.

*

Esquema

1. Hay dos enfoques generales de la cuestión:

1.1. Adentrarse en las causas.

1.2. Hacer simplemente frente a la urgencia (Thompson).

2. A favor de lo primero se le ocurre a uno enseguida que la eliminación de los efectos requiere la eliminación de las causas.

2.1. En este plano, el sentido de la agresión es claro:

2.1.1. Pese a la apariencia doctrinal.

2.1.2. Churchill en Fulton, Missouri: 3/3/46. Praga: febrero de 1948. OTAN: 4/4/48. BRD: 23/5/48. Pacto de Varsovia: 1955.

2.1.3. Como es clara la base económica:

2.1.3.1. Foster Dulles.

2.1.3.2. Hoy. Informe de Santa Fe.

3. Sin embargo, el comportamiento de la URSS supone una complicación de ese cuadro:

3.1. Desde el primer momento, la URSS sigue la misma dinámica.

3.1.1. Los SS20.

3.2. Doctrinalmente (utópicamente) uno habría pensado en otra reacción.

3.2.1. Aunque es perfectamente explicable la que ha tenido:

3.2.1.1. Por el cerco inicial.

3.2.1.2. Por la invasión nazi.

3.3. Pero el hecho es que quedan en el mismo plano de concepción política unos y otros: el del siglo pasado.

3.3.1. La Actualidad Económica, nº 1.225.

      1. El del PORE. [Partido Obrero Revolucionario de España]

4. Ahora bien, ese comportamiento es hoy inadmisible por el armamento para gente comunista:

4.1. No ya por la cuestión de la supervivencia de la especie, susceptible de tratamiento cínico:

4.1.1. Kahn, Adrian Berry [1].

4.2. Sino por el planteamiento mismo de aceptación del sufrimiento, que no puede dar lugar a una humanidad capaz de emanciparse.

5. De ahí la justificación del rechazo de esa lógica

5.1. El rechazo de ambos bloques

5.2. Y la implicación posterior y más profunda.

Trascripción

Yo pensaba proponer esta reflexión, y para discusión después, el asunto de cómo hacer frente al peligro de guerra. Hace por lo menos tres años o más que estaba bastante claro que los estrategas y los estadistas (sobre todo occidentales, desde luego, de los que sabemos mucho más) están aceptando ya la idea de eso que llaman guerras nucleares «de teatro» o guerras nucleares «limitadas». Y ahí «limitadas» quiere decir limitadas a Europa, lo cual para nosotros no es una limitación aunque lo sea para los americanos.

Cuando uno se pregunta cómo hacer frente a este peligro en seguida se le ocurre que hay dos maneras de enfrentarse con la cuestión, intentando entender para luego sacar consecuencias prácticas. Una es examinar las causas del peligro de guerra, los mecanismos que han ido llevando a una situación en la cual cada vez se hace más verosímil una guerra nuclear. El otro modo es hacer simplemente frente a la urgencia del peligro sin preguntarse mucho por las causas e intentando organizar y activar un movimiento por la paz, por el desarme, contra la guerra. A favor de lo primero, de partir de las causas del peligro de guerra, hay una razón de fondo que es que para eliminar los efectos de algo hay que eliminar las causas.

Si uno se detiene un poco a pensar en las causas de este peligro de guerra, cualquiera que sean sus simpatías políticas, si es una persona objetiva tendría que reconocer que la iniciativa en el peligro de guerra no sólo ahora sino siempre desde 1945 del lado propiamente capitalista, principalmente de los Estados Unidos, pese a la apariencia doctrinal en contra. A primera vista podría parecer -y alguien de ideas muy conservadoras podría creerlo- que la agresividad venía del bloque del este o bien de otros países de ideología comunista por el hecho de que en la tradición del movimiento comunista hay una aspiración internacionalista que la gente de mentalidad burguesa más bien interpreta como una especie de imperialismo.

Pero a pesar de esas apariencias, el repaso de la historia después de la segunda guerra mundial y de las fechas en que han ocurrido agravaciones importantes de la tensión muestra en seguida que la iniciativa agresiva ha venido siempre del oeste. Por ejemplo: se suele decir que las actitudes de guerra fría de potencias occidentales fueron una respuesta a lo que se llama el golpe de Praga, es decir, la toma de poder por el Partido Comunista Checo. Pero eso es falso. Porque el comienzo de la guerra fría, si alguna fecha de comienzo tiene, es un célebre discurso de Churchill en marzo de 1946 en la universidad norteamericana de Fulton, mientras que lo que se llama «golpe de Praga» es de dos años después de abril del 48. Asimismo cuando se dice que la OTAN es la contrapartida del Pacto de Varsovia se olvida que la OTAN está fundada el 4 de abril del 48, mientras que el Pacto de Varsovia es de siete años después, del 55. Lo mismo, por ejemplo, el mecanismo de la tensión internacional que provocó la constitución de las dos mitades de Alemania en estados: la primera mitad de Alemania que fue constituida en estado fue la occidental [la RFA]; la constitución de la Alemania oriental [la RDA] en estado es posterior y es una réplica.

Como sobre todo, dejando aparte esta cuestión de fechas, es clara la base económica. Las dos veces que el mundo ha estado al borde de la catástrofe que sería una guerra nuclear con las armas actuales, han tenido que ver con dos momentos de crisis económica capitalista. Uno, lo que se llamó la política del «volver atrás» que decía Foster Dulles -que fue el momento peor de la guerra fría-, montada sobre la base de que había que inventar -según dijo literalmente- la idea de un peligro exterior para que el pueblo americano estuviera dispuesto a encajar el esfuerzo económico de la readaptación de la economía americana a la situación de posguerra. Y hoy está claro que el aumento de la belicosidad norteamericana que ha culminado hace tres días con la declaración abierta del presidente Reagan sobre la posibilidad de una guerra nuclear limitada a Europa, tiene que ver con la profundísima crisis económica en que está la economía capitalista. Crisis muy profunda de la que cada vez parece más claro que están dispuestos a salir mediante un reajuste de sus políticas económicas que, como se basa en una gran potenciación de los gastos de armamento, lleva constantemente al borde del peligro de guerra. En un documento de mucho interés que ha publicado el último número de [la revista] La calle, uno de los informes elaborados para el presidente Reagan por sus técnicos electorales antes de la elección (los «Documentos de Santa Fe»), llega a haber la frase muy reveladora que dice que «la distensión es la muerte», es decir, que en una situación de distensión en la política internacional no hay manera de volver a poner en marcha de una forma eficaz la economía capitalista…

Esto sería, desde luego lo es, bastante definitivo para enfrentarse con la pregunta que planteaba, ¿cómo enfrentarse al peligro de guerra?, si no fuera que desgraciadamente también el comportamiento internacional de la Unión Soviética complica bastante la acción. Desde el primer momento, un observador frío que intente ver los dos lados superando sus simpatías, tendrá que reconocer que también el gobierno soviético entra en esta dinámica, en esta lógica de la carrera de armamentos, de una manera más o menos inevitable. Es una cosa que entre gentes de izquierda social -como supongo que son la mayoría de los aquí presentes y lo soy yo mismo- se dice pocas veces, y quizá a alguno le parezca criticable lo que voy a decir. Pero habría que decir, creo yo, que los cohetes soviéticos SS-20 aunque son técnicamente muy inferiores y por tanto mucho menos agresivos que los cohetes que los americanos nos invitan a tener (los proyectiles de crucero y los «Pershing») de todas maneras no son claramente tampoco un arma defensiva. Son unos cohetes móviles, de alcance medio, y por regla general un cohete de alcance medio nunca es un cohete defensivo, siempre está pensado no para asustar al contrario, sino más bien para percutirle.

Desde luego que es perfectamente explicable que la Unión Soviética haya entrado desde el primer momento en esta lógica del armamento por la sencilla razón que todos conocemos, de que la Unión Soviética es un país primero sitiado, cercado desde 1917 hasta 1939. Y en 1939-40 dejó de ser sitiado para ser invadido. Es decir: que un país que realmente ha estado siempre sometido a un cerco y lo sigue estando hoy [1981]. Si miráis un mapa del mundo os daréis cuenta del despliegue de bases americanas o de las varias alianzas presididas por los americano (la OTAN o la SEATO), completamente alrededor -salvo por el Polo, y aún así- de la Unión Soviética. De modo que no es que haga ahora un reproche muy unilateral a la política soviética. Se comprende muy bien que hayan entrado en esa carrera porque tienen una situación de país sitiado desde siempre. Pero el hecho es que sobre todo la gente que nos hemos educado en una tradición comunista nunca habríamos imaginado, desde el punto de vista de Marx y de Engels, a una sociedad socialista rearmándose constantemente. Ahí hay sin duda una importante y desgraciada discrepancia entre los ideales de la gente que nos hemos educado como comunistas y la realidad de la situación.

Así ocurre – y eso tiene que ver mucho con el peligro de guerra- que tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia inevitablemente funcionan y viven de acuerdo con una misma lógica política. De acuerdo con la política de toda la vida. Y eso se pueda apreciar en declaraciones políticas e ideológicas de los dos bandos. Por ejemplo, muy recientemente, en el último número de La Actualidad Económica [nº 1225, 1981], se lee un largo artículo y unas declaraciones de [Antonio] Garrigues Walker, el embajador, que dice. «El neutralismo hoy es una utopía, la política internacional ha sido siempre militar». Eso por el lado de las fuerzas sociales burguesas. Pero hace muy pocos días en el mitin y fiesta que celebramos la Coordinadora Anti-Otan de Barcelona [2], un compañero del PORE [N.E.: Partido Obrero Revolucionario de España, de orientación trotskista], es decir, un marxista revolucionario, también hizo una intervención para decir lo mismo: la política es sólo una determinada forma de actividad militar. La paz -dijo literalmente- es solo un paréntesis entre dos guerras. Es decir, una determinante muy importante del peligro de guerra es que ningún bando ideológico, no ya sólo la reacción capitalista sino también -por causas a lo mejor inevitables, yo me limito a contarlo- en otros bandos, la idea de lo que es la política y lo que es la guerra sigue siendo la de los militares, la del siglo XIX. Y eso con el armamento hoy presente es muy grave, porque es la amenaza no ya sólo de que la paz vaya a ser un paréntesis entre dos guerras, sino de que nunca más pueda haber una humanidad en paz.

Sobre este punto, sobre cuáles serían las consecuencias de una guerra nuclear, una guerra con armamento de hoy (cosa muy probable si se sigue con esa mentalidad del siglo XIX, de que la paz es solo un paréntesis entre dos guerras, de que la política siempre es guerra, de que la guerra es la política con otros medios), se discute mucho. Se calcula que el armamento nuclear existente es siete veces más grande de que el que hace falta para exterminar todas las ciudades: por cada ser humano vivo en la Tierra hay en este momento equivalente de 4.000 kilos de TNT.

En estas circunstancias, decir que una guerra es inevitable y que no pasará nada y que la humanidad ha superado muchas guerras, es una afirmación mucho más sangrienta y yo diría criminal que en otras épocas. Los ideólogos más reaccionarios hacen cálculos sobre eso. Y hacen cálculos, como es natural, para animar a la industria de guerra. Un célebre instituto de prospectiva, el Instituto Hudson de Nueva York, que está dirigido por un ideólogo de los más reaccionarios del mundo occidental, Kahn, se ha dedicado durante años a demostrar que aunque haya una guerra nuclear no perecerá la humanidad sino sólo dos terceras partes. Estos son cálculos siniestros y cínicos. Hay otro ideólogo americano que ha llegado más lejos: Adrian Berry, del que está traducido al castellano su libro principal que se titula Los próximos 10.000 años. Ahí, ese energúmeno cuenta que se puede arriesgar una guerra nuclear porque la humanidad no perecería de ninguna manera, ya que matemáticamente con sólo que sobreviviera una centésima parte de la humanidad, en 400 años se habría poblado la Tierra. Este tipo de cálculo siniestro que están haciendo los consejeros militares revela una mentalidad que está dispuesta a aceptar para ganar una guerra la muerte de, por lo menos, dos terceras partes de la humanidad en el cálculo de Kahn, o incluso mucho más en el cálculo de Berry. Pero además el tremendo sufrimiento de irradiación y quemaduras de todo los que queden vivos y hayan sido afectados por el armamento.

Es evidente, me parece a mí, que en la tradición de las personas que nos hemos hecho con ideas comunistas esto es inadmisible. Una idea o una ideología progresista -ya no sólo comunista- es incompatible con la idea de que para hacer ese progreso haya que pasar por la muerte y la tortura de por lo menos dos terceras partes de la Humanidad, que en este momento querría decir 2.500 millones de personas sufriendo y muriendo. Se podría sospechar que lo que quedara de esa humanidad después de haber visto de qué crímenes fuera capaz, ya no tendría voluntad ni siquiera de intentar una revolución social. Tendría tal pesimismo sobre la especie -si es que alguien sobreviviera-, se avergonzaría tanto de ser un individuo humano, un miembro de la especie capaz de haber hecho eso, que probablemente se acabaría por muchos milenios la idea fundamental que nos ha animado a la gente comunista durante muchos años: la idea de una nueva sociedad, de una nueva moral, de una nueva cultura.

Este particular horror del asunto -que no están tan lejano- es lo que motiva que aunque los marxistas tengamos una determinada explicación del peligro de guerra, y los católicos tengan otra o los que tengan otras ideas tengan otra explicación, resulta fundamental no pararse en muchos detalles y lanzar todo un movimiento que lo que quiera sea el desarme, primero el nuclear y luego el total. Esto, en épocas menos terribles que la que estamos viviendo, llegó a ser objeto de un acuerdo de las Naciones Unidas, que a finales del 61 o del 62 tomaron una resolución de esas que ahora tanta gente dice que son utópicas y absurdas: la resolución de aconsejar de pedir a los países que empezaron un desarme que llevara como objetivo final no ya al desarme nuclear sino la disolución de los ejércitos. Yo creo que hay que tener el coraje de aguantar las risas o las ironías de esos realistas que nos llevan a la catástrofe en defensa de un realismo más profundo que es el que puede evitar esa catástrofe.

Coloquio.

1ª pregunta: Se le preguntó a Sacristán sobre la existencia de una propaganda encaminada a preparar a las poblaciones para la guerra («La televisión y los medios de comunicación del sistema te van preparando para que si, por ejemplo, mañana invaden Libia se diga que es normal que eso pase, que ya se veía venir…»).

De eso, sin duda, hay algo, pero no porque esté desligada del peligro real. Tomemos, por ejemplo, en otro plano que quizás nos toca más de cerca, la cosa evidente de que se hace mucha propaganda para infundir temor económico con objeto de que los trabajadores moderen sus reivindicaciones. Pero el hecho de que las fuerzas más interesadas en ello tengan intención de infundir miedo no quiere decir que el mismo sistema no lleve realmente riesgo del paro. No hay que creer que la crisis sea sólo fruto de que los capitalistas quieren infundir miedo a los trabajadores para que no reivindiquen más salario. El sistema capitalista lleva en sí el hecho de que, cíclicamente, con mayor o menor periodicidad, tiene crisis, no ya por gusto de los capitalistas de rebajar la retribución de la fuerza de trabajo sino porque el sistema mismo es un sistema de crisis.

Análogamente, es también un sistema naturalmente inclinado a producir peligros reales de guerra en los momentos en los cuales la crisis cíclica coincide con otros ciclos más largos, como dicen los economistas, y no es una crisis corriente sino una crisis de particular profundidad. Y ese es el caso en que estamos. Realmente las dificultades económicas del capitalismo son enormes desde año 1973. No se podría decir que las cabezas más pensantes del mundo capitalista deseen abiertamente una guerra para salir del problema. Yo no creo que se pueda afirmar tanto. Pero lo que están dispuestos es a aceptar riesgos enormes de que ocurra el desastre porque sólo así tienen alguna esperanza de salir de la crisis económica. Si mañana empezara una guerra, aunque fuera limitada y aunque fuera con armamento convencional, y si los capitalistas pudieran estar seguros de que eso no degenerase en una guerra nuclear de grandes dimensiones, al cabo de pocos meses habría seguramente una subida de la Bolsa de Barcelona. Eso es cosa que sabemos todos, no es ningún secreto. Pues esto, en grande, cuando resulta que el armamento no son sólo fusiles Máuser de repetición sino que son bombas nucleares, significa un riesgo mucho mayor, sin perjuicio de que el miedo a la guerra se puede usar para fines de tipo puramente propagandístico y político. Pero el sistema no sólo asusta con el hecho de que va a producir males; el sistema capitalista produce males reales. Las crisis no son sólo ganas de asustar al obrero, son vicios del sistema. Lo mismo en el plano económico que en el plano militar.

Pero a mi me parece que aunque de eso hay, hay también de todo lo contrario. Las clases dominantes en este momento no sólo están intentando crear temor en las clases populares sino también todo lo contrario. Por ejemplo, mientras que hace diez años todo el mundo admitía que una guerra nuclear era, como se decía, inimaginable, desde hace por los menos tres años los gobiernos capitalistas están en mayor o menor medida intentando quitar el miedo a la guerra nuclear y de que puede valer la pena.

He dicho tres años pero empezó antes. Empezó con una célebre declaración de Kissinger según la cual, aunque no había que considerar deseable una guerra atómica sino que había que montar una política que la excluyera, sin embargo, si las condiciones cambiaban y daban sentido a una guerra atómica, había que usar el arma atómica. Esto, que un gobernante capitalista empiece a decir que la guerra nuclear es posible, que no hay que asustarse, que sobreviviremos, que yo recuerde, es la primera vez que ocurre. Luego están, por ejemplo, casualmente pero con toda intención, estos datos de Kahn y de Berry, cálculos para demostrar que no es verdad que sea tan grave la catástrofe.

Y el detalle más notable es un folleto que publica el gobierno británico. Un folleto verdaderamente criminal. Se titula: «Protégete y sobrevive». Es un folleto en el cual hay una portada en la que aparece un paisaje de fondo, parece una foto -pero no es una foto, es un montaje-, tomada desde muy arriba, y se ve un cohete nuclear que lleva una hermosa estrella roja de cinco puntas y en lo alto hay una bandera norteamericana y una británica entrelazadas. Y en el texto se dan consejos a la población para sobrevivir a la guerra nuclear. Para acostumbrarla a la idea de la guerra nuclear, para quitarle el miedo a la guerra nuclear, para que obedezcan a las órdenes en el momento de una guerra nuclear, en vez de sublevarse por pánico. Este folleto se difunde muy poco, porque en el parlamento británico hay una gran cantidad de diputados que se opone. Y se oponen porque si se difunde, la población se asustará, y lo que hay que hacer es dejarla en el olvido del riesgo, dicen. La situación es más grave que la tradicional.

En mi opinión, los gobiernos capitalistas en estos momentos no están dando miedo de guerra, sino intentando quitar miedo a la guerra nuclear para que las poblaciones la admitan como cosa natural y obedezcan disciplinadamente las órdenes en el momento de la guerra que se avecina. Este folleto insensato, llega a decir que lo que hay que hacer es comprar unos cuantos sacos terreros, una letrina portátil y conservas y alimentos para tres semanas. Y así ponerse en el sótano, si la casa tiene sótano, o si no en la planta baja de Londres. Dicen cínicamente que el ciudadano británico tiene una casa sólida. Toda persona que sepa un poco de física sabe que con eso no hay la menor protección, que si cae una bomba de unos pocos megatones ya le puedes haber puesto unos sacos terreros y te puedes haber llevado una letrina portátil, que no vas a necesitarla en absoluto.

Eso es evidente que lo sabe el gobierno británico. Si con bombas de neutrones -la bomba de neutrones está pensada de tal modo que, en el momento de la explosión puede matar a la dotación de un tanque que esté provisto de una coraza de 35 cms. de acero-, ¡imagínate la protección de tu casa en la planta baja, cerrando bien la puerta para que no entre! Bueno, pues ese folleto, Protect and survive, lo está distribuyendo el gobierno británico con cuentagotas porque a los diputados más reaccionarios les parece que no hay que sacar ese folleto, que puede asustar a la población, que lo que hay que hacer es mantenerla alegre y contenta, hasta que haya que dar el zambombazo. La situación es mucho más grave de lo que nos creemos.

En la izquierda nos hemos olvidado demasiado de que el capitalismo por sus exigencias de destrucción periódica de fuerzas productivas, un sistema que vive de destruir cada n años las fuerzas productivas -los materiales (máquinas, etc) y las humanas, destruirlas en el sentido de dejarlas inutilizadas, mientras sobreexplota a otras-, de que ese sistema montado sobre la destrucción periódica de fuerzas productivas tiene que llegar un momento en que esa exasperación de destrucción acabe por necesitar destrucciones mucho más grandes. A saber: guerras. Se nos ha olvidado. Se nos ha olvidado en unos años en que nos hemos atontado un poco y nos hemos olvidado de nuestra propia teoría y de nuestro propio análisis. Desde aproximadamente el 62 o el 63, desde el final de la crisis de los cohetes en Cuba, ha habido en el mundo una falsa sensación de seguridad que ahora realmente se acaba, y de la cual nos despertamos y recordamos todo -y hay que hacerla recordar a todo el mundo-: que el sistema económico y social en que vivimos es un sistema montado sobre la destrucción y que, por consiguiente, desemboca en destrucciones cada vez mayores.

2ª: La segunda pregunta del coloquio versó sobre la política de bloques, sobre la igualdad entre sociedad nuclear y sociedad militar, sobre el carácter antimilitarista de todas esas luchas y, finalmente, sobre los insumisos y objetores de conciencia. Sacristán respondió de la siguiente forma:

Yo creo que mi intervención iba en ese sentido. Ha consistido en decir: es verdad que si uno analiza las causas continuas del peligro de guerra, las encontrará sin duda en el sistema capitalista mundial. El bloque de la Unión Soviética es un bloque más bien pasivo, muy represivo hacia el interior, muy débil socialmente, y por eso mismo poco capaz de una política agresiva. Es un coloso con los pies de barro, dicho lisa y llanamente, desde ese punto de vista, por su inferioridad tecnológica y, sobre todo, por los grandes problemas internos. Mientras que una carrera de armamentos es un repulsivo positivo para la economía capitalista es el desastre para la economía soviética. Si uno va por el lado del análisis causal, tiene que constatar eso.

Pero luego he dicho: pero como los dos gobiernos están ya a estas alturas, pese a su diversa naturaleza, enzarzados en esa misma lógica por una serie de acontecimientos históricos que seguramente han hecho eso inevitable o bien se han cruzado con errores graves, importa fundamentalmente promover los movimientos por la paz, los cuales -recordarás que he acabado citando la declaración de la ONU de 1961- hay que practicar del modo que los realistas consideran utópico, es decir, como movimientos pacifistas y antimilitaristas pero no en el sentido de un antimilitarismo tradicional y limitado opuesto al poder de los militares en el estado. No, lisa y llanamente de opuesto a la existencia de los ejércitos. Yo estoy convencido de esto. De modo que coincido plenamente contigo.

¿Hasta qué punto esto es realizable? ¿Hasta qué punto se puede contestar a la crítica de los realistas que se reirían de esto, incluso realistas de muy buena voluntad? Dirían que si tú te pones a proponer un movimiento que aspire a la disolución de los ejércitos cometes dos errores: un error de detalle, que se podría arreglar bien, que es que traicionas los movimientos de liberación (los salvadoreños, los negros de Namibia, etc). !Cómo vas a decir a los negros de Namibia que se desarmen cuando están todos los días bajo ese poder tan horrendo del racismo de la Unión Sudafricana! Pero esa es una objeción que se puede contestar fácilmente: no se trata de decir que se es partidario del desarme de los movimientos de resistencia a la opresión. Se trata de decir que hay que terminar -o intentar terminar- con los grandes ejércitos de los países industrializados, dotados de armamento atómico, o de armamento biológico, o de armamento químico de gran poder destructivo. Y hay que luchar contra la idea de ejército, de soldados, de militar profesional. No necesariamente contra la idea de guerrero, del luchador que se defiende porque le están apretando.

Más grave sería la segunda objeción: al plantear un movimiento tan radical haces pura utopía y no se va a poder hacer nada para ayudar a los pocos gobiernos razonables que intentan frenar el peligro de guerra sin desarmarse ellos mismos. Ejemplo, los últimos cuatro justos de Europa: Suecia, Finlandia, Suiza y Austria. Se nos dice a los que proponemos esta línea muy radical, pacifista, antimilitarista, que eso es desautorizar a suecos, suizos y austriacos, los cuales están haciendo la mejor política de paz y sin embargo mantienen sus ejércitos.

A esto habría que contestar que no se trata de ponerse histéricos. Realmente hay que admitir que todo paso encaminado a disminuir el peligro de guerra, por ejemplo, los pasos del gobierno austriaco, que es uno de los principales responsables, junto con Willy Brandt y algunos otros políticos, de que se mantenga la importancia del problema del hambre, de la pobreza, pues que todo paso que den esos gobiernos bienintencionados, aunque sean gobiernos con ejército, serán bienvenidos por los pacifistas. Pero, por otra parte, el supuesto realismo que dice que es imposible la neutralidad, como Garrigues Walker, al que he citado antes, o que es imposible y es utópico el desarme, hay que decirles que ese realismo empieza a ser ya muy irreal, porque la mecánica de esa política realista tradicional de prepararse para la guerra para conservar la paz y esas cosas ha quedado reducida al absurdo en el momento en que los riesgos militares han pasado de ser riesgos computables por docenas a centenares de hombres o mujeres, para empezar a ser obligatoriamente riesgos calculables en la muerte de miles de millones, por lo menos dos y medio, y en el sufrimiento de otro millar de millones más.

Llegados a este punto, el supuesto viejo realismo pierde todo sentido, porque una de las variables con las que está jugando es un dato que podríamos llamar ya inimaginable, inaceptable. Hay un cambio de cualidad en el riesgo de guerra. No ya la idea de que un conflicto entre centroeuropeos pueda causar tales o cuales cuantías de sufrimientos y muertos, más o menos calculables y que entren dentro de la tradición de las desgracias de la especie humana. No es eso ahora, si se trata de alemanes. De lo que se trata es de la desaparición de los alemanes, lisa y llanamente, razón por la cual, dicho sea de paso, están emigrando en forma muy importante. Alemania se está despoblando poco a poco por gente que se va a Australia, a Sudamérica, ya completamente desesperados de la situación.

Eso es lo que se puede oponer a los realistas que dicen al pacifista que eso no es realista, porque, ¿quién va a disolver el ejército?

Hay que empezar a hacer propaganda de fondo sobre esta idea básica que la hipótesis de la política militar occidental se ha reducido al absurdo o a la monstruosidad. Pero no tenemos que perder la cabeza. Hay una gran parte de la población que no está dispuesta a aceptar razonamientos como esos que contestan que siempre habrá guerras, que siempre habrá ejércitos. Entonces el movimiento pacifista ha de saber trabajar en todos esos planos, ha de saber discutir con las personas que todavía no han pensado en el asunto y que es una bellísima persona y que sigue con las convicciones tradicionales de que lo normal, lo natural, es que hayan ejércitos y guerras. Y hay que saber entonces tocar todas las teclas: la tecla de la reducción de armamentos nucleares, la de reducción de armamentos convencionales, la de reducción de tropas convencionales, y, desde luego, no olvidar nunca la cuestión de principio: ha llegado un momento en que no se puede seguir tolerando como una idea realista y normal la de que siempre habrá ejércitos.

Un tema muy importante que has tocado: la relación industria nuclear pacífica-guerra nuclear. Oficialmente, en América, ya se propone explícitamente la explotación comercial militar de los residuos de las centrales nucleares eléctricas, eso que es tan pacífico según dicen. Lo que ahora proponen los americanos es no desaprovechar esa riqueza -tan peligrosa, pero que puede dar tantos dólares- sino utilizarla directamente para elaboración de armamento, porque el plutonio, esa parte relativamente pequeña del deshecho de un reactor, es la materia prima del la bomba de hidrógeno. La gente de los comités antinucleares [3] -yo soy del Comité Antinuclear de Catalunya [CANC]- lo hemos dicho siempre: cuando se habla de una «central nuclear pacífica», lo de pacífica es un cuento. Es una suministradora directa de material nuclear para al guerra. Ahora se ha visto claro. Lo han estado negando mucho tiempo. Ese es un punto muy importante que hay que volver a agitar lo más posible.

3ª pregunta: Finalmente se le preguntó a Sacristán sobre el temor de las clases dominantes del mundo occidental a la reacción de la URSS («las clases dominantes de Occidente saben que de iniciar ciertas aventuras podrían tener una réplica y en este caso no habrían vencedores ni vencidos»).

Yo he llegado a la conclusión de que no es verdad, que no habría vencedores ni vencidos. Sólo habría vencidos. Me parece que lo que puede salir de un choque nuclear es una humanidad, primero, muy contaminada radiactivamente, es decir, con una degeneración genética previsible importante. Los hijos de primera generación y, si no, los de segunda de la generación que hubieran sobrevivido a una guerra nuclear mundial, es dudoso que tuvieran siquiera viabilidad biológica. Pero si la tuvieran, vete a saber qué clase de monstruos iban a ser.

En segundo lugar, sería un resto de humanidad muy degenerado moralmente. Como he dicho en mi intervención, no logro imaginarme que una humanidad, que hubiera hecho semejante monstruosidad, tuviera luego fuerza moral para lo que la tradición emancipatoria hemos esperado siempre: la fundación de una sociedad justa. Es claro que esto no es más que una opinión, me puedo equivocar.

Lo que tú dices es muy real. Lo podemos plantear de manera mucho más drástica: ¿qué pasaría si la Unión Soviética aceptara el llamamiento de la Fundación Russell, del Comité por el Desarme Nuclear, y realizara el desarme unilateralmente, que es lo que decimos los que estamos en el movimiento? Nosotros sostenemos que cada uno ha de decir a su gobierno, desarme unilateral, sin pensar que hace el vecino. ¿Qué ocurriría? Pues, desgraciadamente, es probable que ocurriera un desastre. A lo mejor ocurría una invasión o, por lo menos, algún conato parcial de invasión. Eso es verdad. Pero no tengo más remedio que añadir entonces lo siguiente, desde luego sin ganas de molestar a nadie sino honradamente, porque es lo que pienso y creo que en una situación tan difícil para lo que fue el movimiento comunista como la que vivimos ahora no hay más remedio que decir las cosas que se piensan, por duras que sean.

Pienso dos cosas: primero, que si la Unión Soviética y los demás países no capitalistas, siguen por este camino de aceptar la lógica del armamento impuesto por la tradición capitalista mundial, cada vez van a alejarse más del modelo social por el que nacieron, cada vez va a ser más importante el ejército, cada vez más importante la producción militar, etc. Mientras que, me aventuro a pensar, si en algún lugar del mundo hubiera una sociedad que se hubiera acercado a un modelo de sociedad emancipada y justa, a un modelo de sociedad sin clases, vamos a decirlo por su nombre, probablemente podría correr el riesgo de desarmarse, porque por mucha invasión que sufriera, aunque la sufriera, su población iba a ser inmune, no iba a quedar nada conquistada moral ni culturalmente por un invasor militar clasista más o menos despótico [4].

Todo esto es pura utopía, ya lo sé, no es que me haya vuelto tonto y me crea que estoy diciendo cosas para realizar mañana. Estoy en un momento en que es muy difícil trabajar con conceptos claros, con ideas claras, intentando tenerlas. ¿A dónde nos lleva el realismo? El realismo nos lleva a una Unión Soviética que será cada vez más un estado burocrático-militar, si siguen así. En eso estaremos de acuerdo. Quien dice la URSS dice cualquier otro país que tuviera en sus orígenes intenciones socialistas pero que esté sometido a esa lógica del armamento. No se trata sólo de la Unión Soviética.

* * *

Notas edición:

[1] En 1983, en su entrevista con la revista mexicana Dialéctica (Pacifismo, ecologismo y política alternativa, ed cit, pp. 128-159), señalaba Sacristán a propósito de Berry:

«No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre las fuerzas productivo-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipatoria. También podría ocurrir todo lo contrario. Alguna vez he dado el siguiente ejemplo para precisar lo que quiero decir sobre este punto: en el pensamiento conservador existen ya utopías, perspectivas que construyen un futuro sumamente opresivo, jerarquizado y explotador (porque se oprime para explotar) sobre la base de dar libre curso a las fuerzas productivo-destructivas más problemáticas de este capitalismo avanzado, en particular a esa adorada panacea, becerro de oro de todo optimismo desarrollista, que es la energía de fusión nuclear. Pensemos, por ejemplo, en la utopía de Adrian Berry Los próximos diez mil años, que tradujo hace algún tiempo Alianza Editorial. No sé si han tenido ustedes la curiosidad de leer ese monstruo. La perspectiva de Adrian Berry se opone a la del Manifiesto de Estocolmo, Una sola Tierra.  Berry arguye que decir que hay una sola Tierra para la especie humana es sostener una tesis oscurantista contraria al progreso de la ciencia y de la técnica, porque en realidad hay muchas Tierras posibles para la humanidad. Por lo tanto, no hay que frenar el crecimiento cuantitativo indiscriminado de la especie, desde el demográfico hasta el crecimiento en la producción y el consumo de energía. Y señala el camino por el cual prevé que en los próximos diez mil años la humanidad se verá liberada de toda limitación a un expansión indefinida de todo orden. Ese camino empieza por la unificación autoritaria de la humanidad. Berry presume que eso ocurrirá mediante una o varias guerras atómicas. (Uno puede suponer, aunque el autor no precise tanto, que esas guerras tienen la finalidad de destruir a la URSS y someter a los pueblos no blancos.) Una vez unificada la humanidad se emprende la colonización de la Luna, y a la devastación producida en la Tierra por las guerras unificadoras se suma la causada por la gigantesca producción de energía necesaria para la empresa lunar. Además, se está permitiendo que la especie humana crezca indefinidamente. Una vez colonizada la Luna se fragmenta, mediante explosiones nucleares, el planeta más grande y más adecuado para la finalidad que persigue Berry: Júpiter. Fragmentado Júpiter, alguna de las partes puede servir para colonización, y otras partes como reflectores solares para los demás fragmentos y para la misma Luna. Conquistado Júpiter, ya se puede salir del sistema planetario. Para aquella época, la Tierra estará presumiblemente devastada por los billones de seres humanos y por la explotación que habrá sido necesaria para llevar a cabo la empresa jupiteriana».

Lo primero que a uno se le ocurría críticamente, concluía Sacristán, es que si tan fácil era hacer habitable la Luna y Júpiter «por qué no mantener habitable la Tierra. Con toda seguridad sería más fácil». A él le parecían claras la condiciones políticas del proyecto conquistador de Berry: «un régimen autoritario y una jerarquización extrema de la humanidad, dominada por los que dirigen la empresa cósmica».

Dos referencias más sobre este libro del astrónomo especulativo Adrian Berry y su proyecto conquistador. En 1981, Sacristán comentaba la siguiente arista de esta nítida y desarrollista distopía. Ante los problemas sugeridos por la crisis económica de los años setenta, el desarrollo económico incontrolado, el surgimiento de las nuevas problemáticas ecológicas y las posibles salidas a la misma, señalaba Sacristán que era imposible evitar consecuencias de tipo político-moral porque éstas son, todas ellas, cuestiones de decisión. Sin embargo, apuntaba, «hay una manera de considerar que aquí no hay problemas morales. Hay un autor, Adrian Berry, que ha publicado un libro titulado Los próximo diez mil años, editado en Alianza Editorial, que intenta rehuir el problema diciendo que hemos de continuar así, que cuando la tierra sea inhabitable, ya habremos descubierto la posibilidad de colonizar nuevos astros. Esta insensatez está impresa, negro sobre blanco, en el libro de un físico importante como es Berry». Observaba Sacristán que, salvo el caso de este progresismo disparatado, los hechos de la situación imponían consideraciones de tipo moral y político, «pero de tipo político en un sentido muy profundo. No en el sentido de que la política se reduzca a acciones de los gobernantes, sino en ese otro sentido mucho más general que arraiga en la vida cotidiana, en los usos y costumbres de los países ricos, de las zonas industrializadas. Seguro que las reflexiones morales acerca del deterioro de la tierra no valen igual para un habitante de ciudad, como Barcelona, que para otro de un poblado de África Central, pero para nosotros, para la gente de los países industrializados, sí que se imponen esas consecuencias políticas individuales».

En síntesis, Sacristán señalaba la necesidad no sólo de un cambio de política sino una nueva forma de hacer política y de estar-en-el-mundo.

En las clases de «Metodología de las clases sociales» del curso 1982-83, Sacristán volvió a referirse a las tesis fundamentales de esta obra de Berry en los términos siguientes: «Es un libro publicado en Alianza, donde en una polémica contra principalmente los informes al Club de Roma, mientras, por una parte, se discutía la veracidad o la exactitud de los resultados de esos informes al Club de Roma acerca de la contaminación, del agotamiento de recursos, etc. y de otros riesgos de tipo ambiental, sin embargo, lo que se está proponiendo en el tal libro en el fondo es la aceptación de la ruina del planeta Tierra y la preparación de la humanidad para su emigración, para así decirlo. En realidad, la utopía de Adrian Berry, que es un astrónomo inglés, consiste en admitir que la humanidad tiene que unificarse políticamente, que eso sólo puede ocurrir por vía violenta, mediante una o varias guerras nucleares, y una vez unificada la humanidad es posible entonces emprender, primero, la colonización de la luna y luego una política mixta respecto del planeta Júpiter, que le parece el planeta más indicado para seguir (por su dimensión y por su distancia del Sol), que consiste en volar el planeta Júpiter, fragmentarlo mediante explosiones nucleares de enorme potencia, usando unos segmentos del planeta explosionado como reflectores solares -sólo un astrónomo es capaz de decir esas cosas con cálculos como es natural- y otra parte para la colonización de la especie, como Júpiter es enorme allí habría tierra, bueno tierra, base sólida para mucha gente, todo esto además con una política no restrictiva desde el punto de vista demográfico, poblacional. Sostiene que en el momento en que los billones de seres humanos fueran demasiados para la Tierra ya estarían colonizados la Luna y Júpiter. De modo que, a pesar de la euforia de su argumentación en la superficie, en el fondo hay una reconocimiento del abandono necesario de la Tierra si se sigue por esta línea, [si bien] eso no se dice explícitamente».

En uno de los ficheros de resúmenes depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, pueden verse las siguientes anotaciones sobre este trabajo de Berry:

1. p. 33 [Desde «¿Qué debemos, por lo tanto, imaginar?…» hasta «(…) La necesidad económica, social y psicológica nos llevará a esa empresa»]. Desde el primer momento está claro el principio o la hipótesis básica: progreso técnico, científico, económico, sin evolución cultural, con persistencia de las viejas necesidades.

2. pp. 41-42 [Desde «La peor guerra nuclear imaginable fue planteada por dos comités del Congreso de EE.UU…» hasta «(…) como Gran Bretaña y Holanda, donde la proporción de siniestros sería mucho más alta»]. Lo característico de su sistema de valores es que no cuentan el dolor y la muerte individuales de millones, sino la posibilidad de supervivencia de «la especie», que significa ante todo el grupo de listos y poderosos.

3. AB: «Una guerra nuclear sería un desastre horrible, pero cuando se considera en la escala de la historia futura de la Tierra, no importaría para nada» (p.43).

Y esa escala finge ser su punto de vista.

4. AB: «Para establecer un paralelismo en una escala mucho menor, vimos cómo Coventry, Varsovia y Dresde se rehicieron después de un intenso bombardeo convencional, y cómo parecen haberse rehecho completamente Nagasaki e Hiroshima de los ataques atómicos que en su época parecieron haberlas destruido totalmente» (p. 43).

¿Y quiénes son Varsovia, Coventry, Dresden, Hiroshima y Nagasaki?.

[2] Salvo error por mi parte, el encuentro se celebró en el Pueblo Español de Barcelona con fuerte asistencia ciudadana. Se había anunciado la intervención de Sacristán, quien finalmente no pudo hablar. Fue Francisco Fernández Buey quien intervino en su lugar. En mi opinión, una de los mejores intervenciones políticas en un mitin que yo he escuchado nunca.

[3] Sobre este punto, véase Manuel Sacristán, «Las centrales nucleares y el desarrollo capitalista». Seis conferencias, El Viejo Topo, Barcelona, 2005, pp. 83-94.

[4] En su reseña al libro de Victor Langer y Walter Thomas, El libro loco de la guerra nuclear. Editorial Icaria, Barcelona 1983, traducción de Paloma Villegas e ilustraciones de Brent Richardson, publicada en El País, XII.1983, suplemento libros p. 7, señalaba Sacristán:

«El mecanismo de la risa, o por lo menos el de la sonrisa, no es siempre el que describió Bergson: no siempre es la risa -y menos la sonrisa- un castigo con el que la sociedad conformista sanciona la torpeza en el cumplir con las normas convencionales, desde las destinadas a manejar la ley de gravitación universal sin perder la dignidad ni siquiera encima de una piel de plátano, hasta las que regulan el interrogatorio del doctorando por el tribunal. A menudo las convenciones mismas pueden ser objeto de risa o de sonrisa, aunque también puede ocurrir que el que así ríe o sonríe resulte más o menos nietzscheanamente ridículo en su Olimpo. Y a veces -no nos metamos ahora a averiguar cuántas- las convenciones, su pretensión de racionalidad y su insensatez disfrazada de realismo, provocan en quien entiende su fuerza alguna carcajadita de desesperación. Eso ocurre hoy, sobre todo, cuando se contempla la mayestática gesticulación y se escuchan las campanudas declaraciones con que los gobernantes llevan el mundo al desastre.

Si el consiguiente estado de ánimo se expresa en inglés, y no en castellano, basándose en el understatement familiar de los hablantes de esa lengua, en vez de en la furia esperpéntica, y si se añaden unas cuantas dosis de parodia, sale El libro loco de la guerra nuclear (The Nuclear War Fun Book), de Langer, Thomas y Richardson (dibujante), traducido por Paloma Villegas para la colección Totum Revolutum, de Icaria.

Ya andaba por el mundo otro estupendo producto anglosajón de la misma intención y estirpe: la película de Kubrick Dr. Strangelove, que aquí doblaron con el título tontín de Teléfono rojo: volamos hacia Moscú. Al Libro loco no le ha pasado eso, sino que está bien traducido (tal vez lo menos convincente de la traducción sea la versión de Fun Book, por Libro loco). Y se diferencia de la película de Kubrick también por otras cosas, aunque no por la visión básica del asunto: El libro loco es todavía menos esperpéntico que Dr. Strangelove, y mucho más paródico. Es parodia de los libros infantiles creativos, como cuando exhorta a los niños: «No porque estés rodeado de desastres tienes que dejar de ser creativo. Utiliza los medios y materiales exóticos que abundarán entre las ruinas después de la guerra. Inventa tu propia versión del juicio final», pero no descuides tampoco los principios elementales de la pedagogía tradicional: «algunos juegos son fáciles, otros más difíciles. Cuando se trata de cosas peligrosas -como los materiales radiactivos-, pregunta antes a un adulto si puedes manejarlos sin peligro».

El dibujante Bren Richardson es comprensivo y austero, y somete su dibujo a la idea principal de los guionistas. El sutil sarcasmo de esas plumas que componen, por ejemplo, una serena lámina para colorear cuyos objetos son ruinas que el niño ha de pintar de ocre flamígero, infrarrojo y ultravioleta, merece una medalla de Bellas Artes y otra de Premio a la Virtud, por su servicial comedimiento ante el texto.

Hacia el final del Libro loco, cuando uno llega al «Hombre para armar» de la página 99 («He aquí un rompecabezas que representa gráficamente un cuerpo confundido: se trata de una víctima de la guerra nuclear»), se vuelve a recordar a Kubrick. Saliendo de ver la película por tercera o cuarta vez, me encontré con un serio líder político -no obrero, sino profesional, intelectual y artista o fuerza de la cultura, como también se empeñaban en decir-, que me reprochó severamente mi gusto por la obra de Kubrick y me aclaró que «un tema así sólo se puede tratar con seriedad». Lo mismo se dirá del Libro loco de la guerra nuclear si cae en manos de un niño cursi o de su papá (pues los autores admiten niños de hasta 90 años). Pero se puede esperar que, en el país que inventó, junto con la zarzuela, el esperpento, haya mucha gente que guste del buen pudor (un poco blando) del texto y del dibujo.»